Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
De diferente procedencia social y territorial, con diferentes y opuestas trayectorias políticas, dos mujeres políticas están hoy en el ojo del huracán público y de las autoridades judiciales, por distintas razones y con la misma sevicia.
Nada más opuesto a Aida Merlano que Piedad Córdoba. Si hay una mujer líder con una larga trayectoria en la vida pública y política en el país, esa es Piedad Córdoba.
De subontralora de Medellín -1984- y secretaria privada de la Alcaldía 1984-1986, logra llegar el Concejo de la ciudad -1988- y a la Asamblea Departamental de Antioquia -1990-.
Es electa a Representante a la Cámara en 1991, en las primeras elecciones posnueva Constitución Política. Como hija de docentes ya electa, reconoció ser discriminada “por mujer, negra y pobre”.
Conquista el Senado en 1994 y repite elección en el 2002. Pierde la curul en el 2005 al ser anuladas varias mesas de votación. Al respecto dijo el periódico El Tiempo -13 de julio 2005- “pierde el Congreso una voz independiente y valerosa”.
Con la más alta votación del Partido Liberal en el 2010, vuelve al Senado. Este mismo año, el Procurador General de la Nación la inhabilita por 15 años. Sin embargo, el Consejo de Estado tumba la sanción en el 2016 al considerar que las acusaciones “eran solo inferencias y conjeturas”.
Copresidenta del Partido Liberal y candidata a Presidencia de la República en el 2017, retira su candidatura en el 2018.
Destacada por ser una liberal radical, crítica, frentera. Es una líder política afirmada, con autonomía y liderazgo político propios; una voz femenina que retumba en el Congreso sin miedo al debate y al cacicazgo de los políticos tradicionales; atípica en un espacio moldeado bajo una visión masculinizada de la política. Se le califica de “peleadora”, mientras los políticos que vociferan y gritan son reconocidos como hombres con talante y carácter.
Ha sido defensora acérrima de los derechos de las mujeres, de la población afro, de la comunidad lgtbi, de la paz.
Su liderazgo político insumiso trascendió las fronteras nacionales, escandalizando al tradicionalismo político nacional. Se la jugó por el Acuerdo Humanitario, por la liberación de los secuestrados y por la paz, hechos por cuales hoy está en el ojo del huracán. Un tránsito rápido del aplauso a la condena social.
Al mismo tiempo, Aida Merlano quien en pocos años desfiló de la Asamblea del Atlántico -2011-, a la Cámara de Representantes -2014-2018 y al Senado de la República -2018-2022- empujada por los “bolsillos” del caciquismo Liberal-Conservador del Atlántico, subordinada a su poder. Sus causas políticas y sociales son una ficción.
Su destitución por la compra de votos, su encarcelamiento, condena a 15 años- septiembre de 2019- y su espectacular escape de la cárcel del Buen Pastor en Bogotá el 1 de octubre del mismo año, la tienen hoy en el banquillo de los acusados. Su trayectoria política es un caso típico de la instrumentalización de las mujeres en la política, donde todavía predominan los intereses masculinos.
Mujeres atrapadas en relaciones afectivas de políticos inescrupulosos que las utilizan al servicio de causas opuestas a los intereses colectivos del país. Esposas, hijas, amigas que “heredan caudales electorales” para ser sometidas a mandatos patriarcales de dudosa intención, convertidas en “tramitadoras de órdenes” al servicio de intereses “non sanctos” de sus jefes políticos.
Ahora se defiende con las uñas del poder político, económico y social de sus “mentores” quienes niegan los graves delitos de los cuales ella es cómplice y está condenada.
Ella es la villana, mientras ellos continúan su camino a los altos cargos del Estado, utilizando los mismos métodos por los que ella está condenada, exiliada y abandonada a su suerte.
Es preciso descifrar el código de género anclado en el modelo androcrático de la política, ahora que las mujeres se aprestan a la paridad en los cuerpos legislativos, so pena de morir en el intento.