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De cómo toda la controversia sobre la cartilla del Ministerio de Educación me recordó lo difícil que es ser feminista.
Ser feminista es muy difícil. Todo lo que ha pasado alrededor del escándalo de la cartilla y la violencia verbal desplegada en contra de la Ministra de Educación, Gina Parody, me ha vuelto a poner de presente lo complejo y agotador que llega a ser asumir que uno es feminista.
Ser feminista es difícil por las razones obvias y por las que no son tan evidentes. La obvias son esas que asimilan a una feminista con una mujer insatisfecha, solterona, sin hijos, que odia a los hombres y que llena sus tardes solitarias hablándole a sus gatos. Esa caricatura de la feminista es un fuerte reproche a su osadía de cuestionar el libreto que a toda mujer se le impone para no chocar con el “orden” social.
Como las feministas en general cuestionan el libreto de que para ser mujer hay que tener un esposo, ser madre, trabajar solo cuando los hijos estén grandes y priorizar lo doméstico frente a lo público, la sociedad las castiga construyendo una generalización que las condena a todas a ser percibidas como amargadas, anormales o desadaptadas. Por medio de esa parodia las desautorizan y una vez desautorizadas no hay necesidad de oírlas, de entenderlas, de siquiera entablar un diálogo.
Aunque las razones obvias no me preocupan tanto como las que no lo son. Todas las resistencias transitan ese camino de caricaturización y desprestigio, factores que paradójicamente permiten que algunas de ellas se consoliden y fortalezcan. En cambio, las razones no evidentes son las que merecen un análisis más detenido, porque son aquellas las que realmente pueden minar el proyecto completo del feminismo.
Ser feminista no es una cosa simple, porque no es solo una cuestión de abogar por la equidad de las mujeres frente a los hombres. Definir al feminismo simplemente por su objetivo es convertirlo en una versión ligera apta para encajar en un volante. Si el feminismo es solo eso, pues no quiero llamarme feminista.
Lo que define al feminismo y sus apuestas es el estudio de las causas de la desventaja que tienen las mujeres frente a los hombres en ciertos aspectos de la vida social. Esta cuestión no es menor. De la identificación de las causas surgen las estrategias de intervención. Una falta de diagnóstico o un mal diagnóstico a nivel de las causas puede generar una pésima intervención que no haga más que reforzar aquello que se pretende erradicar.
Nuestro feminismo criollo o ese que ha logrado ser hegemónico a nivel de Estado y discurso de la opinión pública, se ha enfocado demasiado tiempo en una sola de las causas: la dominación sexual de los hombres sobre las mujeres. Puede ser que las urgencias del conflicto armado y la presión internacional nos hayan forzado a ello. Quizá no había otra forma de hacer visible la violencia sexual ocurrida en este contexto. Sin embargo, parece ser que esta victoria nos ha impedido hacernos a las herramientas para elaborar diagnósticos adecuados en otros escenarios.
La inequidad entre hombres y mujeres es compleja. Sus causas son múltiples y varían según el espacio y el tiempo. La visión puntual del feminismo criollo a nivel de las causas nos ha impedido entender con precisión, por ejemplo, por qué motivo las mujeres tienen más dificultades adquiriendo, controlando y recuperando sus derechos de propiedad sobre bienes inmuebles. Claro, la popularización de este feminismo criollo ha permitido que la sociedad colombiana en general por fin entienda que la violencia sexual no es un daño colateral del conflicto, pero también ha impedido una reflexión seria sobre las causas de los dilemas de las mujeres en el poder y las implicaciones de retar la heterosexualidad como único modelo aceptable.
La sociedad colombiana parece haber estado dispuesta a aceptar una versión de feminismo conservadora que entiende a las mujeres básicamente como sujeto sexuados y débiles. Esta sociedad no ha sido capaz de ir más allá y ver que las mujeres son mucho más que eso y que, por esa misma razón, las causas de su discriminación no solo están radicadas en su sexualidad.
El caso de la Ministra de Educación y la mentada cartilla no solo nos pone de presente el peligro de la polarización, la intolerancia y el fanatismo, sino que es un llamado de atención a las feministas. El feminismo criollo ha sido capaz de muchas cosas, pero aún se queda muy corto en otras. Por ejemplo, este feminismo hecho en estas tierras colombianas aún tiene mucho que explorar para poder ponerle palabras, causas y consecuencias a un suceso como este. Pero bueno, nadie dijo que ser feminista es fácil.
Anécdota: cuando comencé a hacer la Maestría en Estudios de Género en la Universidad Nacional de Colombia en el año 2002 lo hice con la firme intención de volverme feminista. No lo logré sino hasta mucho tiempo después, cuando comprendí que el diablo está en los detalles, es decir, que la riqueza del feminismo está en su análisis de las causas.
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