Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
¿Por qué es importante conocer la historia de la emergencia de las mujeres como sujetos políticos en el mundo contemporáneo? ¿Cuál es nuestra experiencia reciente en este sentido? Continuamos esta historia en su versión reciente y local.
«Lo personal es político»
Estas muy relevantes transformaciones corresponden a una nueva oleada de movilizaciones cada vez más visibles en Europa, Norteamérica y Latinoamérica, en el contexto de otras luchas contraculturales y contrahegemónicas en el Norte, y de dictaduras y luchas sociales, en el Sur, desde mediados del siglo XX. En esta oleada emergen fuertes posiciones políticas, alrededor de las teorías y planteamientos filosóficos dominantes en la época que dan lugar a diversas miradas, no solo acerca del lugar de las mujeres en la sociedad, sino en general, el cuestionamiento al orden social patriarcal, capitalista, clasista, racista y colonial.
En muy buena medida, las discusiones que hoy son centrales en los movimientos y organizaciones sociales de mujeres y feministas en América Latina, fueron planteadas originalmente durante esta etapa y en estos contextos. Es, el feminismo radical, el protagonista de la segunda ola. Lo personal es político, resume los términos de este debate teórico y político. Con esta divisa identificamos a una brillante mujer, Kate Millet, cuya obra Política sexual (1970), formula una contundente crítica al falocentrismo dominante, lo cual sintetiza también la posición casi unánime de rechazo del sistema patriarcal y a una política del terror construida milenariamente contra las mujeres.
Pero esta oleada contiene otras mareas críticas, como la que cuestiona al “feminismo burgués y reformista” del antiguo sufragismo. O la emergencia de corrientes que cuestionan otras formas de dominación y discriminación, ya no solo por ser mujeres. Se trata de los debates acerca de las interrelaciones de clase/raza/etnia/sexualidad frente al etnocentrismo occidental, es decir, la crítica de lesbianas, chicanas, negras e indias en la academia norteamericana. O del Black Feminism, que contiene en su interior tanto a negras norteamericanas, como británicas, afrolatinoamericanas y caribeñas quienes, además de la discusión de raza y clase, van a incorporar la problemática del colonialismo y la decolonialidad, como elemento central del cuestionamiento al sistema de dominación patriarcal.
Es en esa oleada radical de los 70 en la que empezamos a navegar las generaciones que en Colombia y, en general en Latinoamérica, tempranamente, fueron haciendo posible crear los espacios, formar los grupos, estudiar y compartir, aprender con otras y otros “compañeros de lucha” y adoptar las perspectivas y proyectos que fueron dando forma y contenido a nuestras propias corrientes de pensamiento y activismo.
Y, al igual que en el resto del planeta, crecieron las organizaciones, las redes, las escuelas de formación universitaria, las escuelas políticas de las organizaciones; las ONG feministas y de mujeres se multiplicaron y la producción escrita, de investigación y en otros ámbitos de la ciencia, las artes y la cultura, se hizo incontenible la irrupción de grupos de mujeres muchas de ellas autoreconocidas como feministas y otras que han preferido identificarse como defensoras de los derechos de las mujeres, compartiendo espacios y proyectos con otras iniciativas y reivindicaciones.
Contextos globales y locales
Esta nuestra oleada feminista (¿segunda?), recibe su fuerza y particularidades de muy diversos afluentes en los que encontramos a quienes vienes del sufragismo, a las que conservan una postura liberal que dependiendo de la coyuntura pueden hacer defensas más radicales y alianzas de centro izquierda, las hay por supuesto de izquierda, algunas radicales como las de la segunda ola en USA, con todas aquellas banderas. Entre ellas se destaca un conjunto de organizaciones latinoamericanas, alianzas transnacionales, entre otras, que de muy reciente data, abogan por la defensa de derechos étnico-culturales y del territorio. Son las afrocolombianas de todas las esquinas del continente y las islas de San Andrés y Providencia. Así mismo, las indígenas, todavía menos visibles en Colombia, en comparación con países de la región como Bolivia y Ecuador.
En esta irrupción hemos tomado parte desde Bucaramanga, en el nororiente colombiano, una ONG feminista creada en 1988, la Fundación Mujer y Futuro, orientada hacia la formación y la defensa de los derechos de las mujeres, así como a la prevención y erradicación de la violencia de género en la región. En estos 30 años la organización ha trabajado con un enorme compromiso por la transformación de la vida de las mujeres, principalmente las mujeres de los barrios populares de Bucaramanga, para lo cual ha implementado innumerables programas con el acompañamiento técnico y financiero de agencias de cooperación internacional.
Desde sus inicios sus integrantes han dedicado buena parte de su existencia a brindar formación e información, así como a posibilitar el acceso a la justicia y al ejercicio de derechos mediante asesoría y acompañamiento de profesionales abogadas, psicólogas, educadoras, sociólogas, trabajadoras sociales, especialista del campo de la salud, entre otras.
En estos años, y en estos procesos se han formado varias promociones de jóvenes estudiantes universitarios y del Sena, así como profesionales que han ganado su experiencia laboral, defendiendo casos locales de violencia, con los cuales se ha sentado jurisprudencia. En esos asuntos han ganado, la Fundación y sus integrantes, un reconocido prestigio y respeto por su trabajo.
Como organización feminista y promotora del desarrollo de relaciones de equidad en la región, la Fundación Mujer y Futuro forma parte de las distintas redes y plataformas nacionales e internacionales que trabajan en el mismo sentido y coadyuvan por el logro de una sociedad más justa. Lo que hemos querido narrar desde los inicios es cómo una organización local en 30 años ha contribuido y forjado un camino en el que es preciso perseverar, pues la tarea es monumental.
En caminos cruzados, en las últimas décadas, tanto local como globalmente, han ganado relevancia también las demandas por reconocimientos identitarios de grupos de población que rompen con el esquema binario femenino/masculino, sexo/género; es decir, personas que se identifican como lesbianas, gay, transexuales, bisexuales, intersexuales, entre otras opciones, que han logrado importante visibilidad, capacidad de organización y en el caso colombiano, articulación con las feministas y otras causas, como la de la paz que comparten casi, si no todas estas y otras organizaciones.
Sin embargo, esto no nos ha de llevar a la conclusión de que hemos transformado, efectivamente, la situación para la mitad de la población que indicamos al inicio. La amplitud de las conquistas y el crecimiento de la movilización en el planeta, tal como ha ocurrido con el MeToo, o con los paros de los últimos 8M, o la de los pañuelos verdes de las argentinas y la otra marea, la del Ni una menos; o Chile, con las protestas de las jóvenes universitarias contra la tolerancia institucional al abuso y al acoso sexual, son un buen síntoma de que el trabajo por transformar continúa y no puede parar porque un sistema de tantos siglos de existencia, no se modifica automáticamente, solo con leyes y movilizaciones por necesarias, pertinentes e imprescindibles que ellas sean.
Todo parece indicar que, como señala Amelia Valcárcel, tenemos una tarea de vastas proporciones y que, con todo y los avances legislativos y las vanguardias con las nuevas agendas, no podemos olvidar que en el mundo siguen existiendo lugares imposibles para la vida de las mujeres en los que a las niñas las casan, las mutilan, las explotan, las violan y las matan y no es solo en África o en India, también en Colombia. Lugares donde leer y escribir, educarse y trabajar, es prohibido para mujeres y niñas. Lugares donde la pobreza, el hambre y los embarazos sucesivos y tempranos hacen corta y difícil la vida de cualquier mujer.
No olvidemos, siguiendo con Amelia Valcárcel, que el feminismo es, ante todo, una teoría de las libertades elementales y que, por tanto, junto con los avances jurídicos, es imperativo seguir cuidando que no te golpeen, no te den menos de comer, no te violen, no te maten. Y enseñando a las nuevas generaciones, que las mujeres son personas con derechos. En esa infatigable tarea, con profunda convicción y compromiso de que hay que insistir, persistir y resistir, llega a sus 30 años de feminismo en Santander, la Fundación Mujer y Futuro, trabajando por la transformación de la vida de las mujeres.
Referencias
FMF. https://mujeryfuturo.org/ https://www.facebook.com/mujeryfuturo/
Heller, Agnes (1988) Los movimientos culturales como vehículo de cambio. Revista Nueva Sociedad (96) 39-49.
Lagarde, Marcela (2003) Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presa s y locas. México: UNAM.
Lamus, Doris (2010) De la subversión a la inclusión: movimientos de mujeres de la segunda ola en Colombia, 1975-2005. Bogotá: ICAH.
Millet, Kate (1995) Política Sexual (Trad. Ana María Bravo) Valencia: Ediciones Cátedra. (Publicación original 1970)
Valcárcel, Amelia (2010) https://www.youtube.com/watch?v=TQDM34iJIeM