Un medley de otoño

1 de mayo de 2015

Hace ya muchos años, la escritora colombiana Elisa Mújica contaba, a propósito de su hacer literario, que se vió obligada a “robar minutos al tiempo que había vendido para sobrevivir”. En efecto, para muchas mujeres como ella, la literatura nunca representó un trabajo estable, con el cual se pudiera construir las condiciones materiales que el acto creativo precisa. Desde otras coordenadas geográficas, temporales y estéticas, Alejandra Pizarnik expresa, en sus diarios, la terrible sensación de haberse dejado “robar su tiempo”. Trabajar es entregar el tiempo. Y la dinámica de robo del tiempo por el trabajo y el robo del tiempo del trabajo por la escritura se vuelve tan absurda como es absurdo el mismo hecho de vivir, dice la poeta. ¿Quién inventó ese decir que describe al trabajo como “ganarse la vida”? Si la vida nos es dada, ¿cómo es que ahora debemos “ganarla”? Y la literatura, ¿será suficiente la economía de las letras vueltas un juego de alquimia para “ganar” el “monopolio” de la vida? Pero hay más, porque todo horizonte suele desbordar a la mirada. 

En este momento en que mi primavera se vuelve otoño, uno color ocre y caliente hasta más no poder, trato de resolver el rompecabezas que la existencia misma me ha regalado. Soy escritora, una que por agorafobia prefiere no hacer públicas la mayoría de sus letras. Soy una mujer sola y solitaria por elección política y por cuestiones de salud mental, por lo tanto dependo de mí. Soy feminista, porque prefiero siempre el club de la pelea y no puedo narrarme nunca, ni a mis sueños, desde un lugar diferente al cuadrilatero, como una forma de deconstruir, permanecer, construir, hacer justicias históricas, crear genealogías poderosas y, claro, apostar que la felicidad y el placer son la mejor venganza. Soy docente, revoltosa y casi vulgar, porque tengo el privilegio de reír con personas que casi siempre son más jóvenes que yo y, para quienes, me esfuerzo en este desafío que supone educar para la “incertidumbre”, en un mundo donde todo parece llegar a su fin. Soy investigadora de la cultura, porque tengo una obsesión por ver las mismas películas, escuchar las mismas canciones y recitar los mismos versos, con el fin de re-hacerlos desde mis propios delirios, pensando que tal vez eso aporte a la lucha que, como narrara La historia sin fin, enfrenta a la Nada con Imaginación. Soy madre, una sobre protectora que trata de construirse junto a su cachorro: el pequeño chihuahua que tiene nombre de super estrella de películas de acción. Soy una enferma crónica, porque mi cerebro decidió un día negarse a volver a amar y no superar el duelo de la muerte, ya que no tiene la valentía para ello, pero tampoco se le da la gana. En suma, soy una mujer privilegiada, porque estoy aquí, escribiendo estas letras, un día como hoy, ya que ayer y antes de ayer y el día antes de ayer fuí, como todos los días, a intentar robar tiempo a un trabajo que me da lo mínimo para sobre-vivir.

Desde mi exilio voluntario en la Tierra Jaguar mi cabeza hierve de preguntas. Para mí es un hecho que el trabajo docente es fundamental hoy. Pero que no se puede realizar como se debe porque las condiciones laborales no están dadas y, desafortunadamente, las personas que estan en mejores lugares para decidir suelen pensar que, como lo piensa Shakira, “uno y uno no siempre son dos”. A eso hay que sumar las demás miserias en medio de las cuales se inventa la sobre-vivencia en el caso de muchas mujeres. El trabajo inmaterial que realizamos, que es fundamental, pero que casi nadie ve y que va desde el trabajo doméstico, el trabajo afectivo, el trabajo de mantener la esperanza, el trabajo de aguantar, de tejer la ropa, de producir artesanía, del traspatio, de la milpa en contextos rurales. El contexto de guerra y militarización donde los recursos de un estado/nación, obsoleto hace ya varios años, se destinan a “vencer militarmente” a una guerrilla a la cual no se puede “vencer militarmente” por su misma naturaleza de guerrilla. Ese mismo contexto donde es una realidad que, por más conservadora, reservada y recatada que seas, no es seguro que regreses a casa y la “casa” tampoco es ahora un espacio seguro. Ese mismo contexto donde o te sumas al cuidado de los comunes (aire, agua, tierra) y generas economías alternas o ya no hay para qué luchar. Ese mismo contexto donde tanto la cría como el enfermo terminal como el abuelo son responsabilidad de la “familia” y sus gastos médicos, por no decir más, salen de su bolsillo. Ese mismo contexto donde, no obstante, quieres hacer familia con una que luce como tú y no te dejan y mucho menos si piensas asumir las tareas de los cuidados adoptando una cría. Ese mismo contexto donde te dicen que “debes estudiar”, pero la educación no es gratuita y mucho menos permite la elección de otras formas de producir y aprehender conocimientos que no necesariamente son parte del canon occidental. Ese contexto donde, para colmo de males, te debes lavar los dientes.

Entonces, ¿para qué seguir? y ¿cómo? Entiendo que desistir, la mayoría de las veces, no es una política feminista, que la transformación no es rápida, ni limpia y que, aunque no me guste para nada, me mantengo en pie de lucha, como todas ustedes, por las que vendrán, pues los años han seguido su curso, he entregado mi tiempo y sólo un milagro me lo devolverá. Y, sin embargo, me pesa tanto todo lo que exige de mí luchar por lo que luchamos todas, se trata de un agotamiento vital. Tal vez sean mis huesos densos o mi sobre peso o ese insomnio que me regala lo más atroz del desespero y la añoranza. Tal vez sea el mismo “sistema”, estructura de estructuras, mundo moderno colonial, que subyuga y explota. Tal vez sea la misma existencia de Dios, el dios de la norma y no el de la liberación, pues ese no ha existido nunca y nunca lo hará. Tal vez simplemente sea el otoño, el mío, el que me hace pensar, al igual que lo hizo la poeta suicida, que trabajar es tan absurdo como vivir, pues ya no existe diferencia. Y, aún de pie, yo también quiero pan y rosas…margaritas sería más de mi gusto. Y, para ello, sigo robando minutos al tiempo que he vendido, pues es la única manera de hackear el código, hacerse a los recursos de producción simbólica, proponer ideologías a través de la literatura como arma e inventar un medley de otoño para mis propios miedos, límites y esperanzas y, al final de los días, volverte a preguntar amiga ¿para qué? y ¿cómo?

Tere Garzón es feminista, escritora e investigadora de nacionalidad colombiana. Doctora en ciencias sociales, trabaja como investigadora en el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, CESMECA, en Chiapas, es miembro del Grupo Latinoamericano de Estudio, Formación y Acción Feminista...