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¿Será de verdad “humanitario” el corredor? No, lo humanitario reside en su nombre, nada más. Esta línea directa que atraviesa el país hacia Venezuela nos lleva a cruzar otro límite que no podemos pasar: la frontera entre lo que es humano y lo que es oportuno.
Esta columna se escribió en colaboración con Natalia Betancourt Andrade1
En los últimos días han comenzado a funcionar los corredores “humanitarios” desde Nariño hasta la frontera colombo- venezolana. La idea fue liderada en un principio por la Facultad de Medicina de la Universidad San Martín y apoyada por iglesias.
Actualmente, es desarrollada por Migración Colombia, el Ministerio de Defensa y coordinada con los mandatarios departamentales y municipales. La acción se basa en que los migrantes venezolanos que quieran volver “voluntariamente” regresen de forma “ordenada” y “segura” a su país. Este corredor parece ser más una trampa en nombre de la solidaridad. Ya que es más una manera rápida de deshacerse de la responsabilidad que tenemos como humanos de darnos la mano cuando el otro lo necesita, justificando que el tiempo de pandemia no permite hacerlo.
Se supone que en cada sitio del corredor deben existir albergues y puntos de control sanitario, así como facilidades para acceder a rutas de transporte para llegar hasta la frontera con Venezuela. El paso fronterizo permite únicamente el retorno diario de 300 personas: una vez se cumple el límite se cierra hasta el otro día. Organizaciones colombo-venezolanas, alcaldías y el gobierno nacional han realizado campañas publicitarias para promover el “retorno voluntario” de los migrantes al país vecino por medio de acciones coordinadas entre las entidades.
Se ha justificado el corredor por el riesgo de sobrecarga del sistema de salud colombiana en tiempos de covid-19 y porque casi el 90 por ciento de la población migrante vive de trabajos informales en el día a día, lo que ha significado que en la actualidad no puedan obtener los recursos necesarios para sobrevivir (vivienda, alimentación, medicamentos) por las medidas de aislamiento obligatorio preventivo. También, lo han argumentado con algunos testimonios de migrantes que manifiestan el deseo de una reunificación familiar y el sentimiento de tener mayor seguridad por el manejo sanitario que ha tenido Venezuela frente a la pandemia (aunque, no creemos que las cifras presentadas por ese país sean transparentes).
Ahora bien, para nosotras este corredor no es “humanitario” porque va en contra de dos principios de la acción humanitaria que creemos fundamentales: la humanidad y la acción sin daño. El primer principio busca incidir sobre la causa de la situación de crisis, el otro sobre sus impactos.
La humanidad busca aliviar el sufrimiento de las personas, reflexionar sobre sus causas para poder erradicarlas. Pero, este corredor solo tiene como objetivo devolver a las personas a su país de nacimiento. El 8 de mayo desde Medellín salió un grupo de 200 migrantes hacia la frontera, una de las mujeres entrevistadas por El Colombiano afirmó que “Nos vamos porque la situación de pandemia nos ha llevado a un caos. No estamos trabajando y no tenemos manera de pagar arriendo y alimentos. Y sí, en Venezuela la situación está dura pero allá está nuestra familia. Si vamos a pasar necesidades, que al menos estemos juntos y si hay algo para comer, así sea una yuca, la compartimos todos”.
La mujer expone bien las causas de su sufrimiento: falta de la estabilidad necesaria para una vida digna. Ella y su familia tienen miedo de dormir en la calle por no poder pagar el arriendo. No pueden pagar el arriendo por no poder encontrar un empleo formal. Tampoco tienen oportunidad de dedicarse a un trabajo informal por la cuarentena. Sin recursos, no pueden alimentarse bien ni acceder a un sistema de salud.
De esto surgen las preguntas: ¿qué necesitarían para aliviar este sufrimiento? La respuesta es sencilla: incidir en los problemas descritos más arriba. ¿Qué respuesta propone el corredor “humanitario”? Nada de esto. Esto lo único que muestra es que el corredor humanitario no plantea influir en las razones que llevan a los migrantes a devolverse, ni tampoco considera el sufrimiento que puede crear el hecho de volver al país del que tuvieron que salir huyendo, solo plantea un interés político y económico que alivia la carga de los mandatarios locales, regionales y nacional.
Además, se puede crear un “embudo migratorio permanente” como lo ha planteado Víctor Bautista, Secretario de Fronteras de Norte de Santander. Esto significa que los departamentos fronterizos con Venezuela pueden terminar con una mayor carga en su sistema de salud, puesto que, ahora, deben atender a su población, así como a los migrantes que llegan desde diferentes partes del país y que no logran cruzar la frontera.
La “Acción sin Daño” es el otro principio que no se respeta aquí: toda acción humanitaria debe evitar exponer a las personas que acompañamos a riesgos adicionales generados por nuestros mismos actos. Por ello, se debe considerar: ¿qué impactos puede traer el corredor a las personas que aceptan devolverse? Primero, durante el tránsito en territorios hay un riesgo en cuanto al acceso a alimento y la seguridad, que se encuentra controlada por grupos armados al margen de la ley, tanto en Colombia como en Venezuela.
Segundo, regresar significa estar en la mira del gobierno venezolano que ha acusado a los migrantes de ser traidores de la patria y puede implicar una represalia social a los retornados. Ya existen denuncias en este sentido, por parte del comisionado de la OEA David Smolansky, por ejemplo. Tercero, se estaría exponiendo a la población a contagiarse al pasar por diversos territorios en donde siguen aumentando los casos. En este contexto, el representante de Acnur en Colombia, Jozef Merkx busca desincentivar los retornos al considerar que puede generar una acción con daño hacía la población migrante. Nosotras también hacemos el mismo llamado.
Finalmente, una de nuestras grandes molestias con esta idea es que ha llevado a un incremento en la xenofobia dentro de las redes sociales. Se ven con más frecuencias comentarios alusivos a que la población venezolana no tiene derecho a estar en el país y que por eso deberían devolverlos todos a su casa en Venezuela. El corredor “humanitario” no es humanitario sino se disfraza de una imagen bondadosa. Más bien, terminó siendo el proyecto perfecto para diferenciar unos humanos de otros, siendo los venezolanos aquellos humanos no deseados. Esta línea directa hacia la frontera nos lleva a cruzar otro límite que no podemos pasar: la frontera de lo que es humano, lo que significa darnos la mano cuando más lo necesitamos.
Nos gusta recordar que los dos principios que defendemos se encuentran también en del juramento hipocrático que todos los médicos prestan. Al igual que no se puede imaginar que su médico le aconseje que corra un maratón para curar su pierna rota, no imaginamos un mundo en el que se incentive el viaje de retorno a Venezuela en nombre del bienestar de los migrantes cuando no hay bienestar al volver.