48 horas antes de la reapertura de frontera anunciada por el Gobierno colombiano, los dos kilómetros anteriores al puente internacional Simón Bolívar que conectan al Estado Táchira con Villa del Rosario, Norte de Santander, estaban impecables, con cientos de personas trabajando a tiempo completo. Pintaron las líneas de la carretera, acomodaron las vallas que dividían el tránsito de personas, colocaron las más bonitas a la vista de todos.

Todo debía estar listo para un evento tan importante. 

Eran las 5:30 de la mañana del lunes 26 de septiembre y el tema del día era la reapertura, por fin había llegado y, con ella, la esperanza de miles de familias que esperan mejorar sus condiciones de vida. Eran las 8:00 de la mañana, hacía 28 grados centígrados según el muy confiable servicio meteorológico del celular y un cielo azul advertía un calor insoportable durante el resto del día. 

1,5 kilómetros antes del puente Simón Bolívar se podían ver camionetas del Ejército, policías casi en cada esquina y drones sobrevolando la zona. No podían dejar al azar la seguridad del sector, aún más cuando se trata quizá de uno de los corregimientos más azotados por la violencia, la ilegalidad y la guerra de Norte de Santander, La Parada.

Sorpresa fue avanzar 500 metros más y ver que aumentaba la presencia de la Fuerza Pública. Esta vez no saltaban a la vista los trocheros que persiguen los carros con el fin de asegurar un cliente que pague para que sean ellos quienes lleven su equipaje hasta territorio venezolano. Poco tráfico. Nada de ventas ambulantes, no había vendedores de fruta, extrañaba el sonido ensordecedor de los puestos de venta de comida, piezas tecnológicas y hasta pizzerías móviles. Todo estaba extrañamente recogido. Se sentía una paz llena de tensión, como si algo estuviera a punto de estallar. 

Había visto una agenda rondando por redes sociales de manera informal sobre el evento. Allí se establecía que habría un acto protocolario desde las 9:00 de la mañana y que a las 11:00 de la mañana prácticamente todos estaríamos disfrutando del paso peatonal por el mismo puente, gozando de lo que hace algunos años fue arrebatado y que el evento prometía devolvernos: libertad de tránsito.

Mientras avanzaba hacia el puente, por mi cabeza sólo daba vueltas una pregunta: ¿una reapertura que le apuesta al cambio? El presidente Gustavo Petro, según diferentes medios, no había programado visita para este evento, pero a última hora se confirmó la presencia del mismo. Pasaban las horas y no llegaba el mandatario; sabemos ya que la puntualidad no es algo que lo caracterice.

Allí, en el lado colombiano, se sentía un aire de esperanza, pero también de impaciencia pues, aunque suene raro, todas estas personas que viven del comercio informal y de la venta ambulante de productos estaban en riesgo de no tener el dinero suficiente para su alimento diario y mucho menos para pagar la habitación. Una situación bastante apremiante ya que, ante el acto protocolario, no pudieron salir a trabajar. Por otro lado, se encontraban cientos de personas refugiándose del sol debajo de los árboles con sus maletas esperando su turno para poder pasar por el puente hacia su país, Venezuela. 

10:00 de la mañana, 31 grados centígrados, el calor apremiaba y los vendedores de helados y productos líquidos eran quienes aprovechaban esta situación, pero nada pasaba. Se hablaba ya de la presencia de algunos políticos locales en el puente. La gente necesitaba pasar y entonces comencé a escuchar a las personas diciendo: “Toca pasar por la trocha, no podemos esperar más”.

Buscaban a uno de los trocheros y con una habilidad envidiable este ya tenía las maletas de las personas en su hombro y emprendían su camino hacia alguna de las 140 trochas o pasos fronterizos ilegales presentes solo en esta zona de la frontera.

Me parecía muy gracioso pensar en que quizá el 26 de septiembre de 2022 sería uno de los días con más movimientos ilegales en las trochas que conectan a Colombia con Venezuela. ¿Cuántas personas en realidad estaban pasando por la trocha? ¿Cuánta mercancía estaban aprovechando para pasar antes de que toque declarar todo en los puntos aduaneros? Como ha sido costumbre, me imaginaba a los comerciantes y sus trabajadores trabajando el fin de semana a toda máquina y llenando camiones muy cerca a la cárcel modelo de Cúcuta y despachando sus cargamentos hacia territorio venezolano por la trocha ubicada en la zona; todo antes del 26, porque las ganancias podrían reducirse ante la legalidad en el intercambio comercial.

10:30 de la mañana. Aún no llegaba nadie. Algunos medios de comunicación estaban cubriendo lo que ocurría en pleno puente, pero alrededor todos nos entreteníamos con las arengas que gritaba un grupo de personas con banderas del Pacto Histórico: “Petro le cumplió a la frontera”. Dichosos, comentaban que era un logro que ni Duque ni Santos pudieron hacer realidad, mientras otras personas reclamaban con disgusto su apoyo a un presidente que, según sectores de oposición, al parecer apoya la dictadura del presidente Nicolás Maduro y que, por ende, Colombia seguiría su camino. Discusiones muy comunes por estos días.

Aunque la reapertura pueda significar una mejoría sustancial en la vida de cientos de miles de personas, no deja de verse, para muchos, como un acto de complicidad con un régimen que ha ocasionado la migración de más de 6 millones de venezolanos.  

A las 11:00 de la mañana la zona se llenó aún más de policías. “Llegó Petro”, decían algunas personas y mientras la Policía acomodaba a los espectadores que se hacían en la mitad de la carretera para ver quién era el que llegaba. Por lo menos cuatro camionetas fuertemente escoltadas pasaban por detrás del Centro Nacional de Atención Fronteriza (Cenaf), muy cerca de un camino habilitado solo para que ejecutivos, comerciantes reconocidos y políticos locales (que parecen más celebridades y/o influencers) hicieran su recorrido hasta las inmediaciones del puente donde se desarrollaría el acto protocolario.

Llegó Gustavo Petro con el ministro de relaciones exteriores, Álvaro Leyva, y el embajador de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti como acompañantes, allí, en el Cenaf, Petro dio una rueda de prensa y se dirigió en una breve caminata al puente Simón Bolívar donde hacían presencia el ministro de transporte de Venezuela, Ramón Celestino y el gobernador del Estado Táchira, Fredy Bernal, que fueron saludados por el mandatario colombiano con una rosa blanca como gesto de reconciliación que busca la construcción y establecimiento de una frontera en paz. 

En la mitad del puente entre los dos países se hizo historia y se dio fin a una era.

Había emoción, algarabía y seguían cantándose algunas arengas que aprobaban el acto, el puente estaba atiborrado de gente y con más de dos horas de espera, las dos delegaciones conversaron lo que ya nuestros oídos no pudieron escuchar. Era más de mediodía, casi todos estaban de blanco, posaron para la foto y mediante un apretón de manos se dio paso al evento más importante del día y que oficializaba la apertura parcial de la frontera entre dos países.

La Guardia Nacional de Venezuela entonó con esmero el himno nacional de Colombia, después el de Venezuela y comenzó el paso lento del primer camión del lado venezolano hacia territorio colombiano, verde oscuro, de placas A90AC9G de Táchira que llevaba dos rollos de no sé cuántas toneladas de aluminio o un material parecido.

La gente aplaudía: “¡Por fin, por fin!”, decían algunos mientras una señora con su carrucha (elemento para transportar equipaje) afirmaba que la frontera nunca se cerró y que el paso de camiones de Colombia hacia Venezuela ya era hace tiempo una práctica conocida. No me atreví a preguntar al respecto. 

Después del júbilo por la llegada del cargamento venezolano, arrancó su camino hacia San Antonio del Táchira un camión color blanco de placas SKJ800 perteneciente a Transportadoras Condor S.A. cuya carga desconozco. Este fue despedido con mucho orgullo y recibido en el puente por las delegaciones de Colombia y Venezuela. Todo era sonrisas y esperanza. Era inevitable contagiarse de tanta emoción y, sin esperar más, las delegaciones acordaron trabajo conjunto y la reactivación económica. Se retiraron ambas partes del puente y en los dos lados proseguirían con el intercambio comercial de los camiones que estaban esperando en cada lado de la frontera. En el lado colombiano esperaban por lo menos seis camiones más. 

Me senté sobre un andén a esperar la apertura del paso peatonal. Abrí una botella de agua y mientras trataba de organizar en una libreta todos los apuntes sobre lo que había observado, concluí que este es solo el primer paso y que, al igual que la paz, no podía pretender que hoy entonces ya todo volvería a ser como hace 10 años y que mañana todos ya verían regalías y ganancias de un intercambio comercial y una reactivación económica entre dos países hermanos.

Lo de hoy sigue siendo histórico. Y aunque todavía quedan muchas preguntas por hacer y muchas más por responder, estamos en el momento preciso para comprometernos desde nuestro papel en la sociedad para garantizar que algo como lo de hace siete años no vuelva a ocurrir y que ninguna línea imaginaria vuelva a separar dos naciones maravillosas.  

Terminé de tomarme la botella de agua, guardé mi libreta y escuché un ruido que cada vez se hacía más intenso. Abrí los ojos de manera intempestiva. Eran las 5:30 de la mañana del 26 de septiembre, me alisté, desayuné con tequeños (comida típica venezolana) de queso y un vaso de café, alisté mi bolso y me dispuse a ser testigo ocular de lo ya relatado en esta historia, a ver una clase magistral de cómo se restablecen relaciones con un país que merece, al igual que Colombia, vivir en paz. 

Es el coordinador reginal Cúcuta y Venezuela del proyecto Construyendo Fronteras Solidarias. Estudió derecho y una especialización en derecho laboral y seguridad social.