Esta columna fue escrita en coautoría con Tom Long, Profesor del Departamento de Estudios Políticos e Internacionales, Universidad de Warwick – Twitter: @tomlongphd.

Sin duda, la llegada de Gustavo Petro a la Presidencia ha abierto nuevos debates alrededor de la política exterior colombiana. En poco menos de tres meses de gobierno se han planteado cambios profundos en temas que van desde cooperación militar y política antidrogas hasta medio ambiente y migración. A priori, estos parecen demostrar el interés de la administración colombiana en desmarcarse del alineamiento de décadas con los Estados Unidos, bajo la Doctrina del Respice Polum. El significado de estas transiciones, tanto para la posición de Colombia en el mundo como en sus relaciones con Estados Unidos, otros estados y demás actores internacionales, se convierte en un tema de reflexión urgente.

Un primer paso en este propósito es entender el carácter que la política exterior colombiana ha tomado en su pasado reciente. En un nuevo artículo académico argumentamos que, durante las últimas décadas, esta ha estado enfocada en posicionar al país como un “buen miembro” del llamado “orden internacional liberal” liderado por Estados Unidos. Además de mantener su alineamiento con Washington, los gobernantes colombianos han desplegado cursos de acción con el fin de enfatizar que sus valores se compaginan con los de este orden.

A través de una metáfora dramatúrgica, hemos identificado cómo los tomadores de decisiones en Estados Unidos y Europa se consolidaron como la audiencia de mayor interés para los gobernantes colombianos en las últimas décadas. También nos enfocamos en el surgimiento de un guion compartido – un discurso constante basado en la consolidación de un orden liberal – y un escenario para dicha actuación – el entorno global. Esa performatividad fue especialmente importante para mejorar la imagen del país en medio de la asociación, frecuente a nivel internacional, con temas de violencia y narcotráfico. Además, también influyó en cómo los políticos y diplomáticos colombianos se relacionaban con sus pares internacionales. Dicho de otra forma, el deseo de volver a ser un “buen miembro” de la comunidad internacional liberal, luego de un periodo de marcado ostracismo, afectó la definición de los intereses nacionales.

Este anhelo ha estado presente hasta hoy en dos temas de gran relevancia para la política exterior colombiana. Por una parte, en temas de cooperación contra el tráfico de drogas, especialmente en el marco del Plan Colombia, varias administraciones buscaron posicionar al país no solo como un receptor pasivo de ayuda financiera o técnica, sino como un estandarte de los valores liberales en la región. De hecho, desde la presidencia de Pastrana hasta la de Duque, pasando por los periodos de Uribe y Santos, se avanzó en consolidar un imaginario de Colombia como un Estado no solo respetuoso, sino promotor de los valores liberales a escala internacional. Estas actuaciones, imbuidas de actos escenográficos y narrativos que van desde participaciones de funcionarios estadounidenses en actos culturales en Colombia o discursos coreografiados ante la Asamblea general de la ONU, estuvieron orientadas a romper con el estigma que recaía sobre el país.

Por otra parte, la respuesta a la migración desde Venezuela también ha servido en el proyecto de posicionar a Colombia como un buen miembro del orden liberal. La idea de una respuesta generosa a las personas provenientes del vecino país se ha ratificado como un ejemplo internacional, por lo menos en la retentiva de organizaciones y gobiernos que defienden la consolidación de un orden liberal. Mientras tanto, desde el final del Gobierno Santos y durante todo el Gobierno Duque, esta política también sirvió como un mecanismo para presentar a Colombia frente al mundo como un país responsable y generoso frente a un Gobierno iliberal y autocrático, como el de Nicolás Maduro en Venezuela. En últimas, la producción y acentuación de esta diferencia también cuenta con un elemento performativo, orientado a posicionar al país frente a la comunidad internacional.

Ante los cambios propuestos por la administración Petro, la pregunta que surge es hasta qué punto esto implica salirse del guion. Hoy, Colombia se encuentra delante de un escenario internacional cambiante. Si bien es cierto que muchos Gobiernos le apuestan a ser “buenos miembros” del orden liberal, los incentivos para seguir por esta senda se están transformando. Por un lado, otras audiencias, compuestas por actores diferentes a aquellos cercanos al ideal liberal han ganado en importancia. Por el otro, los beneficios materiales y reputacionales de seguir este camino son cada vez más inciertos.

Mientras que el liderazgo de Estados Unidos y las potencias europeas está siendo contestado por otros actores de primer orden, en la región suramericana existen hoy perspectivas de cooperación que buscan desmarcarse, por lo menos nominalmente, de una estructura rígida que mire a Estados Unidos como socio exclusivo. Desde Colombia, la discusión sobre política antidrogas y los cambios en materia de migración y movilidad humana serán dos temas centrales, en los que, por seguro, el Gobierno Petro desplegará un elemento performativo, como parte de su estrategia para posicionar al país en el escenario internacional. De la forma como se haga dependerá el prestigio del país en este cambiante escenario de actuación internacional.

Es investigador doctoral en la Universidad de Warwick. Sus áreas de interés son migración y movilidad humana, estudios críticos de la seguridad y gobernanza global.