Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
El hambre ha sido un mecanismo de control por parte del chavismo, tan eficiente como el temor de la población a ser víctima de los “colectivos” o la Faes. El esquema que lo hace posible se prepara para unas eventuales elecciones parlamentarias.
A mediados del año 2017, cuando los venezolanos protagonizamos por 4 meses un ciclo intenso de protestas, podíamos fabular cómo se sentían los que en Europa, a mediados del siglo XX bajo gobiernos autoritarios, sintonizaban la BBC hambrientos de noticias alentadoras. Salíamos a protestar para regresar a casa a buscar novedades en redes sociales sobre lo que ocurría en los otros estados del país, ante el férreo control de lo que se circulaba por radio y televisión.
Ese 20 de abril no fue diferente. Luego de otro día de protestas twitter nos decía, cuando comenzaban a languidecer los rayos de sol caribeño, que diferentes sectores populares del país también habían salido a la calle. Bajo el amparo de la noche las protestas se incrementaron.
En el caso de Caracas los trinos informaban que Coche y El Valle, dos tradicionales bastiones oficialistas, quemaban cauchos y se enfrentaban a la Guardia Nacional. Videos comenzaron a mostrar imágenes, literalmente bajo fuego, de estas dos parroquias del único municipio de la ciudad de Caracas, Libertador, que ha sido el epicentro de todos los mecanismos de control territorial impuestos por el chavismo desde 1999. Si a usted le suena “Chacao” o “Altamira”: Están en municipios vecinos.
Aquella noche los enfrentamientos en los barrios caraqueños fueron tan intensos que 9 personas perdieron la vida en saqueos, 1 falleció por la inhalación de gases lacrimógenos y 3 fueron asesinadas por impactos de bala, mientras que el portal Runrunes aseguraba que 5 personas más debían incluirse entre quienes perdieron la vida. Mientras aquello ocurría, la parroquia San Pedro – vecina a Coche y El Valle y donde habito- era tomada por motociclistas enmascarados, armados, con el objetivo que las protestas no se viralizaran al resto de los sectores de Libertador.
Desde mi segundo piso tenía una vista privilegiada de quienes habían ocupado mi cuadra. Algunos vecinos se habían concentrado con pitos y banderas, a esa hora, en una avenida cercana. En ese momento pudimos observar que quien fungía como coordinadora de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap), un programa estatal para distribuir alimentos a precio regulado, se acercaba a los motorizados. Y lista en mano, comenzó a señalar apartamentos donde habitaban quienes estaban en ese momento en la protesta.
El silencio sepulcral fue cortado de cuajo por sus gritos al resto: ¿“Ya no van a gritar más? ¿Por qué no bajan? ¿Están cagados?” -noches antes los apartamentos se habían unido a un cacerolazo, repitiendo el grito de moda durante la jornada: “Maduro Cdmt”-. Durante dos larguísimas horas los encapuchados estuvieron estacionados frente los edificios, como si esperaran a alguien, hasta que recibieron una llamada telefónica y se fueron. Hasta el día de hoy sigo diciéndome que quienes estaban caceroleando en la avenida fueron advertidos por sus propios vecinos para que no regresaran.
Esta fue una de la serie de situaciones que fui testigo, como vecino, y que fueron denunciadas en el Ministerio Público el 12 de junio de 2017, cuando aún no se había apagado el corto verano en que la Fiscalía venezolana se colocó del lado de las víctimas y la democracia, que empezó el 31 de marzo de ese año y finalizó el 5 de agosto, cuando la Asamblea Constituyente destituye a Luisa Ortega Díaz.
En la denuncia, hecha de manera oral y por escrito, describí los mecanismos de control territorial que los adeptos al oficialismo habían implementado en la zona donde vivía -un sector de clase media venido a menos, al lado del campus de la Universidad Central de Venezuela, la principal institución superior pública del país- y que eran usados tanto para la persecución como para la discriminación por razones políticas.
El más reciente y efectivo, en medio de la crisis económica, eran precisamente los Clap, que habían realizado un minucioso censo para distribuir las bolsas de alimentos a precios regulados, y que habían dividido la parroquia en cuadrículas, cada una coordinada por una persona que no escatimaba en evidenciar sus muestras de fidelidad al partido oficial, el Psuv. En la época de las “vacas gordas”, entre los años 2005 al 2010, pertenecer a alguna de las organizaciones del llamado “poder popular” era recompensado con incentivos materiales que iban desde un salario en un ministerio, un apartamento de la Misión Vivienda, el acceso a un carro iraní o que alguno de los familiares recibiera una beca para estudiar o viajar al exterior.
Cuando los precios internacionales del petróleo y el gas se desplomaron, y con ellos la capacidad clientelar estatal, los mejores alicientes desaparecieron, por lo menos para los militantes de base, pero en su lugar quedaron el acceso y control a las llamadas Cajas Clap, a medias con productos de Empresas Polar y alimentos importados de dudosa calidad, que eran atesorados en el mercado negro cuando la escasez vació los anaqueles del país.
Esa noche de 2017 no había sido la única en que la cuadra había sido visitada por los motorizados del chavismo, conocidos como “colectivos”. Al comenzar mayo de 2004, cuando faltaban horas para que el CNE anunciara que daba como válidas las firmas recogidas para la realización de un referendo revocatorio contra el presidente, un cierre de las vías públicas fue disuelto por una docena de motorizados que hicieron disparos al aire, desbandando a los manifestantes. Como pude observar ese día, algunos de los “parrilleros” de las motos eran menores de edad, incluso alguno de unos 12 años.
Al día siguiente, al comprar el periódico en el kiosco de la esquina, escuchaba las risas de quienes se burlaban de cómo los “escuálidos” habían corrido como “gallinas”. En ese momento quienes delataban a los vecinos, en una precuela tropicalizada del film alemán que vendría dos años después, “La vida de los otros”, se organizaban bajo la figura de “Círculos Bolivarianos”.
Los vecinos tardaron 10 años en perder aquel miedo que se les había metido en los huesos, y algunos salieron en las protestas del año 2014, donde recobraron la confianza para salir en manadas a las movilizaciones que ocurrieron tres años después, en el 2017. Por lo menos hasta el 12 de junio. Cuando la rebelión ciudadana fue extinguida a sangre y fuego (más de 140 muertos y 5.000 detenidos, con 78 protestas promedio al día en todo el país) quienes no aguantaban más se fueron caminando del país.
Algunos de mis vecinos, los que se quedaron, se metieron su orgullo en el bolsillo y comenzaron a participar en las reuniones del Clap para recibir su bolsa de comida, pues su salario o jubilación, equivalentes a 8 dólares al mes, ni siquiera alcanzaban para comprar la Harina Pan suficiente para cocinar arepas durante una semana. Por lo menos en mi cuadra, el miedo a perder el acceso a la bolsa de comida, el día que llegue, es tan efectivo como mecanismo de control como la posibilidad de ser abordado por un motorizado armado.
Todo lo anterior lo recordé al leer el reciente boletín 206 del Psuv, donde la orgánica roja se prepara para las elecciones parlamentarias: “(…) El partido lleva años estableciendo la Redes de Acción y Articulación Sociopolíticas (las Raas) y las Unidades de Batalla Bolivar Chávez (Ubch). Siendo las Raass un modelo de unidad y organización superior creada por el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) para enfrentar con mayor eficacia la constante amenaza imperialista en contra de nuestro pueblo.
En ese sentido, las Raas tienen una estructura de tejido social que permite alcanzar niveles superiores de unidad y organización para la defensa integral de la nación”. Además: “tenemos que completar con las 14 mil 381 Ubch, con los 47 mil 770 jefes y jefas de comunidad, con los 278 mil 655 jefes y jefas de calles; tenemos que completar todo el electorado venezolano para llegarle con nuestro mensaje, con nuestra palabra”. En Venezuela no seremos tan eficientes como lo fueron en Alemania Oriental, con la Stasi y las redes de información, pero que no se diga que no estamos haciendo el esfuerzo.
Foto cortesía: Transparencia Venezuela