Todavía recuerdo como celebraba en el colegio el famoso 12 de octubre: Día de la Raza o el Día del descubriendo de América. Siempre era una oportunidad para disfrazarme de india, pues era del grupo de niñas que por los rasgos físicos y el color de la piel encajaba en este personaje. Me ponía el taparrabo, la corona de plumas y golpeaba suavemente la boca mientras emitía un sonido con la vocal “O” que me hacía sentir que estaba hablando en otro idioma para comunicarme. Otras de mis compañeras, las blancas, se vestían de españoles, fruncían el ceño, se pintaban bigotes, usaban botas de cuero, caminaban de manera elegante y hablaban fuerte y claro, en un tono imponente.

Y así, año a año, entre distintas obras de teatro, nos daban a conocer la historia del descubrimiento de América, una historia contada desde una sola mirada, en este caso, la de los opresores. Una mirada ajena, colonizadora, violenta. Una mirada en donde mis rasgos indígenas eran maltratados, menospreciados, golpeados, pues se hablaba de personas salvajes, poco civilizadas, sin educación ni modales. Personas que debían ser amaestradas, amoldadas a la nueva cultura, esa cultura “buena”, “aceptada”, una cultura “mejor”, una cultura que no era nuestra.

Con esta única historia del día de la raza o del descubrimiento de América crecí, creando en mi cabeza la historia de un país y de un continente que se avergüenza de sus orígenes, que glorifica lo de afuera y que poco cuestiona esta historia que está llena de dolor, muerte y sufrimiento. Por muchos años también me avergoncé de mis rasgos indígenas, también quise vivir fuera de Colombia y aparentar ser de otro país, por muchos años celebré que la cultura europea nos haya “salvado” y haya dejado sus raíces en Colombia para “mejorar la raza”. 

Hoy, al conocer y cuestionar esta historia, me avergüenzo no de mis raíces indígenas, sino de haber celebrado la invasión, la explotación, la esclavización, la imposición, la opresión, la deshumanización, el genocidio y el sometimiento. Me avergüenzo de no haberme cuestionado antes, de haber sido cómplice al repetir una historia que no me representaba.

De la misma manera, hablar del día de la raza es hablar de “raza”, palabra que fue creada y utilizada para separarnos a los seres humanos, para dividirnos y así avalar la opresión de unos grupos sobre otros. Las razas entre personas no existen, distintos estudios realizados por corrientes antropológicas durante los años 50 y 60 debido al estudio de la genética humana demuestran que las razas no existen de manera biológica, tal como lo expresa José Marín González, doctor en Antropología de la Universidad La Sorbonne de París “Las razas no existen, ni biológicamente ni científicamente. Los hombres por su origen común, pertenecen al mismo repertorio genético. Las variaciones que podemos constatar no son el resultado de genes diferentes. Si de “razas” se tratara, hay una sola “raza”: la humana.

Parece que en este tema todavía hay mucho por preguntaron, mucho por aprender y sobre todo desaprender. Falta mucho para darnos cuenta que no existen grupos de personas mejores que otros, que el color de la piel, el acento o el lugar geográfico donde vivimos no nos puede hacer mejor o peores seres humanos y que las diferencias que nos separan están únicamente en nuestras cabezas. Pero, sobre todo, nos falta mucho para reconocer nuestro origen, nuestras raíces, el valor del conocimiento ancestral y la deuda que tenemos con las distintas comunidades étnica de la región.

Hacer que el camino por valorar la diversidad cultural se pueda transitar más rápido es responsabilidad de todas las personas y un paso importante puede ser cambiar el Día de la Raza o el Día del descubriendo de América por el Día de la Diversidad Cultural, por el día del reconocimiento de las distintas cosmovisiones y celebrar las diferentes culturas, tradiciones y costumbres que componen la región.

Que hoy sea un día para cuestionar la historia, para acercarnos a las culturas que no conocemos, para preguntar, indagar y sentir orgullo de nuestra raíces indígenas y afro y de todo su aporte a la construcción de un país multicultural. 

Es la cofundadora de Nuestro Flow. Estudió diseño industrial en la Pontificia Universidad Javeriana y una maestría en diseño en la Universidad de Palermo. Su área de intéres principal es el diseño de proyectos enfocados en problemáticas sociales como la discriminación y la desigualdad de género.