Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
No puede ser que el privilegio blanco le siga indicando un solo camino a la gente negra y, con ello, reserve los mejores empleos y asegure el ascenso social para sí.
El 21 de marzo se conmemoró el Día internacional contra el racismo y la discriminación racial. En ésta fatídica fecha se recuerda la masacre de Sharpeville, Sudáfrica, que ocurrió en medio de una marcha de las comunidades negras que exigian sus derechos en ese país partido en pedazos por la segregación racial. La policía abrió fuego contra los manifestantes y dejó a muchos muertos, dentro de los cuales había muchos niños. Así que el 21 de marzo honra a esos pequeños que no cumplieron sus sueños debido a la brutalidad policial.
En el país de Nelson y Winnie Mandela, el régimen del Apartheid no fue otra cosa que la expresión más brutal del privilegio blanco.
Ese infanticidio perpetrado por la minoria blanca sudafricana pasó a la historia como un punto de quiebre donde esa sociedad ya no podía perder más. Se les llevaron el miedo y, con ello, las comunidades negras estaban dispuestas incluso perder la vida en su empeño por conseguir una sociedad igualitaria.
En Cali, en esa fecha, se desarrolló un interesante foro liderado por Bienestar Social del municipio. Representantes de Estados Unidos, Ecuador, y de la comunidad negra colombiana debatieron los pormenores de la agenda antirracista de diversos puntos geográficos.
Ahí hablé de etnoeducación: un mandato por los estudios afrocolombianos en la educación básica, así como los desarrollos normativos que se han desplegado para instituir un país multiétnico, pluricultural y multirracial que establece la constitución.
También señalé que el Estado tiene la obligación de difundir un plan de implementación de la ley contra el racismo para promover mejores prácticas escolares que hagan de la escuela un laboratorio exitoso de convivencia social.
Dentro de todo lo interesante que aconteció en el foro, quiero destacar una dinámica realizada por Aurora Vergara, profesora de la universidad Icesi. Ella preguntó a los jóvenes y adolescentes qué querían ser cuando grandes. Al unísono se sintieron identificados con ser futbolistas.
Esta respuesta por parte de chicos y chicas que pertenecen a la comunidad de Aguablanca, una zona deprimida en Cali, merece que las autoridades competentes presten toda su atención, porque aquellos jóvenes que no encuentren futuro en el fútbol tendrán proyectos de vida frustrados.
Me puse a pensar en las opciones que tienen esos jovencitos que los lleva a elegir sólo el fútbol como opción de vida. Probablemente es la representación más exitosa que tienen del mundo afro. Quizás soñar con ingresar a las grandes ligas futboleras sea el campo que ha mostrado mayor apertura y, por esa razón, los chicos ven que es relativamente fácil llegar a ese deporte.
Pero también esta reflexión con la lengua suelta permite que pensemos en el papel de la escuela ante esos imaginarios reducidos y limitados que crean estereotipos ante el proyecto de vida de los más jóvenes.
Recordé que en la encuesta sorbe racismo realizada en Bogotá en el 2010, los docentes explicaban cómo ingresaban a los niños negros a los clubes deportivos escolares sin explorar las competencias reales de estos sujetos.
Daban por hecho que, al ser negros, venían con una “dotación natural” para este deporte y el resto de saberes escolares quedaban en suspenso ante la necesidad de mostrar a ese grupo como el referente deportivo de la escuela.
Imaginé a muchos niños que pueden ser buenos en matemáticas, ciencias, política, química u otro saber escolar, pero terminan en las áreas de danza, música o teatro, porque el privilegio blanco que se reproduce en la escuela encasilla a estos estudiantes a que sean únicamente deportistas o bailarines.
Mientras Aurora hacía el ejercicio, pensé en una anécdota de cuando llegué a Bogotá. Fui con otras lideresas a pedir un cupo para un niño que llegó a la ciudad en situación de desplazamiento. Nos recibió un rector de la localidad de Kennedy, muy entusiasmado por servir para el ingreso del chico a su institución. En medio de la entrevista, llegó el profesor de educación física y al darse cuenta de la solicitud del cupo, su alegría creció exponencialmente. ¿La razón de ese jubilo? Le faltaba un volante para el equipo de fútbol.
Mi reacción fue preguntarle: ¿profe, qué te hace pensar que el niño es bueno para el fútbol? y el docente me respondió con determinación: ¿no ve que es negro?.
Me vino a la cabeza que conozco a muchos profesores negros de educación física y entonces las respuestas a la pregunta de por qué muchos adolescentes de Agua Blanca quieren ser futbolistas resuena en mi cabeza.
Evoque la etapa en la que mi hija, una chica negra nacida en Bogotá, fue personera de su colegio, justo porque hicimos valer su liderazgo estudiantil y seguramente con la anuencia de muchos docentes, nuestros chicos ganarían la partida de la visibilidad juvenil.
Por cierto, las campañas escolares para personeros no tienen nada que envidiarle a las que se desarrollan para la política nacional. Se hacen agendas programáticas, se construyen acuerdos con distintos sectores, se prometen cosas que realmente ni el más “pupi” de los colegios lograría cumplir.
No puede ser que el privilegio blanco le siga indicando un solo camino a la gente negra y, con ello, reserve los mejores empleos y asegure el ascenso social para sí.
Soltando la lengua, denunciando al racismo, es donde Colombia tiene la oportunidad de transformar los usos sociales de imágenes que asocia esta comunidad exclusivamente a ciertos roles en la sociedad y creo que el evento logró ese cometido.
Y en épocas de contienda política no escucho a ningún candidato comprometiendo una agenda frente al avance de los derechos de las comunidades negras, menos con esta infancia que ojalá cumpla sus sueños en el país del sagrado corazón de Jesús.
Finalmente veo con toda potencia un entramado de trabajos sobre la infancia de la negritud que espera con ansias pedagogías racialmente posicionadas ante el estudio de la violencia basada en el color de la piel.