Vuelve y juega. Los jóvenes de la ciudad de Quibdó claman protección al Gobierno nacional porque los están matando, y la respuesta del presidente Iván Duque consiste en mandar escuadrones del ejército especializado para que inunden con más armas las calles, las trochas y los cielos de la ciudad. 

La violencia que vivimos en Quibdó y que se ha empeñado en arrebatarle la vida a más de 600 niñas, niños, adolescentes y jóvenes en los últimos seis años es una violencia que ha logrado incrustarse en los hilos más profundos del tejido social.

En la investigación que llevamos a cabo desde Asinch y la Universidad Tecnológica del Chocó para la Comisión de la Verdad en 2021, encontramos en primer lugar que la mayoría de los jóvenes y adolescentes que hacen parte del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes son víctimas del desplazamiento forzado y carecieron de una red de cuidado y protección; y en segundo lugar, que varios de ellos crecieron en medio de las bandas delincuenciales porque sus padres, tíos y hermanos hacían parte de ellas.

Muchos de estos jóvenes ya son padres y pagan los pañales, la ropa y la alimentación de sus hijos con los honorarios que aún, estando privados de la libertad, siguen recibiendo por estar en la nómina de las empresas delincuenciales. Empresas que tienen a su vez vínculos con estructuras mucho más poderosas que trascienden el contexto regional.

Estamos entonces frente a la emergencia de una tercera generación cuya vida social se circunscribe en las lógicas de la marginalidad de la ley. Los niños, adolescentes y jóvenes en Quibdó no son más que un instrumento. Se aprovechan de su condición de desarraigo, de su hambre, de su niñez, de su desamparo y su ingenuidad, para convertirlos desde muy pequeños en piezas de ejércitos clandestinos capaces de robar, torturar, matar y desmembrar a otro ser humano. Para mantenerse a salvo, deben pasar por crueles rituales de paso en los que el propósito es la deshumanización. Estamos hablando de cientos de niños y adolescentes al servicio de la delincuencia y protegidos por ella; porque allí encuentran seguridad, comida, vínculos, una identidad y, aunque parezca paradójico, hasta un entorno de reconocimiento y afecto.

La militarización de la ciudad claramente no es la respuesta. Puede ser visto como una respuesta para un Gobierno que poco ha cuidado a la infancia en los contextos de conflicto de los territorios, pero no lo es. La respuesta que necesita la ciudad es estructural. ¡Y a la vez es urgente! Quienes trabajamos desde la educación, la cultura y el deporte sabemos de su poder para retornar la humanidad y la empatía a las y los niños, niñas, adolescentes y jóvenes que han estado inmersos en estos contextos tan hostiles y desesperanzadores. Sabemos del poder de las artes para construir nuevas narrativas, construir escenarios comunitarios que permitan remendar los vínculos e ir sanando poco a poco tanto dolor.

¿Cómo puede ser que después de tantos años de conflicto, no hayamos aprendido que la militarización no puede ser la principal respuesta? No lo es, porque profundiza los dolores y no permite comprender las cuestiones estructurales del conflicto y mucho menos las lógicas desde dónde opera, poniendo en riesgo a las y los más vulnerables.

Desmontar la violencia en los territorios y en las ciudades víctimas del desplazamiento forzado, pasa por desmontar la colonialidad con sus lógicas racistas y el patriarcado con los mandatos tóxicos de la masculinidad. Pasa por desmontar el antropocentrismo que daña la vida con políticas como glifosato, fracking y proyectos de extracción en los territorios; y pasa por desmontar el adultocentrismo al que no le importan las infancias ni entiende desde dónde cuidarlas.

Los ejércitos han sido históricamente colonizadores, patriarcales, antropocéntricos y adultocéntricos; tristemente han encarnado las cuatro lógicas y desmontarlas será un ejercicio para rato. Por esto, tratar de cuidar desde la militarización nos trae más miedo, zozobra y confusión.

Urge de manera inmediata una acción del Estado y sus instituciones que opere desde verdaderas lógicas de cuidado y protección de la vida. Nuevas lógicas para fortalecer por ejemplo los procesos de cientos de héroes invisibles que en cada barrio de Quibdó en este mismo momento convierten las calles en escenarios de rondas, danza, música, teatro, futbol… son ellas y ellos -créanme que lo son- quienes tienen para el Estado y sus instituciones muchas respuestas. 

Antropóloga, directora del grupo de investigaciones “Corporaloteca” de la Universidad Tecnológica del Chocó e Investigadora de ASINCH. Gestora cultural.