agromineria132020.jpg

Desde hace 45 año se gestó en Oiba, Santander del Sur, un proceso de organización campesina que ha tejido redes de bienestar y buen vivir para centenares de familias del municipio y la región.

Enclavada en un pequeño valle, que hace millones de años fuera una laguna de mar, está la vereda de Barro Blanco, justo a mitad de camino entre Oiba y Charalá, Santander del Sur. La sedimentación de arenas y otros minerales en ese depósito de agua formaron uno de los yacimientos de Caolín con más calidad y pureza en Colombia. El Caolín es una arcilla blanca, fina, suave, que sirve de base para múltiples productos: cerámicas, cosméticos, cementos, llantas, entre los más importantes.

La vereda está rodeada por verdes montañas, donde predominan los minifundios y el cultivo de productos de pancoger como la caña de azúcar, la yuca, el frijol, el plátano y la arracacha. Hace parte del municipio de Oiba, un pueblo colonial con unos 12.000 habitantes, regado por una rica red de ríos, donde se destaca la producción de panela y café, así como las agroindustrias vacunas y avícolas, la pesca y el turismo, de más reciente desarrollo.

En Barro Blanco, hace casi medio siglo, se inició un proceso de organización comunitaria que hoy es la base de la sobrevivencia, desarrollo y bienestar de más de 100 familias de esta región. [1] La organización de campesinos y campesinas de esta vereda empezó hace unos 45 años con el diseño y montaje de un Acueducto Rural, construido con la Acción Comunal. El acueducto aun abastece con agua, prácticamente pura, a todas las familias de la vereda, porque sus fuentes están en nacederos naturales ubicados en los cerros circundantes, que han sido preservados por las gentes de esta zona rural para toda la humanidad. 

Este primer proyecto fue seguido por la construcción de un Trapiche Comunitario, con apoyo de Caritas de Colombia, que ha servido de sustento para la autogestión y generación de ingresos de las familias que cultivan la caña de azúcar, base natural de una panela dulce y sabrosa, famosa en la región. Después vinieron trabajos y luchas sociales para construir y poner a funcionar una Escuela Rural, un Centro de Salud y un local de comunicación telefónica de Telecom. La Escuela Rural de Barro Blanco ha ofrecido los fundamentos de lenguaje, matemáticas, cívica y geografía a cientos de niños y niñas de extracción muy humilde, pero con la fuerza y perseverancia que distinguen a los hombres y mujeres de Santander.  

Los primeros en aprender a leer y escribir en esta Escuela fueron los hijos de los líderes, hombres y mujeres de Barro Blanco, que soñaban y trabajaban por futuros diferentes y prósperos para sus familias. Entre ellos se destacan los nombres de Emeterio y Justo Fonseca, Pedro Pico, Rosalba Ortiz, Carlos y Hugo Tapias, Pedro Elías Verano, Lucio García, Remigio Rincón y Julio Gallo, Ismael Saavedra y Ricardo Martínez. Algunos de los jóvenes de esta primera generación alcanzaron el bachillerato; varios de ellos hicieron programas técnicos y tecnológicos en instituciones como la Escuela Industrial de Oiba y el Sena, y sólo uno se convirtió en el primer campesino profesional de este entorno rural.

Hoy, los hijos de los hijos de esos líderes ya son profesionales o se están formando para serlo en varias de las más exigentes universidades de la región y el país, como la Industrial de Santander, la Autónoma o la Pontificia Bolivariana de Bucaramanga, e incluso la Javeriana y los Andes de Bogotá. Algunos de ellos ya están trabajando y sirviendo a la comunidad, y otros están diseñando o implementando proyectos para el bien común de la región. Cuando se comparte con estos jóvenes, se pueden sentir los vínculos, fuertes, profundos, que tienen con sus predecesores, culturas y territorios.

En estas casi cinco décadas, los campesinos de Barro Blanco, así como de las veredas vecinas, han tenido que negociar y forcejear con los políticos y dirigentes de turno para mantener los caminos de herradura, que, hasta antes de la instalación del local de Telecom, eran literalmente sus únicas formas de comunicación con el municipio, con el departamento y la nación.

Incluso, fue la misma organización de los campesinos, y los avances en sus proyectos sociales y productivos, los que forzaron tanto la conversión de un camino real en carreteable, así como la posterior construcción de una nueva carretera, que siempre han sido los mismos campesinos los que se han hecho cargo de mantener y conservar, unas veces con el apoyo de los funcionarios públicos del momento, otras veces con los caprichos, e inclusive los sobornos de los mismos. Asuntos que ponen en evidencia la politiquería y corrupción de las prácticas  políticas en no pocos lugares de  nuestro país.  

En 1977 el proceso organizativo de la comunidad se formalizó con la constitución de la Cooperativa Agrominera de Barro Blanco, que desde mucho antes contaba con el apoyo y compromiso de académicos como mi padre Luis Alfredo Barón, así como de profesionales como Carlos Albornoz, Hermes Duarte, Florentino Monsalve, Rodrigo Anaya, Jaime Osorio, así como de Darío Florez y mi madre y mi hermano, María Esther Porras y Juan Carlos Barón. También es importante destacar la gestión y soporte en todo este tiempo de dirigentes políticos y sociales como Jorge Sedano González, Feisal Mustafá, Horacio Serpa, Alirio Villamizar, Mauricio Aguilar, Julián Díaz y Luz Alba Porras.

Y qué decir del soporte y nuevos liderazgos de mujeres campesinas que se han formado en este proceso como Carmen Saavedra, Rosalba Ortiz, Doña Ninfa, Martha, Alba, Ana Milena, y Luz Marina Fonseca, así como Claudia Lesmes. Todas, con su carácter y pasión, han impregnado de nuevas sensibilidades y de mucha solidaridad la vida de la vereda y de la organización. En octubre del año 77, la Cooperativa ya gestionaba proyectos de formación local para favorecer a todo el municipio, como la inclusión de un Programa de Capacitación en Cerámica y de una plaza en Artes para la Escuela Industrial de Oiba, que tramitó el Gobernador Alfonso Gómez Gómez y se concretó con una ordenanza de la Asamblea del Departamento de Santander los años siguientes.

A comienzos de los 90, la Cooperativa construyó una modesta instalación de tratamiento del caolín, que sería experimento, pero también anuncio, de la impresionante obra que hoy funciona justo al lado del primer Trapiche panelero. En diciembre de 2011 se inauguró una Planta de Beneficio, que fue construida con apoyo del Fondo Nacional de Regalías, y es dirigida y operada totalmente por personas de la misma comunidad, como su gerente actual, Norberto Fonseca, joven líder de este proceso e hijo de Emeterio, uno de los gestores de esta historia que desafortunadamente no llegó a ver estos resultados, y que junto a mi padre Luis Alfredo y el apoyo de la Oficina de Acción Comunal de Oiba desataron y trabajaron incansablemente en  este movimiento campesino.

La Planta actual cuenta con licencias de explotación, y cumple con todas las medidas y requerimientos medioambientales y éticos de un proyecto de beneficio social. Esta iniciativa fue resultado de gestiones y trámites que se iniciaron hace un par de décadas con solicitudes y sustentaciones hechas al Ministerio de Minas y a otros entes locales, así como de alianzas y apoyos de muchas personas e instituciones, como la cooperación del Programa de Asistencia Técnica del Proyecto Minero de la Universidad Industrial de Santander; del Programa de Asistencia Minera del Ministerio de Minas, y de la Oficina de Planeación y del Instituto de Desarrollo (Idesan), ambos de la Gobernación de Santander.

El recorrido, por supuesto, no ha sido fácil, y ha estado atravesada por serios conflictos y disputas, que han incluido la competencia desleal, los celos sociales y económicos, y las trabas y acciones legales provenientes de políticos, empresarios y empresas, así como de dirigentes y miembros de las mismas comunidades locales y departamentales.

Sin embargo, el trabajo constante, la perseverancia y la visión de este grupo diverso de hombres y mujeres han hecho que hoy se puedan mostrar a la región y al mundo logros como la formación de una infraestructura empresarial, que incluye el uso de tecnologías para el secado, pulverización, empaque y cargue de caolín, así como programas de capacitación y de reforestación en la zona minera. Además, gracias a su trabajo y lucha, en noviembre de 2019, la Agencia Nacional de Minería extendió la licencia de explotación a la Cooperativa por 30 años más prorrogables a otros 30, proponiendo futuros diferentes tanto para la comunidad de Oiba como para los nietos de los nietos de  las personas que hacen parte de esta, una pequeña, pero muy significativa, revolución pacífica, que ha buscado fortalecer los lazos y la organización comunitaria y mejorar la calidad de vida de las familias y comunidades de Barro Blanco y toda la región.

 


[1] Este artículo hace parte de un trabajo de reconstrucción de memoria del proceso organizativo en Barro Blanco. Lo escribí en una reciente visita a la región y constituye un homenaje en vida a la labor incansable de mi padre como parte de este proceso que, para él, se inició más de medio siglo atrás.

Ph.D. en Ciencias de la Información con estudios en Comunicación y Antropología. Es profesor investigador del Departamento de Estudios Político de Icesi y sus investigaciones abarcan áreas diversas como: los movimientos sociales, la migración y la información; las memorias y narrativas sobre la...