De las emociones o sensaciones que más disfruto en la vida es la que aflora cuando me encuentro caminando por el muelle de embarque rumbo a la puerta de un avión. Esa presión en el pecho, no de miedo ni de angustia, la produce las expectativas de los posibles nuevos descubrimientos. Me atrevo a decir que quienes han tenido dicha oportunidad no sentirán exactamente lo que yo siento, ¡claro está! Pero muy seguramente estarán muy emocionados por lo que les deparará esta nueva experiencia.

Es por eso que viajar ocupa un lugar importante y prioritario en mis planes, pero por momentos se truncan ante la incertidumbre de posibles encuentros de tensión racial en los aeropuertos.

Como anécdota, recuerdo que hace aproximadamente dos años, me encontraba en el Aeropuerto Internacional de París (Charles de Gaulle), como escala de regreso a Colombia de una misión internacional en Ghana con el Centro de Estudios Afrodiaspóricos (Ceaf) de la Universidad Icesi de Cali. Durante mi paso por migración, el agente consideró que no había un parecido entre la foto de mi pasaporte y mi cara de agotamiento después de 15 días de arduo trabajo en Accra, Ghana, más las 15 horas de vuelo.

Lo anterior ocasionó que me quedara más de lo habitual en la cabina de migración y,  posteriormente, contara con la presencia de un policía.

¿Qué creen ustedes que pensó el agente de migración cuando me vio y posteriormente me contrastó con la foto del pasaporte?

Podemos conjeturar que no pensó “el joven negro cambió su corte de cabello y, por eso, ahora luce diferente” o “¡Ah!, el joven ha tenido cambios en su contextura corporal, resultado de su adicción por las tortas de zanahoria de su abuela”, teniendo en cuenta su rápida reacción: alzar el teléfono y preguntarme “¿De dónde viene y para dónde va?”, mientras me escaneaba con su mirada, al igual que lo hizo el policía que llegó segundos después de colgar el teléfono.

Imagínense lo que se siente para un hombre negro latinoamericano ser escaneado por dos personas blancas europeas que ostentan una situación de poder. Una con uniforme de migración y con sus expresiones faciales en modo “mute. Y el otro, un policía que me transportaba a un episodio del programa de televisión “Alerta Aeropuerto”.

Ambos miraron detenidamente mi pasaporte y examinaban meticulosamente cada facción de mi rostro en la fila de migración. Todo esto acontece ante el escrutinio de los otros viajeros, quienes no dicen nada, pero te califican. Fueron los minutos más largos y angustiosos de mi vida.

En el momento no leí la situación, solo tenía en mente lo que mis padres me aconsejaron para situaciones como estas: “Tranquilo, el que nada debe, nada teme”. Pero, créanme, con el pasar del tiempo, frente a estos dos hombres examinándose cual máquina de rayos x, evidentemente empecé a temer. ¿Por qué? No sé, pero tuve miedo.

Contraria fue la experiencia cuando iba rumbo a Bélgica y España.

En el viaje a Bélgica, estuve acompañado de dos personas blancas-mestizas adultas. Gracias a su estatus de viajeros recurrentes, pude no solo hacer filas preferenciales, sino también evitar momentos como el del aeropuerto de París. No hubo espacio, cabida u oportunidad para interpretaciones – directas – sobre mí. Fue un viaje placentero, al igual que el de mi llegada a Madrid, ciudad en la que me encuentro actualmente realizando mis estudios de maestría. En este último, el tiquete en primera clase me dio el estatus de “señor” durante todo el vuelo. Así deseo que sean todas mis experiencias viajeras, por supuesto, sin el escudo protector del privilegio blanco y de clase que me acompañaban en estas ocasiones.

Las dos experiencias me llevan a preguntar: ¿qué hace que este tipo de situaciones que involucran personas negras activen automáticamente la evocación de prejuicios raciales? No me digan que por el historial de casos que me anteceden, porque les he expuesto dos experiencias totalmente diferentes, donde el color de piel y la clase jugaron un papel determinante. ¿Son acaso únicamente las personas negras pobres las que cometen delitos?

Esto es RACISMO en todo su esplendor, una ideología completamente desarrollada que clasifica individuos para homogeneizarlos en grupos. Como les comenté al inicio, quiero y voy a seguir viajando, pero no quiero tener que preocuparme por la similitud de mi físico actual con la foto de mi pasaporte. ¿O, me pregunto, todas las personas que viajan son exactamente iguales a las fotos de sus pasaportes? ¿Ninguno o ninguna ha cambiado con el pasar de los años? ¿O es que renuevan la foto de su pasaporte cada vez que viajan?

Los perfilamientos raciales hacen que mi vida sea una constante anticipación a los ataques racistas, y eso es desgastante. Es vivir en un estado de alerta constante. Quiero poder disfrutar cada momento de mi vida sin tener que estar a la expectativa ante cualquier situación de violencia racial, y poder responder de una manera en la que salga bien librado. Quiero que lo único que me preocupe al momento de viajar sea llegar sano y salvo a mi destino, y no que soy su prototipo de suplantador de identidad o falsificador de documentos.

Cristhian Lucumi, es un hombre afrodescendiente, comunicador social y periodista de la Universidad Autónoma de Occidente en Cali, Colombia. Actualmente,estudiante de la maestría en creación audiovisual para la era digital en la Universidad Complutense de Madrid, España.