Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Ir a la FILBO ha resultado este año una experiencia singular gracias a la insólita idea de los organizadores de tener como país invitado de honor a Macondo, un lugar familiar para los colombianos que aman la literatura de García Márquez. Ni más ni menos que invitarnos a nosotros mismos en la versión del escritor colombiano más aclamado, a un año exacto de su muerte.
Ir a la FILBO ha resultado este año una experiencia singular gracias a la insólita idea de los organizadores de tener como país invitado de honor a Macondo, un lugar familiar para los colombianos que aman la literatura de García Márquez. Ni más ni menos que invitarnos a nosotros mismos en la versión del escritor colombiano más aclamado, a un año exacto de su muerte.
El concepto que dio forma al pabellón Macondo, que ha causado una curiosidad enorme entre los asistentes, surgió de un proceso largo y apasionante llevado a cabo por un equipo conformado por los curadores – grupo del que hice parte-, de tres artistas jóvenes pero muy reconocidos, y de un grupo pequeño de personas que apoyaron la investigación y la realización, entre las cuales hay arquitectos e historiadores. La intención que tuvimos fue la de no caer en clichés, pintoresquismos obvios o didactismos innecesarios, y transmitir la idea de Macondo como algo muy abierto a interpretaciones y no como un concepto definido y cerrado.
Después de un intercambio de opiniones muy activo a partir de una relectura a fondo de las obras de Gabo que transcurren en Macondo, este país imaginario se propone en la feria como una síntesis poética, como una experiencia mágica –de ahí la caja negra, que sugiere un espectáculo teatral– y como una experiencia de los sentidos que se apoya en los textos de Gabo y que esperamos incite a la lectura o a la relectura de su obra.
Algo hay, por supuesto, de la atmósfera caribeña, pues están incluidos sus paisajes, su música, su comida, y una enorme gallera colorida que hace las veces de corazón del pabellón y que acoge las charlas y debates, pero la propuesta estética abarca un mundo más amplio y sugerente, significativa para habitantes de otros ámbitos. Y de manera muy sutil la exposición invita a repensar ese pueblo que no tuvo una segunda oportunidad sobre la tierra, con sus sueños de vencer el aislamiento, sus guerras, sus despojos por parte del imperio colonizador, sus odios invencibles y sus recurrentes fracasos históricos.
La comida del pabellón está a cargo del grupo de chefs de Minimal, experimentados investigadores de la comida colombiana, y la librería, también muy macondiana, está en manos de los editores independientes e incluye una exhibición de traducciones de Gabo a distintas lenguas y primeras ediciones de sus obras.
También, por supuesto, hay una amplia programación académica que gira sobre el tema Macondo, en la que participan sus traductores, sus biógrafos, especialistas en su obra y amigos y alumnos que dan testimonio del hombre que fue García Márquez. Creo que el Ministerio de Cultura, Idartes y la Secretaría de Cultura del Distrito y la Cámara del Libro se la han jugado a fondo con una idea audaz y llena de riesgos, cuyos resultados pueden ser juzgados por los visitantes.
Portada: Filbo 2015