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Gonzalo Sánchez, director del Centro Nacional de Memoria Histórica, es el #TrendingLíder360º de esta semana en La Silla Líder. Su liderazgo surge de su experiencia en el ámbito académico. Sin embargo, su experiencia como víctima de La Violencia, lo hace comprender y sentir las necesidades que tienen las víctimas del conflicto armado en Colombia.




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REFLEXIONES
Entorno del líder
Todo liderazgo surge de unas influencias en la vida: personales, intelectuales, vivenciales, de todo tipo. ¿Cuáles diría usted que son esas influencias que han determinado su estilo y sus motivaciones de liderazgo?
Diría que un sentimiento de servir. Esto se dio desde muy temprano por lo siguiente: surgí en un contexto rural, de muchas privaciones, y en un momento tuve la fortuna de salir de ahí por muchos azares.
Siento que he sido beneficiado por la vida y me parece injusto asumir esto como algo normal, porque no lo es. Otra gente que no tuvo esos azares no puede compartir los privilegios que yo tengo en el mundo académico.
Es una necesidad de compartir lo que he tenido. Esa es una primera apreciación.
En segundo lugar, toda actividad la tomo como un reto. La afirmación de tomar las cosas como reto te lleva a mostrar la capacidad que tienes para enfrentarlas o no.
Obviamente uno tiene una cantidad de retos personales, pero en cualquier escenario que uno esté se enfrenta a retos colectivos. Esa es la valoración de los otros, es más lo que uno hace, qué capacidad se tiene para enfrentar esos retos, que todos los demás se sientan reconocidos. Es decir, me siento bien librado de que alguien hubiera asumido ese reto porque me siento incorporado a lo mismo que esa persona asumió.
Me parece que esa es otra entrada para explicar una lucha por el liderazgo, para que otros entren también a este.
La confianza en sí mismo es fundamental para el liderazgo. ¿De dónde proviene su confianza en sí mismo?
Los productos de lo que tu has emprendido. En el caso intelectual es de una producción académica que está ahí para ser valorada públicamente y que ha sido reconocida más allá de lo que en algún momento hubiera podido esperar.
En segundo lugar, creo que los reconocimientos sociales externos a lo que uno hace, lo que lleva a su valoración y que se asume como liderazgo.
Más que los productos, diría que es el modo en el que se establecen relaciones con los colectivos. En esas relaciones con los colectivos donde entiendo y siento que este es un país que es muy polarizado, y siento que soy una persona de conciliación. Me desprendo fácilmente de los polos y juego, me gusta estar en esa posición. Me siento cómodo en la figura de ser una persona transaccional.
La sociedad y las personas están en la búsqueda de eso, de figuras transaccionales. Hoy en día en el país lo perseguimos mucho más, mientras mas polarizada la sociedad, más gente busca situaciones o personajes que sean portavoces de esos escenarios de conciliación.
De todas maneras, diría que por vocación soy una persona que se piensa como una figura negociadora realmente. Me siento muy cómodo, políticamente, en un escenario como el que estoy viviendo, este es el escenario que quisiera vivir. Entiendo todos los problemas que hay, pero para mí este es el mejor escenario que hubiera podido imaginar, donde puedo abordar todos los conflictos de la sociedad.
Las adversidades ayudan a formar el carácter y la personalidad del líder. ¿Qué adversidades ha tenido que superar?
Mi primera adversidad fue nacer en un escenario de privaciones, hubiera podido quedarme siendo un campesino recogiendo café. De hecho fui el único de mis hermanos que pudo estudiar, y gracias al esfuerzo de ellos de alguna manera pude hacerlo.
Sentir que desde el comienzo estoy en una lucha permanente por ganarme un lugar distinto al que naturalmente me hubiera correspondido es una lucha personal que se enriquece con otras experiencias, apoyos y azares con los que uno se va formando.
Luchar contra la idea de que uno nació y está condenado a quedarse allí en esa posición, es un motor muy fuerte. Si eso te marca desde pequeño, de alguna manera lo vas a seguir alimentando.
Siento que sigo alimentando eso, pero también me sigo alimentando de manera distinta, porque cuando uno está empezando uno piensa en términos muy individuales ¿cómo salgo de esto?, ¿cómo hago para poder estudiar?
Pero cada vez se vuelve un desafío colectivo, es decir ¿si yo salí, cómo hago yo para compartir un poco la capacidad de responder a los retos y tener cierta capacidad de irradiación en los demás para transformar condiciones de existencia?
Uno busca muchos caminos, la academia es uno que escogí en un momento, pero también se combinó con algo que era inevitable para mi en los primeros años de formación universitaria, que era el contexto político.
La militancia política para mí fue muy importante. Estudié en la Universidad Nacional y casi que para uno era natural ser militante. Había que ser militante de cualquiera de esas mil siglas que todavía circulan por ahí. En esa época, la formación política tenía una capacidad transformadora muy grande, porque el reto en los años 60 para un estudiante universitario que militaba en un sector de la izquierda era ser el mejor estudiante, no ser un tira piedra, un marginal. Era aceptar el desafío de que si quieres transformar a este país tienes que prepararte y ser el mejor preparado para hacerlo.
Hoy valoro mucho eso. Por mi carácter me fui desprendiendo de la militancia, pero si considero que ese pasado radical y la formación de una militancia política fue tremendamente formador para mí y para toda una generación. Lo que pasa es que gradualmente la imagen que se fue creando de la izquierda es de tira piedras y del que está absolutamente inconforme con todo, que protesta contra todo, pero no propone nada.
Nosotros hemos crecido más en un escenario en el que, si uno era de izquierda, uno tenía que proponer y hacer la mejor propuesta si realmente quería cambiar las cosas. Era echarse cargas adicionales por el escenario social en el que estábamos.
¿Cómo hizo para cambiar las condiciones determinadas?
Son cosas muy simples, pero que de pronto son muy determinantes. La familia dijo “este tiene cara de intelectual, este como que es bueno para el aprendizaje, es como flojo para el trabajo, entonces es malo para recoger café, mejor se le apoya para que estudie”. Apareció un tío que me ayudó económicamente para estudiar y eso marcó totalmente la diferencia.
Para mí era una necesidad apuntar a la Nacional para que mi familia me pudiera apoyar. Esa cadena de apoyos siguió, fui a estudiar al exterior porque me gané una beca.
En ese tiempo había una beca para quienes ocuparan los mejores puestos en la facultad, eran dos años de estudios en el exterior todos pagos. Cuando vi la posibilidad de eso, dije “¡me la tengo que ganar! Es mi posibilidad de salir”. Las cosas se van sumando así y son recursos que vienen de circunstancias exteriores, pero tomé decisiones para que las cosas funcionaran de esa manera.
Uno crea sus circunstancias, la famosa frase de Ortega y Gasset “Yo soy yo y mis circunstancias”, es decir, estoy en algo y me puedo quedar ahí porque tiene una cantidad de determinantes sociales y además, estoy en diálogo, acomodamiento o pelea con esas circunstancias. El yo y las circunstancias están en una perpetua interrelación que puede ser conflictiva, de adaptación, de transformación.
¿Cuál es el origen regional de su familia?
Mis padres son de Líbano, Tolima. Mi papá era un campesino que trabajaba en una finca ganadera para un patrón local, que también era patrón de uno de los hermanos de mi padre en la zona cafetera. Ahí hubo lazos interesantes entre las dos familias, porque se apoyaron muchísimo para sobreaguar el peligro de La Violencia.
Estábamos en pleno período de La Violencia y dentro del mismo municipio en espacios distintos. Si la violencia apretaba en un lado, el otro le daba protección. Es una especie de solidaridad familiar para la sobrevivencia a la violencia.
¿Usted se acuerda de ese período de La Violencia?
Claro, uno tiene marcas. Tengo una marca de la venida a Bogotá, eso está ahí porque fue de la noche a la mañana. Mi papá recibió una notificación de que lo iban a asesinar al otro día y salimos a Bogotá. Para mí el recorrido fue una cosa terrible, porque en esa época ya había en las carreteras cruces de muertos. Seguramente eran muchas cruces de muertos por accidentes de tránsito, pero para uno que está huyendo de la violencia, de la muerte, ver cruces en la carretera era impresionante.
Otra marca es que en ese momento existía la Policía Chulavita, que eran parte de los criminales de la época, y mi familia era liberal. Cada vez que había un retén uno lo esperaba con la muerte. Uno lo esperaba en silencio, tal vez eso es lo que me pesa mucho hoy. Uno era pequeñito y uno no hablaba de estas cosas con la familia. Si se iba a hablar de algo que estaba pasando, eso era del mundo de los adultos. Uno de niño apenas lo intuía, lo sospechaba, pero no podía dimensionar los alcances que eso podía tener. Para mí ese recorrido se quedó.
Nosotros llegamos a Bogotá a una casa de inquilinatos, y uno de los inquilinos era policía, uno sabía y uno no podía hablar. En esa época la distancia entre el mundo urbano y el mundo rural eran mucho más fuerte.
Recuerdo eso como un mundo de mucho silencio. Luego, como para los padres el tema es cómo buscarle a uno la sobrevivencia, llegamos a un lugar que se llamaba “El Amparo de Niños”. Era un centro de atención que había construido la esposa de López Pumarejo. Allá daban la comida y la dormida. Me acuerdo que nos daban mogolla y cuchuco.
Ahí pasamos unos meses hasta que mi padre se puso muy malo de salud, y nos fuimos otra vez a Líbano. Volvimos y la situación allá era peor, fue una sobrevivencia forzada. En todo lado podía ser peor, así que aguantábamos ahí con las estrategias de negociación, con la vida diaria que uno tiene. Buscando amigos, parientes, negociar con quienes dominaban la zona, tratando de mantener su distancia.
Soy muy sensible a la posición de un campesino en contexto de conflicto armado, porque en las fincas donde estuvimos viviendo, por ejemplo, había un puesto del ejército pero estábamos en la zona de Desquite el bandolero. Todo el que le proveyera algo al ejercito, así fuera solo el espacio físico para montar el puesto, era el enemigo.
¿Cómo haces tu para tener una buena relación con el ejército, sin que los bandoleros se te conviertan en una amenaza, y cómo haces para que tu relación con el bandolero no sea vista como una relación de complicidad?
Eso es lo que le pasa hoy a mucha gente en zonas de conflicto. La gente no tiene alternativa con el que domina el territorio, y a veces le toca tranzar con más de uno que domina. Hoy es mucho más complejo.
Esas experiencias lo van formando a uno en su manera de mirar el conflicto. El conflicto no es una cosa fácil, de blanco y negro, de que uno elige estar aquí o allí.
Las condiciones del conflicto, las condiciones de la guerra, te ponen en condiciones que tu nunca has querido tener, pero te toca enfrentarte a ellas y de cómo las manejas depende tu vida.
¿Cuáles fueron sus primeros rasgos, actos, o insinuaciones de liderazgo?
Desde el bachillerato y en el mundo universitario siempre terminaba siendo el líder en términos de liderazgo académico, el que dirige el grupo de investigación o el proyecto de investigación.
Eso se va traduciendo también, en alguna medida, a otros escenarios. Si tu tienes un liderazgo académico se presume que puedes ejercer ese liderazgo en otras instancias, de ahí fui pasando a cargos de responsabilidad administrativa en el Departamento de Historia, en la Facultad de Ciencias Humanas, y el IEPRI de la Nacional. Es un liderazgo académico que se va traduciendo en liderazgo en otros espacios.
¿Cuáles habilidades han facilitado su liderazgo?
Primero, el espíritu transaccional, eso es importante. Segundo, la capacidad de escuchar a la gente. Involucro a la gente en lo que hago, en decisiones, en responsabilidades de lo que hago.
El liderazgo que yo ejerzo no es un liderazgo que compite con la gente, es un liderazgo con el cual la gente se sienta reconocida, tenida en cuenta, partícipe. No es un liderazgo externo a las personas y evito eso, que mi función del liderazgo sea una condición externa al universo sobre el cual ejerzo ese liderazgo.
Eso da fuerza, y a mi me da satisfacción. Creo que la gente también se siente tranquila con un liderazgo que no siente amenazante. El gran problema del liderazgo es cuando se vuelve personalista, cuando es para el desarrollo personal de quien lo ejerce, o cuando se vuelve tiránico. Cuando se vuelve tiránico, la gente siente, por más de que sea eficaz en algunos aspectos, que es un liderazgo que no se goza sino que se sufre.
¿Considera que maneja bien las emociones y la inteligencia emocional?
En general, si. Tiendo a tomar las cosas con calma, por lo menos hacia fuera. Me impacto fácilmente emocionalmente para dentro, pero hacia fuera lo manejo con control.

Visión de liderazgo
¿A qué personas de la vida pública le reconoce usted liderazgo? Y mirando hacia atrás, pensando en líderes colombianos ¿cuál le atrae?
Me parece que los liderazgos que valen la pena están en diferentes lugares, no tanto en la política.
Me parece que aquí hay una enorme riqueza de liderazgo social. Cuando uno va a las regiones lo ve inmediatamente. La sabiduría para hacer el diagnóstico de lo que pasa, de cultura, de por donde hay que encaminar las cosas, a veces lo sorprende a uno y es con una enorme simplicidad, sin todo el andamiaje y la parafernalia a la que nos vamos acostumbrando en la política y en la vida cotidiana.
Escuchar a un indígena del Amazonas, por ejemplo, hacer un diagnóstico sobre el conflicto es una cosa que a ti inmediatamente te impacta porque en tres o cuatro palabras te pone el dedo en la llaga de lo que pasó.
Hay muchos de esos liderazgos. Uno encuentra muchísimos liderazgos concretos que se materializan en personas. Por ejemplo, para mí un liderazgo en este escenario de la lucha de las víctimas es el de la Hermana Maritze Trigos que lidera una organización de víctimas de la masacre de Trujillo. Es una persona que le dedica su vida y que se la está jugando todos los días allá, en un escenario donde un líder, que ha estado asociado a la propia masacre y a la violencia, vale muchísimo, porque es un nido de violencia y de narcos todavía.
Me parece una líder muy importante, por ejemplo, Pastora Mira en San Carlos, Antioquia. Una mujer que perdió hijos por todos los bandos de la guerra, diría que es un liderazgo de transformación y reconciliación impresionante.
Uno dice, si tuviéramos a escala nacional figuras como estas, estaríamos en otra cosa. No quiero con eso desconocer que hay algunas figuras importantes en la escena nacional que son muy valiosas. Para mí Carlos Gaviria era una persona que tenía un liderazgo muy fuerte. Es tal vez de las personas que en política logró mantenerse al margen de los efectos contaminantes en las últimas décadas en este país. Para la gente la política está asociada a corrupción, a alguien tramposo, que hace negocios sucios, esa la imagen que tiene la gente del político. Gaviria, a pesar de todo el escenario tan difícil en el que se estaba moviendo, logró construir una imagen de una fuerza ética asociada a la política. Esa relación entre la ética y la política se ha perdido muchísimo.
Hay otros personajes que mandan mensajes muy fuertes. Antanas Mockus me parece que es una persona que ha mandado mensajes muy fuertes a esta sociedad. Es decir, la transformación de la política pasa por la transformación de las relaciones y lo más cotidiano, los hábitos cotidianos, la manera como me comporto en la calle, y así a veces no sea lo más consecuente, el mensaje público que el logra transmitir es el de una consciencia transformadora de cultura.
En este país no solo hay que transformar las relaciones políticas, hay que transformar la cultura y eso es una cosa muy compleja, de muy larga duración. Es como la vieja figura del pedagogo, de Sócrates, la idea de que hay que educar a los hombres para hacerlos mejores. Es la fuerza transformadora del saber en un sentido extremadamente amplio. Admiro mucho figuras como Navarro Wolf también.
Vivo enamorado, por mi propio trabajo, de la figura de Gaitán. Es un personaje complejo, pero fuera de serie en el país. En gran medida la ausencia de Gaitán es la que nos tiene en lo que estamos. Si uno dice, metafóricamente, no es solamente la persona, es todo lo que simbolizaba. Incluso no necesariamente lo que él fuera, pero lo que él simbolizaba para la gente.
Gaitán era un símbolo de muchas cosas para la gente. Cuando muere Gaitán muere un símbolo con el cual la gente se siente identificada en muchas cosas, es un hombre asociado a la participación social, a la participación política, a la transformación de la sociedad colombiana. Por eso pesó y sigue pesando tanto la muerte de Gaitán, porque sigue siendo un referente cuando tratamos de analizar e imaginar cómo comenzó La Violencia.
En el país hay miles de interpretaciones sobre cuando y cómo comenzó La Violencia, la Comisión Histórica nos acaba de dar doce opiniones agregadas a las mil que ya tenemos. Pero, siempre todas pueden concluir que Gaitán, y lo que representó, el momento histórico de su muerte es un momento crucial para lo que estamos viviendo hoy.
Una visión de liderazgo tiene un diagnóstico de la situación a intervenir, una meta hacía a dónde ir y una fórmula para lograrlo. ¿Cuál diría usted que es su diagnóstico, fórmula y meta?
Para mí el diagnóstico parte de lo siguiente: en este país hay mucha gente sin voz, muchísima gente sin voz. Particularmente quienes trabajamos en estos temas de conflicto lo sentimos abrumadoramente en el diario acontecer. Diría que el reto para alguien que puede reconocer que ese es un tema profundo en la sociedad es ¿cómo se hace para darle voz a esos que no tienen voz?
Este escenario en el que nosotros estamos, el Centro Nacional de Memoria Histórica, es una plataforma para darle voz a los que no han tenido voz en este país. Hay unas instancias organizativas e institucionales que se suman a otras sociales para ir construyendo esa voz. De todas maneras, ese sentido de responsabilidad, de abrir el espacio a ese lugar de escucha a la gente.
Es dificilísimo, pero uno se está planteando temas de tanto calado que puede decir que aspira a que todas las víctimas tengan voz. Es difícil, pero es un reto. En un país como Colombia sí es un reto lograrlo, y en eso estamos con el proceso de paz y con los procesos de investigación en las regiones, en todo lo que va a seguir con la Comisión de la Verdad.
Todo lo que va a seguir es ¿cómo hacer para que ese universo de víctimas que no tienen voz, que ha sido humillado, agredido, violentado por el conflicto en el país? Es encontrar un momento en el que alguien diga “yo si fui escuchado, si fui valorado, si fue sentido lo que yo sentí. Alguien pudo hacer pública y nacionalmente compartido ese sufrimiento que viví aisladamente por allá en El Salado, o en Trujillo, o en el Amazonas”.
Porque finalmente la gente está luchando por eso, viven esta guerra en muchísima soledad, el conflicto, el impacto psicológico, todo. Hay gente para la cual ni siquiera existe lo de los impactos psicológicos, eso no se formula porque no han tenido la posibilidad de enunciarlo o asumirlo como un problema.
Es la guerra misma la que va creando las categorías para significar lo que uno va viviendo en el conflicto, porque aquí tienden a naturalizarse mucho las cosas. Es decir, cuando uno dice que un desplazado es un migrante, está encubriendo con una formula verbal, retórica, la situación dramática de millones personas. No es un migrante, es que le tocó irse. Eso es muy distinto.
Hay una lucha permanente de la gente por lograr esos espacios. Yo diría que aquí hay una demanda de reconocimiento ilimitada y debemos asumir la parte de responsabilidad que a cada uno nos toca.
Un escenario como estos tiene muchísima responsabilidad para crear todo el tiempo mecanismos de escucha, aquí nos la pasamos todos los días discutiendo eso, ¿cómo hacer para que los indígenas, los afros, las mujeres, los LGBTI, los discapacitados, todos ellos tengan un escenario donde poner en escena pública los sufrimientos derivados de la guerra para ellos?
Eso es un pedacito no más en cuanto a los afectados por la guerra. De ahí para allá cuantas afectaciones sociales no hay.
En lo que tiene que ver en las acotaciones con la guerra ya hay suficiente trabajo para cualquier organización y cualquier líder.
¿Cuál es el ejemplo que usted le da a sus seguidores? y ¿cómo encarna con su ejemplo los valores de su visión?
Hacer esfuerzos todos los días para encontrar una respuesta positiva a una demanda de una persona, de un funcionario, de una víctima o de una región.
En un escenario como en el que yo estoy, escucho demandas todos los días de todos lados, del plano personal, institucional, regional, etc. Estamos llenos de peticiones y uno de pronto termina agobiado y a la hora del día uno dice “¿yo cómo puedo atender todo esto?”.
Uno tiene que ser franco y decir que no puede atender todo, pero el principio del cual no puede bajarse es que tiene que hacer el esfuerzo posible para que todo sea atendido. Seguramente me voy a quedar cortico, pero la mira y el horizonte tienen que ser que todo es posible de ser atendido. Toda persona es susceptible de ser escuchada, así no todos pasen por mi oficina, pero la actitud mía tiene que ser esa.
Son horizontes éticos, no son horizontes materiales. Obviamente no son realizables, materializables, pero son guías de acción y deben ser guías de acción para mi y para todo el equipo que me acompaña. La gente está honestamente metida en eso, y lo que uno encuentra en un país como este hoy, que está en negociaciones, es todos los memoriales de agravios de los reclamos no atendidos.
¿Cuáles son sus principales resultados en materia de liderazgo?
Primero, posicionamiento de temas. He contribuido en alguna medida, y creo que significativa, a posicionar la necesidad de las reflexiones sobre la violencia en el país.
Hago parte de ese grupo al que llaman de los Violentólogos. Después del texto icónico sobre La Violencia, de Germán Guzmán, Umaña Luna y Fals Borda hubo un periodo de silencio muy grande, y de alguna manera, fue después de viajar a Inglaterra que me propuse como tesis el tema de La Violencia y de su enseñanza en Colombia, porque de eso no se hablaba, contribuí a ponerla en la escena del mundo académico.
Luego, como un derivado más concreto de eso, surgió el tema de la memoria, en particular, como un tema asociado a la guerra y a las víctimas. Creo que el hecho de que haya un Centro de Memoria Histórica con la fuerza institucional que tiene, se debe en gran medida al posicionamiento del tema desde el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación. Ese trabajo se volvió un tema de discusión, y uno quizás de los referentes para la Ley de Víctimas en materia de memoria.
Realmente las organizaciones sociales fueron las que primero se quemaron el pellejo poniendo estos temas. Las primeras organizaciones de víctimas desde los ochenta y noventa son las que comenzaron a plantear el tema del reconocimiento y de la memoria en la escena pública.
Puedo decir que he contribuido a poner una temática en la escena social, que es la de la violencia y la memoria, y a crear una institucionalidad que de cuenta de ella. Realmente es una institucionalidad que sorprendió a muchos porque cuando uno piensa en quienes han asumido las tareas de esclarecimiento del conflicto directamente lo asocia con las Comisiones de la Verdad, unos entes muy transitorios, de tres años máximo.
Lo que se logró crear aquí es una entidad en la que logramos acumular ocho años de trabajo y que tiene legalmente una perspectiva hasta el 2021 y va a sobrevivir en un trabajo que hará eco a todo el acumulado que es el Museo Nacional de la Memoria. Este Museo se seguirá alimentando del trabajo de las organizaciones, de las víctimas, de la academia y de este acumulado de trabajo que quedó y que va a seguir latente allí.
Esa es la presencia duradera de una temática que convirtió la memoria en un canal de participación política. La memoria es el lugar desde el cual se denuncian unas necesidades en el país, y no solamente las de reconocimiento del conflicto en si mismo.
Es decir, cuando nosotros vamos a un sitio como Tumaco y una persona dice “mire que estamos discutiendo sobre lugares de memoria, qué hacer con las casos, cómo apoyar a comunidades. Eso está muy bien, un lugar para la memoria, un lugar de encuentro para las víctimas, pero usted debe tener en cuenta que tenemos una situación particular y es que cuando vienen las inundaciones no tenemos a donde llevar a la gente. Entonces, a mi me gustaría pensar en un sitio de memoria, pero que también lo podamos habilitar como albergue para la gente”. Para las personas la memoria no es una cosa abstracta, simbólica, es algo que da sentido material y cotidiano a la memoria.
La memoria se va volviendo eso, un canal de denuncia de muchas necesidades. Cuando tu vas a regiones y organizas encuentros como los que organizamos, los llamamos diálogos de memoria en las regiones, no te imaginas la cantidad de apuestas que la gente hace con el andamiaje construido por la memoria. La gente quiere que todas sus necesidades se tramiten a través de la memoria. La memoria se vuelve eso, un lugar estratégico para la gente buscar reconocimiento. Y lo están logrando hoy, se va a lograr.
Hablemos de la cultura de liderazgo en el país. ¿Usted cómo describiría la cultura de liderazgo del país?
Un desastre. Es un desastre. Lo siente uno muchísimo hoy.
Yo no quiero ser peyorativo con gente que juega papeles tremendos en este país, es decir, cuando veo las declaraciones de Humberto de la Calle, por ejemplo, o las de Sergio Jaramillo, es gente que está haciendo unas apuestas profundamente sólidas y realmente veo a esos dos personajes y creo que son la mejor pareja que se ha construido en el país.
Humberto de la Calle es un comunicador muy fuerte, realmente sabe hablarle al conjunto de la sociedad y al mundo de la política, y Sergio es una persona muy distinta, que está atrás construyendo toda la lógica de lo que hay que montar, toda la realidad hacia la que deben ir las cosas. Son personas francamente a las que uno tiene que reconocerles muchísimo y que se metieron en esto creo que pagando unos costos que nunca se iban a imaginar porque cuando uno se embarca en esto, uno nunca sabe por cuánto tiempo será.
A parte de personajes así, digo que hay mucha ausencia de liderazgo en el país. Muchísima ausencia de liderazgo y en un momento en el cual se va a necesitar muchísimo. Para la consolidación del proceso de paz se va a necesitar un liderazgo muy fuerte. Eso es una cosa que a uno le asusta mucho.
La gente está buscando y dicen “¿dónde tenemos el Mandela?” esa persona que congregue éticamente a toda la sociedad. Uno no lo visualiza. De pronto surge en el camino porque uno no siempre tiene que pensar en que la réplica está afuera. De pronto la semilla de ese liderazgo que queremos tener está aquí adentro ya y de pronto a la luz del contexto también se producen liderazgos. Eso si que ha sido de las cosas tremendas de la violencia en este país.
Veo, por ejemplo, y es una de las cosas que admiro enormemente, la transformación de los liderazgos locales y regionales a partir de la violencia. El rol de la mujer en este país que se ha construido sufriendo la violencia y haciéndole frente, es tremendo. No lo hemos medido todavía lo suficientemente, cómo se cambió la función social y política de la mujer al luchar contra la guerra, con el padecimiento de la guerra, con sus hijos, familias, eso lo ve uno en el cotidiano.
Uno dice sí, la guerra destruye mucho, pero también la lucha contra la guerra produce muchas cosas inesperadas en términos de liderazgo, de invención en el campo de las relaciones, la inventiva social es enorme.

Iniciativa de liderazgo
¿En qué consiste su iniciativa de liderazgo?
Para mi es dejar consolidado el Centro Nacional de Memoria Histórica como institución y su marco institucional, que fue creado para responder a las expectativas de esclarecimiento de las víctimas
La gente desde afuera asocia al Centro más con la producción de los informes, no tanto con otras intervenciones en la esfera pública. El Centro tiene muchísimas tareas muy fuertes y grandes.
En primer lugar: sí, está el esclarecimiento que es una tarea que le dio origen desde el Grupo de Memoria Histórica, y es la columna vertebral de lo que sigue siendo el Centro, pero también es la columna vertebral de lo que tiene que seguir haciendo.
Veo el Centro a la luz de los procesos de consolidación de la paz: por ejemplo, la conexión entre el Centro y la Comisión de la Verdad, no en el sentido de que nosotros queramos un lugar especial en la Comisión, para nada, sino que nosotros, con el acumulado que tenemos y con lo que podamos comenzar a diseñar estratégicamente podemos contribuir a hacerle más fácil la tarea a esa Comisión de la Verdad, lo estamos haciendo desde ya desde ya. De hecho, estamos empezando a hacerlo. Esa es una primera línea importante.
Segunda tarea muy grande: recibir los acuerdos y testimonios de los desmovilizados paramilitares. En este momento nosotros estamos atendiendo 13.500 desmovilizados paramilitares que tienen que venir al Centro de Memoria Histórica a hacer los acuerdos de verdad, testimonios de contribución al esclarecimiento de lo que pasó y sus propias responsabilidades, para poder volver a rehacer su vida en la escena social y política.
Cuando nosotros recibimos ese mandato, lo veíamos como una carga tremenda y complicadísima, porque si nosotros teníamos un discurso que este era un escenario y plataforma a favor de las víctimas, ¿cómo lo hacemos compatible con esta tarea de ley que es escuchar la voz, que muchas veces es legitimadora, de los paramilitares?
Hemos hecho todos los esfuerzos para que eso, que era muy complejo desde el comienzo, se construyera de la mejor manera, creando todas las garantías para que esa voz de los desmovilizados en el escenario del Centro de Memoria Histórica sea una voz que efectivamente contribuya al esclarecimiento de la verdad. Así que, siendo un escenario para los victimarios, se convierta en un elemento fundamental para las propias víctimas. Que sean las víctimas quienes se sientan beneficiadas de ese andamiaje institucional.
Creo que eso cobra mucha importancia en este momento, porque uno dice “esto debe entrar en los balances de los mecanismos y experiencias que debemos aprovechar para enfrentar el tema de cómo vamos a hacer con la insurgencia que ya esperemos vaya a entrar a este proceso”. Ahí hay una experiencia acumulada, no vamos a decir que ese sea exactamente el mecanismo, pero en este debate de la justicia y de la verdad es por lo menos un escenario para tener en cuenta y en este momento se valora más desde el exterior el potencial de incidencia que tiene el mecanismo, que lo que le estamos dando aquí internamente en el país, en Colombia.
Tercera tarea inmensa: Debemos encargarnos del manejo de los archivos de derechos humanos y las violaciones a los derechos humanos, que es una tarea técnica y al tiempo muy política. Eso visto así no más es gigantesco. Asumimos que hay archivos que nos dan cuenta de violaciones de derechos humanos de organizaciones que tienen esos archivos desorganizados, los archivos de todas las instituciones que tienen que ver con derechos humanos, más lo que nosotros podemos hacer.
Las dimensiones de eso son, también, gigantescas. El manejo de los archivos y su protección debe ser una herramienta fundamental en la lucha contra la impunidad y para los procesos de esclarecimiento. El proceso de revisión de archivos es una demanda de las víctimas pero también de las FARC en la mesa , pero claro lo que pasa es que la insurgencia piensa que las revelaciones de los archivos van a ser siempre favorables a ellos.
Esta es una tarea que el país ya asumió y ha puesto en la escena política y va a ser un objeto de debate. ¿Cómo se los protege, cuáles se protege? Esto tiene que ver, desde luego, con los archivos de seguridad, otro tema bien ancho.
¿Cuál es su opinión sobre la Comisión de la Verdad?
Primero, ya se sabía, porque este país es muy curioso, que se ha creado toda una institucionalidad anticipatoria de los resultados del conflicto, de los desenlaces del conflicto, que pueden ser de muy diverso orden.
El desenlace puede no necesariamente ser negociado, asumamos que la guerra no se negocie, pero este país asumió que antes de que eso se oficializara había unas víctimas que atender.
Se creó la Ley de víctimas y varias instituciones alrededor de ella, todas estas son cosas que salieron de los acuerdos de los procesos de negociación. Aquí tenemos esa institucionalidad andando desde ya, eso es importante.
Antes también de que se construya la Comisión de la Verdad, estaba creada la ley que autorizara una Comisión de la Verdad, y en el marco de eso se crea y se materializa la Comisión.
La creación de la Comisión es un signo positivo para el público de que el proceso va bien. Es decir, si estamos creando ya el mecanismo de evaluación de lo que sentimos que pasó, es porque estamos confiando que esto que pasó va a terminar. Va a ser algo que pasó, no algo que va a seguir, eso es positivo.
El contexto le fue muy desfavorable, porque abrió prematuramente el debate sobre el alcance mismo de la Comisión, así que puede haber un proceso doble: de apropiación pública, donde todo el mundo se prepare para que esa Comisión sea lo más eficaz posible, pero también corre con los costos eventuales, traspiés que pueda tener el proceso de negociación.
La idea misma de la Comisión se vio muy apaleada porque coincide con ese proceso de la escalada militar del conflicto. No fue lo suficientemente visibilizada porque le hizo mucho contrapeso el contexto negativo subsiguiente.
Me parece que la perspectiva con la que fue creada es una perspectiva completamente válida a la luz de todo lo que hemos dicho. En un país donde ha habido tanto trabajo y producción sobre la violencia, estoy totalmente de acuerdo con el Alto Comisionado en que el tema sea más de esclarecimiento que de reconocimiento.
En ese sentido, la Comisión de la Verdad como lugar de reconocimiento para las víctimas, las regiones y de responsabilidades, los tres ejes de la dinámica de la guerra, manda un mensaje de participación muy fuerte a la gente. Es decir, “prepárese porque va a tener un lugar donde hablar”; el mensaje es que va a haber un escenario donde todos puedan hablar, un escenario que no va a caminar solo, sino que va a caminar con las regiones para que se sumen al escenario nacional.
De hecho, nosotros también estamos preparando ese escenario con lo que llamamos los “Basta ya regionales”, que son esas iniciativas de comenzar a movilizar academia, institucionalidad y organizaciones sociales para construir la verdad desde las regiones.
Tenemos a punto de inaugurar un Basta Ya! Medellín, hemos iniciado conversaciones para hacer un Basa Ya! Catatumbo, hace mucho rato nos están pidiendo uno para el sur del país.
Es la idea de que los procesos de verdad van a pasar por un proceso de territorialización muy fuerte. Esos procesos de territorialización de la violencia y la memoria se van a volver un eslabón muy fuerte y decisivo para la consolidación de la paz en las regiones, porque las regiones, en el proceso de negociación, se sienten no visibilizadas, no presentes.
Esto, por lo menos, como horizonte de que van a tener un escenario donde hablar creo que contribuye a aliviar mucho las tensiones, pero también a generar unas expectativas reales y positivas de lo que se puede hacer.
¿En este momento el Centro se enfoca solamente en procesos de memoria con los paramilitares, o se han incluido diferentes grupos?
No, nosotros hemos trabajado con varios grupos. Tenemos unos informes producidos, por ejemplo, sobre la guerrilla y la población civil, sobre paramilitares también hay mucho. Pero hay también muchos casos en los cuales sabemos que no se puede diferenciar tan abiertamente.
Hay muchos escenarios en los que las responsabilidades son compartidas. Por ejemplo, el caso de Bojayá: la guerrilla lanza la pipeta, pero ahí también están los paramilitares, y también estaba el ejército que miró para otro lado o ayudó a los paramilitares.
Estamos abordando temas que son clarísimamente de responsabilidad estatal, como los temas de la desaparición forzada. Ahí hay un tema abierto, gigantesco, porque en un momento habrá que hacer algo sobre los llamados falsos positivos. Estamos atendiendo responsabilidades, casos y temas que abordan más variedad de responsables que los que la gente imagina.
¿Cuáles han sido los principales obstáculos que ha tenido que superar para desarrollar la iniciativa?
El principal riesgo que corre una entidad como esta, es la amenaza a la autonomía. Un escenario como estos está asediado permanentemente por el cuestionamiento práctico, directo y colateral a la autonomía, y para nosotros es definitivo que para que tenga sentido una institución como el Centro Nacional de Memoria Histórica, se le siga reconociendo la autonomía. Por eso, para nosotros fue decisivo en el tránsito de Grupo de Memoria Histórica al Centro Nacional de Memoria Histórica el mensaje que mandó el Presidente cuando nos recibió, porque habíamos sentido amenazada la autonomía y el cometido nuestro.
Eso es una cosa de todos los días y ha habido vientos recientes que a nosotros nos preocupan sobre la tarea, la función y el sentido del Centro Nacional de Memoria Histórica. Para nosotros el tema de la autonomía en la función de esclarecimiento es sagrado y está consagrado en la ley, es algo que nosotros mismos como grupo tuvimos la oportunidad de poner en la discusión de la ley, que una cosa como estas no podía ser un lugar para la producción de la memoria oficial y está dicho en la ley “no habrá memoria oficial”. Nosotros no somos la memoria oficial, no queremos ser la memoria oficial, somos una rueda más, de muchas otras en la sociedad, que son las organizaciones sociales, etc.
Somos una entidad pública, entonces, a veces es una cosa muy difícil de entender para la gente que nos dice “¿ustedes son del Estado pero no son la voz del Estado en materia de memoria histórica?” eso en el día a día es muy complicado. Cuando uno recibe mensajes como el de que hay que alinear al Centro con otras verdades del conjunto del Estado, a nosotros eso nos pone muy nerviosos, extremadamente nerviosos, porque eso es lo que ha hecho imposible que funcionen muchos otros escenarios similares al Centro Nacional de Memoria Histórica, en otros países, y que hayan tenido muchas dificultades. En el fondo, está el tema de la credibilidad.
Ahora, es cierto que en un escenario como el que estamos viviendo aumentan las tensiones de lo que se espera de un lugar de estos. El Estado, es natural que espere que desde aquí se produzcan cosas que de alguna manera le den sentido a su acción y fortalezcan su acción, su capacidad negociadora, su capacidad de comunicación pública, de que si estamos asumiendo las cosas, pero eso tiene que ser manejado muy claramente.
Si la autonomía del Centro Nacional de Memoria Histórica se vulnera, sería un mensaje tremendamente negativo para la Comisión de la Verdad desde ya mismo porque sería como reconocer anticipadamente que un mecanismo cualquiera de producción de verdad solamente es eficaz si es moldeable por una de las partes y ese sería el peor mensaje público que se podría mandar.
¿Cuáles han sido los principales aciertos?
El principal acierto, para mi, y creo que todos lo podemos ver retrospectivamente, es que cuando nosotros iniciamos el trabajo de memoria histórica no lo asumimos como un producto que íbamos a entregar en dos o tres años, sino que lo asumimos como un proceso largo.
El tema de la profundidad de la guerra aquí era tan grande en extensión, en su presencia regional y en su duración en el tiempo, que era difícil abordarlo en un informe simplemente a dos años. Adicionalmente, para nosotros, el reto inicial en el contexto de la Ley de Justicia y Paz, que era tremendamente cuestionada por las víctimas, fue cómo empezar a mostrar productos de memoria para que la gente tuviera referentes de evaluación del trabajo que nosotros hacíamos.
Así nos fueron evaluando y el primer informe que nosotros asumimos, fue un informe que hacía explícita la responsabilidad del Estado. Lo hicimos, prueba superada. De ahí vienen muchísimos otros, en los cuales hay responsabilidades de todos pero también responsabilidades estatales.
¿Cuál es la idea de hacer de esto de la memoria histórica no un informe sino un proceso? Hemos tenido ventajas institucionales para que esto se haya convertido en un proceso. Nos hemos sometido en forma continua al escrutinio público, para que la gente vea si lo que hacemos tiene sentido, y a la vez vamos preparando el terreno para el cumplimiento de tareas que una Comisión de la Verdad no puede emprender.
Por ejemplo, nosotros hemos ido creando mecanismos para dejar instalada la capacidad social para que sean las comunidades mismas las que hagan memoria, tenemos acá una cosa que llamamos las “cajas de herramientas de memoria”.
Esas cajas, con una pequeña asesoría, las puede coger cualquier comunidad y emprender su propio proceso de memoria. Tenemos cajas de herramientas de archivos para que la gente organice y construya todo un dispositivo para que la memoria siga andando sola, que nosotros no seamos un apoyo indispensable para ellos, sino que las comunidades mismas se fortalezcan. No hacer de la memoria un resultado, sino un proceso importante.
Segundo, el hecho de haber construido muy juiciosamente un mapa en el que estábamos atentos a incluir todas las modalidades de violencia, en todas las regiones, para ver que de alguna manera el mapa del país se fuera cubriendo con todos los tipos de víctimas, y con todos los perpetradores. Que hubiera un mapa lo más completo posible, gradualmente construido, de la arquitectura de la guerra.
¿Cuáles han sido los principales aliados?
Creo que los aliados fundamentales para todas estas cosas son las víctimas. Creo que quienes nos mostraron a nosotros mismos que esto tenía sentido fueron ellas mismas. Fueron ellas mismas y nosotros fuimos muy cuidadosos, también, en mandar el mensaje explícito de que ellas eran el eje de este trabajo y hoy esto se repite un poco como un cliché, pero fue así.
Nosotros simbólicamente empezamos el trabajo con las organizaciones de víctimas y a quienes primero les entregábamos el informe era a la comunidad afectada. El mensaje era “esta memora la hicimos con ustedes, aquí la tienen otra vez en sus manos, aprópiense de ella y conviértanla en un instrumento de lucha”.
La gente convirtió la memoria efectivamente en un instrumento de lucha, incluso en un instrumento de lucha que va más allá de lo que nosotros nos pudimos imaginar en escenarios con los que el Centro tiene una relación compleja, como el escenario judicial.
La memoria se ha vuelto muy complementaria del escenario judicial, y esto ha implicado un diálogo franco con ellos. El proceso tuvo problemas en algún momento porque obviamente cuando se trata de judicializar la verdad, eso puede decir muchas cosas. Eso puede decir “vamos a tener en cuenta sus informes para hacer una sentencia”, pero cuando a una víctima se le llama porque aparece en el informe como testigo judicial, ahí se mató el trabajo.
Si se le judicializa la voz a la víctima se convierte en un riesgo tremendo, o también a nosotros mismos si nos convierten en testigos, no voluntarios, en el escenario judicial, eso nos pone también en altísimo riesgo. Las fronteras con la justicia se volvieron muy importantes para la protección de las víctimas y la nuestra. Eso lo hemos ido logrando construir negociadamente con los jueces. Puedo decir, francamente, que hoy día tenemos una línea de colaboración muy amplia y sólida entre la justicia y el Centro Nacional de Memoria Histórica.
Aliados importantísimos para nosotros: la cooperación internacional. Para nosotros quienes mas nos han protegido en momentos de riesgo para la autonomía, ha sido, silenciosamente, la comunidad internacional. Para nosotros ha contado muchísimo y cuenta mucho y esperamos que siga contando.
¿Cuáles han sido los principales opositores?
No diría que hay oposición abierta, hay inconformidades comprensibles en algunos sectores que lo manifiestan abiertamente. A pesar de los esfuerzos que hemos hecho para abordar la responsabilidad del Estado hay muchos que insisten en la dimensión de que somos un ente estatal, aunque somos un ente autónomo para responder a la responsabilidad de todos. Hay otros entes estatales que consideran que nosotros somos unos zurdos disfrazados de ovejas dentro del propio aparato institucional, normal también. Ponemos el dedo en muchas llagas.
¿Usted cree que la sociedad tiene verdadera voluntad de paz cómo la que implica hacer las concesiones sobre no cárcel y participación política?
Creo que la gente quiere la paz. El problema es cómo lograr la paz. Creo que esta es una sociedad todavía en la que un sector de la sociedad cree que esto se puede resolver por la guerra, por las armas y que la insurgencia se puede dominar en unos tres años, también porque hay políticos que meten ese discurso. Creo que hay otro tanto de la sociedad que está convencida que aquí se ha experimentado la guerra demasiado tiempo, como medio para superar la guerra y que eso ya no funciona. Creo que esto no se va a saldar fácilmente, se va a saldar sobre la base de los resultados mismos de la negociación y creo que aquí van a comenzar a jugar muchísimo expresiones simbólicas muy importantes.
Así como dice Humberto de la Calle: “el principal problema para la insurgencia no es con la contraparte, el Estado, los militares. Su gran problema es con la gente”. El problema es cómo conquistar a la sociedad para la paz. Seguramente aquí muchos tienen tareas que hacer para esa conquista y esa conquista no se termina el día de los acuerdos, se va a ir más allá de eso.
¿Tiene alguna opinión sobre la coyuntura actual del proceso?
Está complicado, pero al mismo tiempo veo que se manejan mensajes subliminales. Uno dice, en el espectro político abierto estamos en el mayor momento de crisis, por debajo se están mandando mensajes como “estamos en el momento más complejo porque estamos llegando a los momentos decisivos de la negociación”.
Me inclino a que lo que pesa más es eso, que nos estamos acercando a momentos decisivos de la negociación. Estamos entrando en pulsos muy fuertes. El miedo al final. Lo que pasa es que obviamente la insurgencia se puede equivocar muchísimo en cómo manejar el pulso. Si el pulso se maneja no por la capacidad de sus propias acciones sino por el daño que puede generar en comunidades o en la sociedad, estamos grave.
Precisamente por eso, porque hemos entrado otra vez en el terreno de afectaciones profundas a las comunidades locales y regionales, lo que uno esperaría en lo que viene serían mensajes simbólicos muy importantes para la recuperación de la confianza en el proceso.
Nos estamos acercando a un momento decisivo y estos mensajes que la sociedad reclama no dan espera. Estamos ad portas de un proceso electoral que va a ser tremendamente importante para la consolidación del proceso de paz. ¿Vamos a darle continuidad a la representación de los aparatos armados en los mecanismos locales y regionales para enfrentar la situación de los conflictos sociales que hay allí? O ¿lo que vamos a generar es un espacio, que uno podría decir, es parte de los esfuerzos de consolidación de una nueva atmósfera política en las regiones para la paz?
¿Qué tanta verdad cree que hubo en el proceso de paz con los paramilitares?
Más de la que se pensó. Nosotros que hemos estudiado sus expedientes, podemos decir eso. Obviamente hubo muchísimas limitaciones e incongruencias muy fuertes en el modo de construcción del escenario, que fue muy ofensivo con las víctimas en muchísimos casos.
Pero si uno mira el otro lado el asunto, si, se esclarecieron muchas cosas. Es decir, hay muchas cosas pendientes, pero creo que hubo más verdad de la que todos supusimos en el proceso de los paramilitares. Ese proceso tampoco está agotado, de hecho nosotros hoy seguimos haciendo investigaciones sobre la base de testimonios y verdades constatables confesadas por los paramilitares.
*Fotos cortesía de:
César Romero – Centro Nacional de Memoria Histórica.
Juan Arredondo – Centro Nacional de Memoria Histórica
Álvaro Cardona – Centro Nacional de Memoria Histórica