Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
En este perfil de La Red Líder hablamos con el escritor y columnista que sostuvo que Colombia siempre está pasando por una situación difícil, y quien ha intentado narrar el conflicto desde la ficción, desde el testimonio y desde el periodismo.

La Red Líder: Usted planteó que en Colombia la democracia era la contracara de la violencia ¿Considera que el fin de las guerrillas generará verdadera apertura democrática?
Héctor Abad: Colombia, y quizá todos los países, siempre están atravesando una coyuntura difícil: o saliendo de una crisis o entrando en ella. El mundo, por mucho que lo amemos, es un lugar hostil. Soñamos con el Paraíso, pero nunca lo vamos a poder construir: es la lucha de Sísifo, subimos la piedra hasta la cima, pero de inmediato rueda cuesta abajo, y hay que volver a subirla.
Creo más en la evolución que en las revoluciones y Colombia viene mejorando en los últimos 15 años, muy despacio, pero le arrebata cada año terrenos al infierno. Partes de Colombia entran al purgatorio. No creo en soluciones mesiánicas, les temo a quienes dicen tener las llaves para solucionar todos los problemas.
Como venimos de una situación terrible en que fuimos casi un país fracasado, si comparo el 2016 con 1991, creo que se ha logrado mucho. Si hubiéramos hecho la paz de Betancur en 1984, tal vez nos habríamos evitado 30 años de luchas y estaríamos mejor. Esa vez no se pudo por la intransigencia de los extremistas.
Esperemos que ahora se pueda y podamos dedicarnos ya no a las urgencias del conflicto, sino a las cosas importantes de la justicia, la salud, el agua, el ambiente, la tierra.
LRL: A qué se refiere con que “uno de los grandes dilemas de la democracia es definir hasta qué punto se debe tolerar a los intolerantes.”
HA: Me refiero a un viejo problema de la teoría política. En opinión de Karl Popper si hay un partido que llega democráticamente al poder con el programa de abolir la democracia -es decir, ese partido declara que, en adelante, ellos no admiten ni se someten a dejar el poder por vía electoral- tenemos derecho a combatir ese partido, así haya llegado al poder por mayoría.
Puede haber grupos políticos que defiendan teóricamente tesis intolerantes, mientras esos grupos no usen la violencia para defender sus ideas, se pueden tolerar. Pero cuando la tolerancia no es recíproca -yo te tolero, pero tú no me toleras, o no me tolerarías si tuvieras el poder- la caída en la violencia está siempre cerca.
Pongámoslo fácil: se pueden tolerar grupos neonazis que no acudan directamente a la violencia. Pero si un grupo neonazi llega al poder -así sea por mayoría-, las minorías tendríamos derecho a no aceptar su opresión mayoritaria. Hay intolerancias mayoritarias que las minorías democráticas no podemos tolerar, a no ser que aceptemos renunciar a las libertades que más queremos. A no ser que una porción de la sociedad acepte ser esclavizada.
Los esclavos, así sean una minoría, tienen derecho a levantarse contra la opresión que niega su libertad.
LRL: ¿Qué opina del ascenso reciente de la religión en la política, qué la explica?
HA: En algunos países árabes no está en ascenso, sino en el poder, y por lo tanto en descenso. Yo aquí me temo que algunas sectas evangélicas recalcitrantes sean nuestros talibanes del futuro. En Occidente, y en Colombia también, se ha vuelto mainstream, establishment, el estado laico, la separación de creencias religiosas y leyes.
Los extremistas evangélicos, y unos cuantos católicos carlistas decimonónicos, quisieran que el Estado y la religión fueran de la mano, que el delito y el pecado se confundieran.
Creo que los laicos debemos luchar contra esa ideología perniciosa con toda la fuerza de la convicción y de los argumentos.
El género humano nunca estará de acuerdo y no se nos pueden imponer “verdades religiosas absolutas e indudables”, si eso se intenta imponer a la fuerza, así sea por una mayoría democrática, tendremos violencia.
Decía Voltaire que la discordia y el desacuerdo son naturales entre los hombres y que la tolerancia es la única solución. También aquí es imposible aceptar el totalitarismo de los intolerantes.
Una conquista de Occidente que no debería perderse es que cada cual resuelve en su fuero intento sus creencias o no creencias ultraterrenas, y no puede imponer sus convicciones metafísicas a los demás.
LRL: En “explicar el fracaso” habla sobre el poder que tiene el populismo sobre la humanidad. ¿Le preocupa que el mundo se deje llevar por el populismo de derecha como con el Brexit, el “No” en Colombia o Trump?
HA: Creo que asistimos a una gran paradoja regresiva. Los científicos duros y sociales habían convencido a la mayoría de la clase política occidental sobre la conveniencia de ciertos valores: la aceptación de las diferencias, de las preferencias sexuales, la igualdad entre hombres y mujeres, la igualdad de derechos entre distintas etnias o nacionalidades, el respeto por las minorías.
Esto, que se había vuelto -por suerte- lo establecido, parte del establishment, está siendo retado por grupos muy grandes y fuertes que no se resignan a perder cierto orden que les parece más “natural”: yo hago lo que me da la gana, lo que mi fuerza o mi riqueza me permiten. Me burlo del más débil, abuso de las mujeres, matoneo a los gays, no protejo socialmente a los más pobres, no subsidio la salud o la jubilación.
Hay un populismo antiprogresista y conservador que difunde mentiras -o postverdades, como se dice ahora- sin ningún pudor. Que se oponen al “establecimiento” científico -teoría de la evolución, calentamiento global, vacunas, fecundación asistida, adopción gay- en nombre de la moral religiosa o de un regreso a los valores tradicionales.
Tienen nostalgia por un falso mundo mejor del pasado, que en realidad era peor.
Están también contra los medios tradicionales: no importa la deontología del periodista, todos podemos ser periodistas porque todo es verdad, según predicaban los postmodernos: todo es una narrativa, ninguna es mejor o más válida o más cercana a la verdad que otra.
En fin, sí, hay un gran reto por parte de la mentira y el pensamiento a medias, por parte del oscurantismo.
Creo que poco a poco vamos convenciendo a la gente de que matar no es la mejor solución de todos los conflictos
LRL: ¿Cuál es la idea que más ha cambiado en los últimos años en Colombia?
HA: Creo que poco a poco vamos convenciendo a la gente de que matar no es la mejor solución de todos los conflictos. Pero hay un espíritu de linchamiento, de venganza, de ira, de odio, que no ha muerto.
Cuando al parecer se ha convencido a un grupo guerrillero de dejar de matar, hay grupos de presión anti-guerrilleros que preferirían seguir en la lógica antigua.
Otra cosa que ha cambiado mucho es la posición de la mujer en la sociedad, siguen padeciendo grandes violencias, sí, pero ya nadie puede defenderla impunemente. Las mujeres están ahí y saben defender sus derechos y su posición frente a una sociedad que fue y sigue siendo muy machista.
Lo que ha cambiado poco es el clasismo descarado. Hay que trabajar en eso, y en cierto racismo oculto que impide la movilidad social de los más meritorios.
LRL: Mucho del proceso de paz ha girado sobre la idea de la narrativa, ¿cómo analizaría el proceso y también la oposición del No desde sus narrativas?
HA: Bueno, tal vez sí haya una lucha de cómo se narra lo que está pasando. Yo no creo que todo sea un punto de vista. Creo que hay narraciones menos mentirosas que otras, creo que si se adopta el punto de vista de las víctimas -de quienes reciben las balas más que de quienes disparan- se puede entender mejor el dolor y lo inaceptable.
Yo he intentado narrar el conflicto desde la ficción, desde el testimonio y desde el periodismo.
A veces nos ganan las consignas y los eslogans no muy ciertos, pero efectistas, de los violentos. Debemos seguir oponiendo la “narrativa” de lo que consideramos más cercano a los hechos, a la verdad.
No siempre gana la verdad, pero hay que intentarlo. No hay verdades absolutas, pero sí hay mentiras evidentes.
LRL: ¿Cree que las ideas sí son el driver de la política, que gana el que encarne la idea más atractiva para la gente?
HA: La política es un misterio para mí. Gana algo que enciende la imaginación de la gente. A veces ideas muy simples y muy equivocadas. A veces buenas ideas.
En la política ciertos valores como la verdad, la lealtad, la fidelidad a ciertos ideales, son poco funcionales para el propósito que se persigue: el poder. Por eso nunca podría entrar en política.
La política es un reino en el que debe haber transacciones: claudicar, traicionarse. Pactar con el adversario. Es así, tal vez siempre será así. Y no me gusta. Prefiero mirarla desde afuera.
La política no se mueve en el reino ético, sino en el práctico.
Los santos no triunfan en política, los demonios tampoco se quedan gobernando eternamente, pero defenestrarlos es muy difícil.
LRL: ¿Considera, como sostiene David Bushnell, que somos una nación a pesar de sí misma?
HA: Es una buena frase. El virrey arzobispo dijo otra: que los neogranadinos eran imposibles de gobernar.
Somos frívolos, ruidosos, indisciplinados, apasionados. A veces milagrosamente buenos y altruistas. Pero somos una nación, evidentemente, por mucho que un pastuso y un guajiro sean muy distintos. Son más distintos un prusiano y un bávaro, y Alemania sin duda es también una nación.
En Colombia no pasa lo que ocurre en España, donde algunas regiones –naciones- odian a la selección nacional de fútbol. Tenemos una historia común, unos sufrimientos comunes, una lengua, una memoria, cierta música, ciertos libros, ciertos rostros. Dos siglos de historia republicana no pasan en vano.
LRL: Los artistas y los intelectuales en Colombia ejercen poco liderazgo público, cree deberían ejercer uno más visible?
HA: No lo creo. Ya pasó el tiempo del intelectual que piensa por los demás. Eso es muy antipático y muy poco realista en el mundo contemporáneo. ¿Para qué van a preguntarle a un poeta sobre agricultura, o a un novelista sobre los derechos del embrión?
En todo caso el intelectual es una persona que, si es seria, se ha dedicado a pensar, a leer, a estudiar. Y algunos son de verdad expertos y sabios en ciertos temas. Creo que habría que consultar más a los científicos.
Hay muchas cosas que no deberían decidirlas las mayorías sino los expertos. No se debería reforestar una montaña por votación, sino según las indicaciones de ingenieros forestales ecologistas. Ciertos expertos tienden a ser más tímidos y ensimismados que los líderes: los líderes deberían consultarlos más, convertirlos en un poder asesor discreto. Quizá algunos lo hagan ya.
La televisión no acabó con el cine. Ni siquiera con el teatro. Ahora hay teatro, televisión y cine.
LRL: Algunos lo acusan de gobiernista, el presidente ha tuiteado columnas suyas. ¿Qué opina de esa “acusación”?
HA: Tengo derecho a apoyar ciertas políticas del gobierno porque siempre he mantenido mi independencia para criticar otras iniciativas del mismo gobierno.
Mi supuesto gobiernismo proviene del hecho de que estoy convencido -yo mismo, no porque el gobierno me lo haya indicado- de lo benéfico que sería para Colombia un proceso de paz exitoso, una ulterior disminución de la violencia.
Si el gobierno de turno concuerda con esa idea que antes tantos defendíamos -lo defendí desde mucho antes de que se estuviera implementando- no veo por qué debo renunciar a mi vieja convicción porque un gobierno la esté llevando a cabo seriamente, incluso con mucho más eficiencia que como podría haberlo hecho yo si fuera dictador.
Si uno ha defendido el derecho al aborto durante 20 años, y un gobierno propone al fin una ley de aborto sin restricciones, uno no debe renunciar a esa vieja idea disidente porque de repente se vuelve oficial o “gobiernista”. Gobiernista sería si tuviera puestos, contratos, si recibiera dinero del gobierno a cambio de lo que escribo o pienso. Y eso no ha pasado ni va a pasar nunca. Ni he sido ni quiero ser funcionario o contratista del Estado.
LRL: ¿Al morir la idea del autor en Internet, muere también la idea del intelectual en la cibercultura, qué lo reemplaza?
HA: Bueno, creo que algunos también estamos ahí. Que luchamos por defender en ese nuevo espacio cierta “propiedad intelectual” de algunas formas de escribir. Denunciamos el plagio, el robo o la manipulación de nuestras palabras.
No conviene aislarse ahora en una torre de marfil pre-digital. Aunque pierdo mucho tiempo en el mundo digital, creo que conviene seguir estando ahí para no dejar todo el espacio a los bárbaros sin control.
Wikipedia es un trabajo intelectual colectivo maravilloso, pero quienes lo hacen tienen que estar atentos, ahí, para que los bárbaros digitales no entren como terroristas a destruir con mentiras ciertos hechos básicos e indiscutibles.
LRL: Siendo el director de la Biblioteca Universidad Eafit, ¿qué hacer para que el colombiano lea libros en un mundo tan tecnológico?
HA: Lo primero es proponer, comprar o producir buenos libros. Libros que le hablen al lector de hoy. Y tenerlos tanto en formato digital como en papel.
La televisión no acabó con el cine. Ni siquiera con el teatro. Ahora hay teatro, televisión y cine. Así será con la lectura: seguirá habiendo libretas manuscritas, libros de papel y libros digitales, o mil portales con textos. Creo que ahora se lee más que antes, así sean cosas más cortas. Y creo que una minoría de lectores -los grandes lectores siempre han sido una minoría- están entrando en la clase media y quieren tener una biblioteca personal.
Para ellos se trabaja: para que ellos puedan disponer de la cultura que la humanidad ha considerado que es un tesoro desde hace siglos.
Hay que proteger ese patrimonio de los seres humanos, y para eso están las bibliotecas, las editoriales, ciertos portales de internet.
No todo será basura, y los más inteligentes y cultos sabrán discernir el oro y la escoria.
LRL: ¿Por qué esta creando una editorial en una época que se predica la muerte del libro impreso?
HA: Porque es una editorial con ánimo de quiebra. No, estoy bromeando: no queremos quebrar. Porque a diferencia de Europa o de Estados Unidos, a las ferias del libro colombianas, a los festivales literarios, no van puros viejitos (como a las iglesias) sino niños, jóvenes, muchachos. Como le decía, aquí crece la clase media, millones de personas están entrando en ella. Y la clase media es la que más lee.
Les queremos proponer libros para entender a Colombia y el mundo, para pensar y divertirse. Quiero ofrecerles la pequeña biblioteca que yo tuve, o que hubiera querido tener, cuando tenía entre 15 y 30 años. Y cada libro valdrá menos que una botella de aguardiente, para que no saquen disculpas por el supuesto precio inaccesible de la cultura. Y ante todo, porque me gusta leer y hacer libros hermosos y bien escritos. Si fracasamos, quedará una huella de buena literatura.
LRL: ¿Cómo definiría el efecto de las redes sociales sobre la política y la cultura?
HA: Como en todo invento hay una ganancia y una pérdida. Se gana y se pierde siempre, como cuando se inventó el cuchillo, que facilitaba la caza, la cocina, pero también la guerra y el asesinato. Viajar en avión o en carro nos priva del contacto con el paisaje de los viajes a pie. Estamos apenas en el amanecer de todo esto.
Las redes sociales eligieron a Obama, y fue como un amanecer maravilloso, los reaccionarios lo entendieron y se dedicaron a ellas para elegir a Trump.
Como se ve, pueden ser un arma de dos filos.
Tenemos que prepararnos para dar también ahí la batalla de la verdad, de la ilustración, de la ciencia, del humanismo. No será fácil, es mucho más fácil destruir que construir.
Por primera vez en mi vida no soy tan optimista como antes. Pero aun si el fracaso es lo más probable, yo creo en esto: hay que luchar con el mismo entusiasmo como si fuéramos a ganar. No rendirnos antes de jugar todo el partido o antes de rendirnos a la mentira.
LRL: ¿Qué opina de la tesis que “¡Es la cultura, estúpido!” para explicar particularidades colombianas como las tendencias la violencia, la ilegalidad, la insolidaridad?
HA: No creo que haya tesis tan completas que todo lo expliquen. Ni la economía, ni la cultura, ni la medicina abarcan todo lo humano.
Para un nadador todo charco es piscina, para un biólogo todo son células y bacterias, para un político, todos son votantes. A mí el mundo me parece un sitio cargado de historias para escribir.
Pero no creo que ningún área parcial del conocimiento tenga esa visión totalizadora que todo lo explica. Necesitamos ministerio de cultura, de educación, de salud, de infraestructura.
Supongo que un posudo llamaría a todo esto una visión holística. No quiero hablar así, tan adornado. Pero no es la cultura sola, ni la economía sola, ni la coca o la guerrilla sola. Hay que trabajar en todos los frentes.
LRL: ¿Se atreve a definir “el alma colombiana”?
HA: No me atrevo a definir ni siquiera el alma mía.
LRL: No muchos antioqueños se atreven a ser críticos de la cultura paisa. ¿Qué tan crítico es usted?
HA: Para mí ser antioqueño es un azar irremediable. No me enorgullezco ni me avergüenzo de algo que no escogí. Soy capaz de mirarlo desde adentro y desde afuera.
No creo que la arepa sea mejor que el pan, ni los frisoles mejor que la pasta, pero me parece que el mundo es más rico si hay pan y arepas, pasta y frisoles, que una sola cosa.
Me gusta el viejo acento del español de Antioquia -el de Juan Luis Mejía o el de Manuel Mejía Vallejo- pero es por costumbre de mi oído, no porque lo considere superior o más gracioso que el acento andaluz.
Mis novelas pueden ser muy locales, de Jericó, pero me gusta Jericó porque escribo de ese pueblo desde las colinas toscanas, o desde Berlín, y aunque Berlín sea una ciudad mucho mejor que Medellín, y las colinas toscanas más bonitas que El Peñol, me sigue gustando Jericó. Ya le digo: me gustan el pan y la pasta y las salchichas, pero también la arepa, el chicharrón y el chorizo.
No le veo a esto ningún misterio: uno puede ser local y cosmopolita al mismo tiempo.
LRL: ¿Considera que Colombia se ha “apaisado”? ¿para bien o para mal?
HA: Hay un ex presidente que nació en Salgar y arrastra a mucha gente, porque hizo en su momento lo que la mayoría de colombianos querían: darle duro a la guerrilla. No nos podemos quedar anclados a ese pasado que ya tuvo su momento.
Hay otro antioqueño más cordial y pacífico que propone otras cosas, un antioqueño que fue bogoteño mucho tiempo y profesor en Los Andes de lógica matemática. Con él van a competir un gran negociador de paz de Manizales, otro azuceno de Manizales -del Polo- tal vez también uno que ya fue candidato y nació en un pueblo de Caldas.
En fin: ahora que lo pienso, a nivel político sí hay como demasiadas personas del país paisa. Pero en música están Shakira y Carlos Vives, no solo Juanes, que son costeños. Y en literatura, Santiago Gamboa y Juan Gabriel Vásquez son bogotanos. Yo no me preocuparía mucho por los regionalismos, el acento o el origen, sino por las propuestas.

La Red Líder: ¿Cuáles considera que son esas influencias que han determinado su estilo y motivaciones de liderazgo?
Héctor Abad: Yo no me siento un líder. Nunca he aspirado a serlo. No me gusta mandar ni obedecer. Lo que sí me parece es que a mí no me educaron con muchas palabras ni con muchas órdenes, pero sí con mucho ejemplo, con actos.
Con mis hijos trato de ser parecido: no les doy órdenes sino que hago cosas. Mi papá y mi mamá madrugaban todos los días, el primero a dar sus clases en la universidad y mi mamá a manejar la empresa que había fundado. No podía haber pereza ni desidia en mi casa. No había motivos para aburrirse. Si uno hacía cosas útiles como estudiar o tratar de llevar a cabo una idea, o leer, o escribir, ya no estaba perdiendo el tiempo. Supongo que ese estilo independiente y activo, inquieto y alegre al mismo tiempo, fue lo que más influyó en mi manera de ser.
LRL: ¿Cuál es el origen regional de su familia?
HA: Soy tres cuartas partes antioqueño y una cuarta parte santandereano. Uno de mis tatarabuelos, José María Faciolince, fue gobernador de Antioquia, rector de la Universidad y participó activamente en el movimiento por la abolición de la esclavitud. Mi bisabuelo santandereano, José Joaquín García, escribió un libro muy ameno: Crónicas de Bucaramanga.
Por el lado paterno mi familia viene de campesinos acomodados de Jericó. José Antonio Abad, a quien le decían Don Abad, fue uno de los notables del pueblo, abrió una grande hacienda, pero andaba a pie limpio. Todos eran conservadores, mi abuelo Antonio fue el primer liberal de la familia y por eso mismo no lo dejaban ser padrino de bautismo y no podía ser compadre de sus mejores amigos. Tal vez de ahí vengan para mis venas unas “gotas de sangre jacobina”, como decía Machado.
LRL: ¿Cuáles fueron sus primeros rasgos o insinuaciones de liderazgo?
HA: Repito que nunca he querido ser líder. Siempre han sido los otros quienes me llaman para que lidere algo.
La primera vez fue cuando a dos compañeros del colegio, en tercero o cuarto de bachillerato, Esteban Echavarría y Mauricio García se les ocurrió fundar un periódico y, aunque yo no había tenido la idea, me ofrecieron que fuera el director. Esa vez acepté. Una vez Gonzalo Córdoba me ofreció dirigir la revista Cromos, como en el año 99, y en cambio no le acepté. Siempre me sorprendo cuando me ofrecen un lugar de liderazgo y me siento en el lugar equivocado. No sé mandar, en realidad. No tengo madera de líder, tampoco de súbdito. Tal vez por eso escogí este oficio solitario de escribir.
LRL: ¿Cómo cree que maneja la inteligencia emocional?
HA: Yo no me miro mucho, para empezar. No vivo muy pendiente de mí. Me intereso por lo que dicen los demás. La gente tiende a caerme muy bien. Me aburro muy poco, creo que de cualquier persona puedo aprender, sacar ideas, enterarme de cosas.
Si me encuentro con un papero en un consultorio, le pongo el tema de las papas, y aprendo algo. Y lo mismo si es veterinario o contador: esa persona sabe mucho más de perros o de cuentas que yo, y siempre me enseñan algo. Y eso es un tesoro para un escritor, pues uno debe tener todo tipo de personajes en sus novelas, no solo intelectuales. Mi inteligencia emocional, si la tengo, consiste en tener siempre despierta la curiosidad, y el oído. Tal vez por eso las personas tienden a confiar en mí y a contarme sus vidas. No creo que sientan que yo los estoy juzgando.
LRL: ¿Qué adversidades ha tenido que superar?
HA: El suicidio de mi mejor amigo, a los 14 años, la muerte de mi hermana, a los 13. El asesinato de mi padre, a los 27, el exilio, ese mismo año, sin trabajo y con muy poca plata. También he tenido divorcios muy traumáticos, y una larga separación de mis hijos, que son las personas que yo más quiero, y vivieron durante muchos años en otro continente.
LRL: Desde su experiencia, ¿cómo entiende un líder?
HA: He trabajado con personas que me han estimulado mucho en los trabajos que hago. Son personas que hacen y dejan hacer, dando pocas indicaciones precisas que muestran un posible camino, no una camisa de fuerza.
Juan Luis Mejía, por ejemplo, el rector de la Universidad Eafit. Fidel Cano, el director de El Espectador, que todo lo ve de un modo muy sereno y ecuánime. Nunca hubiera aguantado un jefe que grite o diga groserías. Cuando trabajé en Italia, mi jefe, la profesora Maria Grazia Profeti, también sabía sacar lo mejor de mí con propuestas y sugerencias, nunca con órdenes tajantes.
LRL: ¿Cómo ha sido el liderazgo colectivo en su experiencia?
HA: He trabajado en instituciones muy sanas al respecto. Las revistas y periódicos donde he trabajado, y también las universidades, han sido ambientes de crecimiento intelectual: no recintos de odios, envidias o iras. Creo que he tenido mucha suerte en este tipo de sitios. Y también en el amable ambiente familiar de mi casa, donde los oficios, las responsabilidades y la economía funcionaban tranquilamente, sin grandes discusiones, sin injusticias. Creo que una experiencia muy exitosa de liderazgo colectivo han sido el feminismo y las organizaciones que promueven la igualdad sexual de las minorías, los movimientos gays, etc.
LRL: ¿A qué personas de la vida pública les reconoce liderazgo?
HA: Lo malo es que en estos casos siempre se piensa en los políticos y no en otro tipo de personas que son igualmente importantes para la vida de un país. Como políticos me gustan el liderazgo suave de Fajardo o incluso de Santos, pero yo no he trabajado nunca con ellos por dentro: a lo mejor en la oficina son terribles.
Aunque no me parece, creo que saben respetar a sus subordinados, sin dar alaridos. Pero admiro más el jefe médico de un hospital donde los pacientes están bien atendidos, el director de un acueducto que nunca deja que salga agua contaminada o no potable, el gerente de una hidroeléctrica gracias al cual no se nos va la luz. Esa es la gente que hace que un país funcione, y casi ni los vemos. Ni nos sabemos sus nombres.
LRL: Dentro de 20 años unos historiadores deciden estudiar este momento de la vida del país, a través de cinco líderes emblemáticos. ¿Qué cinco líderes escogería usted para estudiar?
HA: Dos negociadores de paz: Sergio Jaramillo y Humberto de la Calle. Un cura: el padre Francisco de Roux. Un columnista investigador: Daniel Coronell. Una mujer que ha hecho mucho por los derechos de la mujer: Mónica Roa.
LRL: Ronald Heifetz sostiene que liderar es vivir peligrosamente. Porque el liderazgo tiene un lado no glamuroso, del que poco se habla: genera que otros se opongan a la iniciativa de liderazgo llegando incluso a buscar detener al líder. Esto ocurre porque el liderazgo transformador genera cambios y “pérdidas” para la gente al desequilibrando el statu quo. ¿Qué opina de esto?
HA: Opino que para cualquiera es muy valioso fijarse bien en el tipo de personas que se le oponen, incluso que lo odian. Si uno no hace nada, generalmente no genera ni grandes amores ni grandes odios. Vive sin problemas, sin pena ni gloria. Si uno hace cosas, genera ambos sentimientos: admiración y desprecio. Si las personas que te desprecian son despreciables o ponzoñosas -pero no porque te desprecien, sino por otras actitudes o acciones de ellos en la vida- hay que oírlos, pero no preocuparse demasiado. Si los que están contra uno son los mejores de cada cosa y hacen muy bien su trabajo y son amados por lo que hacen, tal vez el problema esté en nosotros.
LRL: ¿Cree que dado el contexto apropiado, cualquiera puede ser líder?
HA: Más que cualquiera, lo que creo es que nadie sabe dónde salta la liebre. En condiciones extremas -una hambruna, un terremoto, un incendio, una guerra- a veces los que considerábamos menos importantes, los más callados, los más tímidos u oscuros, de repente surgen como los grandes salvadores. No hay que confiar en las apariencias. Dadas unas condiciones muy raras, el líder surge como la liebre, de donde menos se lo espera. Hay personas dispuestas a sacrificarse por los demás y al ver que arriesgan la vida por otros, los escogemos como héroes, como mártires que merecían ser los líderes.
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