Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
En López de Micay, Guapi y Timbiquí en Cauca se han hecho plantones, marchas, cacerolazos y se ha cerrado el comercio por algunos días en señal de protesta.
Las marchas del 21 de noviembre, que se han prolongado durante varios días, han sido una señal latente de que las cosas no van bien. Algo está fallando. Y si hay fallas hay que expresarlas, reconocerlas y resolverlas.
En distintas ciudades se ha expresado, de diferentes formas, el inconformismo con las políticas que el gobierno de Iván Duque ha implementado o quiere imponer en materia económica, educativa, pensional, laboral, entre otras, con las cuales un gran sector de la ciudadanía colombiana no se siente identificado.
Por eso, la costa pacífica caucana, uno de los territorios que ha sufrido el abandono histórico por el gobierno, no se quedó atrás y se sumó a este Paro Nacional, expresando su desacuerdo por la inoperancia del Estado en las comunidades afro e indígenas que habitan en esta región del litoral.
Es triste que todavía estas poblaciones sigan siendo objeto de exclusión y se les siga dando la espalda ante tantas problemáticas que les aquejan.
En López de Micay, Guapi y Timbiquí se han hecho plantones, marchas, cacerolazos, encuentro de expresiones artísticas y se ha cerrado el comercio por algunos días en señal de protesta por la falta de intervención social por parte del Gobierno actual en este territorio.
El proceso de paz no ha sido implementado en esta zona del país, una de las más afectadas por la violencia. Muchas personas viven en medio de hambre, no hay fuente de empleo, no hay acceso a la educación superior, el sistema de salud es precario y el acceso a bienes y servicios fundamentales es bastante limitado.
Si bien esta zona ha sido abandonada por los jefes de Estado a lo largo de su historia, con el actual Presidente no se ha logrado avanzar.
Se evidencia que la presencia estatal solo se hace concreta con presencia militar, pero esa no es la solución que el pueblo necesita (hasta puede ser más problema que solución). Más que soldados, la gente necesita educarse, necesita poder realizarse libremente, tener empleo, movilización a menor costo y apoyo para emprender iniciativas empresariales.
Estas poblaciones negras e indígenas que viven rodeadas de los ríos y del mar, que cuentan con una riqueza en biodiversidad y que cultivan manifestaciones ancestrales en medio de la guerra, hoy claman por un Pacífico mejor. Un Pacífico donde su gente cuente para los gobernantes y no sean, simplemente, objeto del utilitarismo electoral.
A los alcaldes de estos municipios les ha sido difícil su ejercicio gubernamental, porque el respaldo de los gobernadores del departamento, desde períodos precedentes, ha sido nulo. No han cooperado lo suficientemente significativo para gestar el progreso de esta región.
Por eso hay muchas razones para que los moradores de este territorio se unan al Paro y marchen para que sus derechos sean promovidos antes que vulnerados.
El Pacífico marcha por la educación de los jóvenes. De cada 100 jóvenes que terminan el bachillerato, solo el tres logran estudiar una carrera universitaria o tecnológica. Además, deben desplazarse a Buenaventura, Popayán o Cali, con todo lo que implica el sostenimiento de vivienda, alimentación y estudio.
El Pacífico marcha por un mejor servicio de salud. Hay poblaciones rurales en López de Micay que para acudir al hospital del municipio, nivel uno, deben viajar durante cinco horas en lancha, otros deben caminar por trochas hasta cinco horas.
El Pacífico marcha porque el proceso de paz no se ha implementado en esta zona. El Gobierno no ha llegado a promover el campo, la pesca, la cultura y el ofrecimiento de cultivos alternativos a los campesinos para que abandonen los ilícitos.
El Pacífico marcha porque sus habitantes carecen de empleo formal. El Gobierno no ha incentivado la creación de empresa para que las familias tengan un sustento mejor y condiciones de vida digna.
Este territorio, que también es Colombia, exige ser mirado, intervenido y promovido. Un territorio que le aporta al país su riqueza cultural y natural, merece que el Presidente ejecute políticas que susciten esperanza, esa esperanza que la guerra ha arrebatado y despedazado con el paso del tiempo.
Es necesario que el Gobierno tenga autonomía del territorio con iniciativas sociales que generen bienestar integral. Mientras eso no pase, siempre habrá razones para marchar.
Ojalá no haya necesidad de salir a las calles a alzar la voz para exigir lo que por derecho les corresponde a esta gente.