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¿Cuáles son las dinámicas de la violencia en el municipio de Puerto Tejada? ¿Cuál es la radiografía del municipio en el actual contexto de postacuerdo? ¿Qué piensan y qué dicen los y las jóvenes de Puerto Tejada sobre el postacuerdo y la posibilidad de construir paz en medio de la violencia?
Por Lizeth Sinisterra[1], Inge Helena Valencia[2] y Laura Villegas[3].
Steven es un joven negro de 18 años que vive en Puerto Tejada, un municipio del Norte del Cauca a 30 minutos de Cali. El año pasado se graduó de un colegio público de su ciudad, y quiere iniciar sus estudios universitarios, pero, lastimosamente, y como consecuencia de la calidad de la educación pública, su puntaje en las pruebas Icfes no fue lo suficientemente alto para ingresar a una universidad pública o acceder a una beca.
Su mamá afirma que quiere hacer un esfuerzo extra para pagarle la universidad, pero con su salario como aseadora en el sector industrial y sus otros dos hijos menores para mantener por sí sola, desde el asesinato de su esposo a manos del conflicto, la plata simplemente no alcanza. Ante esta situación, Steven prefirió buscar trabajo para ayudar a su mamá, pero el rechazo fue una constante que se excusaba en la falta de experiencia, su barrio de residencia, y en algunos casos, el color de su piel.
Inevitablemente, preocupada por el uso de su tiempo libre, su mamá le propuso que lo dedicara a la música y asistiera a algunas clases en la Casa de la Cultura. Pero Steven, al igual que muchos otros habitantes, teme cruzar las “fronteras invisibles”. Teme a posibles represalias en manos de las pandillas por tener un familiar que perteneció a una de ellas. Si quiere participar en una actividad cultural sin salirse mucho de sus límites y poner en riesgo su vida, deberá unirse al equipo de fútbol cercano -deporte en el cual la Alcaldía invierte la mayor parte de los recursos- sin embargo, este deporte nunca le ha gustado.
Ha pasado casi un año desde que Steven no tiene mucho que hacer. Sus oportunidades han estado limitadas y su constante optimismo ante sus posibilidades ha decaído notablemente. Ahora, su tiempo libre se va en “parcharse” con los otros jóvenes del barrio en su misma situación, cuyas prácticas a veces oscilan entre lo legal y lo ilegal.
Así como Steven, en Puerto Tejada hay muchos jóvenes en esta misma situación, que van perdiendo sus ganas y entusiasmo ante la falta de oportunidades que le ofrece el municipio. Los jóvenes de este lugar están rodeados por la violencia y por múltiples barreras visibles. La primera de ellas es el empobrecimiento (el 52% de los habitantes cuenta con necesidades básicas insatisfechas) de la población que tiene que ver con los procesos de violencia estructural que se han dado en esta localidad. Ser joven, pobre, negro o negra en esta región es una posición de extrema vulnerabilidad debido a las dinámicas de violencias que se entretejen en este espacio empobrecido, racializado y segregado.
Despojo Territorial, Industrialización y Precarización
A mediados de siglo XX, Puerto Tejada se caracterizaba por ser un municipio agrícola, donde la lucha por la tierra y la consolidación de la finca tradicional permiten el establecimiento de una economía campesina que contribuyó a reafirmar la identidad y el liderazgo de pobladores afronortecaucanos (De Roux 1991, 7-8 en Guzmán 2014). Con la fundación del Ingenio La Cabaña, así como con la puesta en funcionamiento del Ingenio del Cauca en los años cincuenta, se desarrolla notablemente el cultivo de la caña de azúcar en el municipio de Puerto Tejada que poco a poco se significaran el despojo de las fincas tradicionales.
Progresivamente, en Puerto Tejada se va concentrando una población despojada, que lucha por la mejora de sus condiciones de vida después de haber perdido la tierra. Lo que se tradujo en varias expresiones de lucha comunitaria, que entre 1960 y 1980 lograron consolidar el conocido movimiento cívico en la región (Guzmán, 2014).
Posteriormente, tras el establecimiento de la Ley Páez en 1996, muchas personas de Puerto comenzaron a ser vinculadas como mano de obra para los parques industriales de la región. Con esta ley, se pretendía reconstruir toda la zona afectada por el desastre natural del río Páez, motivando a empresarios para que instalaran la zona plana del Norte del Cauca y así pudieran gozar de beneficios en la exención de impuesto de renta y complementarios.
Así, se establecieron la conformación de grandes parques industriales para el asentamiento de industrias que, a cambio de contratar mano de obra local, fueron eximidas de impuestos. Desafortunadamente, la ley Páez no impactó directamente en la calidad de vida de los habitantes de la región y los niveles de pobreza se acrecentaron en Puerto Tejada, a pesar de la presencia de más de 7 parques industriales en las cercanías del municipio.
Imagen 1: Presencia de Parques Industriales y empresas presentes en Puerto Tejada.
Paramilitarismo, Pacificación y Violencia
A la expansión del despojo producido por el auge de la caña, de la proletarización y precarización laboral como resultado de los asentamientos de los parques industriales, hay que sumar cómo el municipio desde mediados de década de 1980 queda sumido en las dinámicas de la violencia y el narcotráfico.
Para 1994 es notable el aumento de los homicidios en Puerto Tejada, lo que concuerda con la expansión de actividades del Cartel de Cali. Dada su ubicación, Puerto Tejada se convierte en un corredor del narcotráfico, lo que hace que aumenten las dinámicas de la violencia, llegando a ser “el segundo municipio [en el norte del Cauca] con mayor violencia mortal.
Cuando llegaron los paramilitares a Puerto Tejada, a diferencia de otros municipios del norte del Cauca, este no estaba dominado por las guerrillas y sus índices de criminalidad se asociaban a la presencia de pandillas. Por esto “[los] paramilitares focalizaron sus actividades en “limpiezas sociales” contra los integrantes de pandillas a lo largo del año 2001, cuando la violencia homicida llegó a una tasa de más de 133 homicidios. En el año 2000 es “HH” como comandante del Bloque Calima, que después de instalarse en Timba decide hacer su entrada a Puerto Tejada contando con el apoyo de la Policía, según el portal Verdad Abierta.
Entre los años 2002 y 2004, Puerto Tejada vive una situación de “pacificación” que solo se entiende a partir del control armado y social que ejercen los paramilitares. Esta pacificación se hace a través de acciones de violencia directa sobre los jóvenes e incluso reclutándolos después para que sigan persiguiendo a los mismos pandilleros.
Es visible entonces cómo la llegada de los paramilitares a la región tiene que ver con detener la avanzada de las Farc, como pasa en el Valle y en la zona alta del Norte del Cauca, con lograr controlar las actividades ligadas al narcotráfico (Valencia. 2016). Pero, también, en el caso particular de Puerto Tejada, con blindar algunos de los ingenios y parques industriales, que, según testimonios locales, comenzaron a ser vistos por parte de los pandilleros como un buen objetivo para robar o extorsionar. Posteriormente con la desmovilización del Bloque Calima en 2004, la tasa de homicidios en el municipio pasó de 63 en 2004 a 183 en 2005, es decir, se multiplicó por tres (Guzmán, 2014), debido a la proliferación de pandillas, y los escenarios de exclusión y diversificación de las rentas ilegales que hay en la región.
Imagen 2. Fuente: Registro Único de Víctimas, 2003.
Una de las consecuencias de esta normalización de la violencia en Puerto Tejada se expresa con la continuidad en el mantenimiento en la existencia de múltiples pandillas formadas por jóvenes, las cuales “se dedican al hurto, la extorsión y son víctimas o victimarios de homicidios [además de] trabajar para las “oficinas de cobro” al servicio del narcotráfico en Cali” (El Tiempo, 2006). El crecimiento de esta violencia se identifica en los datos del 2008, en los cuales se registra que la tasa de homicidios en Puerto Tejada llegó a 46 por cada 1.000 habitantes (en una población de 44.804) (Ministerio de la Protección Social, 2010).
Este sostenimiento de las pandillas y la violencia se explica tras el auge del narcotráfico y los grupos armados en la zona, y no solo como un enfrentamiento entre los jóvenes. Esto nos lleva a pensar que las dinámicas violentas de estos grupos han tenido repercusiones directas en la forma de vida de las generaciones que crecieron durante y después del inicio de la presencia paramilitar ya que han vinculado jóvenes principalmente para el ejercicio de actividades ilícitas.
Tres asuntos sobresalen aquí para entender los perversos impactos de la violencia en Puerto Tejada, y comprender así que esta tiene unas causas, y no que los jóvenes de Puerto son violentos porque sí. El primero, es que la violencia que ha vivido Puerto Tejada se entiende a partir de la interacción de las dinámicas del narcotráfico, ya que este municipio hace parte de un corredor que conecta a Cali con Corinto, Caloto, Santander de Quilichao, Suarez y Buenos Aires. Es decir, conecta zonas montañosas de producción de coca, con la salida estratégica hacia el Mar Pacífico, bajo la sinergia urbana de Cali, donde Puerto Tejada se convierte en una ciudad dormitorio, una ciudad que pone la mano de obra para trabajos precarizados, bien sea como obreros en los parques industriales, empleadas del servicio doméstico, o para la contratación de actividades criminales.
El segundo, es que, desde la época del cartel de Cali, las pandillas de Puerto han sido utilizadas como una forma de tercerizar la violencia, donde muchas de estas fueron contratadas por este, posteriormente por el paramilitarismo y después por actores asociados a criminalidad organizada para la realización de las actividades ilícitas, entre las que se resalta el sicariato. Así que, vemos un sostenido outsourcing criminal (Valencia y Vinasco, 2017), donde los actores que contratan la violencia cambian (Cartel de Cali, Bloque Cali, Bacrím y los actores armados ilegales asociados a la criminalidad organizada y la minería ilegal), pero las pandillas se mantienen ofreciendo sus servicios en un contexto de gran marginalidad y poca oportunidad.
El tercero, y que nos parece más preocupante, es que desde la presencia del paramilitarismo en cabeza de la presencia del Bloque Calima. Esta estructura convirtió a los jóvenes en víctimas y posteriormente en victimarios de una misma ecuación. Es decir, los homicidios letales hacia los jóvenes, en su gran mayoría afrodescendientes se mantienen, mientras los ingenios se ensanchan, los parques industriales se amplían y las rentas ilegales aumentan en esta región, donde las víctimas, valga la pena reiterarlo, es una población joven, afrodescendiente en edad productiva.
Imagen 3: Tasa de homicidios departamento del Cauca y municipio de Puerto Tejada. 2017. Fuente: Terridata
En los últimos años, el deterioro de la seguridad de esta región se relaciona con las transformaciones locales, regionales e internacionales del narcotráfico y las dinámicas propias del conflicto armado. Ahora, con la firma del Acuerdo de Paz establecido con la guerrilla de las Farc-EP y el Gobierno Nacional en el año 2016, otros grupos armados ilegales como bandas criminales disidencias, y actores asociados a la criminalidad organizada buscan hegemonizar los espacios dejados por las Farc-EP. A pesar de que Puerto Tejada no es un municipio Pdet, y varios otros municipios de la zona plana no quedaron incluidos en esta propuesta, es claro que el recrudecimiento de la violencia en este contexto urbano y de transición persiste en esta etapa de postacuerdo.
Securitización vs agencia afrojuvenil
En Puerto Tejada, son sobre todo los jóvenes afro quienes han sufrido la proletarización y la vinculación a las pandillas, truncando sus proyecciones a futuro. Identificar, analizar e incidir sobre las complejas dinámicas de las violencias urbanas se convierte en un asunto de primera necesidad, de cara al escenario de postacuerdo en nuestro país y del futuro de nuestros jóvenes.
A pesar de que Puerto Tejada sea considerado como uno de los municipios más violentos en el Norte del Cauca, la violencia oculta su dimensión estructural y oculta otro fenómeno de gran importancia: el protagonismo juvenil en la búsqueda de soluciones para los problemas del entorno social. Raramente los jóvenes aparecen como sujetos políticos capaces de producir respuestas autónomas a los desafíos urbanos.
Sin embargo, las zonas marginales de las ciudades latinoamericanas son ricos laboratorios de resistencia, resiliencia e innovación social (Riaño, 2000; Ortiz, 2013), a pesar de la implementación de constantes políticas de seguridad, y de la securitización de estas poblaciones y sus territorios. Por ello, desde febrero de 2018, la Universidad Icesi y el International Development Research Centre de Canadá, han estado liderando un proyecto con el fin de reconocer la agencia política y potencializar la participación de jóvenes afros de Puerto Tejada. Durante los encuentros en el marco de este Proyecto, diversos jóvenes reflexionaron y se cuestionaron sobre su posición, por ejemplo, ¿qué es ser joven negro, hombre, mujer o gay; ser joven dentro de una población considerada pobre y vulnerable? ¿Cuáles son las memorias sobre la construcción de paz que existen en Puerto Tejada?
A pesar de que los jóvenes de Puerto Tejada están inmersos en contextos de extrema violencia, son ellos los que tienen el poder de impulsar grandes cambios sociales y, de esa manera, contribuir activamente a la construcción y fortalecimiento de una cultura de paz en su territorio.
Para ellos “la paz es lograr que en el entorno de la comunidad se pueda caminar libremente sin tener miedo a correr peligro a causa de que te roben o maten”, pero también es la posibilidad de encontrar un trabajo digno, con buenos salarios, o tener agua potable en sus casas en un municipio donde dos grandes fuentes de aguadulce son utilizadas para los servicios de los ingenios y los parques industriales.
De esta forma, los jóvenes en el marco del Proyecto, identificaron una serie de situaciones que los han afectado sustancialmente, como el racismo estructural y los estereotipos negativos que han sufrido en el municipio. Pero, también muchos de ellos y ellas se aventuran a hacerle al quite a la violencia, a recuperar espacios, a crear tejidos asociativos, porque para ellos y ellas, la construcción de paz comienza en el barrio, en el parche. También, muchos de ellos y ellas hablaron sobre la necesidad de reactivar el legado de las y los mayores, sobre la necesidad de recordar que Puerto Tejada fue un lugar que convocó importantes luchas por la dignidad, como el movimiento cívico de 1985 o fue cuna de un sinnúmero de intelectuales afros liberales pioneros en las luchas por los derechos de las poblaciones negras como Marino Viveros.
En el contexto actual de postacuerdo son muchos los desafíos que quedan. Se debe tratar de garantizar también una paz que vaya encaminada a lograr una justicia social en ciudades racializadas y empobrecidas. Se debe poner atención a los jóvenes negros víctimas de la guerra ordinaria y de la violencia estructural de las urbes colombianas. Son cuerpos y territorios donde las “temporalidades de paz y de guerra” se sobreponen.
Se debe propender, por lo tanto, garantizar el derecho a la vida, a la ciudad, la seguridad como un derecho humano, el acceso a la educación, oportunidad laboral, protección a los ejercicios de los derechos sexuales y reproductivos; de la participación y control en las decisiones sobre los recursos públicos y la gestión del territorio urbano. Un enfoque integral y territorial de construcción de paz debe abordar las desigualdades de raza, clase, edad y género que afrontan las poblaciones de los territorios afectados por la violencia.