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“San Pablo de la Mar se creó para la paz. En todo el tiempo que llevo allí no ha habido un solo muerto por el conflicto o las violencias (…). Y, cuál fue el secreto, pregunté: “La fuerza de la comunidad. Su solidaridad, su tejido fuerte. La preocupación de los unos por los otros.” María Martina Castro
– ¿Cómo está profe? Me preguntó Pachita por WhatsApp.
– Hola Pachita, que rico saber de ti. ¿Qué vientos te traen en este 2017? Pregunté.
– Estoy aquí en Cali con una matrona de San Pablo, un pueblo que nació para la paz. María se llama ella, y ahora quiere colgar una bocina en el árbol más antiguo de su pueblo para que en el post-acuerdo allí se siga viviendo en paz. Agregó con cierto picante, como para despertar mi curiosidad.
– Va pa´ esa. Le dije y luego pregunté ¿Dónde nos vemos? Yo puedo ir a Ciudad Córdoba, o ¿vienen Uds. a la Universidad? Lo que les resulte mejor.
– Nosotras vamos allá, y de paso le presento al poeta Romilio, que lo quiere conocer.
El jueves 26 de enero de 2017, acompañadas por un pegajoso calor de verano, llegaron a Icesi Pachita, María (la matrona) y Romilio con más de 10 mujeres. Venían con sus sonrisas grandes, sus vestimentas coloridas y su siempre Pacífica amabilidad. Las acompañaba un joven acuerpado, con cachucha terciada, una de esas que usan los muchachos de hoy. Todos son oriundos de La Tola, San Pablo, y El Charco, Nariño.
Pronto conseguí una sala y nos sentamos a dialogar. Con versos, cantos, décimas y relatos se presentaron una a uno, al tiempo que contaban historias de ese Pacífico que sus mayores les han contado y les han hecho vivir desde temprana edad. Varias de las mujeres viven en esta zona del Pacífico nariñense, mientras otras se han acostumbrado a ir y venir hacia y desde Cali, Tumaco, Pasto, Buenaventura o Bogotá, por tiempos largos y cortos.
En la conversación, conocí fragmentos de la inspiradora historia de María Martina Castro, una matrona nacida a orillas del río Tapaje, Municipio de El Charco, que por los caprichos del destino llegó a San Pablo varias décadas atrás. Esta mujer fuerte, sabia y reconocida por su pueblo, afirma que vino al mundo “a dejar huellas… no de las del hablar, sino de las del actuar.” Allí, en San Pablo, con la fuerza de un tornado y el apoyo de la comunidad, levantó una escuela, que más tarde se convirtió en colegio reconocido en la región por su calidad en la formación de jóvenes y niños, por la transparencia de su administración y su autonomía política y cultural. También construyó e instaló el Centro de Salud y la Farmacia Comunitaria. Sólo esta última, no se mantiene, pues después de su creación se decidió “que una Junta la administrara, pero ésta la dejó quebrar unos meses después.”
Con su voz y su canto, acompañada de la percusión que ella misma hacía con sus manos al acariciar la mesa de juntas, María nos hizo saber de un fenómeno excepcional de ese Pacífico que se resiste a cargar con los rastros y las heridas causadas por la acción de empresas extractivas; del conflicto armado; de los cultivos ilícitos, y de las minerías ilegales. Y con tono alto y seguro sentenció:
“San Pablo de la Mar se creó para la paz. En todo el tiempo que llevo allí no ha habido un solo muerto por el conflicto o las violencias (…). Sí, por allí pasaban los grupos armados, pero nunca dejamos que se quedaran”. Y, cuál fue el secreto, pregunté: “La fuerza de la comunidad. Su solidaridad, su tejido fuerte. La preocupación de los unos por los otros… Allí nunca faltó la comida. Quien sacaba plátanos, compartía sus plátanos. Lo mismo pasaba con los que traían conchas, o venían de pescar.”
Esta afirmación coincidía con las versiones y detalles de las mujeres y el par de hombres que estaban allí. Algunas habían sido estudiantes de la escuela de María, otras sabían de su existencia, porque ella, María Martina, como sus obras, se han convertido en leyenda en toda la región.
Después del encuentro fui a confirmar los datos que todos los asistentes a nuestra reunión presentaban con tanta certeza. Para ello acudí a información cuantitativa y cualitativa del Banco de Datos de Derechos Humanos de Cinep, Noche y Niebla.[1] Y con María Alejandra, una de mis estudiantes, encontramos que San Pablo de la Mar hace parte del municipio de La Tola. Sin embargo, no hallamos registros de asesinatos o de hechos violentos en esta zona por más de una década. Pero sí encontramos datos de La Tola con información de un combate en 2002 entre la Policía y guerrilleros de las FARC, en el que resultaron heridos dos agentes de la Policía. Y también ubicamos el registro de un enfrentamiento entre el Ejército con el grupo paramilitar Las Águilas Negras en 2.007, hecho que según el Banco de Datos desató el desplazamiento masivo de unas 110 familias en la región.
Enseguida, Pachita, Francisca Castro, otra líder social del río Tapaje, mujer Pacífica, en el sentido más literal de esta palabra, y trabajadora del Instituto de Estudios Intercultarales de la Universidad Javeriana de Cali, tomó, no la palabra, sino el canto y nos narró que las mujeres y hombres que estaban allí, incluyéndola a ella, eran testimonio vivo del recorrer de la Escuela Sé quién soy. Este es el nombre que han dado a un programa itinerante de identidad y cultura que se moviliza por los territorios del Pacífico desde hace más de 15 años. Así mujeres y hombres recorren el litoral con sus voces, saberes y principios políticos y culturales, trabajando colectivamente por la reconciliación, la paz y la buena vida.
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“Soy la Escuela Sé quién soy,
donde voy me reconozco,
donde voy yo soy historia,
modelo para los otros.
Luchamos por no perder los valores y las costumbres,
porque el que no se reconoce,
dentro de su potrillo[2] se hunde.” Nos cantó Pachita
También escuché las historias de varias de las asistentes que vinieron a Cali y a sus alrededores en busca de bienestar para sus familias y de una mejor educación para ellas, para poder servirle a su gente y luchar por su reconocimiento, por sus derechos y sus culturas. Además escuché la historia de Neila Cuevas, quien tuvo que dejar su trabajo de maestra para venir a Cali a batallar con un cáncer de seno. También a exigir sus derechos a la salud y a una buena atención, pues en los últimos meses, ha tenido que lidiar con el accionar de algunos médicos que dejaron en sus cuerpo los rastros de diagnósticos y prácticas equivocadas. El joven de cachucha retorcida, es su hijo, Jorge Fabián, quien se “auto-invitó” a la reunión, pues quería ver si en Icesi podía estudiar Inglés, su segunda pasión después del baile de salsa.
Además escuché con sinsabor las historias de sobrevivencia de Romilio Cadena, poeta, maestro rural, de la zona de El Charco, quien no corrió con la misma suerte que han tenido los Sanpableños. Él tuvo que salir de esa región para recuperar la vida, que casi le quitan las violencias y las rencillas cotidianas, que empezaron a hacer parte de la vida diaria de su municipio. En su relato apareció también “Apocalipsis del Ecosistema”, poema que con dolor escribió al comprobar los resultados de las fumigaciones aéreas con glifosato en su territorio, como parte de la política antinarcóticos en Colombia. Este es un fragmento de sus décimas:
El Pacífico costero
era el último pulmón
que le quedaba a la tierra,
para la oxigenación.
Colombia estaba orgullosa,
por su riqueza ambiental,
variedad biodiversal
de la fauna y flora hermosa
que contemplaba dichosa
reliquia del mundo entero,
que por celos extranjeros
el aire están fumigando
sin piedad están acabando
al Pacífico costero.
Ni que decir de la historia de Francelina Carabalí, que lo deja a uno sin palabras y lo hace contener las lágrimas, o de tristeza o de admiración. Ella cuenta que tuvo que levantarse del dolor producido por la muerte de su querido esposo, primer líder comunitario asesinado en el municipio de El Charco, a comienzos del año 2.000. En ese tiempo llegaron los primeros grupos paramilitares a la región a disputar el orden territorial que desde hacía varios años tenían algunos frentes de las FARC y del ELN. Después de este relato, fue Francelina quien propuso bautizar a San Pablo, como reservorio de paz. Además, ella misma puso a soñar al grupo en expediciones en el Pacífico para ubicar, para reconocer, otros reservorios de paz.
María Martina, la matrona, ha dejado una urna de cartón en esta y otras universidades. También las ha dejado en otras organizaciones y comunidades de Cali. En estas urnas está recogiendo dinero y aportes para la bocina, los cables, los micrófonos y los equipos básicos que necesita para echar a andar esta, su nueva travesía.
Con la bocina colgada de ese árbol de Mamey, el más antiguo del pueblo, ella acompañará las mañanas de su gente, cuando salgan a pescar, a estudiar, a trabajar o a cultivar la tierra. También los recibirá en las tardes cuando todos regresan de sus labores y actividades diarias. Mañana y tarde, durante toda la semana, ella, el árbol iniciará dando gracias a Dios por la paz y la vida en el Pacífico. Enseguida, ella, el árbol, hará reflexiones, compartirá historias, retomará experiencias y textos sabios que promuevan y fortalezcan la vida comunitaria. Pero no lo piensa hacer sola, porque ella sabe por su propia historia que los proyectos funcionan “solamente cuando se hacen junto a la comunidad.” Por eso, esta iniciativa contará con el apoyo de mujeres y hombres de Cali, de Pasto, de Tumaco y de Bogotá. Pero, su objetivo primordial está puesto en eso en lo que tiene más experiencia: trabajar con niños y jóvenes de San Pablo de la Mar, con los que nacieron y crecieron allí, y con los que están llegando después de la firma del pacto con las FARC, porque su nueva meta es que todos ellos puedan aprender, vivir y experimentar la fortuna que ha tenido este territorio de paz.
[1] Se trata de una base de datos elaborada por el proyecto Análisis de la Participación Política en Escenarios de Conflicto 1997-2014, que usa información de la Revista Noche y Niebla de CINEP. El proyecto en mención definió 19 categorías para identificar la intensidad y tipología del conflicto en los 41 municipios que tienen jurisdicción administrativa en el litoral Pacífico.
[2] Potrillo es una barca pequeña usada como medio de transporte en los ríos del Pacífico. A veces caben 5 o 6 personas, a veces caben 10. A las de más de 10 personas ya se llama canoa.