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Se cumplen 20 años del asesinato Mario Calderón y Elsa Alvarado, miembros del CINEP. Un crimen de lesa humanidad que ha hecho parte de acciones sistemáticas en contra de defensores de derechos humanos en Colombia. Este es un homenaje a su memoria.

Hace un par de noches tuve la fortuna de encontrarme con Mario y Elsa. Fue en un cafecito pequeño con nombre del Pacífico y mesitas en la calle. Estaba muy fresco. La brisa de la primavera nos acompañó durante toda la conversación. Mientras Elsa tomaba un latte con un pequeño pastel gloria, Mario y yo acompañamos nuestros expresos con un ron caribeño XO.

A Mario no se le nota el paso de los años. Sin embargo, su barba está más larga y blanca y los rizos de su cabeza son más escasos, mientras su calva se ve más amplia y brillante. El tono de su voz está más grave, y su hablar es aún más lento y armónico. Sonaba más sabio, más lleno de experiencias, más curtido por la vida.

Elsa conserva su piel lozana, y sus labios grandes y rojos siguen robando las miradas de quienes están a su alrededor. A ella le han pasado un poco los años, pero su belleza y porte siguen intactos. La alegría de su voz, su sonrisa y su espontánea elegancia se ven más acentuadas.

Elsa habló de sus investigaciones sobre paz y opinión pública con estudiantes del Externado, y de la red de radios comunitarias que ahora batalla por nuevos ajustes en la ley nacional.  Además, sigue indagando por las “espirales del silencio y por las mayorías silenciosas” en nuestro país.

Mario contó de sus proyectos de autogestión con campesinos, y de otros con jóvenes de la ladera por el derecho a la ciudad. Mencionó el crecimiento de las reservas naturales y del movimiento ambientalista, y nos compartió un par de textos que muestran su histórico interés por las relaciones entre la Iglesia, la acción social, y la política.

Después hablamos de los amigos y de los sitios que solíamos frecuentar. Muchos de ellos siguen en el mundo académico y el activismo social. Unos se mantienen en Cinep, otro par han hecho pinitos en la vida política e institucional, y otros  empezaron de nuevo en otro país. Pero la mayoría sigue trabajando con ong y organizaciones sociales por aquí y por allá.

Del grupito que yo he hecho parte: Mauro continúa en la “Nacho” pero ahora se interesa más por historias locales. Nata está con el Colectivo y sus “rollos” y convicciones están más intensas que nunca. El sabio ha tenido un par de reveses de salud y ahora trota más despacio en las mañanas. Empera, sigue siendo la misma firme y constante, y Marthace sigue detallista como siempre, y en los últimos tiempos combina las artes manuales con los árboles genealógicos.

Helena, no se despega de la edición de libros, y Borre sigue consistente con el trabajo con víctimas y con el gusto por los raros rones del Caribe. Donde Marielita no volví a escuchar tango, desde que me mudé a Cali. El Goce de la 24 donde nos amontonábamos en algún rincón para hablar ya no es tan concurrido, y entiendo que en Son Salomé siguen sorprendiendo con canciones nuevas o con artistas redimidos de otros tiempos y lugares. Café y libro, donde sí íbamos a bailar, como que ya casi ni se puede entrar.   

Luego aparecieron las anécdotas de los hijos, como de costumbre: que Nicolás trabaja en temas de ingeniería hidráulica y Sabrina “encarretada” con la producción escénica, después de recorrer Latinoamérica. Que a Germán Camilo le va de maravillas en la vida académica, y la hija de Myriam está en Europa promoviendo una iniciativa de participación ciudadana. Y los más “chiquis” en asuntos y retos de su edad: que Juanpa muy dedicado al ultimate frisbee, y a July le fascina el canto y la danza, y que a Sebas le gusta el heavy metal como al papá. Después Elsita y Mario también hablaron de Iván. Interrumpiéndose mutuamente, contaron sobre sus aventuras universitarias y de su cariño por la Sociología, que está a punto de terminar.

El análisis de la actualidad nacional, por supuesto, no podía faltar en la conversación. A pesar de los puntos de vista diferentes, y de momentos acalorados en el debate, coincidimos en afirmar que Colombia se ve muy diferente a como la percibíamos 20 años atrás. Los acuerdos de paz con las Farc, por ejemplo, no han generado las satisfacción y optimismo que algunos nos imaginábamos. Antes, se ha convertido en nuevo caballito de batalla para polarizar a sectores sociales calificados como de derecha, centro o izquierda, que a decir verdad son poco homogéneos, y en varias ocasiones terminan pareciéndose en su pensar y en su actuar.

Sin embargo, hay avances positivos.  A diferencia de hace un par de décadas, aquellas personas y grupos que se identifican con tendencias más derechas, con sentimientos y pensamientos más radicales y los más guerreristas, ahora son más visibles y se les ve más activos en el mundo de la política. Además, la reciente disminución de las acciones del conflicto deja aparecer de manera más evidente las prácticas y sistemas de corrupción económica y política. También se ve más claro el aislamiento y marginalidad de amplias zonas, comunidades y etnias del país. Sin embargo, renacen y se hacen más visibles iniciativas y luchas por el desarrollo económico, cultural y de buena vida en territorios de los centros y periferias, involucrando muchos jóvenes, más mujeres, más géneros y nuevas tecnologías, como Facebook y WhatsApp.

En las regiones, como sucede generalmente, el país se vive y se ve de manera distinta. Allí las mayorías han recibido con valentía y esperanza los pasos dados hacia la paz. Así lo retratan los resultados mismos del plebiscito. Sin embargo, las elites locales que están vinculadas a redes y organizaciones ilegales e inmorales se resisten a perder los poderes militares, económicos, políticos, e incluso culturales, que han conquistado. Por ello han iniciado nuevos ataques contra los más pobres, los más aislados y los vulnerables. Y por supuesto sus violencias físicas y simbólicas vuelven a arremeter primordialmente contra quienes tercamente se aferran al trabajo por la justicia, la paz, los saberes ancestrales y la vigencia de los derechos humanos. 

Debatimos de nuevo sobre la necesidad de trabajar con todas las elites políticas, económicas y armadas del país y de sus múltiples regiones (con las tradicionales y las más contemporáneas), así como con medios, periodistas y líderes de opinión, con educadores e innovadores culturales. Hablamos del arduo trabajo por hacer para que aprendamos a recordar, a comprender y a  vivir el país y nuestras múltiples colectividades de manera más abierta y plural.

También conversamos de los debates, diálogos y conocimientos que necesitamos para recuperar el valor de la vida y sus diversas expresiones. Esto sin contar todo lo que nos falta caminar para lograr la inclusión económica, cultural y política de mayorías y minorías marginadas históricamente, así como de  la necesidad de recuperar y fortalecer el amor y el respeto por la tierra, por los territorios, por sus riquezas naturales, humanas y culturales, en un mundo cada vez más interconectado y global.  

Nuestro café terminó con abrazos y algunas lágrimas. Hablamos de planes futuros: un paseo a Taganga donde Mari; una paella en La Tambora con la Machi; una lasagna bien rica preparada por Elsa, todas ellas acompañadas de un rico vino, de un roncito raro de los de Borre, y de un toque de cannabis, que tanto gusta a Mario. Nos despedimos con ganas de quedarnos por más tiempo juntos. Nos dijimos hasta luego con una cierta certeza: que quizá ellos dos no atenderían a las citas por venir.

Hoy, me levanto, miro la prensa, observo mi “Guasap”. Veo bellos artículos, mensajes y murales que tristemente me recuerdan el porqué de esa premonición que teníamos los tres. Sí, hace 20 años Elsita y Mario, nuestros queridos amigos fueron asesinados junto al padre de ella, producto de una decisión que, por lo que sabemos, involucró a paramilitares, militares e integrantes de elites económicas y políticas que se resistían a un país diverso, incluyente, con justicia social y más democracia. Hoy recuerdo con sin sabor fragmentos que escribí por eso días, movido por el dolor de su pérdida: “Mario y Elsa ya no podrán seguir haciéndole el amor a la vida, mientras varios de nosotros no logramos hacer el amor sin lágrimas en los ojos y el corazón acongojado por su recuerdo.” Sin embargo, hoy su memoria, los recuerdos que tengo de los dos  y su intensa lumbre me siguen arropando e inspirando, continúan dándome fuerza y esperanza para no abandonar las utopías que construimos y compartimos juntos en aquellas Semanas Cinep, en tertulias y celebraciones, y en mágicos lugares como ‘la tienda de Julio’ o ‘El Café de los Angelitos’, que Mario Castellanos y Flor Alba mantenían para ayudarnos a soñar.

Ph.D. en Ciencias de la Información con estudios en Comunicación y Antropología. Es profesor investigador del Departamento de Estudios Político de Icesi y sus investigaciones abarcan áreas diversas como: los movimientos sociales, la migración y la información; las memorias y narrativas sobre la...