Por el temor de la élite paisa de salir a competir en el mercado de las telecomunicaciones, decidió privatizar en el exterior un negocio en el que podía crecer.

“Medellín debería poner como norte de su estrategia en servicios públicos la enajenación total de sus activos vinculados a las telecomunicaciones”, propuso en 1995 el entonces alcalde Sergio Naranjo.

Su idea era privatizar parcialmente EPM  para enfrentar la fiera competencia en el sector y asumir el vertiginoso cambio tecnológico, para lo cual consideraba necesario asociarse con un extranjero que no solo aportara capital sino también tecnología de punta y know-how.

Le tumbaron la idea en el Concejo. Pero diez años después, Sergio Fajardo la revivió.

A través del Proyecto de Acuerdo 135 para transformar las Empresas Públicas de Medellín, escindió las telecomunicaciones de los negocios de energía, agua, y gas. El gerente de EPM en ese entonces era Juan Felipe Gaviria.

Lo hicieron bajo el mismo parámetro del riesgo del intenso cambio técnico y la fuerte competencia de las trasnacionales: “Por lo tanto sus riesgos financieros (los de EPM) han aumentado”, decía la cartilla divulgativa de la propuesta. 

Entonces nació UNE.

Sin embargo, EPM en 2006 compró a los socios privados la mitad de Orbitel, telefonía de larga distancia y Wimax, dos negocios en franco declive, pagando 85 millones de dólares por algo que valía mucho menos que nada.

Eso demuestra que la élite paisa no es dogmática sino pragmática.

La venta del 50 por ciento más una acción de OLA Colombia Móvil a Millicom en 2006, que se convirtió en Colombia Móvil Tigo, no fue ninguna salvación para EPM, como decía el titular de El Colombiano para contar la noticia: “La venta de Ola a Millicom salvó el patrimonio público”.

Le tuvieron que hacer préstamos, no tenía músculo financiero, y le dieron el control para que hiciera y deshiciera: perdió un billón de pesos entre 2006 y 2011. Y sigue perdiendo no solo en en Tigo sino también, ahora, en UNE.

En cuanto al proceso de hacer la fusión de Tigo – Colombia Móvil y UNE-EPM, bajo el control de Millicom, le correspondió al exgerente de EPM Juan Esteban Calle, entre 2012 y 2015, repetir el mismo mantra: “El negocio de las telecomunicaciones que es tan cambiante, competitivo y dinámico, amenaza este futuro”.

Por último, el Concejo de Medellín, por solicitud del entonces alcalde Aníbal Gaviria, puso el último clavo en el ataúd en UNE aprobando la fusión por absorción, y Millicom con 1.4 billones de pesos se hace al control y dirección de UNE en agosto de 2014.

Pero Millicom sigue haciendo de las suyas: desinvierte en inmuebles y torres, paga altos salarios a su clientela tecnocrática, usa la calificación crediticia de EPM para endeudar a UNE porque no tiene músculo financiero, entre otras cosas. Y su queja para explicar las pérdidas acumuladas es que Claro abusa de su posición dominante en el mercado.

Por supuesto, el argumento del veloz cambio técnico en telecomunicaciones era pura falacia para extranjerizar a OLA y después a UNE.

El grupo de teleinformática de la Universidad Nacional afirmaba lo siguiente para refutar ese argumento, cuando en esos momentos se estaba privatizando Telecom: “Tanto Telmex como Telefónica tienen un bajo reconocimiento mundial por investigación en ciencia y tecnología; son operadores de servicios de telecomunicaciones que compran tecnología como caja negra y la incorporan a sus filiales. La tecnología que poseen es la misma de EPM, ETB o Telecom, que se consigue directamente con los fabricantes mundiales”.

Por otro lado, esa decisión de extranjerizar el negocio de las telecomunicaciones tiene que ver con lo que la teoría del desarrollo llama “capitalismo jerárquico”.

Para explicarlo, Ben Ross Schneider, profesor de Ciencias Políticas del MIT, dice que “la forma corporativa dominante entre las grandes empresas privadas nacionales en Latinoamérica ha sido durante mucho tiempo el grupo empresarial diversificado, controlado y de propiedad familiar, normalmente conocido como grupo económico”.

Añade que “el resto de la mayoría de las grandes empresas privadas eran subsidiarias de empresas multinacionales. Estas últimas han dominado durante mucho tiempo la industria manufacturera, pero en las últimas décadas también se han expandido hacia las finanzas, los servicios públicos y otros servicios”.

En este sentido, en cuanto a los grupos familiares, a principios de la década pasada, más del 90 por ciento de 33 de los grupos más grandes de América Latina eran de propiedad y gestión familiar.

Un ejemplo es el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), que genera el cinco por ciento del PIB colombiano, y que usa su influencia para poner su tecnocracia en la Junta Directiva de EPM, que continuamente pasa la puerta giratoria entre GEA y el sector público.

Ese conglomerado empresarial no es un gran grupo especializado de alta tecnología, sino diversificado: produce chocolatinas, galletas, vende hamburguesas, también produce cemento y genera energía.

Por otro lado, administra cesantías y pensiones: tiene empresas de salud, seguros y banca, negocios inmobiliarios, etcétera. Nada del otro mundo.

Poderoso, sí. Pero tecnológicamente dependiente. Sus actividades extractivas de riqueza, rentísticas, sobrepasan o igualan a sus actividades productivas.

Además, en 1982, las filiales de empresas estadounidenses y japonesas controlaban el 19 por ciento de las manufacturas en Latinoamérica, frente al 8 por ciento en Asia Oriental. También se caracterizan las economías Latinoamericanas por su baja inversión en ciencia y tecnología, que fluctúa alrededor del 0.5 por ciento del PIB.

Una prueba es que Colombia invirtió 0.24 por ciento del PIB en 2016 en ciencia y tecnología, mientras que Corea del Sur invirtió 4.23 por ciento del PIB en lo mismo ese año.

La presencia mayor del capital extranjero en América Latina, comparada con los países del Este Asiático, llevó a la exclusión, casi voluntaria, de las empresas nacionales de los sectores de alta tecnología, al mismo tiempo que se renunciaba al desarrollo científico y tecnológico con una baja inversión en estos aspectos por parte del los gobiernos y del sector privado.

Estas características del capitalismo latinoamericano expresan la aversión al riesgo en ciencia y tecnología, y a la gestión de las empresas, que como las telecomunicaciones tienen un fuerte componente tecnológico.

En consecuencia, EPM y UNE se convierten en un buen ejemplo de cómo en América Latina las élites locales renunciaron a desarrollar este tipo de empresas y más bien las extranjerizaron.

Más cuando, por seguridad, las comunicaciones no deberían estar en una empresa extranjera que tiene acceso a los teléfonos y computadores de concejales, alcaldes, gobernadores, etcétera.

Las élites colombianas fueron incapaces de montar una estrategia de desarrollo no solo industrial clásica sino también sobre las tecnologías de la información y de la comunicación. Un capitalismo realmente atrasado.

Todo eso, materializado en los negocios de EPM y las telecomunicaciones, revela un complejo de inferioridad como expresión de unos intereses de no crear sino de extraer riqueza.

Economista de la Universidad Nacional de Colombia, master en Economía de la New School for Social Research y PhD (C) de UN Sede Medellín en Ciencias Humanas. Ha publicado varias obras sobre economía, como: La antiapertura del Norte (Universidad Nacional, 1993); Apertura financiera y estabilidad macroeconómica...