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La reconciliación debe pensarse más allá del abrazo entre víctimas y victimarios.

El pasado 6, 7 y 8 de septiembre se realizó en Medellín el Seminario Imaginemos un País Reconciliado, organizado por la Corporación Región, Conciudadanía, la Corporación Viva La Ciudadanía y el Centro de Fe y Culturas, que en alianza con el Museo de Antioquia, promovieron este espacio para considerar los distintos enfoques de la reconciliación, debatir su concepto y por supuesto, reconocer experiencias desde el arte, la educación y desde los territorios, que nos indicaron que sí es posible imaginarse un país reconciliado.

En particular, fue realmente conmovedora la serie de fotografías Silencios, presentada por el artista Juan Manuel Echavarría,  alcanzó a sacarnos lagrimas a más de uno(a). Su obra, entre otras cosas, muestra las afectaciones de la guerra en las escuelas apartadas del país, específicamente en Montes de María.

Allí, fue desgarrador ver el abandono de las escuelas que ahora están sofocadas por la maleza, como esperando a que alguien las saque de ese ahogo, conservando una belleza tal, que invita a entrar a estos espacios llenos de texturas, colores y nuevos testigos.

Esta ponencia, nos hizo reflexionar sobre el impacto de más de 50 años de conflicto armado sobre la educación rural, las grietas dejadas sobre aquellos niños y niñas y los padres que alguna vez habitaron allí; comunidades abandonadas a su mala suerte y que hoy siguen en ese abandono.

El artista cuenta, cómo hoy  esas escuelas vuelven a ser habitadas por las Fuerzas Militares, o son vivienda de aquellos que decidieron regresar. Sus fotografías reflejan las fisuras sobre la confianza, esa distancia entre lo urbano y lo rural y, una historia conmovedora sobre una sociedad fragmentada.

La obra también alude a los efectos sobre la participación ciudadana; estas escuelas no solo servían para alfabetizar la población, también servían como espacios de encuentro para que la comunidad tomara decisiones sobre su territorio y para la participación electoral.

Lugares que fueron arrebatados y que hoy requieren ser recuperados para que cuatro millones de colombianos y colombianas del campo, tengan la oportunidad de ejercer esos derechos, y de reconciliarse, no solo con quien les causó daño, sino también con un Estado que no los protegió.

No basta con procurar espacios de encuentro entre ofensores y ofendidos, hay un papel que el Estado debe jugar para la reconciliación. Es entonces cuando empieza a surgir la reflexión sobre esos asuntos concretos y materiales que son necesarios para superar esas distancias, para reparar esas grietas, para “pegar” estos fragmentos de sociedad que hoy somos.

Este seminario, fue una provocación para pensarnos más allá de los abrazos entre víctimas y victimarios, o entre enemigos; a pensar más allá de las dimensiones del daño causado sobre las personas en su ámbito individual, familiar y comunitario.

También requiere una identificación de aquellos daños a la democracia, al sistema político y de participación ciudadana; porque no será posible construir un horizonte, un camino de reconciliación, sin recuperar la relación entre el Estado y la ciudadanía como garante de los derechos y como titular de esos derechos.