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En tan solo una semana pasamos de tener un problema realmente importante en nuestras manos, a discusiones políticas vacías respecto a acciones vandálicas.

Declarar que tras una protesta hay intereses políticos es, siempre y en todas las circunstancias, una obviedad. Por supuesto que en el descontento, en la manifestación, en la protesta existen intenciones políticas, de eso no hay ninguna duda. Ciudadanos, trabajadores, empresarios… humanos en todo caso han levantado su voz cuando, queriendo ser escuchados, buscan un cambio en un asunto en particular. Esos cambios  se dan en circunstancias de transformación que implican la participación política.

Ahora bien, lo realmente interesante no ocurre en la declaratoria o no de este carácter en la protesta, sino en la aparente sensación de insulto o de menosprecio que acarrea el señalamiento. Dedos que apuntan de un lado y del otro, siempre intentando “desenmascarar” la acción política, siempre intentando ganar en la arena de sus intereses.

El problema de esta circular discusión es que en la mitad de los que seguramente sí tienen intereses, seguramente politiqueros o electorales, está la gente que alza su voz y también la gente que los escucha. En medio de la bulla de los señalamientos, en medio de la violencia, en medio de las descalificaciones permanentes, ahí en la mitad está la gente. Y admitámoslo de una vez: se trata de una mitad más bien silenciada. El ruido que provocan los demás, los que seguramente tienen poco que ver con el mensaje que se quería enviar, a veces es tan ensordecedor que los protagonistas de la historia quedan relegados a un papel de extras con una o a lo mejor dos apariciones en toda la película, incluyendo sus precuelas y secuelas.

En días recientes, un crimen producto del racismo dio inicio a esta misma situación que intento dibujar en estas líneas. El 25 de mayo en Minneapolis (Minnesota, Estados Unidos) un grupo de policías, en medio de un absurdo e ilegal procedimiento de arresto, acabaron con la vida de George Floyd, un hombre afro americano que como se puede apreciar desde diversos ángulos en tantísimos videos, nunca opuso resistencia. La escena del homicidio perpetrado por estos policías es devastadora y da cuenta de una realidad, no solo estadounidense, no solo canadiense como también reconoció el Primer Ministro Trudeau, sino mundial: el racismo sigue vigente.

No obstante, de nuevo ha triunfado la circular discusión. En vez de escuchar las voces de ciudadanos negros, blancos, latinos que están en las calles de Estados Unidos de manera pacífica exigiendo justicia; en vez de escuchar las voces de departamentos de policía como el de Miami que, reconociendo lo que deben cambiar han tomado cartas en el asunto; en vez de escuchar a los que de verdad están hablando algo sobre el tema, nuevamente somos testigos de acciones violentas y vandálicas al margen del mensaje, seguidas por respuestas aún más lejanas del punto de inicio. En tan solo una semana pasamos de tener un problema realmente importante en nuestras manos, a tener discusiones políticas vacías respecto a acciones vandálicas.

Bastan unos cuantos minutos para observar con claridad el problema. ¿Rechazamos la instrumentalización política? Perfecto, hagámoslo. ¿Rechazamos las acciones de vandalismo y violencia y pedimos justicia para las mismas? Por supuesto, ya va siendo tarde para abandonar estos lenguajes inútiles. Ya, con la mente clara y con el ruido resuelto escuchemos el mensaje que grita: Mataron a un afroamericano por ser afroamericano. ¿No es lo suficientemente dramático y crítico como para concentrarnos en él?


Foto de portada tomada de aquí

Politólogo y Magíster en Humanidades, experto en temas de seguridad, convivencia y construcción de capital social. Ha trabajado como profesor e investigador de diferentes universidades, como consultor y analista para entidades públicas y de cooperación internacional y se ha desempeñado como Subsecretario...