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Primera partePor: Casa de las Estrategias

Medellín recoge los vicios de la crisis democrática mundial y que en Colombia se le añaden sus propios problemas acumulados: los políticos nunca van a autoevaluarse mal en su toma de decisiones y casi siempre jugarán a pensar que los intereses y críticas de la veeduría y la participación ciudadana no son legítimos, ni ténicos, ni siquiera racionales.

Es tan difícil hacer veeduría hoy en Medellín porque los derechos de petición no se responden en los tiempos que son, la comunicación interna está peor y a veces se “chutan” la pelota como estrategia y otras veces por física incapacidad. Hay un desdén en las respuestas y hay también el vicio de desgastar al que pregunta o de dilatar el asunto, poniendo sobre la mesa respuestas preliminares con la promesa de estudiar el caso que no se cumple. Conocemos tres ejemplos de esto de los que tenemos copias.

El lema de los datos abiertos se quedó en unos convenios, unos programas pequeños, pero no más que un lema. Basta con revisar para qué sirve, qué tan organizado y amable es el sitio Web del municipio para hacer estudios sobre el desempeño del gobierno y veeduría a las distintas políticas públicas. Es un sitio Web más para turistas que para ciudadanos.

https://www.medellin.gov.co/irj/portal/medellin/transparencias

Los instrumentos de georreferenciación, cuyo propósito es hacer accesible información con la que no cuentan los mapas generales -como la ubicación de las fuentes hídricas, por ejemplo-, no trascienden el lenguaje técnico y los principios de navegabilidad.

https://www.medellin.gov.co/geomedellin/index.hyg#openModal

Además, el servicio público en la Alcaldía de Medellín es malo y el liderazgo -palabra que en nuestra cultura política parece ir en contravía del servicio- es pobre o inadecuado. En un personal tan grande como el de la Alcaldía de Medellín no se puede generalizar, pero sí se puede calificar -por promedios- y no caer en relativismos infinitos. La responsabilidad de la Alcaldía de Federico Gutiérrez se evalúa por los servidores públicos que salieron (sacaron o aburrieron) y los que entraron. Las alcaldías tienen que pasar al tablero por cómo rompen malos hábitos de funcionarios de carrera -los cansancios infinitos-, qué vocaciones y memoria institucional cuidan (también de funcionarios de carrera y de direcciones técnicas de libre nombramiento y remoción) y qué contratistas traen, para qué y a qué precio.

“Siempre ha sido así” no es excusa. También hay que lograr analizar con datos complejos y sin una Alcaldía dispuesta a ser evaluada, ¿qué pasa con los intangibles tan valiosos como la cultura institucional y el ejemplo del alcalde? No se puede dejar en automático la cultura del servicio público.

Los ejemplos de la cabeza visible de la Administración Municipal se agotan en dos temas de los que el alcalde se apersona fuertemente, como la protección a los niños y niñas -donde creemos que se está haciendo lo correcto- y el tema de seguridad, donde pensamos que la equivocación es grave.

Una alcaldía tiene tantos recursos y tantas responsabilidades que una sola cosa no puede salvar su calificación y una sola cosa sí puede arruinarla, funciona por ponderadores, pero también por índice anidado, donde algunos logros son prerrequisitos de otros. Por ejemplo, la corrupción desvirtuaría cualquier otro indicador -si llega hasta arriba en la toma de decisiones- y la violación a derechos humanos, cualquier política de seguridad -si llega hasta sus lineamientos-.

El liderazgo del Alcalde en seguridad es muy mediático y está aprovechando la buena relación con el Gobierno Nacional. Ninguna de esas dos cosas son malas; podríamos decir que, si son muy exageradas, pierden balance o se pueden tornar costosas. El problema de las comunicaciones del alcalde es más de discurso que de canales, es un problema de contenido.

El discurso de la Alcaldía ha sido -en la historia reciente de Medellín- lo más efectivo para cambiar hábitos de pensamiento. Se trata del ejemplo y se trata de dónde ponemos una desnaturalización y dónde marcamos un relajamiento. Lo importante es que el discurso está acompañado de una acción simbólica y casi siempre genera la viabilidad para nuevas o viejas conductas.

Cuando hablamos de balances, también hablamos de balances simbólicos: salir con un video y por medio de un video a perseguir a atracadores no es un problema, pero aunado a un Gerente de Telemedellín diciendo que los que critican a la Alcaldía defienden a los criminales, a un alcalde saliendo a defender a un ciudadano que asesina -por susto, pero quizá no por defensa propia- a unos atracadores, a hablar de hacer morir de miedo a los criminales y de explicar todos el incremento de homicidios como un costo aceptable por una política de seguridad firme e inflexible; construye un discurso público donde los principios de la vida y la transparencia son fácilmente intercambiables por la popularidad.

La Alcaldía de Medellín no tiene una apuesta intensiva y coherente sobre cambio cultural en Medellín, de hecho, apuesta más a una reciprocidad de orgullos y de elogios donde la ciudadanía es perfecta y su alcalde también. Donde no hay innovación y la Alcaldía es hija de esa crisis democrática de nuestros tiempos que consiste en ofertar por demanda, plegarse a “lo que la gente quiere” y lo que es más fácil de digerir.

En medio de la emotividad de la inseguridad, la gente quiere todo ya, lo visible. Es más fácil vender una persecución que un programa para cerrar ciclos de violencia y para bajar la tasa de reincidencia en jóvenes delincuentes.

Es un problema muy grave que los alcaldes solo quieran programas de seguridad nuevos que tengan resultados en tres o dos años. Este discurso -que genera realidades y acentos donde la mirada, el tiempo y la voluntad del alcalde no están- coincide con el malentendido de concebir la democracia como el gobierno de las mayorías. Si miramos en la historia, esto ha estado muy ligado a cómo representamos las mayorías y cómo subrepresentamos o tenemos a alguien excluido de la discusión. Puede que todos estemos invitados a la hora de ordenar la cena, pero no cuando se confeccionó el menú. Podemos decidir todos sobre unas pocas opciones. El gobierno vigente cataloga, en palabras de integralidad, como participación ciudadana realizar comentarios de un proyecto de acuerdo a través de un formulario de Google (https://www.mixcloud.com/moradaestereo/morada-noticias-junio-11-de-2019/ Morada Noticias, minuto 45) o votar por la apariencia de los letreros que nombran las veredas de los corregimientos (https://www.facebook.com/308580499200723/posts/2372478439477575?s=65387…)

La relación técnica entre gobernar para la mayoría y por demanda explica la desaceleración de los cambios sociales y culturales. Los movimientos sociales siempre empiezan con una minoría y en ese sentido, un gobierno debe no solo canalizar el deseo de una mayoría (un entrenamiento o hábito de deseo), sino proponer y acelerar junto a las minorías -donde reside la imaginación artística y científica-.

Esta Alcaldía no está ayudando a desmontar la idea de que las cosas se solucionan por la fuerza y que la valentía está ligada a la agresividad. En Medellín nos hace falta desmontar discursos del “más macho” y trabajar la ciudad con la tenacidad femenina que hay en convencer y en cuidar. Una línea feminista y de nuevas masculinidades no es débil o desubicada, ni mucho menos de aquiescencia; simplemente es sensata y trabaja la sostenibilidad del largo plazo.

Para el largo plazo necesitamos de la técnica territorial y microespacial y en esto, el retroceso es muy grande. La forma como no funcionan los partidos, como funcionan las campañas políticas -y como se desconoce a otros y otras y no hay tiempo para el diálogo franco- ha hecho que la Alcaldía deje sola a la Policía barrio arriba y que solo se sienta la Alcaldía por coyunturas mediáticas y por eventos. Los programas para la gestión territorial se acabaron en Medellín, y las Inspecciones y Comisarías llevan durmiendo el largo sueño de las burocracias inamovibles.

La Policía colombiana no ha tenido una historia de especializarse en gendarmería y el desmonte de la Policía Comunitaria le hizo mucho daño. Los Cuadrantes de Policía (el Plan Cuadrantes) son una buena idea, un buen diseño, pero se quedó a medio camino porque no produjo la evolución necesaria en la ritualidad del turno de Policía, la forma de evaluar estaciones (TAMIR) y no resolvió la desconexión entre instituciones.

Muchos cuadrantes necesitan del ICBF, la Personería, la Fiscalía y de la Alcaldía. La Alcaldía puede nutrir a los cuadrantes de comisarios de familia, trabajadores sociales, psicólogos, defensores del espacio público y trabajadores de ornato. Básicamente no tendría que estar la Policía sin la Alcaldía resolviendo problemas de convivencia, vulnerabilidad y de calidad de vida y la Policía sin la Fiscalía, de crimen organizado.

Medellín tiene un problema acumulado grave de gestión territorial y en la Administración anterior hubo un retroceso leve -con un cinturón verde que no funcionó- y un retroceso fuerte en esta Administración que no pensó ningún tema estructural y profundo de recuperación territorial. Hay suficientes guetos criminales para generar una regeneración periódica del crimen y ahí no ha llegado el urbanismo ni están llegando los programas sociales.

Puntualmente, con la actual política de seguridad dejamos en piloto automático el cambio cultural de la ciudad y entregamos a las mafias -en la periferia y en el gran centro perdido- el tejido social.

Representante legal de Casa de las Estrategias, con el cargo de Estratega Ejecutivo -después de co-fundar este centro de estudios-. Su trabajo se funda en el aporte marcos conceptuales sobre el comportamiento, etnografía y economía política para entender decisiones en el Estado y en las empresas....