Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Tuve la misma sensación de no haber visto jamás una portada así en un medio de comunicación digital. Ni impreso.
Había que revisar. Podría ser efecto del cansancio a esa hora, una alucinación que juntaba en la misma imagen todas las noticias y cantaletas de la semana. Así que tomé una captura de pantalla. En realidad cuatro, las necesarias para captar tanta amplitud. En la mañana, más atento, volví sobre ellas y tuve la misma sensación de no haber visto jamás una portada así en un medio de comunicación digital. Ni impreso. El palacio de justicia, Armero, los Bush en Colombia, las rupturas de diálogos de paz, las masacres en los campos colombianos, las bombas en las ciudades, los grandes seísmos, la pandemia… Nada había tenido este tipo de despliegue. Menos mal que rápidamente salió el letrerito que bloqueaba la pantalla y que no vi aquella noche la ocasión de pagar por mantenerme bien informado.
En todo caso no encontré en mi memoria ni en la red una proliferación, distribución e ilustración de titulares que superara esto. Nada parecía más grave para ese medio de comunicación o, lo que es lo mismo, para ese medio nada estaba más necesitado de comunicación ahora y desde siempre. Ni siquiera se destacaba allí la masacre de los jóvenes de Samaniego ocurrida un día antes. Solo figuraba una nota perdida entre los doce (¡doce!) recuadros que ilustraban la que parecía ser la tragedia nacional de todos los tiempos: Que unos jueces del más alto nivel en el país decidieron restringir provisionalmente la libertad de abandono a una persona de edad avanzada que había desempeñado importantes cargos públicos durante toda su vida, continuamente.
Esa prohibición de salir a la calle, que por cierto coincide con la vigencia de un régimen de cuarentena, se ordenó en el marco de uno solo de los procesos en los cuales aparece el nombre del mismo ciudadano. Y por dos razones se dictó la orden: primero, porque se han documentado hechos que indican la posible existencia de un comportamiento descrito como delito en la normatividad colombiana; y, segundo, porque ese hipotético comportamiento criminal implicaría lógicamente la capacidad del “indiciado” para entorpecer procesos: “Soborno a testigo en actuación penal, en concurso homogéneo y sucesivo, además heterogéneo con el delito de fraude procesal”.
Sin incurrir en una contradicción esencial, los jueces no podrían haberle ordenado al anciano algo diferente de permanecer en casa, es decir, en alguna de sus propiedades, en la hacienda que prefiriera pero en todo caso sin traspasar el límite de las hectáreas que ellas comprenden. Finalmente, eso sí, los jueces le exigieron que depositara ochenta y siete millones setecientos ochenta mil trescientos pesos para garantizar que no cambiará de residencia sin autorización judicial, que reparará un día -si es del caso- los daños ocasionados con el delito, que comparecerá ante la autoridad judicial cuando sea requerido, y que permitirá el ingreso a su residencia de los encargados de vigilar el cumplimiento de la restricción.
La extravagancia de la(s) noticia(s) de la semana permitiría de todas maneras contrastar la capacidad más o menos hipotética del indiciado con la capacidad probada de los medios de comunicación para interferir el desarrollo despejado y sereno del proceso penal. Si el balance fuera favorable al medio de comunicación, es decir que el indiciado en realidad haría casi nada si se lo compara con lo que logra hacer el medio, no tendría sentido prohibirle salir de su hacienda. Pero si de alguna manera indiciado y medio resultaran ser due persone in una, algún sentido tendrá sostener la medida, aunque no haya manera de confinar al medio. Es libertad de prensa. Así que menos mal sigue saliendo el letrerito: “Ha leído todos los artículos gratuitos del mes”.
En el inicio del lunes festivo -y sin contar opiniones de articulistas-, así se presentaban entonces las noticias de la semana en aquella portada repleta de titulares, entrevistas, crónicas, reportajes, notas confidenciales, fotografías, videos y audios sobre el mismo percance: 1. “«Siento que estoy secuestrado»: Álvaro Uribe Vélez habla de su detención”; 2. “«Mi esposa me ha aguantado 41 años»: Álvaro Uribe habla sobre Lina Moreno”; 3. “Los jueces de Uribe”; 4. “Lo de la Corte Suprema fue un procedimiento mafioso»: Álvaro Uribe”; 5. “«Cuidado con 2022 que aquí estamos viviendo una especie de prechavismos»: Uribe”; 6. “«Me duele por la democracia Colombiana estar preso»: Álvaro Uribe”; 7. “«Evalúen si lo mío es un proceso jurídico o político»: Uribe al Partido Liberal”; 8. “«mi interceptación fue ilegal y dolosa»: Álvaro Uribe Vélez”; 9. “«Hay un evidente sesgo político del magistrado José Luis Barceló»: Álvaro Uribe”; 10. “La defensa de Lina Moreno, la esposa de Álvaro Uribe Vélez”; 11. “Exclusiva: el expresidente Álvaro Uribe Vélez habla por primera vez desde su detención”; 12. “¿Álvaro Uribe se aplicaría la vacuna rusa contra el coronavirus?” y, bueno, 13. El vistoso recuadro de “lo más leído”, con cuatro de esos titulares en el top 5. Horas más tarde, para ser precisos, solo eran 8 titulares. Y bueno, el recuadro aquel en el cual “lo más comentado” lograba 5 de 5.
Con esa feria apretujada en la portada, ilegible, grotesca y dispuesta, no se forma la opinión como una convicción frágil, variable, transable e intercambiable, sino que se afianza la opinión como convicción profunda y fuertemente enraizada, es decir, como creencia. Y así es más fácil concentrarse en la popularidad de un líder que en la construcción de un Estado legítimo, tanto como procurar la crispación de la gente que después consumirá selectivamente o en bloque y desmesuradamente -como ahora- las versiones publicadas de sus propias verdades.