En este mundo global y competitivo la mejor manera de sacar adelante proyectos agropecuarios sostenibles es a través de las alianzas productivas. Es decir, un trabajo en conjunto de pequeños agricultores asociados con una empresa ancla.

Una alianza complementaria entre una empresa que tiene la escala, la tecnología de transformación, la sapiencia logística y comercial para competir en el mercado nacional y/o internacional, con pequeños productores que se concentran en ser productivos en el eslabón primario, ofreciendo una materia prima con la características y calidad que demanda el consumidor final. Es de esta forma como se logra llevar desarrollo local a las distintas zonas rurales que tanto lo claman y necesitan.

Dadas las condiciones del campo en Colombia este camino pareciera el más viable. Recordemos que El 70,4 % de las Unidades Productoras Agropecuarias (UPA) están por debajo de las cinco hectáreas, según el Censo Nacional Agropecuario de 2014. Con esta escala es un imperativo realizar prácticas asociativas. Sin embargo, solo 14,7 % de las UPA hacen parte de un esquema asociativo. Por ello la importancia de las alianzas productivas pues muchas veces la presencia de una empresa ancla funciona como catalizador de la asociatividad.

Ahora es importante diferenciar entre alianzas productivas y esa práctica ventajosa y despreciable que realizan intermediarios o empresas que, aprovechándose de su posición de mercado, de una especie de monopsonio, le imponen un precio al agricultor. Se aprovechan de que el agricultor vende un producto perecedero y muchas veces no tiene otra alternativa que vender su producto a ese precio arbitrario, incluso a veces dando pérdidas.

Lo anterior en nada se parece a las alianzas productivas, pues acá se da un acuerdo entre dos partes para crear escenarios gana-gana. Esto ya pasa en Colombia desde hace varios años. No es una idea novedosa ni exclusiva de Colombia (de por sí, es una práctica que desde hace varios años promueve el Banco Mundial en varios países). Acá hay varios ejemplos exitosos y conocidos, como lo son el de Alpina con sus proveedores de leche (un estudio de Econometría determinó que el impacto de la asistencia técnica de la Fundación Alpina en fincas lecheras resultó en un incremento de 104 % en la productividad y una mejora del 41 % en la composición nutricional), o en menor escala el de Faber Castel con sus proveedores de madera. Estos son algunos ejemplos que podrían y deberían ser replicados en otras cadenas.

Sin embargo, de todas las experiencias de las alianzas productivas la que más me ha sorprendido es la de Arroz Esmeralda (Que tiene como principal marca Arroz Blanquita). El titular de esta columna, “capitalismo consciente”, son las palabras que utiliza José Manuel Suso, el gerente de esta arrocera, para explicar su modelo de negocio. Esas dos palabras son su visión y la manera como procede su molino al brindar un apoyo constante y sistemático a sus 670 agricultores aliados en el Valle de Cauca y 100 agricultores en Casanare.

En primer lugar, su visión ha permitido aterrizar en sus agricultores aliados la tecnología y el amplio conocimiento del Centro Internacional de Agricultura Tropical (Ciat) y del Fondo Latinoamericano de Arroz de Riego (Flar) en la siembra, manejo y cosecha del cultivo. Un conocimiento que consiste en hacer más con menos. Un conocimiento en que al adoptarse las mejores prácticas agrícolas se aumenta la productividad y a la vez se disminuyen los costos.

Aunque esto suene paradójico, lo anterior lleva años siendo una realidad. En consecuencia mejoran los ingresos de los agricultores, en particular los del Valle de Cauca que dada su pequeña escala, en promedio 5 hectáreas, son quienes más se benefician de esta ayuda. Conocimiento desaprovechado en muchas zonas del país, al evidenciarse en brecha de alrededor del 50 % entre los posibles rendimientos con la tecnología disponible y los rendimientos reales.

Arroz Blanquita ha logrado esta transferencia de conocimiento mediante un programa de extensión agropecuaria que cuenta con 11 ingenieros agrónomos. Ellos visitan las distintas fincas y trabajan en conjunto con un agricultor líder, quien adapta la transferencia de conocimiento en su finca. De ese modo, los agricultores de su zona pueden observar las mejoras en el cultivo, y aprender directamente de él (modelo horizontal).

Esta mejora inicia con la realización de un estudio de suelo (una práctica que inconcebiblemente poco se realiza en la agricultura de Colombia). Con el resultado de estos estudios se elige la variedad de semilla certificada más idónea (otra práctica que poco se utiliza en Colombia, pues muchos agricultores prefieren la semilla de costal/pirata), se optimiza el uso de fertilizantes, se disminuyen sus costos. Adicionalmente, brindan asesoría en la planificación predial para de esa manera tener una forma eficiente de sembrar en ese lote, para mejorar rendimientos y optimizar el uso del agua.

El bajo uso de insumos químicos también es visible en la poca o nula utilización de insecticidas. Esto ha permitido que los cultivos se vuelvan lugares de paso para las aves, que a su vez se encargan de comer los insectos de los cultivos, creando un control biológico. Su política de sostenibilidad ambiental les ha permitido ir a un paso adelante, y abrir una nueva línea de negocio al convertirse en el primer productor de arroz orgánico certificado en Latino América.

Además, Arroz Blanquita cuenta con una estación meteorológica en el suroccidente de Colombia que permite brindarles a sus agricultores aliados datos climáticos para tomar decisiones informadas sobre el mejor momento de siembra y para adecuar el manejo del cultivo. A eso se le suma una política de financiamiento tanto para el cultivo, como para adquirir maquinaria (realizando el trabajo que debería hacer el Banco Agrario).

Otro tema fundamental se da en la compra de “paddy” verde a los agricultores, donde maneja la política de pagar un mejor precio a quienes adoptan prácticas sostenibles. Así como el de dar incentivos a aquellos agricultores que quieren realizar la conversión hacia un cultivo orgánico (puesto que el paddy orgánico lo pago 50 por ciento por encima del precio de mercado).

En resumen ante un Estado con una presencia incipiente, o mejor, ante la ausencia de una institucionalidad en la zona rural, las empresas anclas termina asumiendo en parte ese rol. En este caso Arroz Blanquita es quien asume el liderazgo de intervenir el mercado para brindarles a sus agricultores aliados la información, el conocimiento, la financiación y la comercialización que de otra manera no encontrarían. Por eso la importancia de las alianzas productivas, por eso Arroz Blanquita es sinónimo de desarrollo rural.

Es consultor indenpendiente para organismos multilaterales, sector público y sector privado. Estudió ciencia política en la Universidad de los Andes y una maestría en econompia internacional en la Universidad John Hopkins. Sus áreas de interés son el desarrollo del sector agroindustrial y competitividad...