El presidente Petro culpa al Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE.UU de la imposibilidad de producir maíz en Colombia. En consecuencia, insinúa que la solución para desarrollar esta cadena es renegociar el TLC.

Esto fue lo que dijo el pasado 16 de agosto a campesinos del Huila, “Hoy importamos todo el maíz. Si yo quisiera reemplazar esa importación por producción de maíz tendríamos 1.200.000 puestos de trabajo más. Pero no lo puedo hacer. ¿Por qué no lo puedo hacer? Porque me lo prohíbe el tratado de libre comercio. Vamos a iniciar la renegociación de tratado de libre comercio”.

Esas declaraciones de Petro dan a entender que los principales culpables del atraso del campo colombiano son los contratos, tipo el TLC, y no los problemas estructurales que tiene el país y que anteceden las políticas de apertura comercial.

Aunque Petro en otras intervenciones ha insistido sobre la importancia de realizar una reforma agraria para mejorar la distribución de la tierra y destrabar el desarrollo agrícola, esto no es algo nuevo.

Desde hace años y desde distintos sectores se viene imponiendo una narrativa según la cual todos los males del campo colombianos se deben a los TLC. Como si el campo colombiano hubiera estado a la vanguardia del desarrollo antes de la apertura, y como si hubiese sido la apertura la que llegó a acabar con todas las virtudes.

Lo del TLC y el campo colombiano es un tema complejo que no se puede simplificar. Es cierto que hubo cadenas que por su escala y productividad no pudieron competir y se acabaron.

Pero, más allá de los TLC, los problemas del campo radican en una inequitativa estructura de la propiedad de la tierra, la ausencia de bienes públicos (léase vías terciarias, distritos de riego, transferencia de conocimiento e infraestructura de secado y almacenamiento) y por la falta de seguridad (léase jurídica y contra el crimen).

Todos estos problemas anteceden a los TLC, pues en Colombia siempre ha habido más territorio que Estado.

Sin embargo, para un político es más rentable señalar como el principal problema un contrato, pues resulta más fácil, rápido y económico mostrar gestión al renegociarlo que llevando el Estado a las distintas zonas del territorio nacional. Esta es una solución rápida y económica, en comparación a intentar resolver problemas estructurales que requiere de tiempo y de grandes inversiones.

Ahora analicemos palabra por palabra la declaración del presidente Petro respecto a la relación de la cadena del maíz y el TLC con los EE.UU. 

Lo primero es que no hay ningún impedimento legal en el TLC que limite la producción de maíz en Colombia. Lo segundo es que no es preciso decir que “Colombia importa todo su maíz” cuando de por sí la mayoría del maíz que se destina a consumo humano es producido en Colombia, en específico para la producción de arepas. Recordemos que en Colombia se siembran 302 mil hectáreas al año de maíz amarillo y 160 mil hectáreas de maíz blanco.

El maíz importado va principalmente a la industria de alimentos balanceados, es decir para consumo animal, principalmente para la cadena avícola y en menor medida porcícola.

Con respecto a esto hay un hecho que los malquerientes del TLC siempre pasan por alto, gracias al TLC con EE.UU en Colombia se pudo adquirir cereales de bajos precios (léase maíz y soya), lo que permitió el desarrollo de la industria avícola y porcícola en el país.

Eso en gran parte repercutió que de 2000 a 2020 bajara el precio del cerdo un 21% y del pollo 19% en términos nominales. Es decir, en términos reales la reducción fue mucho más significativa (desafortunadamente esta tendencia se detuvo por la pandemia).

Esa reducción de precios, en parte, explica que de 2002 a 2021 el consumo de proteína animal creció en un 91 por ciento, los colombianos en promedio pasamos de consumir 49 Kg/año a 93 Kg/año.

La cadena avícola nos permite entender los matices y la complejidad de los efectos del TLC con los EE.UU. Por un lado, como ya lo vimos, el acceso a maíz barato permitió su desarrollo al reducirse de manera considerable los costos de producción.

Por otro lado, si se hubiera permitido el ingreso de piernas y perniles (quarterlegs) esto hubiera significado el fin de la industria avícola colombiana, ya que en EE.UU estos son subproductos y se venden casi a precio de costo, los gringos tienden a consumir solo la pechuga.

Propongo dejar de culpar los TLC y empezar a poner en marcha políticas para desarrollar la sustitución de cereales en Colombia.

En primera medida proveer la infraestructura para habilitar cinco millones de hectáreas de frontera agrícola que hay en la Altillanura a través de la construcción de un tren desde Puerto Carreño (el punto más oriental del Vichada) a Villavicencio. Adicionalmente, modificar la normatividad para que se permita arrendar grandes extensiones de tierras o baldíos por más de 20 años a grandes jugadores que son productores de cereales.

Con estas dos medidas podríamos sustituir importaciones por mas de dos mil millones de dólares anuales (la sumatoria de importación de maíz y soya), abarataríamos los precios de la carne de cerdo, la carne de pollo y el huevo, y se incrementaría el consumo de proteína animal. Es un escenario donde toda Colombia gana.

Pero solo ganamos si resolvemos los problemas estructurales, no culpando a un contrato como el TLC con EE.UU.

Es consultor indenpendiente para organismos multilaterales, sector público y sector privado. Estudió ciencia política en la Universidad de los Andes y una maestría en econompia internacional en la Universidad John Hopkins. Sus áreas de interés son el desarrollo del sector agroindustrial y competitividad...