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Perú desde el año 2000 ofrece un gran clima de inversión para los agroexportadores. El clima de inversión está enmarcado por varias reformas y políticas, que acá las voy a simplificar en tres: i) Incentivos tributarios; ii) Flexibilización laboral; y iii) Acceso a grandes extensiones de tierras que están cercanas y bien conectadas a puertos y centros de consumo.
Harold Eder, presidente de Manuelita, escribió el pasado 12 de septiembre lo siguiente: “En Perú, cultivamos mandarina sin semilla, con fertilización y riego por goteo, para los mercados de exportación de EEUU y Canadá”. El texto venía acompañado por una foto donde se veían unos árboles de mandarinas sembrados en una tierra arenosa (Sin necesidad de ser un experto, es evidente que se trata de tierra poco fértil).
Al ver el tuit me sorprendí que el presidente de una empresa agroindustrial de tanta tradición en Colombia haya decidido diversificar su inversión en Perú. Entonces me puse a la tarea de investigar qué hizo y qué está haciendo Perú para atraer inversión y me encontré con varias respuestas que se pueden resumir en una frase: Perú desde el año 2000 ofrece un gran clima de inversión para los agroexportadores. El clima de inversión está enmarcado por varias reformas y políticas, que acá las voy a simplificar en tres: i) Incentivos tributarios; ii) Flexibilización laboral; y iii) Acceso a grandes extensiones de tierras que están cercanas y bien conectadas a puertos.
La ley 27360 del 2000, donde se aprueban las normas de promoción del sector agrario, que consta de 10 artículos y 6 páginas fue fundamental para mejorar el clima de inversión y atraer la inversión extranjera (sin tinterillos justificando su sueldo haciendo complejo y ambiguo lo que debe ser claro). La ley establece un impuesto de 15% de renta (la mitad que en otros sectores), en algunos casos exenciones del IVA y, en otros devolución del IVA (sólo para las agroexportaciones).
Adicionalmente, la misma ley establece una flexibilización laboral donde se crea el concepto de remuneración diaria, incluyendo el pago de vacaciones, festivos, y un aporte al seguro de salud del 4% hecho por el empleador (Normalmente es del 8%). Cabe destacar que este es el punto más polémico y se encuentra en debate si se debe extender, pues esta flexibilización está vigente hasta 2021.
A lo anterior se le suma una política de liberalización de tierras donde se destaca la subasta de baldíos y las Alianzas Públicos Privadas (APP) de irrigación con la que se expandió la frontera agrícola. Fue así como de 1997 a 2008 se realizaron más de 30 subastas en las que se vendieron 87 mil hectáreas, a un tamaño promedio de unidad agropecuaria de 350 hectáreas. Aunque el Estado peruano sólo recibió US$ 45 millones por estas ventas, lo destacable fue la inversión privada de más de US $500 millones en infraestructura de riego (pues son tierras arenosas que necesitaban adecuarse).
Es importante destacar la ubicación de estas tierras costeras, cerca y bien conectadas a los puertos y centros de consumo. Además de ser tierras niveladas, y con un acceso razonable a fuentes de agua. A esto hay que sumarle que cuentan con seguridad jurídica en cuanto a su pertenencia y uso. También resulta favorable que su conflicto ambiental es bajo, pues en términos simplistas se pasó de la arena al cultivo. Como lo bueno debe continuar, se habla de nuevos proyectos de irrigación donde se sumarían 258,000 nuevas hectáreas (Por eso ellos tienen Ministerio de Agricultura y Riego).
La combinación de reglas de juego claras, impuestos bajos, más acceso y costos competitivos de los factores de producción, producen la fórmula para atraer grandes conglomerados agroexportadores, y así obtener resultados tangibles. Sus sistemas altamente productivos representan el 46% del PIB agrícola con tal sólo 3.8% de la tierra agrícola (Datos Banco Mundial). Así mismo, el sector agroexportador representa el 3% del PIB total de Perú.
Su crecimiento productivo ha sido significativo en cultivos no tradicionales, entre 2000-2010, la producción creció a un promedio anual de más de dos dígitos (mango 36.3%; uva 26,2%; aguacate 22%; espárragos 19.9%). Esto permitió crear una oferta exportadora, y de ese modo las exportaciones no tradicionales alcanzaron en 2018 a estar alrededor de los $6 mil millones de dólares. Creciendo a un promedio anual de 16.6% entre 2000-2018. Dada la alta productividad, Perú se convirtió en el principal productor mundial de espárrago, quinua y alcachofa; en el segundo mayor de aguacate, mandarina y arándanos y, el cuarto de palmitos en conserva.
Lo anterior se traduce en encadenamientos productivos que son motores y dinamizadores de la economía. Cinco empresas agroindustriales están entre las 20 mayores empleadores en el Perú. Se pasó de 131 mil empleos directos en 2004 a 418 mil en 2017 (Un incremento de 270%). Así mismo, la integración de pequeños agricultores independientes (vía contratos con la agroexportación), ha incidido en la reducción de la pobreza en 15 puntos porcentuales en la zona costera al comparar año 2000 con 2010. La tasa de formalidad laboral en la costa pasó de 25% en 2004 a 44% en 2017. Por último, el recaudo fiscal aumentó más de siete veces.
La formula del Perú fue simple: poca carreta y ofrecer un marco regulatorio atractivo para la inversión, pues el campo como cualquier sector para florecer la necesita. Colombia debe mejorar su clima de inversión, pues si ya es difícil atraer inversionistas extranjeros, al menos deberíamos generar los incentivos adecuados para que los empresarios nacionales le apuesten a Colombia, en vez de irse a otros países. Pero la culpa no es de ellos, es de nuestra falta de norte, donde parecemos dormidos, engañados con el cuentico de que somos los colosos del norte, mientras nuestros vecinos trabajan y dan resultados que se traducen en generación de riqueza y acceso a oportunidades.