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¿Qué más se necesitará para que la población rural sea reconocida en sus derechos y pueda gozar efectivamente de los mismos? ¿Qué espera el país para hacer converger a sus sociedades urbanas y rurales en una sola nación en donde todos podemos acceder a bienes y servicios públicos de manera equitativa y contar con las mismas oportunidades? 

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Por fin empezamos a conocer datos[1] sobre el reciente Censo Agropecuario, después de más de 40 años sin información sobre la situación de nuestro medio rural y de sus pobladores dedicados principalmente a la agricultura.

No sorprende la conclusión principal del Censo que en boca del Presidente Santos dice que ¨en el campo está todo por hacer¨ .  

Eso lo sabe el país, pero la indiferencia, por décadas, de la sociedad,  de la clase política y de las autoridades, ha sido total. No en vano estamos donde estamos, añorando una paz que se fracturó en el campo hace más de 50 años, sufriendo las consecuencias de ser uno de los países con mayor inequidad y una sociedad dividida entre el campo y la ciudad.

Sin embargo, recientemente escuché a un líder campesino mencionar que Colombia está viviendo la ¨primavera campesina¨,  frase que me impactó y que, queriendo interpretar su corazón (y también el mío), hay razón para la esperanza.  

Sí, el campo colombiano está en su momento, los ojos del país (y de la comunidad internacional) están puestos en él y lo demuestran los hechos: la actual Misión para la Transformación del Campo que dará pautas importantísimas para el revolcón que requieren las políticas públicas, sus instrumentos y la institucionalidad para la nueva ruralidad que necesita Colombia; los recientes paros campesinos cuyos líderes no terminan de recordar al gobierno que sus demandas son mayoritariamente justas y que los incumplimientos siguen tallando, causando tensiones y amenazando con nuevas expresiones de descontento campesino con serias implicaciones sociales y económicas; los diálogos de La Habana, que con acuerdos de paz con las FARC o sin ellos, ya han puesto de presente que se requiere una transformación importante de las políticas y las instituciones que prestan servicios al campo y a sus pobladores para conseguir una sociedad más equitativa y un desarrollo más estable e incluyente que permita una paz duradera, saldando la deuda histórica que tenemos como sociedad con los habitantes del campo; y ahora, los resultados del Censo del Agro que en buena hora atestiguan, con información actualizada, la profunda crisis del medio rural y de sus gentes.

Los datos del Censo sobre dos temas críticos, acceso y uso de la tierra, son impactantes, aunque no del todo desconocidos ni sorprendentes.

Por una parte, la tierra está más concentrada de lo que se pensaba, lo cual ya es una aberración, pues el índice Gini de propiedad para Colombia (0.85) ya era de los más altos de América Latina y el Caribe y  del mundo según datos del Informe Nacional de Desarrollo Humano, PNUD 2011.

Dice el Censo que el 71% del área estudiada es de propietarios pero no está en manos de los campesinos. El 69.9% de las unidades productivas agrícolas (UPA) tiene menos de 5 hectáreas y ocupa solamente el 5% del área censada. Los terrenos de más de 500 hectáreas están en manos del 0.4% de los propietarios y representan el 41% del total del área estudiada (113 millones de hectáreas censadas, lo que equivale a todo el país sin los centros poblados, es decir el 98.8% del territorio nacional,  la llamada área rural dispersa).  

Por otra parte, en cuanto al uso de la tierra el Censo muestra que el 50% está en bosques naturales; el 40.6% está en uso agropecuario, del cual solamente el 6.3% está en cultivos agrícolas, es decir un total 7.1 millones de hectáreas en producción (75%  de éstas está en cultivos permanentes, mientras que solamente el 15% está en cultivos transitorios).

El resto está en pastos para engorde de animales, en la llamada ganadería extensiva conocida por su ineficiencia y afectación negativa del medio ambiente. Pero es una gran noticia que el país haya aumentado el área en cultivos, pues nos habíamos quedado con la cifra de no más de 5 o 5.5 millones de hectáreas en producción, cuando el país tiene un potencial para producción agrícola de cerca de 19 millones de hectáreas.  

La ganadería extensiva tendrá que reconvertirse drásticamente y dar cabida a otros usos. Colombia puede tener las mismas cabezas de ganado en la mitad del área ocupada actualmente, si se emprendiera seriamente una estrategia masiva de reconversión hacia sistemas ganaderos sostenibles (silvopastoriles y agroforestales), cuya viabilidad económica y ambiental está ampliamente demostrada.

Pero el Censo habla no solo de la tierra y de su uso. Importantísima la referencia a la gente del campo.

Los hallazgos tampoco son del todo desconocidos, pero siempre es útil tener un instrumento para empoderar (ojalá) a los tomadores de decisiones de políticas públicas (y privadas) que inciden en el desarrollo rural del país.

Por una parte, el campo se está envejeciendo; el grueso de la población  es mayor de 39 años.

Por otra, la jefatura femenina de hogares rurales ha aumentado (28%); el nivel de escolaridad básica de mujeres jefes de hogar es del 52%, frente a 58% de hombres jefes de hogar. Los jóvenes se han ido a las ciudades.

De los niños y jóvenes que aún están en el campo (entre 5-16 años), el 20% no asistió a ninguna institución educativa durante el 2013. El 72% de personas entre 17-24 años no tiene acceso a educación.

La cobertura en salud, sin embargo, dice el Censo, ha mejorado atendiendo al 96% de la población (cabe preguntarse por la calidad de la misma).

Las viviendas también han mejorado, aunque la cifra indica que solamente el 51.8% de las casas es en materiales tipo bloque (y el resto?); 23% de las viviendas continúan teniendo piso de tierra.

Sobre crédito y la asistencia técnica, los datos del Censo corroboran indicadores bajísimos (el 11% de los productores solicitó crédito, mientras que solamente el 9,6% de las UPA tuvo asistencia técnica).

En fin, el panorama del campo y su gente no puede ser más triste.

¿Qué más se necesitará para que la población rural sea reconocida en sus derechos y pueda gozar efectivamente de los mismos? ¿Qué espera el país para hacer converger a sus sociedades urbanas y rurales en una sola nación en donde todos podemos acceder a bienes y servicios públicos de manera equitativa y contar con las mismas oportunidades?  

Esperamos ver florecer la primavera campesina en los próximos años, y que no pasen otros 40 años sin que el país estudie la situación del campo colombiano para que se puedan tomar decisiones mejor informadas sobre su realidad y potencial, por tantos años ignorado.

 


[1] Datos tomados de EL TIEMPO,  Sección Economía y Negocios, Agosto 12 de 2015.

Especialista en desarrollo rural y desarrollo territorial sostenible, con Maestrías en Planificación y Administración del Desarrollo Regional (UniAndes) y en Desarrollo Rural (UJaveriana), con 30 annos de experiencia en sector público (Presidencia de la República-Plan Nacional de Rehabilitación...