Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Esta columna fue escrita en coautoría con Edilberto Vergara.
La creación de la Zona de Reserva Campesina (ZRC) de la Tuna en Santa Rosa Cauca es un evento excepcional por varias razones. Revisemos a continuación algunas de sus características más relevantes, para luego dimensionar su significado dialógico intercultural, así como las potencialidades que su consolidación podría representar para nuestra ruralidad.
La Tuna y las múltiples transiciones andino-amazónicas
En primer lugar, esta ZRC posibilita una conexión mágica entre el presente y el pasado. Su ubicación en el pie de monte selvático significa una interfase interpretativa entre las culturas ancestrales amazónicas y las andinas.
Bajo la premisa anterior, este territorio ha sido considerado durante muchos años como una pieza estratégica en el rompecabezas arqueológico del complejo cultural de San Agustín. La anterior conexión de carácter histórico-espacial se ha quedado en los anaqueles universitarios, pero ha sido pobremente socializada y aún menos desarrollada bajo su potencialidad etno-turística.
En segundo lugar, está su riqueza hídrica. La tuna es uno de los múltiples ángulos que componen la estrella orográfica del macizo. En el mapa (abajo) puede observarse como el polígono de la ZRC se ubica en la macrocuenca Amazónica y en la subzona hidrográfica del “Alto Caquetá”, compartiendo múltiples afluentes en dirección de las cuencas del Alto Magdalena, Caquetá y el Patía.
Las aguas, que serán el oro y el petróleo de un futuro cada vez más cercano, son una de las principales riquezas de esta ZRC. Se trata entonces de una territorialidad que podría ser un modelo de ordenamiento en torno, con y por el agua.

En tercer lugar, este proceso de constitución territorial se proyecta como la vanguardia evolutiva del multiculturalismo colombiano, indígenas, afrocolombianos y campesinos buscan el reconocimiento, constitución, ampliación y titulación de las distintas territorialidades bajo el mutuo acuerdo. La mesa interétnica e intercultural del municipio sirvió como escenario a una exitosa consulta previa realizada bajo enfoque de diálogo intercultural.
Concentrémonos en este último ítem ¿cuál fue el secreto de su éxito? Al igual que el caso de la ZRC de Montes de María, el éxito de estas consultas previas se sustentó bajo tres pilares esenciales.
Un diálogo preexistente a la Consulta donde se ordenó el territorio a partir de las expectativas de cada proceso social.
El convencimiento de los actores étnicos de que se trata de una intercambio entre poblaciones igualmente vulnerables lo que la hace evolucionar el proceso de “consulta” a “diálogo” entre pares.
La interpretación dogmática de la ANT bajo la cual ZRC y figuras de titulación colectiva no son procesos que se oponen entre sí, más bien, pueden utilizarse como herramientas complementarias de protección y bienestar territorial.

El último ítem señalado en el párrafo anterior es un elemento clave para los futuros procesos de esta clase, porque, aunque la normativa de constitución de las ZRC indica que no se puede traslapar el polígono a constituir con territorialidades étnicas, nada obstruye la situación inversa: que una vez constituida la ZRC dicho territorio pueda ser reforzado en términos de protección por medio de otras medidas colectivas de carácter étnico.
En síntesis, el caso de la Tuna permite avizorar procedimientos respetuosos del derecho a la diferencia, en los que el bienestar popular logra conciliarse con las pulsiones identitarias. Para aquellos que les interese profundizar en este proceso de diálogo y consulta previa intercultural recomiendo leer la juiciosa tesis de maestría de Daniela Trujillo.

ZRC una herramienta poderosa de transformación territorial
Bajo el anterior modelo se creó la ZRC de la Tuna con una superficie de 176 mil hectáreas. Sin embargo, como lo subrayó Guido Alban Rivera integrante del Cima-CNA, y parte del comité impulsor de esta ZRC: “esto es un paso, la tarea apenas comienza y lo que se viene es lo importante”.
Desde el punto de vista de la formalización territorial de 2537 predios identificados al interior de esta ZRC solo 197 tienen títulos de propiedad. Desde el IEI de la Javeriana de Cali hemos mantenido la tesis, compartida por el profesor Darío Fajardo actual Viceministro de Desarrollo Rural, que las ZRC lo que hacen es formalizar una territorialización sembrada por un campesinado sucesivamente despojado.
Es por eso que técnicamente las ZRC deberían considerarse como un barrido predial masivo donde el diálogo y los conflictos sociales subyacentes a la formalización ya se encuentran en un estadio muy profundo de conciliación gracias al trabajo de la misma organización campesina.
De manera complementaria con el anterior ítem, conviene remarcar que el éxito de la consulta previa no puede verse como un evento que se limita a la firma del acta protocolaria. La estabilidad del diálogo allí acordado depende del cumplimiento de las medidas de manejo identificadas.
En ese ámbito la ANT en cabeza de Luis Higuera (subdirector de administración de tierras de la nación) presentó importantes avances en la legalización de los territorios indígenas de comunidades Ingas y Yanaconas.
Higuera socializó también la constitución de un título colectivo compuesto por cerca de cuatro mil hectáreas para el consejo comunitario “El nuevo futuro de los grandes luchadores”. Este último, podría ser el título colectivo de mayor extensión para un consejo comunitario de los valles interandinos.
Un elemento estratégico para el futuro de las ZRC es el cumplimiento de sus respectivos Planes de Desarrollo Sostenible; los cuales, aunque son prerrequisito para su constitución, por lo general se quedan en letra muerta por la desidia estatal para implementarlos.
La oposición entre planificación para el bienestar y débil implementación tiene su origen en la desarticulación histórica entre la Agencia Nacional de Tierras (ANT) y la Agencia de Desarrollo Rural (ADR). Las administraciones anteriores de la ADR ni siquiera contemplaban a las ZRC o las territorialidades étnicas como sujetos de su trabajo.
Afortunadamente, en esta ocasión, la situación parece estar cambiando. En el lanzamiento de esta ZRC, la ADR no solamente hizo presencia (situación que anteriormente no sucedía), sino que además anunció la creación de una línea de trabajo específica para atender de manera progresiva la dimensión productiva de los Planes de Desarrollo de las ZRC.
Es una decisión histórica, digna de aplaudir y que no solamente ahorra recursos al tomar como referencia la misma construcción técnico-participativa de la ZRC, sino que articula en la práctica el desarrollo rural de la ADR con el acceso a la tierra de la ANT.
Adicionalmente, para el caso de la Tuna se cuenta con un Plan de Desarrollo Sostenible, construido por los habitantes de la ZRC con el acompañamiento técnico del Instituto de Estudios Interculturales bajo el liderazgo de Fredy Páez junto a un comprometido equipo interdisciplinar, el cual puede descargarse en el siguiente enlace.
Sin embargo, para que el acceso formal a la tierra y al desarrollo rural bajo un enfoque de bienestar poblacional se conviertan en dos caras de una misma moneda es fundamental superar brechas logísticas y de infraestructura que las condicionan de manera poderosa. Para este caso en particular el estado de la conectividad es crítica.
Los habitantes del Municipio de Santa Rosa experimentan una particular situación de aislamiento insular terrestre.
Los habitantes de este territorio viven en una isla de montaña, ríos y selva a medio camino entre Putumayo, Huila y el Cauca, sin vías que realmente los conecten con ninguno de los departamentos mencionados y siendo uno de los más grandes municipios del departamento de Cauca.
Por eso, una de las prioridades del campesinado de la Tuna son varios tipos de conectividad:
caminos ancestrales entre Santa Rosa y San Agustín que podrían servir como plataforma de turismo ecológico e investigación arqueológica, de los cuales el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh) podría tomar nota;
vías terciarias que incentiven el intercambio entre poblaciones como Betania y Descanse, vecinas en el espacio pero lejanas en el tiempo de desplazamiento;
vías secundarias que formalicen la conectividad entre Santa Rosa – Mocoa.
El anterior conjunto de vías permitiría planificar los flujos de conectividad para los habitantes del pacifico sur con los del piedemonte amazónico, bajo un enfoque de bienestar poblacional; pero, sobre todo, cuidado ecológico.
Lo anterior, para no repetir ejercicios en los que se hace una carretera que termina destruyendo el medio ambiente y de paso desplazando a sus habitantes originarios a nombre del progreso. Se tratan de vías secundarias bajo una perspectiva ecológica que bien podrían ser diseñadas y financiadas por instituciones expertas como la CAF.
Como esperamos haber evidenciado se trata de una ZRC que como sus hermanas territoriales es sui generis, apalancada en la experiencia de un proceso social como el Comité de Integración del Macizo Colombiano (Cima), el cual se ha preocupado por mantener las vías de diálogo con sus vecinos siempre abiertas, a la par que no pierden de vista la conservación ecológica del agua.
La Tuna constituye una propuesta que, mientras se fortalecen los Territorios Campesinos Agroalimentarios por la vía de su institucionalización, es un camino a seguir para servirse de la figura de la ZRC bajo la impronta del Coordinador Nacional Agrario (CNA). ¿Por qué no? El tiempo lo dirá.
Este modelo de diálogo con escenarios consolidados y legítimos, así como apuestas conjuntas, podría ser un procedimiento para avanzar en las territorialidades interculturales colombianas.
El modelo propuesto por La Mesa Interétnica e Intercultural de Santa Rosa parece tener una perspectiva clara del futuro porvenir, que podría resumirse en la sentencia de Guido: “si no caminamos juntos caemos, y no queremos caer.”