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La ausencia de muchos de los candidatos a los principales debates programáticos en Santander y Bucaramanga produjo una campaña tradicional y anacrónica, de plaza pública, lechona, grandes aglomeraciones y ninguna discusión programática. Lamentable para el electorado y muy poco digna para una ciudad que dice modernizarse y apuntarle al futuro.

 

Lo dijimos hace unas semanas y hay que reiterarlo: el espectáculo que han dado Santander y algunos de sus municipios durante estas elecciones es vergonzoso. No solo por los vínculos ilegales que aportan algunos de los candidatos, sino porque muchos de ellos le dieron la espalda al (inusualmente alto) número de debates y espacios de discusión democrática que se dieron en nuestra región durante este período electoral.

Recordemos. Actores ajenos a los partidos e interesados en promover una discusión sana y, sobre todo, que contribuyera con la decisión de los electores, como la UNAB y su periódico 15, La Silla Vacía, TRO, Caracol, la Cámara de Comercio de Bucaramanga, la ANDI, entre otros, se dieron a la tarea de crear espacios en los que los candidatos pudieran presentar sus propuestas para contrastarlas y darle la oportunidad a la ciudadanía de conocerlas más a fondo.

Organizar un debate de esta naturaleza no es sencillo. Requiere financiamiento, logística, impresión de material, presencia en redes sociales, alianzas con medios para su difusión, espacios en televisión y radio, streaming en internet y buenas convocatorias, entre muchas otras cosas. Naturalmente, un debate que no tenga resonancia, no atraerá a un candidato cuyo principal interés en una campaña es aumentar el número de personas dispuestas a votar por él o ella. Con los aliados arriba mencionados, esto último parecía terreno abonado.

Sin embargo, hay un elemento sin el cual los debates no solo dejan de ser atractivos sino, simplemente, no sirven: los candidatos. Su ausencia es una estocada profunda para un debate. En ese punto, no hay otra alternativa que llevarlo a cabo: un espacio en televisión no se reemplaza con facilidad y sacar a la gente de un escenario tiene costos reputacionales que pocos están dispuestos a asumir. Si convocamos, el debate debe hacerse.

Aunque uno cree que no asistir a un debate taquillero es muy costoso para un candidato, la realidad nos muestra que eso es quizás verdad en escenarios verdaderamente democráticos. En casos como Santander y Bucaramanga, la inasistencia a un debate no se cobra. No genera ningún costo para las campañas pero sí lesiona el escenario electoral y el interés de aquellos electores que quisieran conocer, más allá del show político, a quienes asumirán las riendas del gobierno local.

El candidato liberal a la alcaldía de Bucaramanga, Carlos Ibáñez, se negó a participar –argumentando compromisos previamente adquiridos– en los dos debates organizados en septiembre y octubre por actores que buscaban promover una sana discusión sobre los programas de gobierno. Jhan Carlos Alvernia, opción de La “U” en la ciudad bonita, asistió al primero pero no al segundo. Por su parte, el también liberal, Didier Tavera, ficha de ese partido para la gobernación, nunca apareció en el primero de los debates organizado para esa contienda y al segundo llegó cuando la discusión ya estaba concluyendo.

¿A qué le temen? Pensando como un candidato o como gerente de campaña, detrás de estas decisiones usualmente hay, al menos, tres criterios involucrados. El primero: “el debate tendrá costos para la campaña porque quienes lo organizan no dan garantías”. El segundo: “este escenario nos puede afectar porque, técnicamente o en términos de comunicación, estamos en desventaja frente a los otros”. Tercero: “no gastemos tiempo en un debate, invirtamos ese tiempo en otro tipo de actividad”.

Desconozco cuál de estos, u otros, fueron los que animaron a Ibáñez, a Alvernia y a Tavera a desperdiciar los pocos escenarios de este tipo que se organizan en el departamento. Por ello, debo optar por la especulación. Seguramente, opinaban que su asistencia al debate tendría costos para ellos, sentirían quizás que sus talones de Aquiles se iban a ver revelados en vivo en televisión y que ello tendría consecuencias irreversibles para sus campañas.

A algo, probablemente, le temían y por ello terminamos padeciendo una campaña tradicional y anacrónica, de plaza pública, lechona, grandes aglomeraciones y ninguna discusión programática. Lamentable para el electorado y muy poco digna para una ciudad que dice modernizarse y apuntarle al futuro. Un ejercicio electoral muy poco democrático.

Si lo miramos con prospectiva, ese temor es preocupante porque resulta sintomático de lo que pueden ser los mandatos de estos señores de llegar a ser elegidos. ¿Significa esto que como alcalde y gobernador, respectivamente, le darán la espalda a la necesidad de involucrar a la ciudadanía en la toma de las decisiones? ¿Le huirán con las mismas excusas a los escenarios democráticos establecidos en nuestras normas, como son las rendiciones públicas de cuentas? ¿Gobernarán sin diálogo con actores de la sociedad civil tan relevantes como las universidades, los gremios y los medios de comunicación independientes?

Quedan todavía algunos días antes de las elecciones del 25 de octubre para repensar y tomar la mejor decisión para Santander y su capital. ¡Piénselo!

Es Máster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Salamanca (España) y Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia. Cuenta con una extensa trayectoria en el sector educativo, tanto a nivel nacional como territorial. Fue Subsecretario de Educación...