Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
No deja de ser triste la imagen de las librerías cerradas –esos espacios de primerísima necesidad–, los eventos, conciertos, ferias literarias, charlas y encuentros cancelados y sin horizonte de retorno, los artistas, creadores y gestores tambaleándose en la zozobra.
Ya es un lugar común, una bandera rota: que sí, que cada vez es más evidente que el sector cultural ha recibido el golpe de la cuarentena en primer plano, que ha sorteado este camino con el aprendizaje que han dejado años y años de fracasos y de caídas.
Ya es un lugar común, una bandera rota: es fácil decir la cultura, defender la cultura, insuflarnos un poco más de ego con la cultura, pero, ya se sabe, pasa lo contrario, y los hechos no hacen sino confirmarlo. A inicios de mes, por ejemplo, el gremio de libreros de Antioquia lanzó un llamado desesperado: “No buscamos generar excedentes, sino sobrevivir. Pero esto no es suficiente: hay que encontrar soluciones a fondo para toda la industria cultural, no solo para las librerías. Nadie sabe cuánto va a durar esta crisis, pero este es el momento de actuar”.
Unos días antes, el Gobierno, a través del Ministerio de Cultura, emitió el decreto 475 de 2020, que en un principio pretendía ser un alivio para gestores, creadores y artistas con una bolsa de $120.000 millones, pero en los detalles, según los gestores, creadores y artistas, está la trampa. El dinero y los estímulos está destinado sobre todo a los grandes empresarios, no tanto a los artistas y a su trabajo, no se trata de una inyección de buenas a primeras, sino de dinero que se conservaba en los municipios y que se invertía en el sector mediante trasferencias y la estampilla procultura, y las promesas son, como dijo la exministra Mariana Garcés, “un puñado de medidas demagógicas”. Aire: puro aire.
La norma es difusa, poco clara, y sigue ahondando en las brechas de acceso cultural que desde siempre han padecido los territorios. Vino, entonces, la protesta. Teatreros y actores, artistas plásticos y escultores, cineastas y fotógrafos, libreros, galeristas, directores de museo: la cultura, esta vez, alzando la voz, reclamando lo que tantos consideran limosnas, no el sustento de un trabajo de creación que demanda tiempo, recursos, medios, condiciones e independencia. “A la hora de la verdad –que es la de esta pandemia–, ni las grandes empresas ni los máximos responsables de la política cultural están sabiendo estar a la altura de las circunstancias”, escribió en una columna reciente el crítico y periodista cultural Jorge Carrión. También en Colombia: nadie, aquí, parece saber adónde ir y la improvisación lo constata día a día.
Daniela Mantilla es la directora administrativa del Museo de Arte Moderno, uno de los espacios que primero cerró en Bucaramanga. Dirige un equipo que no supera las cinco personas y que se reúne cada tanto vía internet para proponer nuevas formas de acercar las exposiciones pendientes al público y fortalecer la agenda en medio de la pausa. “Somos pocos, pero eso no nos ha impedido trabajar de la mano, en equipo, en pro del fortalecimiento de la cultura, para no perder nuestra esencia de museo, nuestra misión y nuestros objetivos”, comenta. Pero no basta la voluntad: además del decreto del Gobierno y de una convocatoria de estímulos de urgencia que lanzó recientemente la Alcaldía de Bucaramanga, no ha habido demasiada coordinación, y la incertidumbre sigue siendo la regla: “No vamos a dejar de realizar nuestros contenidos, nos tenemos que reinventar, tenemos que reinventar las exposiciones y la forma en la que nuestros artistas llegan al público. Debemos buscar esas estrategias interactivas ya que, la verdad, desde el ámbito nacional, departamental y municipal no han sido muy claras las estrategias”.
Las posibilidades de internet son, acaso, el último salvavidas, y el Mamb ha intentado volcar su estrategia a las redes sociales y la web, desde exposiciones virtuales hasta charlas con los artistas. La angustia para los creadores, sin embargo, crece. Mantilla recuerda que al museo han llegado peticiones de artistas que se van quedando sin comida y esperan que el museo les brinde una ayuda: “La crisis es bastante y el Gobierno no quiere tomar las medidas para ellos. La invitación es a que las entidades se sienten y armen una base de datos concreta y tengan presente cuáles son las necesidades prioritarias de estas personas. Estos artistas de verdad requieren ayuda, una ayuda real”.
Los libreros independientes, acostumbrados a un mercado inestable y particularmente débil desde hace años, también han debido hacerle frente a la crisis de maneras diversas y casi siempre al borde de sus capacidades. Sergio Cely, encargado de Profitécnicas, hizo lo mismo: vio las noticias, confirmó el avance del virus desde China y decidió cerrar su librería apenas fue obligatorio: “En este negocio la lucha ha sido permanente y esta crisis no ha sido diferente. Estamos acostumbrados a esa presión”.
La lucha permanente tiene ahora sus matices: el riesgo de que cierren decenas de librerías, la quiebra inminente, el monopolio inhumano de Amazon, que expone a sus trabajadores por sueldos misérrimos con precarias garantías laborales, y las taras tributarias que tanto encarecen el producto libro e influyen en los índices de lectura. Internet es, por ahora, la única vía para vender, ampliar la red de lectores, establecer canales de comunicación con otras librerías independientes y organizarse.
No deja de ser triste, por supuesto, y negarlo sería falaz: la imagen de las librerías cerradas –esos espacios de primerísima necesidad–, los eventos, conciertos, ferias literarias, charlas y encuentros cancelados y sin horizonte de retorno, los artistas, creadores y gestores tambaleándose en la zozobra, las inversiones perdidas.
Es triste, fundamentalmente, porque ahora, claro, nos queda fácil nombrar la cultura, celebrar sus virtudes y buscarla a como dé lugar en páginas web y aplicaciones, y es fácil decirnos –creernos– que a todos nos hace tanto bien, que a todos nos forma, que a todos nos ofrece un mínimo espacio de vitalidad y de belleza cuando el mundo afuera es pura duda, pero sobre todo cuando siempre la hemos denostado, pauperizado y relegado.
Internet pudo ser una oportunidad para llevar la cultura en sus modalidades, desde conciertos en casa hasta lecturas de poesía y clases de pintura, pero también nos hizo constatar, una vez más, su valor, su poder. Aunque siga siendo tan inocua para muchos. Aunque persista el abandono.