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El voto programático en términos generales es el principio según el cual más que votar por el carisma, el TLC (Tamal, Lechona y Cerveza), la imponencia de las vallas, los jingles y el resto de publicidad en medios masivos….se votaría por el programa de gobierno que los candidatos han inscrito en la Registraduría. 

Por: Yany Lizeth León Castañeda

Directora del Programa Bucaramanga Metropolitana Cómo Vamos

En este espacio se ha escrito sobre los perfiles de los candidatos, su pasado, sus nexos y negociaciones con diferentes sectores de interés, algunos de los cuales se ubican en una franja gris entre la legalidad e ilegalidad y que, dicho sea de paso, a medida que avanza el periodo electoral, van apareciendo los tintes oscuros en ese tipo de negociaciones.  Reconociendo la relevancia de esta discusión, quisiera tratar otro aspecto, tal vez menos tocado, pero igual de importante para estas elecciones, en particular en lo que tiene que ver con el ejecutivo departamental y municipal. 

La Constitución Política de 1991 en su artículo 259 señala que: “Quienes elijan gobernadores y alcaldes, imponen por mandato al elegido el programa que presentó al inscribirse como candidato. La ley reglamentará el ejercicio del voto programático”. Dando cumplimiento a la Constitución,  la Ley 131 de 1994 en sus artículos 1 a 16 reglamenta el voto programático.  Los resultados de la Sexta Encuesta de Percepción Ciudadana, que se publicará próximamente, dirán si me equivoco o no, pero más de 20 años después de la entrada en vigencia de la norma, estoy casi segura que muy pocas personas saben en qué consiste el voto programático.

Pues bien, el voto programático en términos generales es el principio según el cual más que votar por el carisma, el TLC (Tamal, Lechona y Cerveza), la imponencia de las vallas, los jingles y el resto de publicidad en medios masivos, la capacidad de alzar niños y besuquear abuelitas, sonreír 24 horas, o hacer turismo urbano extremo – aquel gaje del oficio electoral que consiste en visitar zonas de riesgo en la ciudad, donde conviven la pobreza, la ausencia de oportunidades, de espacio público, de vivienda digna, aquellas zonas olvidadas, no tan bonitas, ni tan dulces, que si no fuera por la necesidad de votos no se visitarían-; más que por todo eso, se votaría por el programa de gobierno que los candidatos han inscrito en la Registraduría. De ahí proviene su nombre “voto programático” y es precisamente este documento el “programa de gobierno” que contiene las únicas propuestas que tienen un carácter obligante del elegido para con el elector.

Con los cada vez más bajos niveles de lectura que se registran en los cuatro municipios del área metropolitana, así como el casi total desinterés por los asuntos públicos, donde menos del 9% de la población adulta ha leído el Plan de Desarrollo de su ciudad o conoce su Plan de Ordenamiento Territorial, se podría argumentar que la manera como la ciudadanía se estaría enterando sobre el contenido de los programas de gobierno no sería a través de la lectura directa de estos documentos (?), sino mediante persuasivas versiones en imágenes de video o a través de los discursos que los candidatos dan en el desarrollo de sus campañas electorales.  Pero lo escrito, escrito está y no siempre coincide con las palabras, que se lleva el viento y las imágenes que nos pueden engañar.

Para dimensionar la importancia del programa de gobierno en su versión original, se puede decir que todo aquello que el candidato prometa, aún en medio de los debates y no esté consignado en este documento no tiene este carácter obligante.  Sirve para la discusión por supuesto, pero legalmente a ningún candidato, una vez elegido alcalde o gobernador, se le podría hacer revocatoria del mandato porque dijo algo en radio, televisión o en una reunión y que finalmente no cumplió, si no estaba explícito dentro del documento que inscribió ante la Registraduría.  Se le podrá hacer alguna remembranza, pero nada más.

Tal vez porque los candidatos sí tienen claro estas implicaciones, se explica en buena parte  por qué las propuestas consignadas en la mayoría de los programas de gobierno son tan genéricas como: “ampliar y mejorar la infraestructura de seguridad”, “aumentar la calidad y la cobertura de la educación”, “Fortalecer la infraestructura y el equipamiento en salud” “Dar atención integral a la primera infancia” u otras parecidas que ni siquiera deberían figurar en los programas de gobierno si no van acompañadas de metas y compromisos específicos, ya que corresponden a deberes constitucionales y legales que independiente de quién quede elegido debe cumplir. 

Otra razón del porqué  la mayoría de las propuestas de los candidatos no se comprometen, ni llegan a lo sustancial – resultados en términos de calidad de vida – está en la apatía ciudadana. Dentro del espíritu de esta ley, una ciudadanía más activa, realmente interesada por los destinos de su ciudad, se daría a la tarea de leer los programas de gobierno para:

–  Identificar qué candidatos conocen la situación actual de la ciudad.  Un candidato no tiene que sabérselas todas, pero una aproximación a qué conocimiento sobre la ciudad pueda tener,  lo da la revisión que hizo de la información disponible.  Parece superfluo decirlo, pero por experiencia propia desde el Programa Bucaramanga Metropolitana Cómo Vamos sabemos que es necesario reiterarlo: los datos que se tengan sobre cada uno de los sectores sociales son tan relevantes para un aspirante a la alcaldía, o al menos deberían serlo, como para cualquier gerente de cualquier empresa es importarte conocer cómo evoluciona la rentabilidad de su empresa o el valor comercial de la misma en el mercado. Por supuesto, no estoy tratando de equiparar una empresa a una alcaldía porque si bien en la primera su finalidad principal es generar rentabilidad, en la segunda su finalidad principal es generar valor público o en otras palabras calidad de vida, lo cual es posible medir aunque de manera imperfecta: No hay mayor discusión sobre cómo se mide la rentabilidad, pero seguramente sobre el cómo se mide la calidad de vida estará sometido a permanente debate, lo cual es sano porque involucra los derechos de los diferentes grupos poblacionales.

– Ahora bien, se puede tener una buena información que permita identificar las problemáticas o potencialidades de la ciudad, pero de poco sirven si las propuestas de los candidatos no son consistentes con ella.  Por tan sólo poner un ejemplo: para qué serviría decir en el diagnóstico que la atención integral a la primera infancia no llega al 40% de los niños y niñas en los cuatro municipios del área metropolitana de Bucaramanga y, que todos los candidatos citaran esta cifra,  si la mayoría no especifica algún compromiso concreto y sólo acuden al genérico  “Brindar atención integral a la primera infancia”, ¿A toda la primera infancia? o ¿sólo va a mantener los niveles de atención? o ¿Va a hacer énfasis en los más pobres ? ¿Qué porcentaje de los más pobres? y en los tres casos ¿Cuál va a ser la estrategia para lograrlo? ¿Cuál va ser el esfuerzo financiero?.

Seguramente los candidatos se hubieran esmerado aún más en la construcción de estos documentos, si se toparan con una ciudadanía más exigente, que no comiera cuento.  Buena parte de los recursos que han invertido en publicidad, marketing político y hasta la que tienen guardada para la compra de votos, la hubiesen invertido en conseguir una mejor información que les brindara la tranquilidad de poder aterrizar sus propuestas en unos compromisos concretos en cada una de las áreas, que fueran más allá del cumplimiento de unas funciones de ley ya establecidas y que estuviesen acordes  a una apuesta de ciudad o departamento para el caso de la gobernación.

Pero al mismo tiempo, si lográramos que los candidatos nos contaran en estos documentos este tipo de cosas, tal vez la ciudadanía tendría mayores elementos para hacerse un juicio al leer los programas de gobierno y  así poder elegir las propuestas que en conjunto considerara las mejores, las más creativas, viables, concretas, verificables, con las cuáles pudiera identificarse como ciudadano.  También tendríamos más elementos para hacer discusiones mucho más interesantes con los candidatos.

Pero estamos cerrando los círculos viciosos.  Un político nos hizo la siguiente observación: “¿Para qué hacer énfasis en el programa de gobierno?, eso no sirve, es tan sólo un requisito de ley, se puede escribir una página o doscientas, da lo mismo, nadie lee eso y para colmo se puede mandar a hacer”, “¡El programa de gobierno no da votos!” sentenció, lo cual resulta cuando menos irónico, en un país que se mofa de tener como marco de sus elecciones “el voto programático”.

Ambientalista, especialista en manejo de recursos naturales. Gerente Nacional de Desarrollo Sostenible del PNUD de la ONU en Colombia.