Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
En tiempos de pandemia, una reflexión política sobre el estado de la ciudad, el rol, la naturaleza y representación de la nueva generación de políticos que gobierna Bucaramanga y las transformaciones que padece la política en esta inédita crisis social y existencial.
“Del mercado como demonio al mercado como bendición…”
I
Confinados en esta zona gris, entre la libertad y la prisión domiciliaria, vemos como los asesores del alcalde Cárdenas son expertos en inventarse aplicaciones tecnológicas rimbombantes, en mentar la big data, en sacarse selfis con la 12 puesta, en desafiar la inteligencia. Ya vamos para tres exprimentos: “Tu Cuenta Cuenta”, “Ocupadoor”, y oh sorpresa, la policía anuncia la tercera en alianza con la Alcaldía y la Cámara de Comercio. Será, dice el general, una herramienta para “hacer un sondeo preciso sobre quienes estén fuera de sus casas en la cuarentena”, eso se llama empadronar la gente, que es algo ilegal y que impactará poco, como las otras dos aplicaciones. Después de sesudas “investigaciones exhaustivas” y análisis de expertos, Abracadabra, estas herramientas tecnológicas, dicen, lo resolverán todo. Como si hubiesen descubierto la causa primera, la causa final. Están “descrestando calentanos”.
“Tu Cuenta Cuenta”, dijo Cárdenas, como un aprendiz de brujo: “desde la inteligencia artificial, servirá para contrastar los precios en supermercados y tiendas con los permitidos y así sancionar a los inescrupulosos”. Diez días después, cuentan que “Tu Cuenta Cuenta” no sirvió para nada, que son infundadas las quejas de los ciudadanos por especulación en alimentos y medicamentos, son mentiras de la gente, que son pura carreta. Hicieron un “análisis” de 120 facturas y al constatar los precios “no encontraron irregularidades” sino todo en orden. Risas a lo Jaime Garzón. Es una verdad de Perogrullo que se dispararon los precios de todo, del arroz, los huevos, los condones, los tapabocas, del bareto. Pura boñiga, pura caña, diría el cuentero.
La aplicacion “Ocupadoor”, para emplearse en al Alcaldía, promete ser una puerta que “te puede cambiar la vida”, como vendiendo juguetes sexuales o pomadas para la piel tersa siempre joven”. Y de hecho, les cambió la vida pero a unos pocos, los mancebos del alcalde, su “kínder” y también a los amigotes del ingeniero ex alcalde: los del círculo cerrado, la rosca como siempre. No es ilegal pero es antiético e inconsecuente, porque no cumplieron lo que prometen y gritan a diario: ¿qué habrá transparencia y meritocracia, o acaso que “habrá francachela y habrá comilona”? Desde los tiempos de los faraones, quienes gobiernan lo hacen con sus amigos, con sus adláteres. Para 200 vacantes se han postulado 2500 personas, dice la Alcaldía, amanecerá y veremos, dijo el tuerto Gil.
Tres ejemplos ilustran la repulsión al poder y la oscuridad de los cristales. El del bachiller Diego Gallardo, que siendo escribiente engañó la justicia y le tocó devolver un dinero público que se había apropiado, y que, gracias a “Ocupadoor” se embolsilla $4.600.000 mensuales. Un bachiller bendecido, con luz propia. Otro, un licenciado en literatura, inexperto, diletante y prosopopéyico, al que le iban a regalar $10 millones mensuales para ejercer como Alto Comisionado de Santurbán, para hacer nada, sin otro mérito que el de ser vago, activista y “haber asistido a todas las reuniones sobre el páramo”. Todo un gurú desnudo en Disneylandia. ¿Será experto en literatura? ¿Habrá leído a Kafka? ¿a Grossman? ¿A Proust? ¡a Daniel Ferreira de San Vicente, de lo poco de mostrar? Sabrá Mandrake. Demasiados demonios internos lo devoran. Oremos, hermanos, oremos.
Y de colofón, el alcalde Cárdenas asigna a dedo, a un pastor de iglesia-negociante y excandidato de su partido anticorrupción, un contrato multimillonario cargado de irregularidades y mentirillas, para el suministro de 45.000 mercados. Más allá del leguleyismo, lo que nos regresa al infierno del que queremos salir: el clientelismo, el tráfico de influencias y pago de favores, ADN de los corruptos que condenan, porque sí, porque no, porque nada.
“Quedó viendo un chispero”, el profesional y el empresario de a pie, quienes creen convencidos que ahora si “derrotamos la corrupción”. La cultura del atajo hizo metástasis en el sistema político y no se mata con eslóganes, ni YouTubers, ni “dándole en la jeta” a quien les “canta la tabla”. La meritocracia en sus justas proporciones, que funciona para los amigos, para quienes ayudaron al elegido, como siempre ha sido el clientelismo. Agradecidos aquellos que acompañaban al candidato a los semáforos, quien parecia como en “cuerpo ajeno”, en otro mundo, en otro tiempo. Es la “nueva transparencia”, dicen, todo a nombre de la abejita Conavi, digo de la “anticorrupción”, de la “moral pública”. Exactamente, lo contrario al “Talento, No Palanca”, como los mandó Claudia Nayibe en Bogotá.
“Somos expertos en hacer las cosas bien”, proclamó el niñato Azuero, “un chino verraco, metelón, el segundo Galán” (dice Rodolfo), quien pontificaba sobre lo divino y lo humano, sobre “la piel de la democracia”, sobre nada, como un estudiante primíparo cuando descubre la rueda, en una ciudad que hace seis alcaldes no tiene piel, que perdió los hígados, que piensa con las tripas, que ha visto fracasar políticos y gobiernos de todo pelambre. Eso si, su figura angelical reverdeció lo público, pero antes de marchar y con alcalde electo, contò el exalcalde, dejó nombrados 50 altos funcionarios, los 50 de Joselito, perdón, los 50 de Manolito, sus panas, a quienes les amarró buenos ingresos con nuestros impuestos. “Meritocracia” pura y dura. José Luis Mendoza y Luis Carlos Galán, deben estar vomitando en el más allá. El lobo mostrando sus largas orejas.
Claro, Bucaramanga en política viene del averno, con sus gozosos y dolorosos. Justo reconocer que los “nuevos profetas” han cobrado caro, como el “gota a gota”, el haber entronizado en la psicología de la ciudad (las ciudades tienen psiquis colectiva), una narrativa anticorrupción, a veces cargada de demagogia y poco sincera: politizaron la moral cuando lo que hay que hacer es moralizar la política. Todos queríamos que parara la robadera, el escándalo, pero no nunca pasó mucho.
II
El mayor logro de los “independientes” es intangible: por tanto activismo, incrustaron la anticorrupción en el cerebro de los bumangueses. Pero, ha sido un mantra excluyente y maniqueo: soy el único bueno con los mios, mientras no me “traicionen”, los demás son corruptos. Lo cierto, es que Rodolfo, el “pluma” como dicen en las cárceles, fue incapaz y mediocre para gobernar, se portó como un niñato, rabioso e inexperto. Ahora, como político que siempre ha sido, trata de desmarcarse de Cárdenas, con cautela lo critica por atrás a pesar que toma decisiones en la alcaldía y mete baza a través de la “Liga Anticorrupción”, un aparato de bolsillo, averiado, caudillista, risible. Rodolfo como nunca, irrespeta la dignidad de las personas: quiere súbditos y fans no ciudadanos autónomos y deliberantes.
Ante la ausencia de un balance técnico y político riguroso que muestre el impacto de esa gobernanza, lo evidente es que no es cierta tanta maravilla, tanta “gentecita feliz”, tanto “gobierno de los ciudadanos”, tanto decoro. Mucha gente ha sido despreciada, excluida del pastel municipal, otros los invitan, firman la planilla y se les incluye de momento para decidir. Se utiliza la gente como en los directorios. Con las planillas firmadas, las encuestas de popularidad arriba y unos medios y periodistas funcionales, siguen facturando fuerte en la opinión. (1)
Los “puros”, los “independientes” que regresan en cuerpo ajeno, sienten nostalgia por esa ciudad excluyente que sigue siendo racista y doble moralista, cuya mejor metáfora es una finca, una hacienda ordenadita, limpia, pintadas sus cercas, con su ganado de engorde, cuyos dueños no se juntan con la pobrería, con los peones. “Hasta que llegó esa gente”, los Anaya, los Tiberios, los Norbertos, y se dañó todo”, dicen con tristeza aquellos que nos gobernaron hasta los noventa, cuando los clubes tomaban decisiones y el senil Armando Puyana mandaba, porque los de la riqueza eran los mismos que manejaban la política. Eran diarias las vaciadas del cascarrabias poderoso al alcalde Carlos Virviescas por demoras en licencias de construcción o la pavimentación de una vía que le favorecía. Al instante se cumplía, era una orden perentoria.
Una versión remasterizada de ese ceremonial político es lo que representa Rodolfo y sus conmilitones, que creen tener superioridad moral, ser de mejor familia y apellido, vivir “de la 27 para arriba”, como el mito clasista bumangués. Pero no lo son, duermen en el mismo pulguero como todos; lo dice el escolio del filósofo Gómez Dávila, “la diferencia entre los ricos y los pobres es solo la plata”.
La gente está desvelada, matando el tiempo, asustada por lo que perderá: dinero, trabajo, los viernes de restaurante, del café, la cerveza, la universidad de los hijos. Entretenidos como zombis con WhatsApp, los ojos cuadrados de tanto ver televisión y series, y tratando de jugar a la familia feliz, unida, alegre, esa que, dolorosamente, a veces no es ni existe. Gracias demos, que los contagiados por aquí son pocos. Nos ayuda esa vocación histórico-cultural al aislamiento, al silencio, al escaso contacto con el exterior, a viajar poco y relacionamos con gente que piensa diferente, al otro. Pero la “indisciplina social” y el escaso capital social, podrían, relajada la cuarentena, disparar los infectados hasta matarnos.
La pandemia con su cuarentena llegó en tiempos grises, en la polvorosa. “Éramos pocos y parió la abuela”, dicen en el pueblo. Cada año somos más pobres y los ricos más ricos. Se elevó la pobreza monetaria: pasamos del 8.4 al 14,5 % en el área metropolitana durante los años del “desgobierno” anterior. Esa es la otra ciudad que es invisible, vive en las laderas o entre nosotros y huele a “feo”. Somos ademas, el departamento con el mayor crecimiento de la desigualdad en el país y seguimos cuesta abajo, de “culo pal’estanco” (2).
Las cifras económicas poco interesan a la gente del común, no las necesitan para soñar y gozar. La vida real, dura, del rebusque, tiene otras simbólicas, otras alegrías. Desde el vendedor de dulces y lustrabotas de los parques, donde se comercia sexo con migrantes entre 20 y 100 mil pesos, incluido el almuerzo, hasta los comerciantes de Cabecera, los pequeños empresarios, taxistas, profesionales, empleados públicos o los mismos estudiantes, saben que si no venden o no rebuscan, no comerán. La exclusión social no ha contado en las agendas de gobierno, excepto el popular Iván Moreno, que está preso por corrupto, y quien fue ayudado por unos ricos que lo acompañan en la celda (3) y odiado por otros, porque no los llevó a sus murgas y reparticiones. Los recursos hasta hoy se los roban, no impactan, pero los han gastado por millones, sin control de nadie, ni del concejo que no existe, parece cooptado, expectante. Solo controlan las veedurías y ocasionalmente alguna opinión pública.
III
El encierro nos devuelva al origen, de dónde venimos y nos evoca la Bucaramanga de hace años, que olía a hormiga culona, a melcochas, a flores, con sonidos de chicharras por las tardes. Cuando la gente iba al centro y vestía los domingos, con sombrero, saco y corbata; el clima era frio, viviamos rodeados de agua, de quebradas, y dormíamos felices arropados con cobijas El Sol. Hoy todo eso cambió; nos está matando la hediondez de hueso podrido, de caño, de indiferencia, de mierda, de marihuana y esmog de carro.
La pandemia develó la fragilidad de la existencia, lo pobres que somos y lo miserable de nuestros vecinos, si acaso ya no somos iguales. Valorizó como el oro la bolsa de mercado, sí, el mercado, ese al que los nuevos vates, profetas de la anticorrupción han demonizado como símbolo de la politiquería. Quien lo creyera. Vade retro Satanás. Lo cierto, es que hoy miles claman, que la alcaldía o los políticos le lleven uno. Del mercado como demonio al mercado como bendición, dijo sabiamente una madre cabeza de hogar, vecina de unos ricos holgazanes en Lagos del Cacique. La bolsa de mercado terminó representándolo todo, la vida, el mañana, la tranquilidad, eso sí, atiborrada de arroz, azúcar, harinas y grasas, lo que engorda y no alimenta pero espanta el hambre.
Quedaron mudos, “plop” como en Condorito, quienes han satanizado la lechona y el mercado como valor de cambio de la política. Dejarán de ser símbolo de la corrupción, hoy son más que legítimos y sus detractores están entregándolos en la barriada en caravana, con disfraces antivirales, planillas, video y estudio fotográfico incluido. Se evaluará mejor a quienes repartan más y mejor comida. No hay que olvidar que las revoluciones las revienta el hambre, la exclusión, el bolsillo vacío: “o me mata el virus o me mata el hambre”, dijo un ambulante en la plaza Galán, con esa sinceridad que enamora.
La mayoría de los bumangueses son rebusque puro, informales dice el Dane, tanto, quiénes a las 3 de la madrugada recogen comida gratis en Centroabastos para sus hijos, como muchos profesionales y empresarios, que buscan los políticos por contratos o negocios para mejorar su vida, tener más comodidades, ir de vacaciones exóticas o cambiar de carro.
La clase media, nuestro emblema, es doble moralista y cínica. Se desentendió de la política pero vota y elige, no por los problemas reales de la gente pero afronta el impacto brutal de los gobiernos. Es aspiracional, quiere siempre subir de estrato, es levantisca, protesta por todo, no recibe subsidios y vive de su formación o sus negocios. No siempre las mayorías tienen la razón ni son inteligentes, dijo el escritor vikingo, Henrik Ibsen. Lo real es que la clase media se desploma rauda en la escala social; la crisis y la pandemia llegó de madrugada y asfixia las empresas y los negocios. Nadie sabe qué hacer en medio del miedo y la desesperanza, todos añorando certezas, normalidad.
IV
Nos dice la neurociencia experimental que las personas más vulnerables, niños, adolescentes y ancianos, son los menos propensos a aprender correctamente de las advertencias, de las malas noticias y situaciones, y quienes asimilan más lo que quieren oír, la exaltación positiva, la insuflación de los egos (4).
Un sorprendente fenómeno en Bucaramanga es que los actores de la ruptura política son los extremos de la pirámide demográfica, los jóvenes y los “viejos gagás”, es decir, las poblaciones más vulnerables para aprender de lo negativo. Niñatos arrogantes, inteligentes, listos, que se creen moralmente superiores, con síndrome de adán, expertos en mucho, expertos en nada, menos en lo público. Representan la clase media, a veces lo peor de ella, sin humildad, sin preocupación de incluir y comprender la ciudad, con algo de resentimiento y venganza. Son dependientes los unos de los otros, y a pesar de la distancia y las diferencias, mutuamente se defienden, se cubren, se soslayan.
Estos años, incomprensibles, inciertos, han sido como un delirio, como una excitación. Pasamos de ciudad bonita a ciudad del ruido, gracias a un “popstar” octogenario, que se hizo famoso por volver noticia lo antiestético, lo repudiable, y que entronizó las redes como un fetiche orgásmico. Pero fue el bachiller Leónidas -justo reconocerlo- quien mejor ha teatralizado la calaña de la renovación política. Él cómo teatrero, como negociante, sin propuesta de nada más que pensar en negocios, igual que Rodolfo, mostró extasiado sus orejas en la última campaña que casi gana pero perdió, producto de sus cantinfladas seniles, sus bandazos políticos y a tanta prescripción médica. Dios sabe cómo hace sus cosas, dicen los creyentes.
NOTAS
1. En la valoración de los líderes políticos es clave no sólo 1) lo que dicen, su discurso, lo que son, 2) su trayectoria, sino fundamentalmente, 3) lo que representan: intereses, poderes invisibles, de clase, corporativos, etc.
2. Dane, Boletín Tecnico Pobreza monetaria, 2018.
4. ??Tali Sharot. TEDxCambridge. How to motivate yourself to change your behavior?. 2020.