Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Tres años atrás la vida me cambió con una llamada, un amigo me llamaba desde Chile para proponerme un trabajo, quería que lo acompañara en un proyecto como periodista, y así nació La Silla Santandereana.
Tres años atrás la vida me cambió con una llamada, un amigo me llamaba desde Chile para proponerme un trabajo, quería que lo acompañara en un proyecto como periodista, y así nació La Silla Santandereana. Fue un desafío extraño, estudié historia y derecho, y estaba acostumbrado a escribir textos publicados en revistas académicas para especialistas, en ese momento tuve que aprender en la marcha, me sentía en un terreno ajeno, nervioso y ansioso, no quería cometer errores y además, quería estar a la altura del reto, siempre encontré un consejo y una voz que me enseñaba cosas de un oficio en el que me sentía un usurpador.
Ahora estoy en otro mundo, después de un breve intento por jugar a ser un abogado encontré que tenía cosas por enseñar en las entidades públicas y a empresarios que empezaron a confiar en mi criterio. Todos los día trabajo usando las ciencias sociales para sacar proyectos adelante, por ejemplo, cómo lograr que la historia sea enseñada de manera más comprensible para públicos no especialistas, o cómo una entidad pública puede usar sus recursos de manera más eficiente para encarar un desafío, en medio de todo soy un afortunado, me gané un espacio propio en el mundo como resultado de años de sacrificios familiares y acá estoy compartiendo un poco de mi historia.
Nunca creí que fuera a escribir una columna hablando de mi vida, pero en parte creo que siempre los lectores conocen la parte más pretenciosa y segura que tenemos aquellos que contamos con la fortuna de escribir en medios de comunicación. Yo quiero contarles por ejemplo que el motor de mi vida se sustenta en luchar por una sociedad más justa, una sociedad donde puedas alcanzar los sueños, donde la vida no se limite a sobrevivir, sino que tengamos muchos el derecho a vivir con dignidad, a ser felices en medio de las adversidades de la existencia.
Soy un soñador, creo que el cambio es posible, que hay gente buena, que el país tiene futuro y que juntos podemos transformar la sociedad, hace rato acepté que creo en la política, porque es el Estado el único capaz de cambiar la vida de millones de personas si se lo propone. Intento compartir lo que voy aprendiendo, porque creo que el conocimiento es democrático, es de todos, y no debe estar encerrado en las bibliotecas, como también me esfuerzo por contarle a cada persona que ser honesto vale la pena, que los recursos públicos son sagrados y que no estoy dispuesto a negociar con bandidos para ganar dinero.
También estoy acá, usando el altavoz que me permite esta columna para llamarlo a usted que me lee a seguir adelante, a no aceptar la realidad que le tocó, es duro, sí, es muy duro, y cada día es más desgarrador que el anterior, pero la amistad, el amor y la dignidad nos ayudan, nos hacen fuertes ante la adversidad. Esta es una columna personal, porque cada día que pasa tiene más sentido pelear a la contra, alguien tiene que llevar la contraria, y sin duda me siento muy a gusto en ese equipo.