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La actual reforma tributaria colombiana, endulzada con el propósito de la “solidaridad social”, no va más allá del asistencialismo como política social.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1970-1975, las economías desarrolladas vivieron los “30 gloriosos” o “la edad de oro” del capitalismo, como se llamó el período. Bajo la influencia de las políticas keynesianas se generaron altas tasas de crecimiento, altas tasas de empleo, crecimiento constante de los salarios pegados a la productividad, tasas de tributación progresivas (especialmente altas para decil más rico de la población), generoso gasto social, etc.
En los años 70 la expansión comienza a ceder y debilitarse. Pero los economistas de Chicago estaban ahí esperando la ventana de oportunidad para declarar muerto al keynesianismo (“Keynes está muerto y bien muerto”, dijo Milton Friedman), que había conducido al mundo a la ruina financiera. Así, de esta manera, el monetarismo se adoptó como guía de política económica, con la austeridad fiscal para achicar el estado de bienestar y disciplinar a los trabajadores.
A Latinoamérica también le tocaron los “30 gloriosos”, bajo el modelo de la Cepal, con un desempeño que no ha podido ser superado hasta ahora; logró construir una base industrial importante, una economía mas compleja y sofisticada, y mejores indicadores sociales.
Sin embargo, la alta liquidez acompañada por bajas tasas de interés internacionales llevaron a que la mayoría de países de la región, a finales de los años 70, tomaran préstamos que, en un entorno económico externo que se debilitaba, no podrían ser servidos los pagos de intereses y el capital; mucho menos cuando gran parte del endeudamiento no se convirtió en proyectos productivos y mientras la corrupción se apropió de gran parte del mismo. De esta manera surgió el fantasma de la insolvencia y la quiebra: la crisis de la deuda externa.
En este sentido, dadas las pésimas condiciones de las economías y estando en peligro la solvencia de los bancos norteamericanos, se impusieron las reformas promercado que fueron impuestas y adoptadas sumisamente por los gobiernos durante la crisis de deuda que estalló en México en julio de 1982.
Estas reformas buscaban el achicamiento del Estado en el gasto público, especialmente aquel dirigido al bienestar social, y al aumento del recaudo de impuestos al consumo (el IVA fue implantado en Colombia por Belisario Betancur, presidente entre 1982 y 1986) y a los ingresos del trabajo, mientras se disminuían los impuestos a los más ricos, al igual que a las corporaciones; además, se privatizaron las empresas públicas: en servicios, telecomunicaciones, bancos, aerolíneas, petroleras, etc.
En el frente fiscal se buscaba generar un superávit fiscal primario: un excedente del gasto del gobierno sobre los impuestos, sin contabilizar el pago de intereses, para generar un excedente para el pago de la deuda externa mediante una terapia de choque llamada “programas de ajuste estructural” por parte del FMI (véase acuerdo Extendido de Colombia con el FMI) que restringía seriamente la elección de políticas económicas de los gobiernos latinoamericanos, de acuerdo con Atul Kohli, profesor de la Universidad de Princeton.
Posteriormente, estas reformas fueron empacadas por el FMI, el Banco Mundial y la Secretaría del Tesoro de los EE.UU. en la agenda económica que se llamó el Consenso de Washington (CW) que se extendió por toda Latinoamérica como un rayo entre en los años 80 y 90 del siglo pasado. Lo hizo con el fervor ideológico-religioso de los economistas monetaristas y conversos del marxismo y estructuralismo cepalino al nuevo credo. Fervor que no se había visto desde la evangelización española a punta de la espada y la cruz.
El prerrequisito de la obra neoliberal mundial lo realizó Pinochet, en Chile, a punta de fusil, derrocando un gobierno democrático con el aliento y el respaldo de los EE.UU. en 1973. Además, con la asesoría de Milton Friedman y los “Chicago Boys” puso en ejecución una política económica de rancia estirpe neoliberal.
Era el comienzo, y nadie se lo imaginaba en Latinoamérica. El propio término de neoliberalismo ya había sido usado por Friedman en 1951 cuando escribió “el neoliberalismo y sus perspectivas”. El “neoliberalismo” no es ningún término inventado por el “mamertismo” nacional o el “castrochavismo” regional.
El CW no es más que la expresión de los intereses económicos de los EE.UU., agenciados por los organismos multilaterales, para abrir las economías latinoamericanas a los bienes y servicios norteamericanos y a las inversiones de sus empresas transnacionales. Por lo tanto, liberalizaron el comercio exterior y la cuenta de capitales. Así, de esta manera, se rebajaron los aranceles externos a las importaciones y se amplió el campo para la inversión extranjera y el aumento del endeudamiento de los países latinoamericanos. Igualmente se otorgaron las concesiones minero-energéticas para ceder la propiedad y el control de los recursos naturales a las transnacionales a cambio de unas regalías y unos impuestos muy bajos: un regalo como el de los indígenas a Colón.
Después, en consonancia con el CW, agregaron los acuerdos de libre comercio (o TLC), que más bien son tratados de protección a la inversión y a la propiedad intelectual y de patentes; son una bomba de extracción de rentas a favor de las transnacionales que se convierten en un obstáculo a innovación tecnológica y la acumulación de capital nacional. Además, el Alca fue el proyecto fallido de hacer un TLC agrandado de EE.UU. con toda Latinoamérica y que fue derrotado en la Reunión del Mar del Plata.
Aunque la finalidad del CW era asegurar los intereses norteamericanos en la región, el argumento de la adopción y ejecución del CW fue “el crecimiento que traería, aunque se entendía que la apertura económica pondría en riesgo el crecimiento de las economías latinoamericanas”, como en realidad sucedió, de acuerdo con Kohli.
Efectivamente, las economías latinoamericanas se desindustrializaron, se reprimarizaron, y el sector financiero aumentó su tamaño y su importancia. La herencia de la Cepal (la industrialización que se logró hacer) ha sido disminuida significativamente, mientras las importaciones extranjeras dominan el mercado prometido al consumidor soberano. Los salarios industriales que significaban un plus sobre los salarios de otras actividades prácticamente dieron paso a los servicios de bajo valor agregado y a la informalidad laboral con ingresos precarios.
Esta es la fuerza de trabajo que ahora va a cargar sobre sus hombros la actual reforma tributaria colombiana, endulzada con el propósito de la “solidaridad social”, que no va más allá del asistencialismo como política social, que es la manera como el clientelismo político domestica la población para asegurar las riendas del gobierno y del aparato estatal.
En consecuencia, desde 1980-90 hasta hoy, estamos viviendo los “Treinta” o los “Cuarenta miserables”, la época gris del capitalismo. El CW no trajo el crecimiento y el empleo, si se compara con el período cepalino, ni tampoco la equidad social. Los salarios se divorciaron de la productividad, las tasas de tributación se hicieron regresivas (especialmente bajas para los más ricos de la población y las transnacionales energética-mineras), el gasto social se recortó, etc. En África pasó lo mismo, como lo sostiene Howard Stein en este artículo.
Warren Buffet, uno de los hombres más rico del mundo, ha expresado el cambio de paradigma económico en la mejor forma que encontró: “Hay lucha de clases, es cierto, pero es mi clase, la clase de los ricos, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando”. Por supuesto, la lucha de clases no es un invento de Marx. Por su parte, Friedman ha expresado muy bien el contenido de la política social neoliberal en la siguiente frase: “Sra. Kahn, ¿por qué quiere subsidiar la producción de huérfanos y enfermos?” Esta fue la respuesta a la esposa de Herman Kahn, Jane, en una recepción, a sus propuestas de un mejor bienestar social y atención médica a los pobres.
Sin embargo, no crean que el CW está muerto. Está vivo y bien vivo, parodiando a Friedman. En la actualidad hay un proyecto revisionista en marcha para darle oxigeno al neoliberalismo agonizante. El Consenso de Washington funciona, es el título de un trabajo recientemente publicado al respecto.
¿Alguien pensaba que un modelo económico diseñado en Washington para cuidar los intereses de Washington era un regalo desinteresado para los latinoamericanos? De eso tan bueno no dan tanto, dicen en mi pueblo. El CW ha beneficiado a las élites subordinadas que no han tenido un proyecto de desarrollo nacional y que se han apoyado en EE.UU. como parte de su imperio informal para mantener y fortalecer su poder.