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A pesar de los avances en la materia, en Colombia persiste la inoperancia institucional que actúa contra este derecho. Los altos niveles de abortos clandestinos lo demuestran.

Natalia*, mirar hacia adelante

Cuando Natalia, de 19, se enteró de su embarazo, no lo pensó. No le gustaban los niños. No quería ser mamá. Hoy tiene 24 y no ha cambiado de opinión. Es diseñadora industrial y de interiores, tiene un buen trabajo. En ese momento estudiaba. Llegó a tener algo hoy, que le gusta, gracias a sus decisiones. “No voy a tener un bebé ahora, y menos con esa persona”, se dijo. Abortó.

Lo hizo con pastillas encargadas en Holanda a través de la página web de la Fundación Women on Web, que ayuda a las mujeres a abortar cuando son de países donde el aborto es ilegal o los medicamentos para hacerlo son difíciles de conseguir. Los procedimientos que patrocinan son abortos médicos, no quirúrgicos. Las mujeres que ingresan a ella llenan un cuestionario y de inmediato se ponen en contacto. Mantienen una comunicación permanente.

Su aborto lo produjo con la combinación de dos medicamentos: Mifepristona y Misoprostol, ambos en la lista de medicamentos esenciales de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es el aborto médico más seguro y su decisión tuvo, para ella, un buen resultado. El procedimiento consiste en la ingestión de seis pastillas. Primero son dos, encargadas de interrumpir el embarazo. Luego, cuatro horas después, cuatro pastillas más, para expulsar el feto. Y luego el dolor.

Lo hizo en su casa, sola. Se comunicaba con la fundación que, en caso de complicaciones, le pidió acudir a un centro médico, por lo que debía estar cerca de uno o tener transporte a su disposición. Ellos le dijeron que, por ser por vía oral, los medicamentos abortivos no podían ser detectados. La tranquilizaba el hecho de que podía verse como algo espontaneo. No fue al médico. Aguantó los dolores sola, comunicándose con las dos únicas amigas que, hoy en día, junto a su pareja en ese entonces, conocen su historia. Tres días de dolores en solitario le trajeron, al fin, el alivio: no esperar el hijo de un padre al que no quería tener más en su vida. Tampoco quiere tener un bebé de cualquier otro.

Sangrado abundante, y miedo. También tenía que estar pendiente del momento en el que saliera un “saquito”, le dijeron desde Holanda. Ese es el momento de la eliminación. Una vez el sangrado disminuye, el útero empieza a limpiarse a sí mismo. Esto dura 20 días. “Es como si tuviera el periodo”, dice. Como la hormona del embarazo (GCH) dura un mes en su organismo, con cualquier prueba su estado sería ese, en teoría. Sigue apareciendo la hormona, pero en una ecografía no sale nada. Es al mes y medio cuando la prueba de embarazo por sangre sale negativa. “A partir de ese momento debes estar tranquila, porque funcionó”, dice.

Para Natalia no era una opción tener un hijo en ese entonces, y tampoco lo es ahora. Cuando vio los resultados de su prueba, dice, “me cagué del susto, pero ya sabía lo que tenía que hacer”.

– ¿Y qué pasó con tu pareja en ese momento?

– Me produjo asco, fue inmediato. No era la persona con la que quería encontrar una responsabilidad tan grande.

Le contó y lo dejó. Él tenía 26 y no opuso resistencia. Cuando vio el “saquito” le escribió: ya pasó.

Antes, cuando le dieron el dato de esa fundación, se puso en contacto y le ayudaron con todo. Sentía desconfianza de seguir un método en Colombia. Tampoco quería que su familia se enterara yendo a una clínica. “No me imagino no haciéndolo por esa página, pero de no encontrar ayuda allí habría acudido a otra cosa, otras pastillas o una clínica clandestina”, agrega.

Después del procedimiento sus propios olores le incomodaron tanto que dejó de ir a algunas clases. Se sentía incomoda, y también tranquila. Natalia es de una familia de clase media, nunca le faltó nada y si se daban cuenta, dice, no tendría ninguna presión. “En ningún momento me basé en lo que mi familia diría”. Si el papá del bebé le hubiese dicho que lo quería tener, ella le habría respondido que no le importaba. Era su decisión y estaba tomada.

– ¿Qué sentiste cuando viste el “saquito”?

– Fue demasiado pelle, pero fue el momento donde sentí que ya había pasado. Era lo que tenía que hacer.

– ¿Sentiste alivio?

– Sí, mucho. Le pedí perdón a Dios. En algún momento el karma va a hacer lo suyo.

– ¿Piensas en eso?

– Nunca pienso en eso. Nunca me acuerdo. No lloro ni me siento triste. No me arrepiento en absoluto.

Comenta segura. Insiste. Dice que no mató a nadie. Que era eso o tirarse de un balcón o tenerlo y darlo en adopción. Continuar el proceso significaba, para ella, destruir su vida. Tenía razón en preocuparse; tenía, y tiene, el derecho a tomar sus propias decisiones.

El limbo del aborto en Colombia

El aborto (o interrupción voluntaria del embarazo) es defendido como un derecho sexual y reproductivo de la mujer. También es un derecho fundamental. Cualquier violación a ese precepto, su penalización, es una violación del derecho a la no discriminación de la mujer debido a su sexo, y de la Ley. En Colombia las normas han avanzado en ese sentido, lo que le ha conferido cierta protección. La base para la despenalización se encuentra en la sentencia C-355 del 2006 de la Corte Constitucional, que señala tres causales que lo justifican: cuando el embarazo pone en peligro la salud física o mental de la mujer, o su vida; cuando el embarazo es resultado de violación o incesto; y cuando hay malformaciones del feto que son incompatibles con la vida por fuera del útero.

En 2001, cinco años antes de que la Corte profiriera dicha sentencia, la Iglesia Católica se refirió duramente contra el que definió “el crimen abominable del aborto”, tras la modificación del artículo 124 del Código Penal (gracias a la sentencia 647 de la Corte Constitucional), donde se integra a la norma un parágrafo que indica la exclusión de la pena en esas tres causales.

“Ha quedado [el aborto] parcialmente justificado en la legislación y la jurisprudencia. Al rechazar enfáticamente esta decisión política y jurídica, los Obispos deploramos que con ella se haya quebrantado, pública y oficialmente, la obligación ética de respetar y proteger, sin condiciones, la vida humana”, señaló el episcopado. En el año 2006, una vez emitida la sentencia, la Conferencia Episcopal Colombiana, presidida por el monseñor Luis A. Castro, señaló que ese era “un fallo de graves consecuencias que atenta contra los fundamentales valores culturales, morales y religiosos de nuestra patria”. La típica prescripción moral por encima de la Ley, aunque las críticas no paraban ahí.

De acuerdo con Carlos Alberto Soto, médico y especialista en bioética, la defensa de ese derecho es un movimiento cuya consecuencia es el cambio de valoración de un hecho punible, hasta llegar a ser un derecho exigible y demandable.

“Como parte fundamental de la ideología de los movimientos feministas, está la búsqueda de la legalización del aborto, anteponiendo los derechos de la mujer frente a los derechos del concebido; entre sus motivaciones para apoyar el aborto, está la defensa de la total autonomía de la mujer”, señala Soto. En otras palabras: la autonomía de la mujer es una enemiga.

Es difícil ignorar el constructo moral de sus críticos cuando tratan de evaluar “racionalmente” el hecho de que haya mujeres que no quieran tener hijos. Es un derecho del que no se dan por enterados. Alguna vez Alex Comfort, científico británico, pacifista y anarquista, se refirió a este debate, y dijo: “cuando un médico habla de anticoncepción no hay que preguntarse cuánto sabe de medicina, sino con qué ideas religiosas, morales o políticas se identifica”.

Peligro

Aunque no hay un dato unívoco al respecto, se estima que en Colombia se practican 400 mil abortos al año. Según el portal Sentido, citando el informe Perspectivas Internacionales en salud sexual y reproductiva, publicado en 2014 por el Guttmacher Institute, solo 3.400 se hacen de manera legal, una cifra que representa menos del 1 por ciento. Cada vez se hacen más abortos, y no con los cuidados requeridos por las mujeres que se los practican. Embarazos no planeados, incapacidad económica, relaciones tóxicas, metas que lograr o miedo. O todo junto. Si una mujer evita un nacimiento las razones deben ser inmensas. Cualquiera puede saberlo, suponerlo.

Por cada 100 mujeres que se practican un aborto clandestino, que son la mayoría, 33 sufren complicaciones. Es peor en el medio rural y pobre: de cada 100 mujeres, 53 las sufren. Por eso requieren de atención médica. Por ser pobres no la reciben. La plata, dice Natalia, es un factor determinante.

“Una persona de bajos recursos podría decidir no tener un bebé al que tampoco le pueda dar de comer. Esas personas buscarían abortar según sus posibilidades. Si es una persona llevada del putas, algo hace. En la medida de cada persona su solución es muy diferente”, dice Natalia, enojada.

Cada año mueren 70 mujeres en Colombia por practicarse procedimientos clandestinos. Una de cada dos mujeres del campo, pobres, que sufren complicaciones, no reciben tratamiento. Una de cada cinco de las mujeres con complicaciones postaborto no recibe la atención médica que requiere. Se complican el 65 por ciento de ellas cuando son abortos autoinducidos, el 54 por ciento cuando sus procedimientos son hechos con ayuda de parteras: la pobreza signa cada detalle de la vida de la gente. Mientras en el pacífico colombiano (una de las regiones más pobres de uno de los países más pobres de América Latina) 40 de cada 100 mujeres sufren complicaciones postaborto, en Bogotá las sufren 25.

Existen tres tipos de procedimientos médicos abortivos: la Aspiración Manual Endouterina (Ameu), aplicable hasta las 15 semanas, el Legrado Uterino o Dilatación y Curetaje (D&C) y el de Dilatación y Evacuación (D&E), para después de las 15 semanas. El Ameu es el método recomendado por la OMS, debido a que es menos traumático, daña menos a la mujer que se lo practica: menos riesgo de hemorragia, de perforación de la pared uterina y de evacuación incompleta del feto.

Aun así, ocho de cada 10 abortos hechos por instituciones de segundo y tercer nivel en Colombia se hacen por medio del Legrado Uterino, un método más invasivo. Con él se incrementan las complicaciones de dos a tres veces si se compara con el Ameu: aumenta el riesgo de perforación de la pared del útero con el dispositivo utilizado, además del riesgo de lastimar el cérvix (trauma cervical), que es el cuello del útero.

Adriana, mirar hacia atrás

Adriana llegó en 1988, ilegal, a los Estados Unidos. Encontró en Los Ángeles buenos amigos, una decepción amorosa, calor, carreteras muy rectas, un trabajo, dos, varios. En Nueva York la salsa, las colonias latina, china, italiana, los edificios más altos que había visto jamás, el frío, la caravana de hinchas del Nacional celebrando el triunfo en la Copa Libertadores, una pareja, un embarazo.

Abortó en 1990, en Nueva York. Tenía 23 años. No sabía cuánto tiempo llevaba embarazada, pero cree que cerca de cuatro meses. Era completamente legal en ese Estado y lo es aún. Era joven, insegura. Su pareja era la misma persona con la que, tres años después tendría una hija, que nació en Medellín.

Demoró dos noches para tomar su decisión. Llegó a una clínica, hizo la primera consulta. Pidió el método menos traumático para su criatura, “para que no sufriera”, y la que menos daño le hiciera a ella. Tras tres horas, anestesia general y un procedimiento ambulatorio pudo irse a su casa.

“Entre menos gente lo sepa mejor. Te van a llenar la cabeza de cucarachas”, dice, hace un gesto de seriedad: su decisión ahora sí que parece haber sido de vida o muerte.

Supo de una amiga que abortó en Colombia a través de un procedimiento quirúrgico, bajo una condición ilegal, clandestino, muy doloroso, y lo describe con una mezcla de sorpresa y tristeza. “Algo así no lo haría nunca, y a eso se exponen las mujeres en países como estos, cuando los abortos tienen obstáculos del gobierno, la iglesia o la gente. No entienden”, agrega.

Fue un procedimiento médico con todos los cuidados. Su pareja no la acompañó. Ella le contó a su mamá, la única persona de su familia que, con su hija, lo sabe. La apoyó. Entre el momento de conocer su estado y el procedimiento sintió miedo y angustia. Dice que también fue inevitable la alegría. Y sonríe.

– ¿Te alegraste?

– Quién que tiene un hijo no ignora que nos hace muy felices.

Dice que en Colombia hay muchos mitos que en Estados Unidos no encontró. Fue criada con una moral católica, por monjas. Después se sintió una asesina, y sintió culpa. También sintió alivio e incertidumbre. Pero, comenta, que no es equiparable a un asesinato. Después, con los años, está segura de eso.

– A mi generación le pasa que siente como si fuera un asesino. Pero seguí el consejo de mi mamá y aborté. No es un crimen. Es una opción y es mi cuerpo.

– ¿Sientes que hiciste algo malo?

– No, pero duele.

Tres años después, a pesar de estar planificando, quedó en embarazo. A su hija, hoy de 24, le dice que, de no estar en Colombia, es probable que ella no naciera. Le dice que es su tesoro, pero de un hombre equivocado.

En la novela de Isabel Allende, Hija de la fortuna, cuando Joaquín se promete darle a su madre una mejor vida de la que ha tenido, reprochándose a sí mismo por ser su desgracia, Eliza replica: “La desgracia fue enamorarse de un mal hombre. Tu eres su redención”. Para Adriana su hija no fue ninguna desgracia, fue, como Joaquín, su redención.

Piensa en que pudo haber tenido a ese hijo, como tuvo a su hija después. Dice que se arriesgó en la segunda ocasión, donde mediaron otras circunstancias. Una de ellas era que estaba en Colombia, donde los obstáculos para practicarse un aborto, la sanción social, la moral católica y la presión familiar eran mayores. Lo son todavía.

– ¿Tener un hijo a pesar de todo?

– Tener un hijo es una verraquera, pero ser mamá y papá es muy complicado.

Terminó enfrentando los mismos retos que evitó tres años atrás con su aborto y decidió tener a su hija. A la vez se contradice o, simplemente, complementa: “la tuve porque tenía una promesa conmigo misma que debía cumplir”. Esa promesa era luchar, sacar una vida adelante, muy a pesar de los fracasos amorosos, la soledad y el miedo. A pesar de su economía, de las dificultades y los riesgos. Sabía que se sometía al escrutinio que los últimos días del mes le hacen a los bolsillos de la mayoría de la gente. Sabía del vacío en los bolsillos, ese que es la antesala del vacío en el estómago. Se prometió llenarlos como fuera, con garra. Sabía que no sería fácil, pero sería bello.

Mirando hacia atrás, dice que el miedo que sentía, la inocencia y su juventud, la motivaron a tomar la decisión de abortar, pero en el 93, cuando nació su hija, se sentía más segura de sí misma. Hoy se pregunta por lo que pudo pasar si no abortaba: “si Dios me fuera a juzgar no tendría por qué haber sido madre tres años después”. Cumplió su promesa.

Restricción y debate

El aborto es una práctica consistente en la interrupción del embarazo, consustancial a los derechos sexuales y reproductivos de la mujer, a su derecho a decidir. El Estado debe asegurar ese derecho y proteger la vida de la mujer gestante. La falta de dinero restringe un aborto seguro y la penalización hace que se practiquen en condiciones de clandestinidad, lo que encierra un sesgo de inequidad y condiciona las posibilidades de asistencia médica posteriores a su realización. El aborto en condiciones de clandestinidad afecta en mayor medida a las mujeres de menores ingresos, debido a las condiciones en las que se practican.

Son cuatro los enfoques en debate. Por un lado, el de la penalización absoluta, que restringe la práctica de la interrupción del embarazo en todos los casos. Segundo, la que despenaliza en condiciones específicas, donde debe haber una verificación de los supuestos que la hacen posible. En tercer lugar, una suerte de fórmula que se emplea para definir un rango en el cual la interrupción del embarazo es permitida. Y finalmente, la despenalización absoluta.

De 16 países latinoamericanos, en siete está despenalizado parcialmente: Argentina, Brasil, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, México, Panamá, Perú. En Cuba, Puerto Rico, Uruguay y en el Distrito Federal de México está despenalizado.

Francisco Javier León Correa, médico y doctor en Filosofía, en su artículo El aborto desde la bioética: ¿autonomía de la mujer y del médico?, critica desde una perspectiva bioética el modelo individualista y liberal que se ha impuesto, según él, en la legislación sobre la materia.

“Hoy, la discusión en torno al aborto ya no se centra en el problema clásico de si el embrión es ser humano o no. Su centro de gravedad se ha desplazado a la cuestión planteada por el liberalismo más extremo del pretendido derecho de abortar de la madre en virtud de su autonomía moral”, señala en el texto. A su crítica le asiste razón: se trata de su autonomía moral.

A pesar de los avances en la materia, en Colombia persiste la inoperancia institucional que actúa contra este derecho. Los altos niveles de abortos clandestinos lo demuestran. Las complicaciones que traen consigo lo demuestran. Dora Coledesky, defensora del aborto legal, acuñó la frase “anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”, en medio de una intensa campaña que lideró en Argentina durante el mandato de Raúl Alfonsín, que gobernó entre 1983 y 1989. Su activismo llevó, junto a cientos de organizaciones, a la creación de una comisión nacional para llevar el tema a la agenda pública y liderar movilizaciones. En cualquier latitud, en el medio está el derecho que todas las mujeres deberían tener a decidir. Es deseable que ninguna mujer tuviera que abortar, pero la solución no es prohibirlo.

Hoy Adriana, en retrospectiva, tal vez sin miedo, sin inocencia, y con los años, cree que no lo habría hecho. Se sentía sola, estaba sola. Las mujeres que abortan, en el fondo, eligen cierto nivel de soledad al que están dispuestas a enfrentarse para alcanzar otras cosas, para permitirse otras cosas. Su pareja no estuvo ni en el primer ni en el segundo embarazo. En el primero llevaban ocho meses de relación. En el segundo, la relación ya no tenía arreglo. Estaba sola. Y así lo dice ella, mamá a la vez que papá durante los últimos 24 años: “no hay igualdad: pones el cuerpo, pones el alma, te pones ahí por completo y después te quedas con todo”.

*Nombre cambiado a petición de la fuente.

Cucuteño // Activista social, administrador y profesor universitario // Médico especialista en Salud Familiar y Comunitaria // Candidato a Magister Gestión Pública y Gobierno // Ex subsecretario de salud de Cúcuta y Ex coordinador vacunación COVID19 Norte de Santander