Antes de contestar la pregunta planteada debo decir que por ‘cristiano’ no aludo a la forma como en Colombia algunas personas se refieren a los miembros de las innumerables sectas evangélicas que hay en el país. Entre otras me refiero a estas, claro, pero igualmente a las iglesias protestantes con estructura formal, así como a las iglesias católicas, a la romana y a la ortodoxa.  

En términos legales y constitucionales la respuesta inmediata a la cuestión es un rotundo sí, por lo menos en Colombia.

Igualmente, desde una óptica racional o filosófica, no debería haber duda alguna: no existe una razón legítima para que no se pueda votar por un ateo si se es cristiano, siempre y cuando el candidato sea una persona que se rija por valores o principios que el votante creyente considere aceptables.

Pero la política no suele ser racional.

La política, principalmente la electoral, es fundamentalmente emocional, es visceral. Podemos decir que es dirigida por un grupo numeroso de ballesteros que lanzan flechas que van directo al hígado, a los intestinos y, algunas veces, también al corazón de los electores.

Es quizás por esta realidad que los caudillos, aquellos semidioses hijos del pueblo, son los reyes o las reinas en época de campaña. Porque en esto son insuperables; casi nunca fallan cuando se trata de malherir o seducir a la masa con flechazos simultáneos y certeros.

Así pues, las campañas de los caudillos inexorablemente llegan a un modus operandi en el que grupos crecientes de idólatras siguen, como autómatas enceguecidos, instrucciones, pautas, comandos o consignas del idolatrado y su círculo cercano.

Los caudillos salen victoriosos con frecuencia porque saben identificar muy bien cuáles son las emociones que mueven al pueblo y desarrollan estrategias que incluyen una serie de mensajes dirigidos a aplacar temores sobre sí mismos, a despertar sueños y esperanzas, a suavizar angustias y a motivar sensaciones de bienestar en manifestaciones de catarsis colectivas en plazas públicas.

También suelen servir de canal para hacer surgir sospechas, dudas, aprensiones y resentimientos en torno a sus contrincantes, para que la rabia se manifieste y, por esta vía, para que el odio por los otros candidatos se acreciente.

Todo esto nos puede ayudar a entender, si entramos en razón, no solo por qué los caudillos echan mano de la religión, sino también por qué es válido que un cristiano vote por un agnóstico o por un ateo.

Pues bien, resulta que a lo largo de la historia algunos políticos han usado la religión como instrumento para acrecentar emociones en favor de sí mismos o en contra de sus antagonistas. Es muy efectiva esta estrategia, de hecho. Les ha servido para demonizar a sus contrarios y para que sus seguidores les deifiquen.

Respecto a los opositores ateos, crean mitos y propagan rumores para desprestigiarlos, infunden todo tipo de miedos respecto a lo que pueden llegar a hacer o los estigmatizan, llegando incluso a condenarles a ellos y a sus seguidores al fuego del infierno. Esto no suelen hacerlo directamente los caudillos, sino que lo hacen a través de sus copartidarios de menor jerarquía. Se cuidan de guardar las apariencias de respeto por la libertad de culto.

Pero los ataques directos no son siempre usados. Una forma más sutil de combatir a agnósticos y ateos es la de hacer contrastes. Súbitamente algún candidato, al que no se le conocía su posición religiosa, ni siquiera compromiso alguno con causas de tipo moral, se convierte en un santiamén en el mayor de los creyentes.

No importa que a lo largo de su vida haya demostrado ser todo lo contrario. La consigna es contrastarse con los candidatos ateos, marcar diferencias.

Pueden ser misóginos, mujeriegos, homofóbicos, xenófobos, racistas, clasistas, abusadores sexuales, corruptos o hasta pueden haberse aliado con organizaciones criminales.

Nada de lo anterior importa. Muy temprano inician correrías enarbolando banderas en pro de los valores cristianos y, buscando que se les asocie con todo lo bueno, se pronuncian contra la corrupción, contra los violentos, contra la politiquería, contra quienes están en contra del derecho a la vida, en fin.

Súbitamente hacen que los filmen en ceremonias religiosas, se toman fotos con el Papa, al que llaman Santo Padre, hacen alianzas con evangélicos, etc.

Una vez logran la victoria, los caudillos entran en modo “mantenimiento de la conexión emocional”. No abandonan ni un minuto la estrategia de campaña, así que seguirán enviando los mensajes de marras en los momentos que consideren oportunos y, si el sistema lo permite, buscarán reelegirse, reelegirse y reelegirse.

Pero si el candidato no ostenta características de caudillo, por carecer de carisma o por no contar con una retórica seductora, puede apelar a las emociones por otros medios. Acude, por ejemplo, a los consejos de Maquiavelo y así encuentra la forma de llegar al hígado de los electores.

Para este el fin justifica los medios, así que pone en práctica la máxima atribuida a Goebbels de mentir hasta la saciedad o, mejor, hasta que la mentira, de tanto ser repetida, se “convierta” en verdad. Eso les ayuda a poner en rojo las pasiones. Claro, también tenemos a destacados caudillos que son al mismo tiempo maquiavélicos.

Y por supuesto no hablamos solamente de pasiones religiosas, sino de aquellas que despiertan nacionalismo, xenofobia, racismo o que incitan al odio y a la violencia contra personas pertenecientes a ciertas comunidades.

Pero por fortuna, para quienes no queremos ser idiotas útiles, para quienes no tenemos alma de idólatras, hay otro camino.

Es el camino racional, el de negarnos a ser seducidos por cantos de sirena y, más bien, el de concentrarnos en analizar con cuidado las propuestas de los candidatos, buscar si su aplicabilidad es realmente posible y, si lo es, preguntarnos si esas propuestas son viables en el corto, mediano o largo plazo.

También es importante examinar el pasado personal de los candidatos y su pasado en cargos públicos. Es esencial revisar si ha sido una persona coherente y si ha demostrado ser un funcionario laborioso, empático, honesto y compasivo. Si su posición contra toda forma de violencia ha sido siempre inquebrantable y si lo guía la recta intención.

En síntesis, si ha demostrado con el ejemplo que es una persona en quien se puede confiar.

Si existe un tema moral que nos preocupe, como por ejemplo que el candidato ateo sea partidario de la no criminalización de las mujeres que abortan, antes que estigmatizarlo, debemos indagar cómo anda de compasión ese aspirante.

¿Se preocupa por la salud de las gestantes, especialmente por su salud emocional? ¿Tiene propuestas concretas para reducir al mínimo los embarazos no deseados? ¿Ha diseñado programas de acompañamiento a las madres gestantes, que muchas veces son presionadas al aborto por sus parejas o por sus familiares? ¿Tiene claro que al criminalizarse a las mujeres que practican el aborto, y que muchas veces sufren enormemente después de haberlo llevado a cabo, se les termina revictimizando?

Para terminar, quiero decir que, a pesar de ser católico romano, mi voto a la Presidencia va a ser por un ateo, si este logra ganar la consulta al interior de su coalición. Dentro de mi círculo de amigos y familiares hay varios ateos. Muchos de ellos son extraordinarias personas, de gran corazón, honestas, humanas. ¿Quién ha dicho que los ateos, simplemente por serlo, son malas personas? ¿Cuántas atrocidades se han cometido a lo largo de la historia de la humanidad en el nombre de Dios?