El país está muy polarizado. Salir de ahí es un acto de responsabilidad que exige el esfuerzo de las familias, los educadores, los ciudadanos y los medios de comunicación. Pero es necesario empezar por alguna parte. 

Tal vez se podría comenzar por hacer un gran acuerdo nacional sobre los siguientes cinco deberes, distintos a los que consagra el artículo 95 de la Constitución:

  1. Renunciar a las armas y a la violencia como forma de hacer política.
  2. Perdonar el pasado y comprometerse en su no repetición.
  3. Asumir que los deberes y la responsabilidad son tan importantes como los derechos.
  4. Recurrir al diálogo como forma de participación y construcción de consensos.
  5. Escuchar con empatía las opiniones de los demás y dejarse interpelar por ellas.

Varias personas de distintas corrientes ideológicas han venido proponiendo de tiempo atrás que hay que hacer un acuerdo sobre lo fundamental, un acuerdo de mínimos, que logre la convergencia de todos. Están en lo cierto. 

Aun así, hasta ahora se ha enfatizado la metodología para lograr el acuerdo (leyes, comisiones) o en sus fines (la paz, etc.). Pero, ¿qué tal si se cambia de perspectiva o de abordaje, y se comienza por los deberes?

Los deberes son obligaciones morales, son compromisos, responsabilidades. Son la contrapartida de los derechos. Y por el lado de los derechos, el país no se está entendiendo debido a que existe una gran fragmentación. 

En materia de derechos hay, entre otras: 

  1. Reivindicaciones de grupos específicos: mujeres, indígenas, afros, comunidad Lgbtiq+.
  2. Hay reivindicaciones de víctimas y toda una corriente victimista.
  3. Hay reivindicaciones ambientalistas, animalistas y de personalidad jurídica de los componentes de la naturaleza.
  4. Hay reivindicaciones de las asociaciones de trabajadores y de los gremios.

Estos reclamos y pretensiones son legítimos, pero generan un problema: los que no están incluidos en el fragmento específico tienen la sensación de que son excluidos, son señalados con una sanción moral y deben resarcir o felicitar a los que sí están incluidos. 

Total: más malestar, más odio y más división. Esa espiral hay que detenerla, para que el país no colapse como nación.

Ya es hora de ensayar otra vía para llegar a consensos. Einstein decía que es una torpeza “hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados”. Y una posible vía podría ser enfocarse en los deberes como ruta para arribar a un sueño compartido como Nación, a una nueva ficción o mito que cohesione.

Para llegar a un acuerdo nacional sobre los deberes hay que empezar por dos de ellos: el diálogo y la escucha. 

La forma de aunar voluntades es escuchar al otro, sentarse a conversar entre los distintos, que no enemigos, para hablar con un espíritu de apertura mental y sin prevenciones sobre cuáles son los deberes que deberían ser compartidos por todos. 

Hay que dejarse cuestionar por diversas ideologías, ponerse en los zapatos del otro, asumir que una sola corriente apenas tiene un fragmento del todo. Continuando con Einstein: “la mente es como un paracaídas… solo funciona si la tenemos abierta”.

En el siglo pasado la gran división de los colombianos fue entre liberales y conservadores. Para finales de ese siglo y principios de este la separación pasó a ser más entre izquierda y derecha. Pero, existen razones para pensar que de pronto hoy en día la escisión reside es entre radicales y moderados o, lo que es lo mismo, entre intransigentes y tolerantes.

Esa división del país se dejó contar, se dejó medir en el plebiscito del 2 de octubre de 2016 sobre la paz con las Farc, el “NO” obtuvo el 50,21%, y el “SÍ” obtuvo el 49,79% de la votación, ese fue el punto de inflexión de la armonía nacional.

Y de este divorcio son hijos la JEP y el Informe de la Comisión de la Verdad, así como la opinión sobre cualquier cosa. En fin, la división nacional ha cambiado de formato, pero continúa creciendo el resentimiento. El país ya vive en un aburridor abismo, eso hay que detenerlo.

Las personas que tienen unas ideas políticas de manera muy radical son víctimas de disrupción cognitiva, solo leen y hablan sobre ideas afines a sus creencias. No las confrontan con las opiniones contrarias, es un diálogo de sordos.

Einstein, toujours lui, decía que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Un ejemplo son los terraplanistas, creen que la tierra es plana y nadie los saca de ahí. Entonces, es necesario adelantar un trabajo especial con las personas radicales, sean de derecha o sean de izquierda.

Para ello, Colombia cuenta con la ventaja de tener un denso tejido social, un gran entramado de relaciones sociales, institucionales y empresariales, así como la buena voluntad de la mayoría de la población.

Cada sector puede tener un fragmento de verdad, que hace sentido con otros fragmentos diferentes. Y el diálogo es la telaraña que hace nudo entre las diversas redes.

En realidad es un acto de soberbia creer que siempre se tiene la razón y que las ideas propias son inexpugnables.

Spinoza tenía como consigna que “tratar de comprender, antes que detestar”. Voltaire anotaba “estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Y John Stuart Mill en su libro “Sobre la libertad” agregaba que es necesario permitir la libre circulación de las ideas, incluso las incorrectas, que son importantes porque de ellas puede salir algo útil o interesante, siempre y cuando ello no le genere daño a los demás.

En nuestro medio, Mauricio García agrega que el dogmatismo “puede conducir a dos creencias lamentables: una, que todo es relativo y que mi posición sobre cualquier cosa es subjetiva, tan mía, como lo es mi gusto por el helado de vainilla; o dos, que lo que pienso es verdad y por eso no admite discusión. Lo primero es ingenuidad y lo segundo arrogancia, y ambas son nocivas para el debate ciudadano”.

El filósofo italiano Gianni Vattimo dice: “se puede invertir lo que nosotros siempre pensamos: nos pusimos de acuerdo porque encontramos la verdad. Lo cierto es lo contrario: decimos que encontramos la verdad cuando nos pusimos de acuerdo”.

Según esto, lo primero es ponerse de acuerdo, o sea sentarse a dialogar y a escuchar con empatía. Y los deberes restantes, o sea renunciar a las armas y a la violencia como forma de hacer política, perdonar el pasado y comprometerse en su no repetición, y asumir que los deberes y la responsabilidad son tan importantes como los derechos, se explican por sí solos.

Casi que da pena decir algo tan obvio de cara a una ciudadanía responsable, pero no, aquí no es obvio. Por eso hay que nombrarlos, volverlos explícitos, hacerlos entrar en línea de cuenta para hacerse cargo de ellos.

Es asesor, consultor y abogado independiente. Fue secretario ejecutivo de la JEP y conjuez del Consejo de Estado. Estudió derecho en la Universidad Pontificia Bolivariana y una maestría en la Universidad de Paris Panteón Sorbona.