Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Que nos perdonen los españoles por meternos en su alcoba, pero es que el asunto del divorcio de Cataluña puede afectar no solo a la familia ibérica, sino a la comunidad mundial. Temblaría en Londres y Glasgow, pero hasta en ciudades colombianas -como Pasto, Medellín y Barranquilla- puede haber repercusiones de este fracaso conyugal.
La noticia del ‘referendo’ catalán ha impactado tanto a los gobernantes como a los demócratas del mundo y nos ha puesto a opinar a todos. Como ya es usual, las consideraciones más emotivas dominan los medios sociales. Y en los medios masivos estas tendencias, de apoyo separatista, parecen ser mayoría. Pero, por supuesto, que solidarizarse con los nacionalistas catalanes es la primera reacción, cuando recibimos semejantes imágenes de la “obscena” represión ordenada por Rajoy.
El concepto del Gobierno de España, país democrático y civilizado, se ha venido entonces a menos, incluso entre los ciudadanos ibéricos. Y, cómo reaccionar de otra manera, cuando vemos policías que golpean mujeres y hombres de la tercera edad, probablemente los más independentistas barcinonenses. Si Rajoy pensó que rajando cabezas llenas de canas paraba el secesionismo, no podía estar más equivocado.
Pero, aunque los abusos coercitivos desgarren nuestros sentimientos de foráneos, si nos pusiéramos los zapatos de los españoles entenderíamos la angustia de su gobierno. La independencia de Cataluña sería un desastre para España. Barcelona es la segunda ciudad más grande del país y su secesión encendería el nacionalismo separatista vasco. La madre España que conocimos en los días de los reyes católicos, sería cosa del pasado.
Pero, en este mundo tan entrañablemente conectado por la tecnología de las comunicaciones, no solo España tiembla ante el posible ‘efecto dominó’. Al otro lado de la costa norte de España, en las islas británicas, los nacionalistas escoceses ven a Barcelona como inspiración de separatismo. Y lo mismo ocurre en varias comunidades nacionalistas de Europa e incluso de América, sin ignorar a Colombia.
Sí, en Colombia varias regiones han expresado sus tendencias separatistas, en exacerbados regionalismos de tinte nacionalista. Cuántas veces, por justificaciones históricas y culturales semejantes a las de los resentimientos catalanes, los pastusos han invocado el separatismo. Cabe recordar que en los Setenta se revivió ese sentimiento, con motivo de la lucha por la ‘refinería de Tumaco’.
En la costa Atlántica, que aporta el 15% del PIB nacional y el 22% de la población, líderes como Eduardo Verano agitan el separatismo o al menos la idea federalista. Lo mismo ocurre en ‘Antioquia Federal’, idea tan vieja como la Constituyente de Rionegro, de ‘1863’; de hecho, la “iniciativa” fue recién revivida por un diputado paisa; en efecto, el diputado Betancur propone que Antioquia distribuya sus propios recursos sin depender de Bogotá .
Pero, ¡cuidado con enternecernos con tantos sentimientos nacionalistas! Si la atomización de los países condujera al progreso de los pueblos, los nacionalismos globales serían bienvenidos. Pero no es así. Simplemente recordemos a uno de los pensadores y filósofos españoles, José Ortega y Gasset, quien dijo: “El nacionalismo es el hambre de poder templada por el autoengaño”.
Qué opinan los intelectuales sobre los nacionalismos
Una cosa piensan los políticos, con sus puntos de vista marcados por los propios conflictos de interés nacidos de su “profesión”. Uno de ellos, bastante representativo de todos los políticos nacionalistas del mundo es Javier Maqueda, senador del Partido Nacionalista Vasco. Su concepto, fácil de vender entre regionalistas pastusos, paisas o costeños, es: “El que no sea nacionalista ni quiera lo suyo no tiene derecho a vivir.”
Por supuesto también hay políticos, generalmente de corrientes progresistas de todo tipo, que no validan los nacionalismos hirsutos. Como ejemplo, Pablo Castellano, abogado, político y sindicalista español, socialista y republicano federal. Dice Castellano: “Vasco o catalán, hay unos que entran en la fábrica por la puerta de atrás vestidos de mono y viven en unos barrios marginales, y hay otros que entran en la fábrica por la puerta de delante bajándose del Cadillac. Yo estoy bastante más cerca, evidentemente, del obrero vasco, o del obrero catalán o del trabajador campesino de Soria que de la oligarquía vasca y catalana, a la que se le llena la boca de nacionalismo, y fue la primera que fue colaboracionista con el régimen de Franco, cosa que la gente está olvidando”.
Por su parte, los verdaderos filósofos e intelectuales, librepensadores sin otro aliciente que la razón y la ética pura, por lo general condenan los nacionalismos. Estos pensadores, que han recorrido la historia de la filosofía y de la política, saben que los nacionalismos han ocasionado las mayores tragedias sociales; basta recordar el nacionalismo napoleónico, los ‘nacional socialistas’, los fascistas y los ‘socialistas bolivarianos’, todos tiranos seudo-democráticos arropados en los conceptos de patria y nación. Estos son algunos de los conceptos de respetados escritores:
“La patria es una idea paranoica –funciona en referencia a una amenaza externa– y la paranoia siempre vende bien. Es fácil entusiasmarse con la patria. Es fácil imaginarnos distintos de los otros; es fácil imaginarnos mejores que los otros. Es fácil suponer que todos los males vienen de los que están más lejos, los que no son nuestros parientes, nuestros vecinos”… (Martín Caparrós, periodista y escritor argentino, columnista del NY Times).
“El nacionalismo en general es imbecilizador (SIC), aunque los hay leves y graves, los del forofo del alirón y el que se pone el cuchillo en la boca para matar. Hay gente sin conocimientos históricos, el nacionalismo atonta y algunos son virulentos. Afortunadamente en Cataluña la situación es diferente a la del País Vasco, aunque esa minoría es una alarma que nos dice que algo hay que hacer. El nacionalismo es una inflamación de la nación igual que la apendicitis es una inflamación del apéndice”
(Fernando Savater, filósofo).
“El nacionalismo es un invento de la burguesía para dividir al proletariado”
(Karl Marx).
Qué puede hacer España ante la amenaza separatista
El caso de España sirve de lección para las democracias, sobre cómo no caer en la trampa de la provocación de los movimientos separatistas.
Invocar la ley, o su poder coercitivo, para aplacar los ánimos secesionistas no es la mejor opción en el mundo actual. Los jóvenes de Cataluña son bastante más informados y pragmáticos que las generaciones anteriores. Antes del referéndum, probablemente evaluaban de forma más racional y pragmática los pros y contras de la independencia.
Quizás el gobierno español habría hecho mejor en propiciar unos debates académicos a todo nivel, en un tiempo suficientemente largo. De esta manera se habría hecho conciencia de la fragilidad económica de una Cataluña independiente. Casi el 40% de la economía de Cataluña se comercializa directamente en España. Apenas otro 40% tiene como destino a toda la Unión Europea. Cataluña es, además, la comunidad autónoma más endeudada de toda España.
Difícil manejar el tema políticamente, pero los propios catalanes habrían podido impulsar unas denuncias sobre la corrupción de su clase política. Esto habría quitado la máscara de altruismo que usan los nacionalistas. Es emblemático el caso de Jordi Pujol, alcalde eterno de Barcelona, para quien la Fiscalía española estaría lista a pedir pena de prisión. Pujol no ha aclarado el origen de su inmensa fortuna y evasión de dinero en Andorra.
También se podrían haber adelantado debates sobre la ética universal. Qué tan convenientes para la humanidad son las ideas de las sociedades ricas, de “amurallarse”, o separarse, del resto del mundo pobre o de sus países de origen, en aras de vivir mejor. ¿Y piensan en vivir mejor, pero sin renunciar a los mercados de sus vecinos? ¿Acaso esto mismo no es lo que impulsa a políticos como Trump y a toda suerte de nacionalistas? ¿Acaso Cataluña no aspira a que las provincias más pobres de España se encarguen de sus pensiones y les conserven sus mercados?¿Dónde está la idea de solidaridad con sus vecinos ‘pobres’, sean o no compatriotas?
Pero Rajoy y su gente, una vez más, optaron por dar cachiporrazos a los padres y abuelos de los estudiantes…
Tal vez todo no esté perdido, aunque ahora las cosas sean difíciles de manejar en medio del intenso dolor. Algunos proponen, como antídoto, para la intoxicación legalista de Rajoy, aplicar más democracia, pero de la buena. El tratamiento democrático se parece, en esto, al uso del alcohol etílico puro, como antídoto para curar personas que hayan ingerido el venenoso alcohol metílico. La borrachera de nacionalismo, también enceguece. A diferencia del metanol, que afecta los ojos, el nacionalismo enceguece el alma de los pueblos hasta la demencia, como recordamos de la Alemania nazi.
Si el referendo ‘metanólico’ ha enceguecido a buena parte del pueblo catalán, un referendo puro podría ser la solución. Quizás la propuesta, que no es mía, de preparar un verdadero referendo con todas las garantías democráticas, y con medidas verdaderamente informativas y pragmáticas, sea la respuesta. El debate democrático y sincero con Cataluña, sobre los errores cometidos histórica y recientemente, podría ayudar a restablecer el equilibrio del intoxicado. ¿Pero, será que el PP se da esta pela?
El columnista Andrés Hoyos sugiere como salida un nuevo referendo de esta naturaleza. Este referendo, afirma, sería una prueba similar a aquella que decidió el Canadá, con sus nacionalistas de Quebec. Este país se arriesgó a organizar dos referendos, bien manejados, y los nacionalistas separatistas se hundieron políticamente. Hoyos podría haber citado también a David Cameron, con el independentismo escocés. En 2014 hizo lo mismo que Canadá y también ganó la unidad británica, al menos en este ‘round’.
Es cierto, como plantea Hoyos, que los independentistas catalanes podrían ganar, a pesar de la campaña de concientización y pragmatismo previo a ese referendo. Y ganarían porque los catalanes no habrían podido perdonar los cachiporrazos de los Mossos d’Squadra. En ese caso preferirían sacrificar el bolsillo a cambio del honor. Pero quizás la fórmula intermedia sería la idea de la oposición socialista española, de volver a España un estado federal. Así se reconciliarían las consideraciones del engañoso corazón y del pragmático bolsillo. En todo caso se evitaría la desintegración de España.