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Para evitar convertir nuestra frontera en la más tensa en la región, no veo cómo se puede avanzar sin diplomacia, y sin unos acuerdos mínimos entre los gobiernos de ambos países.
Una muy probable reelección de Maduro en Venezuela desembocará en mayor autoritarismo y militarismo para poder mantenerse en el poder, y muy seguramente mayor migración a Colombia. Este escenario es un desafío para el país y un campo de batalla de los discursos y de las políticas reales. Este reto será la primera muestra del talante de los candidatos actuales.
A pesar de la dimensión de la crisis económica y social, Maduro va con todo, sin mayores frenos, para seguir en el poder. ¿Cuándo va a terminar esta situación? No se sabe. Sin los avances en las negociaciones entre las partes, queda cada vez más lejos el camino hacia una transición democrática. Por eso, lo que se avizora es mayor autoritarismo y militarismo, y con ese régimen el próximo gobierno de Colombia seguirá compartiendo los 2.219 km de frontera y mayores efectos colaterales: la inmigración masiva.
El desafío es tremendo y complejo. Los candidatos presidenciales colombianos tienen que hablar del tema y presentar sus propuestas de cómo van a actuar de ser próximo gobierno, y no solamente hacer referencias en twitter para descalificar a sus competidores asociándolos con sus cercanías o lejanías con un proceso político fracasado en sus resultados democráticos, económicos y sociales.
El asunto es grave. La institucionalidad colombiana es débil para afrontar las problemáticas de la frontera en la que se entremezcla ahora a las tradicionales mafias, bandas criminales y guerrilla, un fenómeno en aumento progresivo: la migración. La llegada de miles, sumando posiblemente más de un millón, y más recientemente de ciudadanos de escasos recursos del vecino país huyendo por la necesidad de sobrevivir.
El gobierno del presidente Santos acaba de adoptar, ante las cifras recientes de un incremento de 110% del flujo migratorio en 2017, un conjunto de medidas encaminadas a sentar unas primeras bases de lo que podría llegar a ser una política regulada, ordenada y legal. Esta tríada de objetivos se corresponde con las de una política de migración de contención, dirigida principalmente contra la migración irregular y poco calificada puesta en marcha por algunos países europeos.
Es otras palabras, significa desde el punto de vista migratorio una especie de “cerramiento” de la frontera, sin que lo sea formalmente. Por lo tanto, no son sólo meras medidas de contingencia que parecen necesarias en una frontera en crisis y con necesidades de seguridad.
Sin embargo, lo anterior no deja de ser desafiante por dos grandes motivos: el primero, que desconoce realidades y dinámicas de movilidad que ocurren de mucho tiempo atrás en la zona fronteriza de ciudadanos que cruzan de lado y lado de manera diaria como si ese fuera su espacio natural, y que ahora tendrán mayores dificultades. Por ejemplo, las Tarjetas de Movilidad Fronteriza que son 1.500.000 se vencen cada 6 meses. ¿Cuántas están actualmente vigentes? Esto de entrada dificulta la movilidad y podría generar situaciones de tensión. Por otro lado, de no presentarse cambios en la situación venezolana, y continuar el deterioro de las condiciones sociales y económicas, las medidas de contención en una frontera como la colombo-venezolana son de difícil aplicación. Lo más probable es que a las más de doscientas trochas ilegales que hay hoy en día a lo largo y ancho de la frontera y que el gobierno anunció serían resguardadas por la fuerza pública, le aparezcan un par de cientos más.
Una cosa es cierta, si bien aún es pronto para evaluar los resultados de las medidas recién adoptadas por el presidente Santos, estas serán las primeras bases de la política migratoria que tendrá que definir el siguiente gobierno. El actual, como todos sabemos está de salida, y será en realidad al próximo en quien recaerá la responsabilidad de manejar de la mejor manera la difícil problemática.
El que tendrá que montar y llenar de contenido y recursos la política migratoria para enfrentar no sólo la llegada del éxodo de venezolanos, sino su integración en la sociedad colombiana con el prisma de que es más una oportunidad que una amenaza.
Esta seguramente será la primera política de Colombia para enfrentar una situación de crisis humanitaria proveniente en esta ocasión de su vecino más importante. Porque todo lo que pasa en Venezuela, nos afecta.
Ahora, para manejarla es necesario el apoyo de la comunidad internacional y regional. Es claro que Colombia sola, y con los retos que tiene para avanzar en la paz, no puede. Sin embargo, en una frontera extensa y porosa como la que comparten ambos países, con interdependencias naturales sociales y económicas se requiere de mucho más de lo que actualmente se propone.
La nuestra no es una frontera de 238 Km como la que divide Corea del Norte con Corea del Sur, es una de 2.219 km que ha enlazado las identidades culturales similares de sus pobladores desde la independencia de ambos países, con una geografía que impide su vigilancia absoluta, su militarización total, y con la imposibilidad de crear una zona de colchón que aleje las amenazas reales o potenciales provenientes del régimen adversario.
Para evitar convertir nuestra frontera en la más tensa en la región, no veo cómo se puede avanzar sin diplomacia, y sin unos acuerdos mínimos entre los gobiernos de ambos países. ¿Cómo tratar los fenómenos transnacionales en la frontera con un gobierno vecino que no reconoce la crisis humanitaria ni la emigración que tiene? ¿y con unas Fuerza Militares que perciben un canal humanitario como el encubrimiento de una intervención en su territorio?
Este es nada más y menos el contexto que enfrenta el gobierno de Santos como el que le sigue. Bajo el hecho que, de no presentarse un cambio en la situación venezolana, la ola de inmigrantes será difícil de contener. La discusión está abierta.