Esta columna fue escrita en coautoría con Liz Vanesa Gutiérrez, investigadora auxiliar del Centro de investigaciones de la Universidad Libre – Sede Barranquilla.

Esta columna tiene como objetivo ofrecer algunos elementos para el análisis en relación con la tecnología, el mundo digital y su vinculación con el ejercicio de la política y la ciudadanía, partiendo de la hipótesis general de que la digitalización de la vida humana puede conducir a una forma particular de orden y control: el totalitarismo digital. Lo anterior se vislumbra a partir de sistemas complejos de información y de datos que se traducen en mayor control a la ciudadanía.

A manera de apuntes preliminares

Durante el último siglo la humanidad no era capaz de imaginar y dimensionar cómo las nuevas tecnologías invadirían las esferas sociales, económicas, políticas, culturales, jurídicas y, en general, todos los ámbitos de la vida humana; era casi inconcebible la idea de un Estado gobernado por robots hasta el punto de parecer irracional que aquellas actividades desarrolladas a través de la inteligencia humana fuesen remplazadas por sistemas artificiales constituidos por máquinas con la capacidad de imitar las propias acciones humanas.

Tan profundo era aquel estado de negación que lograba bloquear las puertas de lo racional, omitiendo cualquier actividad cercana al mundo de la digitalización. Si bien existe evidencia de que la humanidad venía dando grandes pasos en lo referente a la digitalización y virtualización en lo académico, cultural, económico y laboral,

el advenimiento de la pandemia del covid generó un proceso de aislamiento social que abrió las puertas a la adaptación de los entornos digitales. Ineludiblemente, este ha sido uno de los cambios sustanciales de los inicios de la pospandemia. 

Fue así como se da la irrupción de nuevas formas de comunicación, interacción y emprendimiento. De ahí que el triunfo de la revolución digital haya tenido su mayor esplendor bajo el contexto de un confinamiento obligatorio, en el entendido de que llegaron a replantearse aquellas formas de laborar, enseñar y comunicar. Ejemplo de ello fue el trabajo remoto, el teletrabajo, la educación virtual y las videollamadas, lo que generó que en la actualidad las personas se encontraran cada vez más interconectadas y vinculadas a los espacios que ofrece el universo digital.

No cabe duda de que estos cambios han producido un avance significativo para el desarrollo de la sociedad, aunque también han generados retos y desafíos para los gobiernos debido a que se han visto obligados a actualizarse frente a las nuevas tecnologías. Es aquí donde se puede hacer referencia al termino “modernización del estado”, el cual ha sido entendido por la literatura especializada en el tema como aquel proceso que busca armonizar la función estatal con “el entorno social y sus formas actuales de funcionamiento” (Boisier, 1995).

En este orden de ideas, la vinculación del estado con la digitalización resulta necesaria para la construcción de políticas públicas que intenten favorecer a las poblaciones vulnerables frente al acceso a las nuevas tecnologías de la información, generando de esta forma, espacios más equitativos, justos y democráticos.

¿Democracias sólidas o totalitarismos digitales?

Una premisa fundamental que nutre la presente columna es la siguiente: un estado que se actualiza frente a las nuevas tecnologías y hace uso de ellas para cumplir sus funciones estatales corre el riesgo de llegar a convertirse en un ente policivo, lo que pondría en riesgo las garantías de derechos al verse la población civil sometida a un constante estado de vigilancia. A esto podríamos llamarle “totalitarismos digitales”.

Esta forma de totalitarismo se asemeja al panóptico anunciado por Foucault en los años 80 del siglo anterior. Según este pensador de origen francés , el panóptico es “una construcción … [de celdas y espacios] donde cada prisionero es perfectamente individualizado y constantemente visible [a los ojos de quien observa], mientras que, desde la celda, el reo no puede observar quien lo observa si es que lo observa alguien”. 

No obstante, para referirnos a esta forma contemporánea de ejercicio del poder es menester mencionar que los regímenes liberales, como formas de gobiernos imperantes en los dos últimos siglos, apelaron a la democracia como forma de organización de la vida política y social desde los albores de la modernidad occidental. En este sentido, en el plano ideológico los sistemas democráticos se fundamentaron en un conjunto de libertades civiles, políticas y económicas que intentaron garantizar a partir del contrato social el mayor grado de libertad humana posible. Por ello los sistemas democráticos descansan sobre el pluralismo político, cultural, étnico, religioso y la diversidad en todos los ámbitos y esferas de la vida humana.

Contrario a ello, los totalitarismos irrumpen sobre los principios fundamentales de los estados sociales de derecho. En ultimas, los totalitarismos son la expresión dogmática del ejercicio de lo político. Ahora bien, estos han ido avanzando al mismo ritmo, que avanzan las construcciones sociales, ejemplo de ello, la tecnología. Uno de los riesgos de la digitalización de las democracias es el totalitarismo digital, el cual puede ser entendido como una forma abstracta de organizar, controlar y vigilar la vida humana apelando a mecanismos propios de la tecnología, concretando así una manera de garantizar el orden social establecido.

“Por control social informal hace referencia a los controles suministrados por las personas dentro de la dinámica de la vida cotidiana, son controles simbólicos y comportamentales que hacen un motor imprescindible para que la persona se comporte de una u otra manera de acuerdo con el rol que en ese momento se encuentre en juego. Véase Erving Goffman, “Presentación de la persona en la vida cotidiana”.

Los totalitarismos clásicos que surgieron en la primera mitad del siglo XX como formas de materialización de las dictaduras apelaban a la fuerza y a la violencia como métodos y mecanismos para el disciplinamiento y control. Contrario a ello, los totalitarismos digitales no apelan al terror como ya lo refería Hannah Arendt, sino a la sensación permanente de seguridad, estabilidad y libertad.

Un estado de vigilancia masiva

Atendiendo a esto, para el desarrollo de lo expuesto es necesario partir de un presupuesto básico: “el Estado es un dios terrorífico por la transferencia de poder que todos hacemos hacia él” (Thomas Hobbes) en la medida en que se convierte en el administrador de las libertades y los derechos del conglomerado social. Podemos afirmar entonces que el totalitarismo digital es una adaptación contemporánea del Leviatán.

No obstante, el contrato social que pacta el pueblo con el ente estatal puede ser quebrantado por el segundo cuando en ejercicio de su poder legítimo ejecuta acciones e impone medidas autoritarias sobre la comunidad, en términos de vigilancia y control masivo, convirtiéndose de esta manera en un estado policivo, el cual puede ser dibujado con ejemplos claros que demuestren el modo de operatividad del mismo, como cuando los órganos de seguridad del gobierno tienen pleno conocimiento sobre todas las actuaciones de la población, desde lo que compran, consumen y buscan por medio de la web y las plataformas digitales o cuando existe un monitoreo permanente de cada ruta de circulación terrestre o aérea que recorre una persona al momento de viajar.

Para Hobbes, “En efecto, en el acto de nuestra sumisión van implicadas dos cosas: nuestra obligación y nuestra libertad, lo cual puede inferirse mediante argumentos de cualquier lugar y tiempo; porque no existe obligación impuesta a un hombre que no derive de un acto de su voluntad propia, ya que todos los hombres, igualmente, son, por naturaleza, libres. Y como tales argumentos pueden derivar o bien de palabras expresas como: Yo autorizo todas sus acciones, o de la intención de quien se somete a sí mismo a ese poder (intención que viene a expresarse en la finalidad en virtud de la cual se somete), la obligación y libertad del súbdito ha de derivarse ya de aquellas palabras u otras equivalentes, ya del fin de la institución de la soberanía, a saber: la paz de los súbditos entre sí mismos, y su defensa contra un enemigo común”.

George Orwell, en su obra titulada 1984 ya había escrito sobre las tecnologías de la vigilancia, haciendo referencia a que el “big brother” o también conocido como “el gran hermano” observaba, vigilaba y controlaba cualquier movimiento de los ciudadanos a través de la telepantalla y las cámaras de seguridad, hasta el punto de espiar los pensamientos de las personas para mantener el orden social y político en Oceanía. La narrativa de esta historia recrea un escenario de un líder omnipresente y omnisciente que puede ser asimilado con un estado policivo por los rasgos de autoritarismo que reflejaban cada una de las actuaciones del partido, del líder y los lemas que proclamaban los misterios del gobierno.

Para Orwell “Esta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de autosugestión. Incluso comprender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar”.

Sin embargo, para Byung Chul Han “El poder como coerción y el poder como libertad no son distintos. Solo se diferencian en cuanto al grado de intermediación. Son manifestaciones distintas de un único poder. Todas las formas de poder buscan establecer una continuidad y presuponen un sí mismo. Una intermediación pobre genera coerción. En una intermediación máxima, el poder y la libertad se identifican. Es en este caso cuando el poder es máximamente estable”. 

Sistemas de seguridad: espionaje y monitorio masivo

Un caso que es conveniente mencionar es el de la agencia de seguridad de los estados unidos, donde existía un programa secreto de vigilancia electrónica llamado Prism que accedía a los datos personales y confidenciales de los internautas a través de nueve poderosas compañías del mundo digital: Microsoft Corp, Yahoo Inc, Google Inc, Facebook Inc, PalTalk, AOL Inc, Skype, YouTube y Apple Inc.

El espionaje masivo que realizaba la NSA tenía como objetivo cumplir funciones de inteligencia y contrainteligencia para el gobierno, las cuales son comúnmente utilizadas para combatir, prevenir amenazas internas o externas y salvaguardar los derechos humanos. Lo que puede resultar contradictorio, porque al momento de acceder a toda esa información sin previa autorización de los usuarios se estaría violando el cumplimiento de derechos fundamentales como: la intimidad, la privacidad y la libertad de expresión.

En Colombia también se han dado pasos frente a la implemención de la estrategia de vigilancia masiva, con el contrato que celebro la Dirección de Inteligencia Policial (Dipol) y la Union Temporal Phoenix para consolidar el sistema ciberespionaje con el objetivo de garantizar la seguridad en el territorio nacional y de esta forma combatir la delincuencia.

No obstante, la procuraduría cuestionó la estrategia por el hecho que se estarían desconociendo y vulnerando los derechos a la intimidad, privacidad y libertad expresión. De ahí que, está entidad solicitara a la Dipol justificar las razones legales y constitucionales por las cuales es necesario recolectar masivamente la información y los datos de las personas por medio de las redes sociales.

Operatividad de los estados policivos en la actualidad

Una característica de los estados policivos es la autonomía que tiene el gobierno para vigilar indiscriminadamente los datos personales, a través de sus sistemas de seguridad, los cuales cuentan con una gran cantidad de maquinaria tecnológica especializada en el almacenamiento y análisis de información que va desde cámaras de seguridad, softwares e indexadores web. Todos estos ejemplos de sistemas de monitoreo masivo, rastreo y vigilancia se han obtenido y desarrollado a partir de los avances de la era de la digitalización. En la actualidad, el impacto de las TIC obliga a los gobiernos a hacer uso de ellas para el cumplimiento de aquellas funciones administrativas y judiciales.

Sin embargo, cabe resaltar que no es posible garantizar derechos humanos como la intimidad, privacidad y libertad de expresión bajo un gobierno que mantiene un control escrito sobre la población ya que cualquier imagen, mensaje o información es meticulosamente monitoreada y sin duda estas situaciones no solo vulneran los derechos anteriormente mencionados, sino que los condenan, lo que resulta inadmisible e inconcebible dentro de un estado social de derecho que tiene como finalidad la materialización de la justicia social. 

Docente, investigador. Universidad Libre , Seccional Barranquilla. Facultad de Derecho y Ciencias sociales.