En estos días de incertidumbre política recordaba un gran luchador por la democracia: Abraham Lincoln. Sintetizaba Lincoln la democracia como el Gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo, siendo la participación el pilar de su desarrollo. En lo electoral, “del”; en la formulación y control de las políticas públicas, “con”; y en la calidad y disfrute responsable de los bienes públicos, “para”. Las mejores democracias cultivan de manera permanente y sistémica la participación en las dimensiones de Lincoln.

Aproximaciones como esta, desde una figura que marcó positivamente y en momentos definitivos para la historia de la democracia norteamericana, creo es un buen referente para reflexionar sobre nuestras realidades de participación ciudadana en los asuntos colectivos.

Esto se ha vuelto una necesidad política crítica, pues lo simplemente electoral se ha vuelto el único foco de participación y por supuesto a una democracia casi fallida en nuestro medio. Participación electoral además fundada en un consumo compulsivo de energías hacia el arrasar, no importan los medios, al contrincante político. ¿Y el día después a las elecciones? Tradicionalmente nada distinto a ver cómo se ganan nuevas o se apropia el Estado desde los elegidos y cómo se mantiene a los ciudadanos lo más lejos de la construcción de un proyecto de nación.

En este contexto, hay que valorar iniciativas de conocimiento sobre nuestras realidades sociales y políticas que, desde circunstancias concretas y ante temas cruciales para el cultivo de la democracia, puedan ser insumos estratégicos para buscar una participación ciudadana más ilustrada, integral y activa, hacia la construcción de una mejor sociedad. Como ilustración de esta invitación y la significación del conocimiento para mejorar la calidad de la participación ciudadana invito a los lectores a la consulta de tres recientes investigaciones de campo presentadas por reconocidos centros de pensamiento de nuestro país: la Fundación Ideas para la Paz; Movilizatorio y Casa de las Estrategias

La primera, con su trabajo “La confianza, herramienta de cooperación” en el universo de los municipios de influencia directa del proyecto Hidroituango. La segunda con su investigación “Reconciliación y polarización: ¿qué nos une y qué nos divide?”, con innovador enfoque conceptual y metodológico sobre esa pregunta esencial. Y, por último, Casa de las Estrategias con su trabajo “Ciudades sin miedo. Reducción de homicidios sin atajos” sobre el complejo mundo del homicidio juvenil.

Todas buscando elevar el nivel de comprensión, con base en la evidencia, de nuestros graves problemas de convivencia. No quedándose simplemente en la etnografía, sino derivando propuestas para salidas colectivas. La democracia se refuerza si actores como los centros de pensamiento y las universidades convocan no solo a reflexiones sobre nuestras formas de pensar y actuar frente al vivir en sociedad, sino también sobre cómo llegar a acuerdos ciudadanos para promover gobiernos con base en la evidencia cierta de la vida comunitaria, proporcionando conocimiento para elevar la calidad de la participación ciudadana.

Sumemos a aportes como los mencionados los del periodismo investigativo que se ha vuelto fundamental en la veeduría ciudadana a la gestión de lo público. Periodismo no de simples titulares, sino de análisis documentados y profundos de fenómenos que atentan gravemente contra la democracia.

Un complemento necesario a todas estas iniciativas son las redes ciudadanas que, desde una comunicación responsable, pueden ser canales masivos de estudios serios como los referidos. Hay que legitimar y promover movilizaciones cívicas que apoyen y se apoyen en estos conocimientos para que sus resultados lleguen al mayor número de ciudadanos. ¿O preferimos esa incertidumbre y crispación de cada cuatro años, por negligencia frente a la más activa participación en los asuntos públicos, apropiando el mejor conocimiento sobre los mismos?