La propaganda de la congresista Restrepo, que representa a sus contradictores políticos amordazados, no representa a su partido. Quizás sea simplemente una equivocación semiótica. Las reiteraciones del candidato Ordóñez, sobre su aceptación “pedagógica” de la quema de libros, tal vez sea solo un traspié periodístico. ¿O es esto su “democracia”?  

No entiendo cómo algunos presuntos demócratas insisten en transmitir imágenes públicas antidemocráticas de sí mismos. El último episodio que ilustra esta reflexión, lo propició la congresista Margarita Restrepo, quien confesó ser la autora de una controvertible campaña de redes sociales. La imagen de unos políticos amordazados se confunde simbólicamente con la idea democrática de acallar sus ideas políticas en las urnas. Parecería que esa imagen de mordaza, símbolo de las dictaduras no coincide semióticamente con la frase aceptable, en términos democráticos, de “los callaremos en las urnas”. -Válido, mientras no se utilicen trampas ni armas, para vencer en las urnas-.

Tampoco es claro si este episodio revela simplemente un error semiótico o es otra muestra de la estrategia política de asegurar nichos de mercado. Esta estrategia, empleada por quienes representan extremos ideológicos, busca partir del dominio de uno de los polos conceptuales para luego convencer a la mayoría social. Y, en democracias imperfectas, muchas veces dicha estrategia lleva al poder. Pero este episodio propagandístico de la congresista aludida, no es el único ejemplo en cuestión de la reciente semana.

Hace unos pocos días Yolanda Ruiz, directora de RCN Radio, preguntó al precandidato presidencial Alejandro Ordóñez si volvería a quemar libros, como en su juventud. A sabiendas del rechazo democrático a las prácticas de censura ideológica, el político habría podido responder cualquier cosa que evitara dañar su imagen de demócrata. La sorprendente, pero muy reveladora respuesta de Ordóñez fue: “sí, es un acto pedagógico”. Tras esta respuesta lo que uno puede pensar es que Ordóñez es un hombre frentero, pero dudosamente demócrata y competente para dar lecciones ‘pedagógicas’.

En realidad los hechos de amordazar para callar y quemar los textos de otros, son dos modos equivalentes de obtener un fin común: la censura. Ambos representan la ancestral costumbre de recurrir a la fuerza, o al discutible principio de autoridad, para que las ideas de alguien prevalezcan.

Quien no es suficientemente fuerte en su mente o paciente para convencer a otros, tiene siempre la opción de censurar ideas opuestas. En principio es más fácil imponer un pensamiento por la fuerza, mientras el poder de sometimiento sea suficiente, incluyendo las amenazas físicas. Pero no necesariamente estas ideas impuestas logran vencer la aspiración de libertad, tanto física como intelectual, del inconsciente colectivo propuesto por Jung. Esto se puede probar a través de la ‘historia de las quemas de libros’ y su repercusión democrática.

La quema de libros como herramienta política en la antigüedad

Tan antigua como la invención de la escritura, como medio de conservación y difusión del pensamiento, es la historia de la quema de libros. 1400 años antes de Cristo, el faraón egipcio Akenatón creó una nueva religión monoteísta. Para posesionar el naciente culto procedió a quemar todos los libros del imperio que profesaban el politeísmo ancestral, que adoraba a Horus (el Jesús de los egipcios).

La hegemonía ideológica y política de Akenatón, quien trasladó su imperio a Amarna, duró mientras el gobernante estuvo vivo. Al morir Akenatón su legado religioso fue completamente revertido y hasta su nombre casi totalmente borrado de la historia.

Siglos más tarde, Omar, uno de los primeros califas surgidos tras la muerte de Mahoma, conquista Egipto para el Islam. Corre el año 644, cuando Omar se toma a Alejandría. En esta ciudad se  encontraba la gran Biblioteca de los Ptolomeos (los faraones “griegos” como Cleopatra). Esta biblioteca estaba compuesta por miles de legendarios papiros.

Omar, al enfrentar el legado enorme de una cultura religiosa contrapuesta a aquella que deseaba imponer, pronunció la siguiente sentencia: “No hay más que un libro verdadero: el Corán. Si los libros de esa biblioteca contienen cosas opuestas al Corán, son impíos y hay que quemarlos; y si dicen lo mismo que el Corán, son superfluos y hay que quemarlos también.”

-Vano esfuerzo de Omar de quemar los libros de “herejes”. No ha sido el Corán, sino la Biblia judeo-cristiana, el libro que mayor difusión ha tenido en la historia de nuestra humanidad-.

Las hogueras culturales del renacimiento

Pero también los cristianos han recurrido a hogueras intelectuales. Los reyes Católicos, en su afán de construir un estado unitario persiguieron en España a las otras religiones monoteístas. -Se dice, a propósito, que por allá en 1490 la gente reía, cantaba y bailaba, mientras las brasas consumían el Talmud judío-.

Pero no solo se persiguió a los judíos e islámicos, sino a cualquier idea religiosa que cuestionara la cosmogonía cristiana. En 1562, durante la conquista de América, Diego de Landa acabó con los libros mayas, los llamados ‘códices’, cargados de información científica e histórica.  Al respecto, se afirma que dichos libros contenían cronologías históricas, pero también poesía, tratados de botánica, medicina y probablemente conceptos religiosos sobre ‘la creación’.

La censura se aplicaba entonces tanto en América como en España. En la primera parte de Don Quijote de la Mancha, Cervantes relata la quema de la biblioteca de Alonso Quijano. Los incendiarios fueron el cura y el barbero, los inquisidores del cuento, quienes consideraban que aquellas lecturas habían enloquecido al Quijote.

Y es que fue la ‘Santa Inquisición’, la encargada de censurar, amordazar y quemar el pensamiento opuesto a estas ideas político-religiosas. No podemos olvidar que ideológicamente se sustentaba el poder de las monarquías en el designio de Dios. Para censurar los libros que los católicos leían, para mantener el poder religioso y monárquico, se estableció desde esos días renacentistas el llamado ‘Índice Católico’. La “inquisición”, aquella de quemas de libros y mordazas, pasó de moda quizás, pero no ha desaparecido del todo. -Lo cierto es que el índice subsistió hasta hace muy poco, pues recién el 8 de febrero de 1966 el papa Pablo VI lo suprimió-.

Las quemas de libros en el último siglo

Como dijimos las quemas de libros han subsistido desde la época de nuestros abuelos y padres y nos persiguen hasta nuestros días.

En 1933, por ejemplo, durante los preludios de la Segunda Guerra Mundial, los nazis quemaron 15.000 libros judíos. También incineraron miles de libros de política liberal y democrática. Este es uno de los más aleccionadores (uno diría que pedagógicos) episodios históricos para cualquier democracia. Por fortuna quedan registros documentales de algunas consignas nazis utilizadas en dichas quemas públicas de libros:

“Contra la lucha de clases y el materialismo histórico, a favor de la comunidad del pueblo y de una postura vital idealista de toda la humanidad, lanzo a las llamas las obras de Marx y Kautsky”.

“Contra la decadencia y la corrupción. A favor de la decencia en la familia y en el Estado, lanzo a las llamas las obras de Heinrich Mann, Ernst Glaeser y Erich Katsner”.

“Contra la sobrevaloración de los instintos, a favor de la pureza del alma, lanzo a las llamas las obras de Sigmund Freud”.

Da pena admitirlo, pero hay algunos colombianos que aún hoy en día estarían dispuestos a quemar a más de un libro y mandar al infierno a sus autores, invocando estas consignas. 

Y Latinoamérica no ha sido muy deferente. El 30 de agosto de 1980, fueron quemadas en la dictadura militar argentina innumerables obras pertenecientes al Centro Editor de América Latina (CEAL).

Debe quedar claro, para concluir, que la práctica de quemar libros, de amordazar el pensamiento y de censurar los contenidos pedagógicos no es solo práctica de la  extrema derecha.  

Se calcula que las censuras culturales llevadas a cabo por los comunistas en Alemania Oriental, destruyeron al menos de 5 millones de libros. En 1968 Mao, el fundador de la China comunista, impulsó la llamada “Revolución Cultural”. Ordenó entonces quemar todo libro que se opusiera al régimen. 

El mundo de hoy no acepta mordazas, hogueras ni otras censuras

Quizás la democracia no sea un sistema perfecto de gobierno, pero el mundo de hoy no conoce mejores sistemas. Por ello la mayoría de regímenes totalitarios, de izquierda o de derecha, a cual peor, se disfrazan muchas veces de democráticos. Pero en pleno Siglo XXI la democracia tiene un aliado: la tecnología. Las redes sociales están cada vez más al alcance de todo el mundo, aún de los más marginados. A los pueblos ya no se los puede someter quemando sus bibliotecas o censurando sus libros. Tampoco controlando ni eliminando los medios masivos que hasta hace poco imperaban en el mundo.

Lo cierto es que las redes sociales pueden ser utilizadas por todos, informadores y desinformadores, “honestos” y “deshonestos”. La gente, por primera vez, simplemente tiene acceso a todas las opiniones, sin censura que valga ni siquiera en la obtusa Corea del Norte. Cada cual se forma, cada vez con mayor información disponible, la opinión que quiera. Muchas veces las fuentes son contradictorias y confusas, pero aun así cada cual decide en que creer.

Y la gente se guía cada vez más por ese anhelo de libertad en todos los sentidos del inconsciente colectivo. El mejor concepto de libertad que conozco es la democracia y la democracia castiga en las urnas a quienes representan la censura. Este es el peligro de asumir y por ende transmitir la imagen, por error o por convicción ontológica, posturas totalitaristas represivas. Quizás nuestros políticos, de derecha como en los casos hoy citados, o de izquierda, como he citado en otras columnas, estén solo semióticamente equivocados. ‘Ojalá’.

Es consejero del Sena, periodista y ejecutivo gremial. Estudió derecho en la Universidad de Nariño y alta gerencia en la Pontificia Universidad Javeriana.