Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Esta columna fue escrita en coautoría con Joel Reyes, asistente de investigación en la Universidad Eafit.
En una de sus apreciaciones sobre el comportamiento del mercado financiero durante la nueva administración del gobierno colombiano, el exministro Mauricio Cárdenas puntualizó que “menos ingresos fiscales futuros [por los anuncios sobre el futuro del sector minero-energético], la compra de tierras a punta de deuda, para no hablar de la posibilidad de imponer controles de capitales, hacen estragos sobre la prima que exigen los inversionistas para comprar papeles del Gobierno colombiano”.
Esa situación es contraria a lo que habíamos vivido en décadas anteriores. Entre 2007 y 2012, Colombia tuvo altas tasas de crecimiento económico para sus estándares, con un promedio anual de 4,7%, y como es típico en los períodos de mayor expansión, hubo presiones inflacionarias.
Esta presión, como es lo usual, la enfrentó el Banco de la República, nuestro banco central, incrementando la tasa de intervención. Aquí, el punto clave es que la tasa de intervención, que desde el inicio de 2008 hasta marzo de 2013 fue del 5,25% efectivo anual promedio, tuvo valores notablemente superiores a la de Estados Unidos.
El país norteamericano entró en recesión oficialmente en diciembre de 2007 y el impacto de la primera etapa del paquete de rescate del gobierno Bush, que comenzó a hacerse efectivo el 14 de octubre de 2008, fue solo pasajero.
En efecto, la tasa de crecimiento económico anual promedio fue de 0,6% hasta 2012. Un punto clave adicional aquí es que el crecimiento económico colombiano fue claramente superior al de Estados Unidos.
Como era de esperarse, la Reserva Federal respondió con una disminución de la tasa de los fondos federales hasta llegar y mantenerse cerca de 0% con sus correspondientes efectos sobre las tasas de interés o rendimientos del mercado financiero general de Estados Unidos.

Así, con altas tasas de interés y de rendimiento en Colombia, que coincidían con una mejora en la calificación de los títulos de deuda del gobierno nacional y una expansión del sector minero-energético, era de esperarse que el país registrara entradas de capital por la compra de activos locales en los mercados internacionales por concepto de inversión extranjera directa e inversión en portafolio.

Dichas compras de activos nacionales, que convivieron con la expansión monetaria en Estados Unidos junto con el comportamiento de la producción colombiana, implicarían un aumento de la demanda de la moneda local y consecuentemente su apreciación (de 2.500 pesos a 1.800 pesos por dólar) como vemos en la figura abajo.

Ya para noviembre 2022, la situación era contraria en varios aspectos y sencillamente diferente en otros con respecto a lo que habíamos vivido durante las últimas décadas. Primero, el escenario colombiano fue contrario en cuanto al futuro del sector minero-energético.
Segundo, porque la seguridad que los inversionistas percibieron sobre los títulos emitidos por el gobierno colombiano estaba deteriorada o, en otras palabras, los inversionistas percibieron más riesgo sobre los títulos del gobierno con su consecuente disminución de la demanda.
Tercero, fue un escenario diferente porque el crecimiento económico colombiano durante los encierros forzados, en la narrativa de una pandemia y luego en la narrativa de unas protestas, fue bajo, al igual que en Estados Unidos.
Cuarto porque los bancos centrales de ambos países cambiaron sus tasas de intervención de manera similar en tiempos y dirección desde 2019. Es decir, no estábamos en un escenario donde, comparativamente con Estados Unidos, los retornos de los títulos colombianos fueran más altos y el crecimiento económico también mayor, por lo que la demanda de activos locales cayó considerablemente, y no solo impactó el mercado de títulos por las menores compras de activos locales, sino por el cierre de las posiciones en títulos locales para comprar activos extranjeros.
No es de extrañarse, pues, por la caída del volumen de negociación que registraron los extranjeros en títulos de renta variable y renta fija, como lo muestra la figura abajo.

La consecuencia fue una caída de la demanda de moneda local para pagar esos activos, y una depreciación de la moneda local. Así, por fuera de los anuncios volátiles y la confusión, está la descripción estable de la realidad de la oferta y la demanda, que nos permite usar los diferenciales de tasas de interés, los diferenciales de crecimiento económico y las diferencias en la percepción del riesgo, como los factores más profundos en el porqué cambia la tasa de cambio.
Actualmente, la fuerte apreciación del peso colombiano está en línea con tres de los elementos de la demanda de nuestra moneda: las decisiones de la Opep (recorte de producción, consecuente aumento del precio del petróleo), la afortunada incapacidad de la presidencia colombiana de materializar en reformas unas malas ideas, y la revisión al alza del ingreso agregado futuro, asociados directamente con la disminución de la percepción de riesgo sobre la economía colombiana.