Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
En su tentativa de ayudar al envío de ayudas no tan humanitarias a Venezuela el Presidente Duque se alía con hacedores de muros más terroríficos que el muro de Berlín.
Introducción
El pasado sábado 23 de febrero, en Cúcuta, luego de una jornada musical que no caló en todos los gustos y en el desarrollo de unas ayudas no tan humanitarias (por los sesgos políticos y la exageración mediática), un periodista preguntó al Presidente Iván Duque, acerca de que pasaría de no lograr ingresar tales ayudas a Venezuela. El mandatario respondió así:
“Yo creo que eso sería un crimen de lesa humanidad evitar que llegue la ayuda humanitaria. Digamos las cosas como son: hoy en día eso es casi equivalente a lo que fue la caída del muro de Berlín, en ese momento era para dividir, aquí es para evitar que llegue ayuda humanitaria, por eso hoy tengo la ilusión de que el pueblo venezolano va a convencer a las fuerzas militares de ese país para que ubique en el lado correcto de la historia”
En lo que sigue de este artículo expondré mis dudas acerca de los argumentos de quienes, osan autoproclamar los lados correctos de la historia. Este ejercicio implica inevitables comparaciones con otras fronteras y otros regímenes políticos.
El hambre de paz de Netanyahu evoca el hambre de paz de Uribe
A la entrada de la oficina de algún profesor de la Universidad de Birzeit (excelente centro educativo, ubicado en las afueras de la ciudad palestina de Ramallah), pude fotografiar una expresiva imagen. En un extremo se puede ver al Primer Ministro Israelí mostrando, a través de una secuencia de mapas, la expansión colosal del Estado de Israel que, a la postre, ha implicado la dramática reducción del territorio Palestino. El pequeño afiche tiene una explicación que se pone en los labios de Benjamin Netanyahu, quien exclama: “Usted sabe, nosotros estamos muriendo de hambre por la paz, ayúdenos a tomar esta última tajada…” (señalando con la mirada lo poco que queda del encogido territorio palestino).
Para ofrecer un poco de contexto es importante señalar los siguientes hechos históricos: desde fines del siglo XIX el líder judío Theodor Herlz funda el movimiento sionista (encaminado a llevar al pueblo de Israel a la tierra prometida) y promueve la compra de algunas tierras en la entonces Palestina (que para la época abarcaba lo que es hoy el Estado de Israel y los exiguos territorios palestinos); al final del Holocausto sucede que Alemania y el resto de Europa no ofrecen una reparación al perseguido y violentado pueblo judío y deciden, con oportunismo, hacer una partición del territorio palestino, dejando poco más de la mitad para los migrantes judíos; con el apoyo de Estados Unidos y guerras expansionistas como la librada a fines de los años sesentas, se expande el nuevo Estado de Israel arrebatando terrenos a Jordania, Egipto y al pueblo palestino. Sin un apoyo internacional equiparable, los palestinos osan hacer resistencia mediante la organización para la liberación de Palestina (OLP).
Hacia 1993 se firmaron los llamados acuerdos de Oslo, liderados por personajes de la talla de Yaser Arafat (líder de la OLP) e Isaac Rabin, el entonces Primer Ministro israelí (quien poco después fue asesinado por sectores de la extrema derecha israelí, que lo calificaban de traidor a la causa). En tales acuerdos los líderes de la OLP consiguieron que los palestinos conquistaran su autogobierno pero, como perdedores de la historia, aceptaron el statu quo (el exiguo y fragmentado territorio, sin fronteras con el mar, que les dejaba el expansionista Estado de Israel). No lograron los palestinos ser un Estado independiente. A esto se agrega que en tales acuerdos se sentaron las pautas del actual cerco israelí contra Palestina, pues se establecieron las áreas A (con autoridad palestina); B (con autoridad mixta de Israel y Palestina) y C (con autoridad israelí). En los mapas más actualizados de la zona de Cisjordania (West Bank) se puede constatar que las áreas tipo A las integran territorios palestinos entre los que se destacan centros urbanos como Hebrón, Belén y Ramallah, entre otros. Estas áreas palestinas están estratégicamente circundadas por áreas de tipo B y C, los anillos más externos, que estrangulan a Cisjordania están rodeados por asentamientos israelíes, por ejército de Israel y por uno de los más terroríficos muros del mundo contemporáneo.
Líderes extremistas como Benjamin Netanyahu y el teórico de juegos Robert Aumann están tan hambrientos de paz que claman por tener todo el pastel (en este caso el territorio) para su bando. Ambos han afirmado que negociar y hacer concesiones es señal de debilidad y, por tanto, han promovido una guerra permanente para preparar la paz: la persistente ocupación de territorio palestino por parte de Israel para así maximizar los territorios que, supuestamente, Dios habría escriturado al llamado pueblo elegido. En su accionar se asemejan bastante al hambre de paz de Álvaro Uribe Vélez, quien jamás quedó satisfecho del acuerdo de paz con las FARC y, a través de su influencia sobre Duque, hace todo lo posible para subvertir tales acuerdos encogiendo las concesiones hechas a tal grupo y también perjudicando más a las víctimas del conflicto. Otros sectores de la sociedad y de la academia, meses antes, habíamos cuestionado el mentado proceso de paz con las FARC, pero porque este había dejado, literalmente, olvidados, a diversos sectores de la sociedad colombiana (Cante, Fredy & Ramírez, Hugo 2018).
El muro de Apartheid de Israel, el muro de Berlín y la frontera colombo-venezolana
El muro de Berlín se construyó durante la guerra fría para dividir a Alemania, una nación con una historia y una cultura en común que, no obstante, se había fragmentado políticamente: una parte marcadamente socialista y otra con un sesgo a la economía capitalista (las llamadas democracias de mercado). Este muro fue construido con hormigón armado, tenía una altura de 3,6 metros y una longitud de 155 kilómetros.
Palestina está brutalmente separada del Estado de Israel mediante dos muros de confinamiento: la franja de Gaza que aprisiona a palestinos y extremistas del grupo terrorista Hamás, y que tiene una longitud de 55 kilómetros de largo por 11 km., de ancho; y el muro que Israel comenzó a construir en el año 2002 para aislar a los territorios palestinos en Cisjordania. Este último muro, todavía no terminado, está hecho de hormigón armado y vallas de acero, su altura oscila entre 6 a 8 metros, su longitud se aproxima a 709 kilómetros. La construcción de este muro tiene como finalidad impedir que los palestinos accedan a sus territorios (ocupados por Israel) y que sean privados de agua y de tierra cultivable.
La frontera entre Colombia y Venezuela es un límite convencional de 2.219 kilómetros que, obviamente, no está cercada por un muro y que, al contrario, es bastante porosa (a tal punto que algunas poblaciones fronterizas han sacado provecho de la doble nacionalidad) y que ha pelechado el contrabando. A esto se suma que, por causas políticas y, en especial, socio-económicas, ambos países, en determinados momentos históricos, han sido expulsores de sus propios ciudadanos: Colombia ha tenido más de cinco millones de desplazados internos; en el pasado algunos colombianos “han votado con los pies” (como diría Charles Tiebout, al referirse a los migrantes que buscan mejor calidad de vida en lugares con mejores servicios públicos y opciones de empleo). Cerca de dos millones de colombianos migraron hacia Venezuela (cuando ese país gozaba las mieles del alto precio del petróleo y aún en el efímero y engañoso paraíso terrenal del bienestarismo chavista) y, de manera legal o ilegal, han permanecido en ese país. En los últimos años, ante la crítica situación de Venezuela, en parte causada por el bajo precio del petróleo y el bloqueo de Estados Unidos, la tendencia migratoria se ha revertido dramáticamente: hoy cerca de 1.100.000 venezolanos han llegado a Colombia, con la diferencia de que han salido de un país en crisis y llegan a un país que, dada la desigualdad y la falta de oportunidades, no les brindaría un cambio sustantivo en sus vidas.
Pese a todas las críticas que se le puedan hacer al autoritario presidente Maduro, en Venezuela no se taponan cabalmente la salidas (no se frustra la libertad de movimiento) y la población inconforme o desesperada puede salir de ese país hacia mejores horizontes. La frontera con Venezuela no es equiparable al muro de Berlín ni al Apartheid que aísla a Palestina. El cierre de una parte de la frontera el pasado fin de semana (y posiblemente los siguientes días) es más un pulso político entre las fuerzas chavistas y la oposición.
En compañía de los hacedores de cercos
Al comenzar su mandato el Presidente Duque quiso revertir el reconocimiento del Estado palestino que su antecesor, Juan Manuel Santos, había hecho antes de dejar su cargo. El Canciller Holmes ha dicho que ante la imposibilidad de tal reversión, no pondrá representaciones diplomáticas de Colombia en Palestina. Obviamente Colombia mantendrá relaciones con Israel y consolidará su relación con Estados Unidos, a pesar de que el supuesto demócrata y últimamente humanitario Trump hará todo lo posible por implementar un nuevo apartheid que separará drásticamente a Estados Unidos de América Latina. El nuevo muro, construido en la frontera con México, tendría una longitud de 1.609 kilómetros, estaría anclado 3 metros bajo tierra y tendría una altura de 15 metros. Toneladas de concreto y acero y cientos de miles de horas de trabajo podrían hacer de este muro una de esas inversiones faraónicas que el economista J. M. Keynes sugería para reactivar la economía (mediante la generación de empleo y gasto público y privado).
El Presidente Duque, delirante, ha confundido Cúcuta 2019 con Berlín 1989 y, además, se alía con hacedores de cercos y de muros que bloquean la libre movilidad de personas que, votando con sus pies, buscan mejores horizontes.