Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
El gran protagonista de la reciente inscripción de candidatos a cuerpos colegiados nacionales (Cámara y Senado) sin duda alguna fue el bolígrafo. Una práctica que es normal en los partidos tradicionales se tomó por completo la política nacional permeando las nuevas colectividades. Hubo plumero (como le decimos en la costa) de todos los colores e ideologías
La escasez de democracia interna dentro de los partidos fue pasmosa. Claro que en algunos casos hubo aciertos en la presentación de nuevos nombres sobre todo de valiosas mujeres y algunas representaciones regionales, pero en todas, la forma como que se conformaron las listas dejó muchas dudas de la cultura democrática moderna del liderazgo nacional de nuestra dirigencia (la nueva y la vieja). Doloroso.
Las más sacrificadas fueron las regiones, que tuvieron que tragarse varios sapos impuestos nacionalmente; expresiones locales que luchan por visibilizarse en territorios dominados por las casas políticas y el clientelismo no encontraron el incentivo para seguir abriendo los espacios para las transformaciones en sus territorios.
El momento de las presidenciales sirve para visibilizar líderes y arrastrar con el prestigio de algunas figuras nacionales el impulso de nuevos rostros en la política regional que jugarían en las locales. Lo que vivimos fue un fuera de lugar total a gente valiosa en la periferia, en donde después de los rifirrafes nacionales, la dirigencia nacional vino a las volandas a organizar las listas en los departamentos: improvisación y centralismo. Crudo y duro.
En la mitad de todo está el afán desmesurado por obtener el poder a toda costa sin parámetros éticos mínimos. En las listas de los más radicales contra el statu quo se colaron políticos tradicionales y hasta parapolíticos. Una total incoherencia. Pero, además, el personalismo y los egos se llevan por delante las reglas de juego, privilegiando los amiguismos, el nepotismo y los desencuentros; personales por encima de la necesaria grandeza y responsabilidad frente al país. Las peleas de los alternativos por las listas se dieron hasta el último minuto.
El resultado es que no paran los escándalos y en unas listas se colaron tradicionales y en otras parecen haberse dado rupturas definitivas dentro de los partidos. El mensaje hacia la ciudadanía no pudo ser peor.
A pesar que se inscribió mucha gente valiosa, gracias a notoria lucha nacional y las relaciones personales nacionales, no se aprovechó de manera óptima la conformación de las listas que representan en gran medida la campaña electoral a las presidenciales. Recordemos que quien fracasa en las congresionales manda un negativo mensaje a los electores de baja gobernabilidad y poca fuerza electoral.
Por eso -a pesar de la inmadurez política- toca salir a votar masivamente por el cambio respondiendo electoralmente a las dificultades que nos dejan cuatro años de mal gobierno.
La consolidación de una verdadera democracia en Colombia no solamente responde a la necesidad de luchar contra las fuerzas que se oponen a la superación de las barreras que dificultan la consolidación de un sendero institucional moderno. Además, requieren de la madurez y capacidad política de quienes se dicen querer impulsar el cambio. Los que representan la transformación no pueden ser quieres conspiran contra el cambio y terminan haciéndole el juego al autoritarismo con otros colores o ideologías. El fin no justifica los medios.
Si se impone el bolígrafo en la campaña, ¿qué nos espera en el gobierno? ¿Más roscas y mesianismos? Hay que recobrar el rol de los partidos y el respeto por su función intermediadora, los “check and balances” que no podemos perder para mantener la evolución positiva de nuestro sistema democrático. De lo contrario, saldremos del clientelismo tradicional, al nuevo postclientelismo alternativo.