Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
A medida que se acercan las elecciones de 2022 yo pienso cada vez más en 2019. Algo pasó ese año o, más bien, algo que ya había cambiado comenzó a revelarse (electoralmente) en esta ciudad en particular, en Medellín. En la casa del Centro Democrático, en el corazón del uribismo, un candidato ganó con un discurso simple, con una idea sencilla: ser antiuribista. Yo miraba extrañado el pasar de la campaña. Daniel Quintero era un político que había recorrido todos los partidos y había posado de alternativo y de oficialista, de centrista y de izquierdista (esto ya es noticia vieja, pero en ese momento a nadie parecía preocuparle). Tenía las dotes de un buen animal político. Su único objetivo era el poder: conseguirlo y conservarlo. Las cuestiones ideológicas eran adornos que colgaba a campañas políticas según fuera la necesidad del momento.
Esas características no hacían a Quintero excepcional. Hay una buena lista de políticos nuevos y viejos que comparten con el hoy alcalde de Medellín ese espíritu frío, ese orden y disciplina que se necesita para subordinar todas las pasiones (buenas y malas) a un solo objetivo. Lo que hizo especial a Quintero fue ver antes que nadie el cambio de humor en este país. Tal vez no fue ningún talento especial. Tal vez fue simplemente necesidad. El discurso de las nuevas tecnologías no parecía ser suficiente y sus acuerdos con las maquinarias políticas medellinenses tampoco le garantizaban un triunfo. Tenía que conectar con una parte de la ciudad que se le hacía esquiva y, por extraño que parezca, fue su papel de autoproclamado contradictor de Uribe lo que se lo permitió.
Yo recuerdo el primer acto de campaña en el que vi a Quintero. Apenas empezaba la carrera y los candidatos eran desconocidos para la mayoría de la ciudadanía. Yo estaba en el centro de Medellín caminando por la Playa cuando lo vi a la salida del Teatro Pablo Tobón. Era como un “Fico” pero un poco más joven. Tenía el uniforme de alcalde de Medellín: corte de pelo con colas, camisa blanca remangada y jeans. Repartía volantes junto con otro candidato. Idéntico uniforme, aunque un poco más ajustado. Era Alberto Corredor. Lo reconocí porque un amigo que trabajaba en la Corporación Universitaria Americana me había dicho que el hijo del rector se quería hacer elegir para el Concejo. Corredor lo consiguió bajo las banderas del Centro Democrático.
Vuelvo al talento de Quintero. Se presenta a las elecciones como un candidato fresco e independiente (aunque no lo era), hace alianzas con las viejas maquinarias locales, se presenta como la alternativa a Uribe en el bastión político del Centro Democrático (mientras hace campaña con algunos de sus miembros) y derrota a todos sus contendores. ¿Cuál es la receta ganadora?
Después de la firma del Acuerdo de Paz el uribismo quedó herido. No importan sus triunfos en el plebiscito o en la campaña presidencial, la fórmula que le había permitido grandes apoyos en el electorado (el discurso de la guerra contra las Farc) ya no iba a permitirles mantenerse en el poder. Desde 2016 comienza a desaparecer el miedo a la guerrilla que marcó la historia política de este país desde que yo tengo memoria y la tradicional conexión entre izquierda y lucha armada dejaba de ser el centro de la contienda. Se abría un nuevo espacio. Nuevos discursos y nuevas ideas podían tomar el lugar que dejó libre el acuerdo.
Quintero ha encontrado una nueva manera de ocupar el poder. Es una mezcla de vieja politiquería con una nueva retórica antiuribista. Es una forma de canalizar ese cansancio de veinte años de uribismo pero que logra mantener el orden político intocado.
Ese espacio sigue de alguna manera abierto pero Quintero encontró una manera específica de coparlo. Es una combinación de lo nuevo y de lo viejo. Es un salvavidas a la política que comenzó a morir en 2016 y que Quintero ha logrado revitalizar. Es una mezcla de vieja politiquería con una nueva retórica antiuribista. Es una forma de canalizar ese cansancio de veinte años de uribismo, pero que logra mantener el orden político intocado. Quintero mostró el camino que permite ganar las elecciones y conseguir, a la vez, no cambiar absolutamente nada. Parasita el discurso de la izquierda, sus anhelos de cambio y de transformación. Logra ganar espacios de poder y una vez copado se entrega a las viejas prácticas clientelares a las que prometió combatir.
Hoy otros en el Pacto Histórico quieren seguirlo. Si finalmente lo hacen, si siguen el camino de Quintero, será la ruina moral del progresismo. El abrazo de las viejas prácticas clientelares terminará por asfixiar cualquier posibilidad real de cambio y la política colombiana del mañana será, por desgracia, la política que se vive hoy en el Valle de Aburrá.