Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Hay una fuerte desazón de los electores frente al cambio. Después de responder al llamado de renovar los vientos en la política colombiana en las pasadas elecciones, se siente un vacío al no encontrar en muchos territorios opciones que encarnen ese deseo de transformación ciudadano.
Los dos grandes candidatos que empujaron a millones de personas a las urnas se desentendieron de las elecciones locales, generando una sensación de desasosiego en los votantes. Petro y Rodolfo Hernández renunciaron a apostarle a la transformación del poder político local.
Mientras el presidente ha actuado como en una especie de sálvese quien pueda en los territorios, su principal contendor electoral, Rodolfo, primero renunció al congreso, apartándose de toda posibilidad de oposición democrática y, segundo, se enredó en una candidatura a la gobernación de Santander que se ve super embolatada por sus líos con la justicia.
Nos queda entonces el regreso del clientelismo, sobre todo en la política regional. Mientras que en ciudades como Bogotá y Medellín la cosa es a otro precio y la cultura política parece haber trascendido las prácticas corruptas tradicionales, en ciudades como Barranquilla el asunto es a otro precio, allí los poderes clientelares pesan más.
Las casas políticas tradicionales se la van a jugar con toda a llenar el espacio que han dejado los alternativos. Por ejemplo, el Pacto Histórico deja vacíos por falta de organización, y a otros como los verdes, Dignidad y Compromiso, el Nuevo Liberalismo, En Marcha o el Polo Democrático les hace falta una apuesta estratégica consistente.
Hay una fragmentación total de opciones alternativas, y en pocos territorios hay uniones serias que puedan terminar de completar el cambio doblegando a los poderes inmovilizantes (como los llama Alejandro Gaviria) de los clanes políticos tradicionales.
Por eso es muy posible que en las ciudades en donde no se estructuraron procesos serios, o no haya figuras representativas de la política alternativa, la gente opte por el voto en blanco.
En Barranquilla, por ejemplo, aparte de que no hay un proyecto alternativo de peso, hay algunos elementos relevantes que pueden impulsar a muchos ciudadanos a decidirse por el voto protesta (en blanco) en las urnas.
Aunque sigue siendo popular, ya se percibe el desgaste de la casa Char, y comienzan a notarse las grietas de un teflón que podría esfumarse. Al golpe mediático de la captura del excongresista Arturo Char se suman los escándalos de su hermano, el candidato a la alcaldía Alex Char.
Este remezón probablemente resultará en que no podrán disponer de su poder clientelar para fortalecer su hegemonía, como lo hacían antes. Ya no tienen a Aida ni a la desmantelada estructura de la casa blanca, y se percibe que no podrán moverse con la misma impunidad y facilidad.
Además, el cambio en el gobierno les ha cerrado las puertas de la contratación nacional, y por primera vez no tienen un alcahuete en la casa de Nariño, lo cual pesa por los recursos públicos que son necesarios para mover los votos en la ciudad y el departamento.
Finalmente, la ciudadanía tiene un el dilema ético al seguir votando por una familia que ha descendido tan bajo en la moral pública, pero que al mismo tiempo ha envilecido la política local como nunca antes, promoviendo la masiva compra y venta de votos que corrompe la ética ciudadana.
A diferencia de la gobernación del Atlántico, en donde hay una alternativa que rompería la hegemonía encabezada por el candidato Alfredo Varela, en la alcaldía de Barranquilla parece que la suerte está echada y, en ausencia de una opción alternativa viable (como también sucede en otras zonas del país), mucha gente, incluyéndome a mí, optaremos por el voto en blanco.