El fin de semana pasado (entre el 6 y el 7 de junio), autoridades hallaron varias partes de un cuerpo desmembrado en tres barrios de la ciudad de Barranquilla: Los Laureles, Galán y la Urbanización las Acacías. Al parecer, el hecho estaría vinculado con la guerra a sangre y fuego entre bandas del crimen organizado que se disputan el control territorial y el negocio del microtráfico de estupefacientes en la capital del Atlántico.

Aunque la práctica de desmembramiento siempre produce una sensación de estupor, se debe recordar que es antiquísima y que, en contextos de guerra o conflicto, sirve eficazmente para mandar un mensaje al enemigo y producir horror. En Barranquilla y su área metropolitana, se presenta con cierta sistematicidad desde 2011; desde esa fecha hasta el día de hoy se cuentan más de 20 casos.

Hace unos días, los investigadores Reynell Badillo Sarmiento y Luis Fernando Trejos Rosero presentaron, para este portal, un informe bastante completo que titularon “El desmembramiento en Barranquilla y la naturalización de la crueldad”. La columna menciona los aportes de la filósofa feminista Adriana Cavarero y asevera que el desmembramiento es “una exhibición del horror”.

En lo que sigue quiero ampliar esta afirmación y presentar algunas aristas sugerentes del libro “Horrorismo. Nombrando la violencia contemporánea”, publicado por Cavarero en el año 2008. En el libro, la pensadora romana construye una relación —no obvia— entre el desmembramiento y el horror producido a los espectadores. De algún modo, además de aprovechar para introducir una reflexión que proviene de la filosofía, hago un llamado de atención sobre una práctica que, sin el debido tratamiento y reflexión, puede incrementarse hasta alcanzar niveles obscenos en la ciudad.

El horror se siente en el cuerpo

El segundo capítulo del libro mencionado, titulado “Etimologías: horror o bien del desmembramiento”, abre con un análisis etimológico que muestra cómo la palabra “horror” (del latín “horreo” y el griego “phrisso”), en sus raíces lingüísticas más primitivas, se relaciona con la sensación fisiológica de poner “los pelos de punta” o “ponerse la piel de gallina”. Esto lleva a Cavarero a decir que el horror y también el terror son experiencias que atañen, fundamentalmente, a un cuerpo y a las sensaciones que este puede sentir: a sus movimientos, a su constitución, su postura, a sus capacidades e incapacidades, a lo que se produce en su piel, a su tensión arterial, a los efectos estomacales, etc.

Es decir, el horror es una sensación corporal. Con este gesto, Caverero le retorna a la situación traumática, que produce la violencia, el peso físico que puede abstraerse en algunos estudios que provienen de la psicología y que centran sus esfuerzos en los efectos anímicos o psíquicos.

Una vez se ha ubicado el horror en el ámbito de la corporalidad, la italiana sostiene que el horror se traduce como una parálisis o congelamiento del cuerpo; diferente del terror que implica una situación límite de alerta y que lanza a la huida —hay una descarga de adrenalina en quien huye. El terror hace correr, el horror pasma y aquieta —quien está frente a una situación de horror experimenta la imposibilidad de movimiento.

Medusa y el horror

Para dar cuenta de esta parálisis o agarrotamiento, Cavarero recurre a la figura mítica de Medusa; un ser repugnante, con una mirada que petrifica a cualquiera que osa verla y tiene cabellos de serpientes. Cuando se está frente a Medusa no hay huida, no hay forma de correr o reaccionar; el encuentro con Medusa es la alegoría por excelencia de la escena del horror. Pero, ¿qué es lo que produce el horror en ese encuentro maldito?

Muchos pensadores han reflexionado sobre el poder de la mirada de Medusa y la han vinculado a lo Otro imposible, la Cosa Monstruosa, etc. Una especie de campo infernal que amenaza con tragarse todo, un agujero negro de la metafísica y el imaginario racionalista de occidente. Pero en estos análisis quizá se obvia que Perseo, en el juego de espejos que lo atormenta y enloquece, y como un signo de la violencia que desata, le corta la cabeza a la Gorgona; Perseo reduce a Medusa a una cabeza cortada que expone y muestra a sus adversarios como arma de guerra.

En esta vía, el horror, según Cavarero, no tiene que ver con ninguna potencia metafísica o una negatividad extraordinaria encarnada en la mirada de la Gorgona, es producto del desmembramiento corporal, efecto de hacer pedazos un cuerpo y mostrarlo luego para producir efectos (visuales, olfativos, etc.).

 Pero ¿por qué un cuerpo hecho pedazos tiene esta potencia y violencia inusitada? ¿Qué es lo que se rompe cuando se corta un cuerpo y se exhibe?

Desmembrar un cuerpo es cortar el hilo de Ariadna

Cuando se presencia un cadáver desmembrado se está frente a una violencia que rompe el orden del mundo que es sostenido por la dimensión imaginaria; lo que Cavarero llama “unidad ontológica”. Esta dimensión ha permitido a los humanos ordenar, aglutinar, clasificar el caos que es constitutivo del mundo real. De algún modo, extrapolando una expresión de Heidegger, para el bicho humano, el mundo es una imagen llena de sentido y dadora de sentido; el orden y la armonía son ficciones, artificios diferentes de la cadena de catástrofes que ocurren en la naturaleza.

Cuando no hay una imagen que medie frente al mundo real, solo queda la pesadilla que se conecta con los miedos más arcaicos y las fantasías más esperpénticas: un Jardín de las delicias del Bosco. Herir la dimensión imaginaria es como jalar un hilo de Ariadna que mantiene cierta armonía y equilibrio en el mundo; también en el cuerpo como haciendo parte de ese mundo equilibrado y seguro. El horror es una experiencia descarnada de estar ante el mundo real y el cuerpo real, por eso su experiencia también es corporal.

Siguiendo estas ideas, se entiende que el cadáver que mantiene la cohesión morfológica puede ser todavía una muerte llena de sentido en el féretro y se expone para la última despedida; hay algo de la unidad imaginaria que permanece, la imagen se mantiene. Pero el cuerpo despedazado es inadmisible o inmirable; no hay imagen que retorna. Se puede pensar en las experiencias donde, por violencia o por un accidente, los cuerpos quedaron hechos trizas y, por eso mismo, los ataúdes deben estar cerrados a la vista. Hay algo en esa realidad hecha añicos que hace retroceder la mirada y pasma.

María Victoria Uribe, en “Antropología de la inhumanidad” (2018), cuando habla de la época conocida como “La Violencia”, y el desmembramiento en el contexto de las masacres, dice: “El mecanismo para implantar este nuevo orden fue el de ubicar afuera lo que era de adentro —exhibir y mostrar lo más íntimo— y poder arriba lo que era de abajo y viceversa”. La violencia que desmembra y exhibe busca trastocar el orden imaginario más primigenio que ordena la naturaleza (unidad, equilibrio, mesura, regularidad); un hilo que tranquiliza ante lo inaprensible y lo real. Cuando se presenta una cabeza cortada —al estilo de Perseo— se evidencia la fragilidad con que está pegada esa realidad y, claro, el propio cuerpo. El cuerpo desmembrado, en últimas, es la constatación del original desvalimiento, de la vulnerabilidad más innegable del cuerpo; y es la constatación también de la desmesura que acecha.

Profesor universitario en la ciudad de Barranquilla y activista político.